Cuántos colombianos aquí, en Buenos Aires. ¡De una calaña! Horribles. Los hay de todo tipo. No quiero ser clasista, racista. Hablo desde mi posición, la posición del que quiere alejarse, y parece ser perseguido por esa cultura asquerosa. En las calles, con su alevosía. Ayer, camino a clase, unos hablaban con acento paisa no sé qué cosa de los dólares, y después, cuando entré al lugar donde me formé por años, una con acento de Bogotá (la puta Inmunda) comía algo en la entrada, y hablaba con la portera. Por suerte fui el único colombiano mientras cursé. Por suerte no hay ninguno en mi círculo de amigos. No los quiero cerca. Menos si son pobres, si vienen a extender esa cultura de la que tanto intento alejarme. Pues seguiré caminando hacia el lado donde menos me los encuentre.
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Pienso cada cosa para escribir. Cada momento, cada segundo de la vida, las historias que pasan por mi cabeza, todo me parece literario, quiero contarlo todo con palabras.
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Siempre escribo lo mismo: quiero vivir en un país desarrollado, vivir bien ahí, ser rico ahí. ¿En dónde? Eso debo definir. Y orientarme a la migración en el mediano plazo. Algo demasiado complejo para pensarlo hoy. Paso a paso. Y que tarde lo que deba tardar.
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Un poco mejor. O mejor, simplemente mejor. Aunque se me haya regado el café hace unos minutos, y eso despierte en mi mente toda clase de razones, motivos de disgustos.
El profesor del taller de escritura terminará las clases en el lugar donde siempre las da, y ha seleccionado a algunos, sólo a algunos, y nos ha dicho que continuaremos el taller en su casa.
El martes lloré. Lloré demasiado. Ya el miércoles estuve mejor, luego del seminario en el lugar donde me formé como actor. Una de las chicas llevó un porro, fumé con ellos, me compré unas empanadas…
¿Qué debo aprender? Anoche pensaba que al no tener un lugar donde traer hombres me es más difícil eso de dedicarme a la promiscuidad. Lo veía como una ventaja. Quisiera ser más paciente, ver más lo bueno, ser menos pretencioso. Que la ambición me empuje, me motive, y que no me deprima.
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He pasado el día con la nariz tapada, absolutamente tapada, y deseando cumplir alguna fantasía, llevarme un miembro masculino a mi boca, besar unos labios, dormir sobre el pecho de un hombre. No me pagan todavía. Espero que lo hagan mañana. Un hombre. Y el sexo. Y el amor. Y todo lo que antes busqué desesperadamente. Y no caer, no dejarme caer, no abandonarme. Aunque el fin de semana vaya a por fiesta. Pero no meterme en ese antro, eso no, ese subsuelo donde me enlodaba antes, donde iba a emborracharme: no quiero estar ahí, no quiero meterme ahí de nuevo, aunque lo piense por momentos, debo mantener mi energía álgida, arriba, aunque esté triste a veces, aunque sea más fácil los lunes ahogarse en la pregunta inescrupulosa sobre el sentido, el sentido de todo esto.
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Ayer la mente me seguía dando látigo. El tema de la economía argentina y de la conflictividad social me afecta directamente, me ha hecho verme pobre. Aunque pobre sea un decir. Tormentos de un burgués, lo sé. Pero míos, al fin y al cabo. Mi verdad. Y pienso siempre que debí irme a un país del primer mundo, que debí migrar mejor, ser más estratega. Y se me venía, a manera de respuesta, esa frase: “caminante, no hay camino”. Estoy haciéndolo, aprendiendo después de haberme perdido.
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Empiezo a pensar enseguida. Ayer, cuando me lo dijo, ya estaba yo conmovido porque ella había empezado la conversación con el dato de que a su madre le empezaron a hacer quimioterapia. Quedamos entonces en conversarlo después. Dice que no quiere que tampoco que sea algo desfavorable para ella, que hará números. “¡Me pareció ver una linda usurera!”. El caso es que el aumento rige a partir de agosto, y yo entré en marzo. Es decir, no a los seis meses, como me lo había dicho, como habíamos quedado, sino a los cinco meses. Y ahora me dice que el próximo aumento será en enero: también a los cinco meses. Me dijo que hará cuentas y se fijará, que esta habitación ha quedado devaluada con respecto a las otras que ella alquila (Melania subalquila habitación en una casa que no es de ella, una casa que ella a su vez, alquila). Que en el país todo sube, los servicios subieron, y a ella le afecta, entiendo. Pero igual lucra. Si lo que cobra en esa casa donde subalquila cuartos, lo alquila el dólares: al subir el dolar, ella cobra más pesos. Y así. Pero conmigo no puede hacer ese negocio. En fin, estoy harto del chanta ventajoso argentino que hace negocio con el extranjero. Y aunque ayer me dio pesar que me dijese lo de su madre, después me ha quedado el sinsabor de que me dijera que evaluará si no es desfavorable. Se lo diré el próximo mes: si no le sirve, me voy. No puedo pagar esos aumentos cada cinco meses. Que busque quien pueda pagarlos. Y si lo sigo pensando, me desespero más, me quiero mudar solo, no tener que soportarla a ella, a su perro y a su novio. Y verme en esta situación. Impotente. ¿Desagradecido? Debo mudarme de aquí, debo mudarme. Hoy no anda el Internet. Así sigo. Amanecí iracundo. ¿Y qué voy a hacer? ¿Cómo sigue todo esto?
Que tenga el tupé de hablarme de lo que es favorable. La estupidez humana. La miseria: siempre lo digo.
Me ofendo con sus palabras, con la forma en la que expresa sus opiniones. Y no la perdono. Y entonces no está todo bien con ella. Cuidado con las palabras que uso, debo tener cuidado.
Y la gorda inmadura, en la oficina. Gorda puerca. Y sus privilegios. Y sus formas de mierda cuando se le da la gana. Y tener que ir a verla ahora. Tener que, tener que, tener que…
Amanecí con odios. Los mismos de hace un tiempo. ¿Y qué hacer? El odio me paraliza, me embrutece. Y, como siempre, me hace preguntarme por el sentido. ¿Para qué vivo, hasta cuándo durará todo esto, y para qué, por qué? Preguntas sin sentido, ya lo sé. Como la vida misma, creo a veces. Y que el arte es la salida, y mil respuestas para mantenerme estable cuando en realidad en días como hoy quisiera mandarlo todo al carajo, irme a Macondo, encender el gas y morirme junto a mamá, y terminar con esta existencia de una vez por todas. Aunque después me sienta culpable por escribir todo esto. Aunque después anhele ser feliz. Aunque se vea tan lejano eso, eso de ser feliz, de vivir sin preocupaciones económicas, sin problemas, sin angustias. A qué país de mierda he venido a migrar. Y ahora entonces debo enfrentar la idea de cómo irme nuevamente de aquí.
Y mi prima que apoya a los ingleses. Y así, la ignorancia pulula. Y los odio a todos. O a la mayoría. Infelices humanos. Raza maldita que se devora a sí misma, enferma, podrida.
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Vaya si es un tema. Aunque no pensaba escribir sobre eso. Es el tormento de estos días: la casera, su usura y todo lo demás que viene con eso. Pero si mi intención es verdaderamente la paz mental, la paz de mi alma, ¿qué debo hacer? Me encuentro a veces repitiendo discursos en mi mente, mi mente parlanchina, que me dice que no debo dejarme pisotear, oprimir, que me da razones para odiar a mi casera, mi mente me dice: “te está cagando, es una chanta, una usurera, te sube el alquiler cada cinco meses, no respetó el trato, se aprovecha de la condición del país, de los extranjeros, es ventajosa, egoísta, quiere aumentarte cada cinco meses, y no debes permitirlo, debes alejarte de ese tipo de personas”. Y es cierto. Eso es lo peor, que es cierto. ¿Cómo olvidarlo, entonces?
Me he propuesto buscar un lugar para vivir, y mudarme antes de noviembre. O a más tardar el primero de noviembre. Ojalá antes. Dicen que uno no debe decir los objetivos, porque baja la disposición para hacerlos. Pues espero que no. Que sea al contrario. Que sea una manera de recordarme que debo hacerlo. Debo escribir también, sí. Debo encontrar un lugar para vivir. Este fin de semana lo dedicaré a eso. Aunque me saque tiempo de la escritura, sí. Debo dedicarme al cuento también.
Tres días de descanso. Los necesito. Aunque me llevo bien con el trabajo (o eso creo), aunque ya no es la misma carga que antes, percibo siempre, en la mañana, los ojos cansados, incluso adoloridos, y sospecho que se debe a tantas horas seguidas frente al monitor de la computadora.
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El otro día me he quedado chateando hasta tarde con un hombre, nos vimos por cámara, me acosté tardísimo. Y al final, como a varios, terminé bloqueándolo: me pongo ansioso. Me ha dado remordimiento después quedarme hasta tan tarde, cuando después debía despertar temprano.
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Turnos de kinesiología. El tobillo mejora. La búsqueda de vivienda. La mente, que me incita al odio continuamente. La sexualidad, al palo. El invierno oscuro, la lluvia. La necesidad de hombre, de calor masculino. “Calor de macho”: así le he dicho a uno con el que chateé el otro día. Y la convivencia (esto más que todo), la convivencia con esta mujer a quien ya no soporto. La búsqueda de vivienda, entonces, que se hace urgente. La falta de tiempo, el trabajo que se lleva una inmensa cantidad de mis horas, pero que me da a cambio lo necesario para vivir. Y yo, que como buen insatisfecho por naturaleza, quiero más, pido más, deseo más. ¿Hacia dónde iré ahora? ¿Cómo lograr paz mental, más tranquilidad? Y compararme con los demás, con la gorda de mi jefa, y sus múltiples viajes y su vida aparentemente solucionada. Y ese ambiente, el ambiente de la oficina. Tantos días. Y ahora tres, por suerte tengo tres días de descanso. ¿Hacia dónde iré ahora? ¿Cuándo seré feliz? Me lo preguntaba. O reconocía, más bien, reconocía que no soy feliz, que mis tormentos no me dejan en paz, que no sé cómo dialogar con ellos, que la ira…
Afuera, la lluvia. Debo hacer algunas compras. Quisiera hacer ejercicio. Estoy tan cansado. He dormido cómo he podido. El perro ha ladrado. Melania se ha ido a casa de sus padres a celebrar el cumpleaños de su madre enferma. Y el perro ha ladrado temprano. Esta noche no estará aquí. O eso espero. Aunque ahora ya le han arreglado el auto. Antes no la detestaba, no veía la avaricia en sus acciones. Ahora su ignorancia me repugna. Su estupidez y su talento para la ventaja. El oligarca que cree que la conveniencia le corresponde, que la usura es su derecho, que aprovecha las condiciones de una economía decadente. ¿Y haría yo algo diferente? ¿Sería yo menos miserable, menos codicioso?
Olvida el suicidio, a mi no me dio resultado. Sigo pensando que muchas cosas se solucionan durmiendo bien. Abrazos, sigo de resaca.
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Sabio el consejo de dormir. Saludos fraternales, querida Meatov. Mañana será mi día de resaca. Intentaré no excederme esta noche. Intentaré no excederme tanto.
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Abrazos. Duerme y cuidate, no pongas tanta atención a lo inmediato, solo deja que las cosas fluyan.
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A nosotros también nos cargaron con el tema de los alquileres. Al principio te favorece ser extranjero por que los argentinos desconfían de sus compatriotas, ya que los creen todos chantas (qué raro, ¡¿eh?!). Después te quieren exprimir como un limón por que sos “otro” entonces tenés que ser explotado un poco, como que sos inmigrante. Cuando el dueño de la casa te conoce hace el galán y después cuando estás en la casa hace el pobre que no tiene plata para arreglos y tiene que subirte el alquiler por que es así que él vive. Te afanan por todos lados, y ni sienten vergüenza… es su manera de ser y de vivir.
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Es tal cual. Por este lado, continuaré buscando vivienda. Se aprovechan, en mi caso, porque no hay contrato firmado, sólo acuerdos de palabras, entonces pueden modificar como quieran las condiciones. Pero siempre quieren hacerte ver que ellos están haciendo mucho, poniendo mucho, que están en desventaja, como si la cantidad que uno pagase les resultara poca cosa para el gran servicio que ofrecen, cantidad pautada desde el inicio. Sobran los chantas, es verdad. Habrá que agudizar el ojo e identificarlos para mantenerlos lejos. O negociar claramente las condiciones desde el inicio. Eso me digo. Un saludo, querida Isa. Y gracias por pasarte por el blog y leer. Espero tus cosas marchen bien. ¡Buena semana!
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Los caseros son igual en todo el mundo. Pinches, fijados y usureros. Saludes y abrazos.
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