El tiempo (la inclemencia de)

De nuevo en Buenos Aires. Un poco triste porque terminó el tiempo de descanso, porque allá ahora es lo desconocido, y regresar implica volver a lo mismo, la rutina.

Me pregunto si los vecinos me escuchan. Lo mismo de lo mismo, el encierro de este departamento.

Recién lo vi a Galo, el chico que vino el día que me iba de viaje.

Pero esta es mi ciudad, es la ciudad en la que paso los días, donde hago base; por ahora, siempre digo por ahora. Me duele verla empobrecida, pero es la ciudad donde he podido tener, hacer una vida. Entonces vuelvo al mismo dilema, si buscar un empleo, si intentar escalar en este, si “hacer la plancha”, como dicen acá. Es decir, trabajar poco.

*

Dormí profundo, es verano en Buenos Aires, y desperté más temprano de lo que hubiera querido.

Debo llevar a reparar la valija, porque volvió sin una rueda. Prefiero hacerlo ahora y no más adelante.

En el verano es todo luz aquí. Creo que el viaje me sirvió para mirar desde una perspectiva diferente la cotidianidad en Buenos Aires. Uno, con el paso del tiempo, se termina acostumbrando a cosas de las que es bueno salir por momentos.

La ciudad y sus indigentes. El edificio y sus ruidos constantes, molestos; el ascensor, la vecina que tira la puerta.

La erección del moreno en el vuelo hacia Santiago (porque hice escala en Santiago). La erección del chico que dormía en el piso en el aeropuerto en Santiago. Y yo tan atento a la entrepierna de los varones. Luego, el argentino que se sentó al lado mío en el vuelo de Santiago a Buenos Aires. Iba con otros chicos, eran “tinchos”. A ese no le vi nada. Sé que eran médicos, porque hablaban de que no sé quién había elegido cardiología. El chico iba al lado mío -yo en la ventana-, él en el medio, se quedó dormido. Disfruté dormitar junto a él, disfruté mirarlo por un microsegundo, solo un instante, no fuera a ser que se despertara y me agarrara viendo cómo dormía. Vi sus brazos también, peludos, quise olerlo, pasear mi nariz, mi rostro por sus brazos velludos.

Aprender de nuevo a estar solo.

*

Salí a trabajar desde un café. Caminé por Corrientes. Sí, es una ciudad empobrecida. Pero es una ciudad linda. Ya tendré oportunidad de salir de nuevo, y será pronto, lo intuyo.

Debo tener cuidado con los gastos. Vivo haciendo cuentas.

Vine a casa, respondí un correo del trabajo. Están medio hostiles las cosas ahí. Qué más da.

Venía pensando en el taxista que me llevó a la librería a comprar el libro para mamá, y que luego me trajo; el taxista preguntó que de dónde era yo; entonces le dije que de allí (de Macondo), pero que vivía aquí (en Argentina), y que el acento me cambiaba inconscientemente. El taxista dijo que su hermana quería venirse para acá, para Argentina.

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Aprender a estar solo

Como si siguiera cansado de todo, de vivir.

Eso le decía a la tía en la playa. La tía, en seguida, lazó el regaño y preguntó que si yo no era feliz, si yo no estaba realizado. No quise contestarle, ser honesto. No es de vivir de lo que estoy cansado, si no de la idea de trabajar para vivir, de siempre tener que hacer más.

Sigue la pregunta: ¿debo seguir haciendo la obra con Lardi este año?

*

Viaje a Cali.

Que si escribí “tacho” en lugar de cesto en el cuento que publicarán en la página francesa, y se supone, o es mejor, quiero decir, que la historia ocurra en Colombia, y aquí no usamos la palabra “tacho”. Que si el personaje habla de verano, y aquí no hay verano ni invierno, ¿entonces dónde ocurre la historia? Pero que nadie se dará cuenta, o pasarán perdonarán el asunto los lectores perspicaces, los que noten la incongruencia. En todo caso, es una página de Internet que creo no tiene muchas visitas. Me pregunto si debí guardar mi texto para otro momento u ocasión. Pero cedí sin conocer exactamente dónde saldría. El invierno en Colombia es la época de lluvia. El verano, el calor intenso.

*

Cali, Colombia.

Aún faltan cuatro días. Cuatro días pasan rápido. La vida pasa rápido. Es tarde. Y escribo un poco llevado por las emociones. Es todo aprendizaje, creo más en el karma que en la brujería.

Ver lo que el otro no puede ver, y callar, no decirlo. Siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno.

Tal vez -algo ya descubierto antes- los demás sean maestros, y como hablaba con Áspora hoy, es importante aprender de nuevo a estar solo.

Y otra vez, una y otra conversación con Lardi para hacer las funciones que nos faltan, organizar fechas. No estresarme, dejarlo fluir.

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Solipsismo


Buenos Aires, diciembre de 2022

Que si reabrirán paritarias, que si alcanzará el salario, que me pagan una parte en negro, y que hace un calor de cagarse. No tengo poesía. No hoy. Viajaré a Colombia, veré a mamá. El sábado casi rompo los ocho meses limpio que pude cumplir por suerte el domingo. Aún está la clase de danza, la muestra. Antes era la obra. La obra tal vez no esté más, tal vez no haya más funciones: me enemisté con Lardi. La psicóloga ha dicho que somos dos niños de cinco años que no sabemos hablar, porque no supe decirle a Lardi que me molestaban sus malas contestaciones, sus chistes pasivo agresivos, sus formas pesadas, el enojo fue más fuerte. Y si lo expresaba, temía por mi reacción, que se fuera todo al carajo y había un estreno al que llegar. Como una pared a dinamitar, así lo veía, así se volvió, así fue siempre, solo que fue develando esa cara cuando se fue agotando de quién sabe bien qué, de mi intensidad tal vez.

Ocho meses. Es un lindo tiempo. Aunque la mujer que propuso ser mi madrina en el programa de doce pasos diga que es poco. El tiempo es relativo. La mujer dijo luego que no sería mi madrina, que tal vez alguien la necesitaba más, porque yo no quise comprometerme a ir a una reunión diaria y a hacer servicio, y porque le dije que fuéramos a un ritmo lento.

En el verano parece que las cosas importaran menos. Es lindo no salir de casa.

Que si colapsarán las ciudades, nos quedaremos sin agua, la megaminería, la tala de árboles, se incendia Argentina, vienen por los recursos, perforan los oceános.

Ha pasado la fiesta. Y el que no celebra es un amargo. Lali Espósito ama a los homosexuales, pero no duda en ir a cantar en la final de una copa de un deporte cuyas reglas son bastante básicas, en un país que nos encarcela por putos; Lali nos amará mucho, pero esa plata no se la va a perder.

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Navidad.

Linda velada en casa de Laitan.

*

He quedado marcado, sin duda, por aquel fin de año en Miami, en el que conocí a mi tía terapeuta. Escribo de manera terapéutica, escribo cualquier cosa que me viene a la mente. He puesto música de Navidad. Y que la adicción no se me vaya por el lado de conseguir hombres. Entonces mejor poner alguna película más tarde. Debo hacer la valija.

Pensé si tal vez conviene ir a algún sauna, pero claramente no es una buena idea con todo lo que significa la exposición. Lo decidiré más adelante, en unas horas. Ahora tal vez convenga disfrutar.
La envidia y la ira, qué emociones destructivas. Envidia al hijo del primo heterosexual que viaja a Estados Unidos, y estudió en Italia. Envidia a la heteronorma capacitista, a la supremacía blanca, saludable.

Y el excompañero de la escuela de arte dramático que le comenta un posteo a Raira, “te amo, amiga”, el ex compañero no vino a ver mi obra, y me parece un ser patético, hipócrita, inmaduro, y envidioso, cuya obra es no menos patética, .

Pero por qué gastar tiempo en pensar en los demás, escribir sobre ellos… ¿Lo que no me gusta del otro es lo que debo mejorar en mí? Supongo que en realidad pienso en mí, y en lo que me pasa hacia ellos.

Digo más, analizarlos, verlos, tal vez me haga más conocedor del comportamiento y del alma humana, conocimiento que se hace importante en las artes que he decidido cultivar, ¿en el arte en general?

Mentiría si digo que no me siento cómodo ahora en mi soledad. ¿Es acaso que nos han vendido la idea de pertenecer, de vivir acompañados, de andar en tribu, es acaso que hemos comprado el deseo gestionado?

Me descubro rencoroso, memorioso.

Y una vez más, la frustración por las locas histéricas en esos chats del demonio, las locas indecisas.

*

Mañana a esta hora, si todo sale según lo planeado (si Dios quiere), estaré rumbo al aeropuerto.

He terminado el día de Navidad buscando una aproximación sexual que no se concretó.

Chatear con el uno y con el otro. La adicción se va por otros lados, por el lado del sexo. Y luego me siento culpable, sobre todo por la cantidad de tiempo que paso buscando esa gratificación inmediata.

La psicóloga dice que ahí, en ese lugar, no hay otro, que es la ilusión de otro.

*


Macondo, diciembre de 2022

Que si migré mal, porque Argentina es un país pobre.

Los demás, siempre los demás.

Y entonces, ¿qué hacer? ¿A dónde irme? Si necesito medicación para vivir, y en la Argentina ya tengo toda una vida armada.

¿Buscar una beca? ¿Una beca para hacer qué?

Que sea todo tan difícil. Pensar en otro año en Buenos Aires. Ser latino y seguir viviendo en un mundo de latinos.

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Probablemente

Probablemente a nadie importen estas líneas. Ni ahora ni nunca. Probablemente, publicarlas sea solo un ejercicio producto de mi narcicismo. Probablemente alguien entienda que al escribir logro poner cierto orden a los pensamientos en los que, como dice la psicóloga, me pierdo. Y probablemente, ese alguien no entienda por qué tengo que publicarlos, si a nadie importan.

Probablemente a nadie importe tampoco mi ficción. Probablemente, con el paso del tiempo, me importe cada vez menos el reconocimiento de mis contemporáneos (viejos y jóvenes, da igual), y entonces caiga en el individualismo y el egoísmo de una época que pareciera maldita (¿ha habido en la historia de la humanidad alguna etapa que no lo sea?). No más maldita que las grandes depresiones, las grandes guerras. Y por esto pregunto lo que pregunto. Tal vez no deba usar el paréntesis. Tal vez la cuestión es si ganará la batalla la luz, suponiendo que se pelean adentro nuestro (reflejando todo afuera) nuestros dos lados, el ying y el yang.

Probablemente usar un adverbio tantas veces vaya en contra de alguna norma que debería respetar. Pero ahora nada importa, no importan estas líneas, no importa mi ficción. Importa, solo acaso, si a alguien, algún día, logran conmover, cuestionar o incluso cambiar (¡cuánta pretensión!). Contradictorio, como buen humano. Haciendo lo que puedo, así me encuentro, haciendo lo que puedo para que no me gane la soberbia, para aprender y lograr cada día un poco más de humildad.