El niño que hay en él.
Que me obsesiono con los ruidos, con lo vecinos, con los demás. Con él, claro. Con la idea de él.
Bebo cerveza. Tal vez no esté todo tan mal. Tal vez. Tal vez deba tomar menos drogas.
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Si tan solo pudiera dejar por unos días el alcohol. Ahora son pasadas las nueve de la mañana. En la madrugada desperté con resaca.
Pequeños odios por las no respuestas de algunas personas.
Dejé de seguir a mi media hermana porque no respondió algo que le pasé en Twitter. Bueno, no hablábamos hace años. Pero ¿ignorar el mensaje? Que lo cortés no quita lo valiente, pienso.
Los proyectos van a ritmo lento. El calor. Argentina y enero.
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Quienes no contestan, quienes tardan en responder. ¿Hay algunos que ignoran? Y yo acá, pensando una y otra vez en el proyecto teatral que quiero hacer este año, en medio de una pandemia, con estas ganas de arrancar, de iniciar, de hacer arte, teatro. Y ni siquiera atreverme a ir al teatro como público, porque el virus anda suelto y temo contagiarme.
La vida y los otros. El infierno de la cotidianidad con los humanos.
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Las no respuestas, aunque aún no revisé el teléfono y ayer me desconecté temprano, primero me generan ansiedad. Luego, duelen. Que sea tan difícil pensar en hacer teatro, hacer arte, actuar, y todo. Me desmotivo.
Y la gente de viaje, moviéndose, el planeta hecho un caos a causa de un virus que salió vaya uno a saber de dónde, y la estupefacción de no ser nada y ser todo al mismo tiempo.
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El proyecto. El dinero que he de invertir. La incertidumbre sobre la cual hay que crear en medio de esta pandemia. Los proyectos, porque son dos. El otro, que es también una inversión económica. ¿O de dónde sacaremos la guita para hacer esa obra con Lardi? Hay que hablar de eso en algún momento. ¿Y también lo voy a producir yo? ¿Lo haremos todo con Lardi? ¿Dirigirnos, producirnos? Será demasiado difícil.
¿Me alcanza el dinero para todo lo que quiero? ¿Y cuándo actuaré, en medio de tanta ocupación? Llueve. El golpe de lo que adivino fue el viento o alguna paloma de mierda me asustó varias veces. Y luego, los truenos y el sonido de la lluvia me mantuvieron alerta.
Y los números, el deseo de viajar, y que todo tenga detrás una suma de dinero.
Después me digo que todo andará bien, que de alguna manera lo lograré.
Mi psicóloga. Ser tan intenso. Eso, intensidad de vivir. Miedo.
¿Dejar la marihuana? Esa sería una excelente manera de ahorrar. No drogarme. Es un vicio que hago a diario, que me calma. ¿Cultivar entonces? Fumo a diario. Y no quiero dejar de vivir sin el efecto sedativo que produce en mí.
¿Por qué estoy tan preocupado, tan de mal humor? Por el miedo a contagiarme si salgo ahí afuera, pero al mismo tiempo no querer estar encerrado todo el año, esperando recibir la vacuna. ¿Y si me contagio? Siempre existe la posibilidad de haberlo tenido y haber sido asintomático.
Y haberle hablado a Peruano, pero estar ya casi seguro de que no me termina de gustar, pero vivir en medio de una pandemia, y es quien ha llegado, y no es que esté mal, no está mal, pero no me enamora, aunque la pase bien. Juego. Es como si jugara.
Si fumo ese último porro, ¿hasta cuándo tendré que esperar para comprar? La próxima semana que depositen el sueldo. Depender, siempre depender.
También podría dejar el vino. Pero la sobriedad es tan insoportable, tan sosa. Y no me vengan con el cuento de la simpleza de la vida, de ver la vida de una manera simple. ¿Es posible tal cosa?
¿Quiero verlo realmente? Entonces para qué le escribí. ¿A qué juego? ¿Tan sólo por no estar solo? ¿Es así? No me enamora. No es el hombre ideal.
Me aturde que debo dormir para poder despertar temprano mañana y responder en el trabajo.
¿Y por qué pienso tanto en mi ex? Porque su físico me gustaba, eso era una de las pocas cosas, porque me marcó ese enamoramiento adolescente que viví.
Ahora es viernes. Ahora puedo haraganear, holgazanear con total libertad, lejos del alcance de las víboras con quien debo coexistir por ahora, acaso por el sinsentido de la vida. Ya sé, ya sé, debo estar agradecido de tener trabajo, de mantenerme en pie en una economía tan…
Pero soy una buena persona, ¿no? Releo lo que escribía hace casi tres años, y veo que he progresado. Sí, definitivamente. Ahora quiero más.
Pero esto pasará. ¿O no? Quiero decir, por más que queden cosas de esta pandemia, el virus y la amenaza se irán y podremos congregarnos nuevamente sin miedo.
Víboras, venenosas. Menos Flor. Todas ahí. De cuidado. La vieja zorra. Bien zorra vieja. Oprimidos ciegos, con algo así como el síndrome de Estocolmo. En medio de mi furia, pienso que merecen sus miserias, por tontas. Aunque después me arrepienta de mis palabras, debo tener en claro que son pocos, muy pocos en quienes se puede confiar. Gente de mierda, eso son. La cordobesa que se pone piel de cordero, pero es una víbora también. Lo que la pandemia devela. Odiarlas es poco. Ya está. Ya pasó.
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Lo mismo de lo mismo. Lo mismo de hace un año también: estaba releyendo el diario y caí en cuenta. Aunque ahora yo venda más, ahora hago más comisiones, ahora son ellas, las arpías, quienes me envidian a mí. Círculo perverso. Y al mismo tiempo, ser un afortunado por tener trabajo, comida, esto y aquello.
Hay a quienes el dolor los afloja. A otros, en cambio, los endurece más. Y siguen perdidos. La cordobesa, supongo resentida, ardida porque yo cobro más comisiones ahora. La vieja zorra, con respuestas de mierda, desde su lugar de llevar años ahí. En fin. Lo mismo de lo mismo. Y no poder sacármelo de encima. Este odio que me producen. Y que es malsano. ¿Cómo desconectar? Y haberles dado confianza, sobre todo a la vieja zorra que es un peligro, porque es una chismosa que cuenta todo de todos, que habla del uno y del otro, sumisa (en apariencia) como buena perra esclava.
Y tener que codearme con ellas, porque de eso como, con eso pago el alquiler, la vida.
¿Y cómo es que lo olvido a veces? ¿Cómo es que olvido que son unas arpías, y luego caigo de nuevo en contarles mis intimidades? A la vieja zorra, sobre todo. Que después viene y se hace la buenita.
Llueve en Buenos Aires. Supongo que podré relajarme, dejar de lado estos pensamientos y lograr que todo, ellas ahí, me importen menos, mucho menos.