Temer (de marzo a abril, otoño)

A veces temo. No dormí bien. En la miniserie quieren que haga otro capítulo porque se les bajó una actriz. Por ahora estoy en pie. Mi prima que vive en Australia irá a Colombia, habla mal de Colombia. En ciertas cosas coincidimos. Pero podría decirse que yo he reconciliado un poco la enemistad que existía con Macondo, léase con el caribe colombiano, que me encanta ser de ahí, que encuentro belleza en ese caos. ¿Viviré en un lugar más desarrollado en un futuro? ¿Mejorará la Argentina? A veces temo. Ansiedad. Debo estudiar la letra para la mini serie. Áspora me animó a hacerlo, dice que uno no sabe quién lo puede ver, con quién se puede encontrar.

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El trabajo de mierda ese. No confío en que la serie tendrá buena calidad. Seguir intentando, remando. La violencia de esta sociedad, la derecha, estoy decepcionado de este lugar, de esta cultura, con miedo de lo que pueda venir, de cierta reivindicación de valores violentos, el que más grita, el que más se impone; tienen lo que se merecen después de votar a esta mierda.

La forra que pedía actores para el casting de neutro, ni siquiera vio el video que le envié.

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Ayer, una –la que hace lo mismo yo en mi trabajo, pero para territorio mexicano-, le decía a gordo perrito vasallo (léase mi coordinador) algo a lo que perrito respondió: eso, con Nancia, Nancia es nuestro jefe, o con recursos humanos, eso no es de gestión, todo lo que sea condiciones con él.
Se lava las manos. Qué rol inmundo el del mando medio que hace las veces de policía, y se pone del lado del patrón.

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¿Sabrosa?

Temo que la elefanta haya empezado de vuelta a hacer sus pasos estruendosos. Ayer tuve una larga conversación con Áspora. Dice que le reste importancia, que no haga nada, que es peligroso buscar confrontación. Incluso buscar una mediación con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Yo soy un hombre solo, ella puede decir que estoy loco. Y acaso ¿a quién se le va a impedir caminar adentro de su propia casa? Pero no es caminar, es caminar de ese modo. Hoy pasadas las ocho y media de la mañana me despertó. Hubiese podido dormir hasta altas horas.

El internet falla de nuevo.

Uno, en Tinder, tenía en su “bio” –cuánta terminología- que la edad es solo un número. No, no lo es. Tal vez quería decir que la madurez no es una cuestión de edad. Pero la edad no es sólo un número. Vaya si la vejez se va sintiendo de a poco en el cuerpo.

Áspora dice que mi vida es “sabrosa”, dijo así. Dijo que confía en mi éxito.

¿Éxito?

Debo estudiar, memorizar las líneas para el capítulo en la miniserie.

No he dormido bien.

Atormentado. Sí, no tengo mayores dramas, pero, en mi caso, los dramas vienen de la mente misma, de los deseos truncados, del esfuerzo que no da frutos en el tiempo que uno quisiera. El tiempo. La frustración.

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En Buenos Aires no para de llover. Tal vez pare mañana. Pienso en el hombre en situación de calle que se para en la esquina. La temporada de lluvias amenaza con ser larga. Escribo estas nimiedades, creo que con el fin inconsciente de mantenerme a flote.

En el taller han propuesto escribir algo sobre traición. El profesor no es una persona amante de las consignas. Pero dijo que tampoco prohíbe nada.

Despierto temprano para tomar café. Veo noticias. El otro día gordo perrito vasallo lamebotas decía que no ve noticias. No me sorprendí. Típico de ese mundillo, abstraerse. No obstante, creo que algo de bueno hay en esa práctica negadora. Creo que se vive mejor si uno no se entera de muchas cosas, si no se saben muchas cosas.

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Hacer qué (el sueño del pibe)

No, no despierto tranqui. Despierto y, luego de mandar varios mensajes en esa app de mierda -Grindr-, entonces puteo a uno al que ni siquiera quiero ver. Y me dice “una que se despertó tranqui”. Y seguimos la conversación, le digo de todo, el tipo la sigue, le digo que me encanta ver cómo responden al maltrato, cómo hay que lanzar improperios para que continúen la conversación –estoy mintiendo, no me encanta, y me sorprende verme peleando así-.

No despierto tranqui porque vi que unos que sigo en Instagram están en una obra. Despierto frustrado porque no estoy actuando, porque debo trabajar en el mundo corporativo para vivir –pero por suerte tengo dinero, aunque sea poco-, despierto frustrado porque quiero coger y no tengo con quién. Despierto frustrado porque imaginaba otra vida. Pero hasta hace apenas unas horas había descubierto, le había dicho a la psicóloga, que, luego del problema del baño, los otros problemas parecían poca cosa.

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El privilegio de ducharse

Vencido. O no tanto. La mujer de arriba, la elefanta, hace sus pasos fuertes cuando quiere. El encargado trata displicente. En el trabajo, esa sesión disciplinaria, funcionan como unas divas, con una cultura de poder, pero debo ser amable con esa gente con la que no quiero estar más. No puedo mudarme porque no tengo el dinero. Irme de viaje sería un exceso.

Lo de los castings es una constante, es un proceso, no entraría en la lista. Pero también, hay que tener fortaleza.

¿Qué hacer con estas líneas que escribo? Salgo a correr. En lo único que pienso es en drogarme, tomar alcohol y dejarme llevar por el placer. Hoy no, solo por hoy. Hoy no será.

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Qué baja tenía la energía ayer. Miraba a los hombres a la cara, miraba sus cuerpos. Mientras hacía ejercicio solo pensaba en estar con un hombre.

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Se borró algo que había escrito. Más o menos decía que desperté triste, que no quiero estar bajo el mando del gordo vasallo ese, gordo perrito vasallo lamebotas. Pero no puedo hacer más, la situación económica no me deja renunciar. El otro día en terapia, la psicóloga preguntaba por algo que había dicho yo, qué era para mí la libertad. Por lo pronto, no estar bajo el mando de este gordo a quien aprendí a despreciar.

Harto es poco. Despierto faltando veinte minutos para las diez. A las diez es la reunión con el gordo perrito vasallo lamebotas. Disfruto diciéndole así en estas líneas. Al menos puedo descargar mi furia así.

Horas enteras buscando cumplir una fantasía que no llega.

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Podría haber leído, podría haber escrito, no sé, hacer algo más “provechoso”, buscar material para el espectáculo que quiero armar (“espectáculo”, qué palabra pretensiosa).

Es un día nublado en Buenos Aires.

No soporto más ese trabajo, no quiero estar más ahí. No quiero esas condiciones.

Pero mejor no acercarme a eso, a las drogas, no me harán mejor, mejor estar descansado, mantener la calma, estar consciente, aunque duela. Va a doler más si intento evadirlo.

La profesora de filosofía, escritora, dice que todo arte es basura, que todo es basura, lo critica todo, como si no quedara nada a lo que apostar.

Que no me pierda.

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A la profesora de filosofía le darían náuseas, probablemente, si leyera esto. Pero no quiero dejar de hacerlo. Pobre de mí que, con una expresión netamente de auto-referencialidad, intento mantenerme a flote en el caos cotidiano.

Han vuelto los problemas del techo en el baño. Se ha roto un caño adentro y llueve en mi baño. Como si tuviera un karma.

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Positivismo barato

Los del comercial de la tarjeta de crédito no aparecieron más. El fin de semana grabé una audición para iniciar el proceso en una obra de teatro. Que algo surja, ojalá. Algo que valga la pena, quiero decir, algo profesional. Se supone que estoy listo.

Quiero creer que hay poca producción y que hay mucha oferta de actores. Poca demanda, mucha oferta. Iba a escribir algo sobre la sociedad, sobre la crisis, pero no me salen palabras. O sí, mejor escribir los hechos, y ya. Mujer M me ofrece 100 dólares, quiere cambiar porque no llega a fin de mes.

Resistir, no queda de otra. Tal vez deba leer menos sobre la situación actual. Tal vez.

Hoy tendré otra entrevista de trabajo. Aunque es un rol que no quiero. Por lo menos tengo dinero. Pero los odio a los garcas empresarios que me contratan, porque son unos vivos, cagadores, ventajistas. No sé si experimenté antes tal inconformismo con un trabajo.

El chico del otro día –el nuevo chico efímero- apareció. No me termina de gustar. Fui amable. Dijo que no iba a venir hoy. Al cabo que ni quería.

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Ayer la CNN sacó un informe que en Argentina los productos en el supermercado cuestan lo mismo que en España, con salarios nueve meses menores.

Postularme a trabajos, roles que no quiero hacer, solo por la plata.

No debí responderle así al tipejo ese –al nuevo chico efímero-, que ni me gusta del todo, diciéndole que igual iba a estar acá. Mi mensaje de voz, de un minuto, con mi ánimo claramente bajo.

No quiero tener contacto con la humanidad. Vivir preso de las normas y reglas para conseguir trabajo.

Y si voy un poco más lejos, no quiero estar sobrio. Pero es lo que más debo hacer para estar en pie.

El gordo vasallo –gordo perrito vasallo lamebotas- no se conectó a la reunión de las 10, dijo que no tenía luz. Me quedé escribiendo, buscando trabajo. Pero ahora son las 11, debo ver a la diva Nancia, y a todos ellos. No pondré cámara, por supuesto.

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Buenos Aires no es Barcelona (largo de Carnaval)

Ha sido un lindo domingo, un buen almuerzo con Laitan, una linda caminata. Nueva obsesión: conseguir un nuevo empleo. Como si fuera poco con la búsqueda de castings, escribir los cuentos, entrenar la actuación.

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Ayer mamá reenvió una foto de cuando vinieron a Buenos Aires. Qué joven mi cara, qué mirada tierna. Si pudiera volver el tiempo atrás. ¿Qué haría? Claro que se nota que he perdido la inocencia. Le di más importancia a vivir en una ciudad que me gustara. Bogotá me pareció tan desastrosa, me apegué tanto a lo que viví aquí. De nada vale arrepentirse.

Ahora tal vez convenga trabajar un poco más, intentar un poco más, y ver si puedo darme el gusto de viajar por Europa en algún momento, como tanto quise. Mientras, los demás, los que tienen gustos, pasiones tradicionales, los que no se fueron, no migraron, hicieron una vida de lo que quisieron. A veces me digo que tengo todo por salir adelante. Pero no lo sé. A veces también me siento cansado de insistir y no haber obtenido lo que tanto he deseado. Yo que eran tan lindo.

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Dentro de unos minutos, reunión con el gordo vasallo lamebotas que tengo por coordinador. Otra reunión más. Ayer fue igual. Despierto y escribo. Insomnio tardío. Dormí a eso de la 1, pero a las 6 desperté, fui al baño y no pude dormir más, fumé un cigarrillo, lo de siempre, caí de vuelta a las 8. Y ahora son casi las 11, y debo conectarme a hablar con el infeliz ese.

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Tengo que salir de ese lugar, cambiar. En la tarde, la entrevista. La haré, aunque ya sé que no quiero hacer el mismo trabajo que tengo ahora.

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Escribirle un correo a la de la entrevista de ayer, decirle que no soy lo que buscan, todo con un lenguaje corporativo, por supuesto. Fue buena gente la chica. En el casting de ayer –esos castings de publicidad son la comida rápida del negocio de ficción, pero tengo que hacerlos igual, supongo-, el tipo que lo “dirigía”, si es que cabe la palabra, chico rubio hegemónico, con su humor pesado, “besitos”, dijo de mala manera cuando yo, tan amable, me despedí, al salir.

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El mundo irreal

Esto no tiene el ánimo de ser una reseña cinematográfica. Esto va en primera persona y -con el total respeto que debo a quienes leen-, ostenta el deseo de diferenciarme del mundo comercial, del mundo real. Ostenta el egocentrismo, el histrionismo, tal vez, que trato de sacudirme o de analizar con psicoanálisis. Ostenta el narcicismo de “su majestad” el niño, que se niega a crecer. En el mundo real tengo nombre y apellido. En el mundo real soy un hombre que trabaja para vivir, que intenta forjarse una carrera -labrarse una carrera- en la actuación, hago audiciones con nombre y apellido -audiciones en las que quedo con mucha menos frecuencia de la que quisiera-, escribo cuentos que llegan a pocas personas, participo en concursos que no gano, doy mi cara en las redes para buscar pareja. Pero no es ahí donde queremos vivir los artistas, en este plano, o ese plano. Lo loco -podría usar un término más refinado- es que luego de un tiempo a acá he descubierto -no es una máxima, tal vez vale sólo para mí, o para quienes tenemos un temita con el autocontrol- lo asombroso -¿maravilloso?- es que cuanto más se tengan los pies en la tierra, cuanto más se conozcan los límites, podría decirse, que implica esta basura de realidad que hemos construido como humanidad, cuanto más fuertes nos hagamos para tolerar el padecimiento, tal vez -solo tal vez-, podamos entonces navegar con más destreza, más estoicos, las amarguras de la cotidianidad, entrar y salir con menos pena -un poco menos de pena- en las mieles de la ficción. ¿Y qué implica eso? No lo sé. No pretendo dar lecciones. Pero hay dos mundos, eso quiero decir. Dos planos. Tal vez podría borrar todo esto y escribir “lo mejor es estar cuerdo”. Cada cual hace lo que puede, ya lo sé. Y hablo desde el privilegio de no tener un trastorno grave. O eso creo. Tal vez me saldrían mejor estas líneas si escribiera una reseña cinematográfica. Pero qué pereza el mundo real. De amor no hablo, porque no sé nada. Aguante la fantasía, carajo.