
El caniche rasga la puerta de la cocina durante las noches, cuando Melania, mi casera, lo encierra ahí a pedido mío, así puedo dormir. Anoche ha rasgado con vehemencia, y me ha despertado, me ha angustiado por momentos. Pero si se queda afuera, al menor ruido, y cada tanto tiempo, lanza un ladrido, y me despierta, en la mitad de la madrugada. Antes no rasgaba tanto la pared. Al parecer, en lugar de acostumbrarse, el perro hace mayores esfuerzos por salir. Ya no sé qué será peor. Creo que sus ladridos son peor, desde luego. Tengo la esperanza de que se acostumbre. Es un faldero insoportable. Aunque lo quiero, sí, me he encariñado.
Más de lo mismo. El cansancio del lunes en la mañana, como si no hubiesen pasado tres días sin ir a trabajar. Me arreglo, los mocasines, los mocasines de siempre, la lluvia que amenaza con mojarlos, y si eso sucede, ¿entonces qué usaré mañana? Y así. Paranoias cotidianas. Y el reloj que me apura. O yo que me apuro solo, porque sé que ya voy un poco tarde. Y el subte, repleto. Y así la vida, la vida de lunes a viernes en la ciudad. Salgo.
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¿Sobre qué voy a escribir, sino sobre todo esto que tanto me agobia? ¿Cómo avocarlo a la ficción? Me consuelo diciendo que la obra de teatro marcha. A su ritmo, pero marcha. He escrito una obra, y actuaré en ella. Aunque todo duela, por lo menos me reconforto en el arte, en la posibilidad de hacerlo.
Y si algo marca mi vida, como lo escribía el otro día, no es sólo el perro, si no la convivencia en sí con esta mujer y, claro, con su perro.
¿Está mal esperar siempre una recompensa, estar esperanzado en que haya un triunfo, una alegría al final?
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La tibieza, la falta de energía, de alegría, de carisma. Eso, la falta de carisma, la inseguridad disfrazada o convertida en descortesía. Eso observo en algunas gentes. O tal vez sean mis paranoias, mis mil y Continue reading “Final de mayo, principios de junio”