Han sido días de llanto, aunque me dé vergüenza decirlo. No quiero con esto sonar débil, a víctima. Leí que quienes lloran, en realidad, somos más fuertes, porque llorar ayuda a un mejor manejo, a una mejor conciencia de las emociones.
Ojalá venga una época más tranquila, ojalá llegue una época de mayor tranquilidad, sí, el tema del internet me robó demasiada energía durante las últimas semanas, y detonó el martes en la noche con una discusión álgida, pesada, que me ha mantenido dolido, repitiendo la misma escena una y otra vez en mi cabeza, aunque no quiera, aunque quiera pasar la página.
Empecé a ensayar la obra. El proyecto sigue en pie. No es mi ocupación de tiempo completo. El otro viernes iré a un casting. Voy al proyecto de investigación en el lugar donde me formé. Así, tal vez, si lo enumero, puedo sentir que soy un actor, que soy un artista. El taller de escritura sigue en pie. Y todos los días, aunque sea poco, escribo. Escribo, sí. Me han publicado un cuento. No quiero llegar a la idea de la frustración. No quiero.
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Domingo. Un poco más tranquilo todo. Anoche me he sentado a comer una pizza en uno de esos restaurantitos económicos. Ya se nota que la masa no es como la de antes. Han de estar ahorrando. Puedo notar la pobreza. Aunque lo haya escrito antes. Noto las diferencias entre las diferentes líneas de subtes, los estratos sociales, la inmigración pobre, la clase media argentina.
Quería, en realidad, anoche, hervir brócoli y zanahoria. Un poco de calabaza también. Y comer con el pollo que me he traído del trabajo. Pero no quería compartir el espacio con Melania. Así que, a pesar del frío, decidí salir. Pizza y vino.
Después, cuando volví, Melania cocinaba unas milanesas en el horno: qué bien que he salido: de no haberlo hecho, me hubiese encontrado con ella, y hubiese tenido que cenar viéndola pasear de un lado al otro, mientras se tostaban en el horno sus milanesas de peceto. Ahora, por ejemplo, da vueltas por ahí, mientras yo tomo café en mi habitación, y fumo unas pitadas de la hierba que todavía me queda del gran Boisano. Es por eso también que no tengo fuerzas aún, después del encontronazo del martes a la noche, para compartir el espacio durante mucho tiempo, por la marihuana, me nubla, y me produce paranoia, persecución interior.
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Como si no quisiera mostrarme tal cual estoy o soy: misántropo, repelente. Vaya contraste con la amabilidad que profeso por momentos.
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Dedico el domingo a escribir, a fumar marihuana y a regodearme en la idea del agradecimiento por tener suficiente. Hablé con mi amiga Áspora y he recordado los días en Macondo, y creo que todo esto siguen siendo gajes de un plan que lleva su tiempo, que las cosas no ocurren de inmediato.
¿A dónde me iré después de acá? A dónde y cómo.
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Hacen mucho ruido. Son ruidosos, se hacen sentir, hablan. Cuando una persona está sola no habla tanto. Por eso me molesta que estén juntos, porque siento sus voces, la de Melania y la de Pirado.
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Perspectiva. Esa palabra quería escribir. Que es cuestión de perspectiva, desde donde se mire, que estoy en un proceso, que estoy en transición, y disfrutar entonces esta transición, hasta que viva solo de nuevo, hasta que me organice como pueda, encontrar la estabilidad adentro.
Ayer llené toda la casa de olor a brócoli. Me he sentido absolutamente culpable, esta mujer gritó cuando llegó: “¡huele a brócoli hasta en el cuarto!”.
Olvidé cerrar la puerta de la cocina, olvidé abrir la ventana. Lo siento.
Que ahora estoy mejor, le decía a mi amiga Áspora, que hace un año estaba en Macondo anhelando el regreso, no el invierno, eso no, pero sí las actividades, los amigos, las salidas. Aunque todo se naturalice de a poco.
Se ha terminado la semana marihuanera. Se ha terminado la marihuana. Esta noche, después de la kinesiología, haré ejercicio, y luego me prepararé una cena.
Es cuestión de acostumbrarse, por un lado. Y por el otro, cuestión de perspectiva. Acostumbrarse a que ellos (mis compañeros de vivienda) son ruidosos (aunque exagero) y pasan una gran cantidad de tiempo juntos (de cuatro a cinco días de la semana). Acostumbrarme a usar los espacios comunes, sobre todo la cocina, cuando está desocupada. Aunque me genere disgusto. Y para el disgusto, entonces, tal vez sirva lo segundo: la perspectiva. Hace un año, estaba en Macondo, y si bien estaba cómodo, más que en la Inmunda, extrañaba con locura la Furia, volver, y habitar las calles en las que me formé como artista. Ahora estoy aquí (como dice la canción), ahora estoy de nuevo con mis amigos, en mis lugares, retomando la vida que dejé. Pero con la diferencia de que no recibo dinero de afuera, de mi casa, de mi familia. He contado con suerte, he conseguido un trabajo, debo estar agradecido.
Y ahora, entonces, la desesperación pasa por vivir solo. Pero debo tener calma. Recién llego. Ocho meses del regreso. Un esguince de tobillo, una deuda que atrasó mis planes de ahorro. Y entonces entender que es temporal, que no viviré acompañado toda la vida.
Y mirarlos como maestros, pensaba después: ¿qué debo aprender de ellos, de Melania, de Pirado y del caniche Ringo? ¿Qué lección hay en toda esta parte de mi vida?
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Espero que las cosas mejoren. Que el fastidio que le he tomado a mi casera cambie. No digo quererla, pero no alimentar el fastidio que me produce toda ella, su vida y su inmadurez. Su vida de oligarca que vive de la renta, oligarca con la formación a medias, con los talentos inexplorados, y que no haya tenido siquiera la necesidad de ahondar en ellos, porque tuvo una vida “acomodada”. ¡Alquilar cuartos! ¡Vivir de la renta! Además de subalquilar las habitaciones de una casona en la que vivió, administra con el novio el departamento de un amigo. La juzgo. Sí. Tal vez por envidia. Porque quisiera yo vivir de la renta y no hacer más. Ya eso es trabajo suficiente. Pero alguna pasión, alguna dedicación, algo que te inspire más que el comercio. Pobre niña malcriada. Pero no debo alimentar el odio. Tampoco reprimirlo.
Eso quiero. Siempre lo escribo. Ser rico, millonario.
El poder, las situaciones de poder y cómo la miseria humana se cuela por entre cualquier intento de disimulo. Miseria y codicia. Las hay en mí también, lo sé.
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Si me descuido, si dejo la puerta abierta el puto perro entra a mi cuarto, y agarra la pelota de tenis que uso para masajearme los pies. Hoy, sábado, está ladrando más que nunca. La estúpida de mi casera lo metió en la cocina, pero luego, como se ha dado cuenta de que me he despertado, creo, lo deja que ladre el animal de mierda. Ojalá le dijeran algo los vecinos, pienso. Ojalá le molestara a alguien más que a mí.
Y llega un momento en el que la tarada no le dice nada, lo deja que ladre y ladre. Qué repulsión me genera por momentos la raza humana, su miseria, su estupidez, su codicia.
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Hoy, charla informativa en el trabajo. En la noche, un casting. Hacer ejercicio (si me da el cuerpo), cenar. Sábado, ensayo. El domingo anuncian tormenta. Si me agradan mis ocupaciones, si mantengo mi ilusión en el arte, entonces la paso bien, mejor, quiero decir, la paso mejor.
Colombianos pobres que crean la visión de que todos los colombianos somos eso, inmigrantes pobres. Crece en mí la ilusión de vivir en el primer mundo, de tener una ciudadanía del primer mundo.
El país, alienado por el fútbol. Intento no ver noticias. O no las que me muestran esa realidad, la del Fondo Monetario. La pobreza se ve desde hace rato, no ahora. Pero ahora más. Ahora las noticias hablan de despidos, las calles pobladas de indigentes, los precios que suben sin parar, el dólar devaluado, los ricos cada vez más ricos y la gente de clase media sumida en la individualidad de la conveniencia personal, confiando acaso en quién sabe qué idea. ¿Se cuestionan haber elegido a semejante imbécil, a semejante grupo de oligarcas que nada harán por las clases menos favorecidas, que gobiernan, en cambio, para sus amigos con dinero.
El otro día, en una reunión de amigos, nos pusimos a buscar, y nos dimos cuenta que la cantidad que le prestó el FMI a la Argentina es casi la misma que le prestó en su momento a Grecia. Y Grecia está vendiendo islas porque no puede pagarle la deuda al Fondo.
En Islandia, el primer ministro renunció por tener dinero no declarado fuera del país. En Argentina no pasa nada si el presidente tiene ese tipo de cuentas.
Me preocupa y me enoja ver cómo esta nación tan próspera en materia prima sucumba ante los ladrones poderosos que se quedan con la mayor parte de la torta. El mundo fue y será una porquería. Qué me queda si no encerrarme también en la individualidad, y velar por mí, por los míos. Indignarse no es suficiente. Y toda acción es política. Qué debo hacer, qué puedo hacer. Si lo pienso, un poco de culpa me entra. Pero no somos culpables nosotros. Aunque podamos hacer cosas. No debo caer en la trampa: son ellos quienes han hecho este desastre. Y solucionarlo (espero equivocarme) va a ser difícil, un proceso largo.
El dólar sube sin parar, el salario se devalúa. Debo hablar con Melania y decirle que, si ella quiere cobrar en dólares, que lo haga con otra persona, le diré que la entiendo (entiendo que te relamas y que veas la oportunidad de aprovechar la crisis de este país, entiendo la miseria humana, soy un humano también), le diré que me avise con tiempo, pero que yo necesito vivir en un lugar en el que el precio se mantenga en pesos.
¿Y la ilusión de viajar? Desecha. La cantidad que podía ahorrar hace cuatro meses cuando empecé a trabajar vale ahora el 50 por ciento de lo que valía en ese momento. 50 por ciento. El dólar ha subido un 50 por ciento en cinco meses.
Irme, vivir en un país más saludable, en un país mejor. Tal vez casarme con mi amigo italiano, tener la residencia europea, conseguir, de alguna manera, permiso para trabajar allá, en el primer mundo, algún lado mejor. ¿A dónde? ¿Cómo? Calma, me respondo. Paciencia. Paso a paso. He logrado salir de nuevo de la inmundicia de la cultura de la que provengo. Ahora, como otras veces antes, lograré lo que me proponga.
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Y pasan las horas, los días, y no escribo ficción, no me dedico. Termino un cuento, lo llevo al taller y me desentiendo después. Escribo una línea, corrijo otra. Y un cuento me puede llevar meses. Mañana, mañana domingo me dedicaré a la historia que pienso terminar por estos días, aunque no sepa aún qué final le daré. Debo escribir, dedicarme a la ficción. No tanto a este diario, que aunque me ayuda (¡cuánto me ayuda!), me saca tiempo que podría dedicarle a…
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Espero que esto no lo lean nunca las personas de quienes me expreso con tal virulencia: es horrible. Ha sido un buen fin de semana. Aparte de los escalofríos. Con errores, sí, errar es de humanos, dicen. He sido feliz con mis amigos, he sido incluso feliz en mi trabajo, sabiendo que tendría este fin de semana, así. He recordado por qué quería venir de nuevo a Buenos Aires, he reconocido que de esto me hablaba la intuición.
Ahora bebo café, son las cinco de la tarde, y me he enojado, sí, como ayer, porque el perro ladra. Ladra y mi casera no le dice nada. Pero ahora ya no, ya se me he pasado el enojo, he podido dormitar un tiempo. Dormitar bajo el efecto del vino, de la marihuana, y de un cuarto de la pastillita sedante, una pastillita que le recetaron a mamá en Macondo, y que he traído de allá.
querido Anónimo, siempre te leo. Pero hoy no puedo hacer empatía, mi impotencia supera la tuya.
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Hola, Concordia1945. Gracias por leerme y por comentar. Estoy seguro de que tus razones son más graves, puedo intuirlo. He visto noticias. A veces siento culpa por darle tanta cabida a mis tormentos. A veces no puedo ver el vaso medio lleno. Cada uno con lo suyo. El miedo y la soledad golpean fuerte por estos días. Siempre los lunes son peores. Los lunes de invierno. Quisiera escuchar más sobre tu impotencia, escucharte sobre lo que pasa por tus pagos. Un saludo. Y, de nuevo, gracias por leer.
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Yo te leo, aprecio como escribes. Con corazón y esa estética hace química conmigo. Yo me siento culpable por decirte que algo peor ocurre por aquí, se que tú tienes que cargar con lo tuyo, la soledad también camina entre nosotros. Escribiré algo, sobre mi crisis existencial… Luego que regrese de comer un helado, soy adicta, a esta debo comer helado para poder dormir. Abrazos grandes, enorme, a mi me hace falta un abrazo intenso.
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¡Me hiciste reír, Concordia! Amenicemos, pues, el dolor existencial con algún bocado dulce. Un saludo.
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Escribiré una historia, encuentra la crisis. ¿Sabías que los colombianos son mis seres favoritos en América Latina? Tienen salsa, humor y desfachatez, me encantan. Los Argentinos me agradan, con todo y su ego, pero son especiales…
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