Turbio II

Miércoles. Dos horas tarde para el trabajo. No podía salir de la cama. Mal humor porque es tarde, porque hace frío, porque no pude despertarme a escribir, porque mi trabajo consiste en perseguir personas, y el hartazgo a veces me gana. Por las formas de la psicóloga. Por haber rabiado. Por exponerme de esa manera, porque no me gusta exponerme. Aún estoy dormido. Es un lindo día afuera. Siempre escribo lo mismo, las mismas frases de cajón, armadas ya en mi cabeza, nada que pueda superar lo anterior. La estufa de gas, encendida. No paro de escribirlo. Por suerte. Por fin pude calentar este departamento, es chico, un recoveco al que no le da el sol en invierno. El frío me hacía tilitar. Con la estufa de gas estaré bien. Más otras cosas, claro. Mal humor porque debo trabajar y no quiero. Encenderé un porro. Y pensar que estas líneas quedarán tal vez en el olvido. Y después, ¿después qué? Por suerte tengo trabajo, por suerte recibo dinero, por suerte puedo darme gustos.

Los imbéciles en esas redes malditas, almas perdidas que giran, como yo, que me pierdo cada vez que debo soportar lo lento que va todo en comparación con cómo lo imaginé, lo poco de arte que puedo hacer. Entonces escribo como una manera de expresar esta furia por no poder desarrollarme en lo mío.

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Que pide

Lo importante es ser masivo, conocido, llegar a la gente, ser reconocido por pares y por el público, dicen. Eso es lo que la sociedad marca como importante. Y para eso, uno necesita de la gente, de los demás, de las relaciones humanas. No sé si logro mantener las relaciones humanas de la mejor manera.

El estómago, ya es normal con el café en las mañanas, se muestra resentido por la ingesta de la noche anterior. Es jueves. Anoche vi una película brasilera sobre una mujer con ataques de pánico, que trabaja en la industria de la publicidad, y que termina publicando un libro y tiene sexo con hombres altos. Muchos problemas existenciales, burgueses, como los míos. Problemas banales para quien mira de afuera, supongo. Siempre camino por el filo de una navaja, así me siento. En el nuevo trabajo, me dan pocas tareas, es un rol menor,  y no sé bien si debería pedir más, no sé cómo hacerlo, no sé si convenga. En la mañana, ahora en otoño, disfruto de la luz y el silencio en este departamento. Ya al mediodía empieza el alboroto con el ascensor, que sube y baja y hace vibrar las paredes, por lo menos las de este departamento. Después, en la noche, no sé si es la vecina de al lado o si es otra, en otro piso, desde su cocina, lavando los platos, cocinando, haciendo ruidos, y yo no quiero sentirlos, me fastidian, me ponen nervioso, y después una que grita, no es la tele, es una voz, como si hablara por teléfono, no entiendo lo que dice, es una señora. Y la de arriba, que camina y escucho sus pasos. En las noches, pareciera que los fantasmas arremeten con más fuerza. Ayer falté al taller de escritura, no tenía ánimo para gentes. Como si de repente me viera agotado, como si no viera perspectiva alguna de salir de esta maraña. Cada vez entiendo menos. Y no quiero si quiera plantearme preguntas sobre el futuro, porque no vale la pena, ya iré descubriendo qué sucede. No soy como la mujer de la película de anoche, no sufro de ataques de pánico, por suerte, pero tampoco tengo éxito en ninguna de mis carreras, las letras, el teatro, mis artes, mi vida entera es un completo gris, y cada vez es más difícil ocultarse de los familiares, en este mundo interconectado. Aunque no suba nada a las redes, aunque haya mucho que calle, ellos están ahí, los demás, y eso es bueno y malo al mismo tiempo. Bueno, porque está la ilusión de compañía. Malo porque no desaparecen, porque el aislamiento es mentiroso, porque si uno cede, en un arranque de buen ánimo, a subir alguna cosa, entonces los demás van descubriendo fragmentos de uno, pedazos. Ahora pienso que soy la mueca de lo que quise ser, como si no me hubiese atrevido a jugármela por un punto de vista, una opinión, por gritar mi verdad. La psicóloga dice que algo de mí sostiene esa idea de no aceptación, como si les diera la razón a esos que piensan que está mal ser gay, ser artista, pasearme por fuera de los límites de lo establecido como correcto en mi sociedad.

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El artista y el mercado (largo sin sentido)

Pienso en que él tiene todo, en los demás que tienen todo, la vida asegurada, muchas actividades. Estoy en mi cama, trabajo desde la cama, no quise pararme hoy. Es día descanso. Es miércoles, y afuera está nublado (aunque con una leve mejora). Va a ser mediodía y yo escribo desde la cama. Ya he fumado marihuana, claro. Debo dejarla, sé que debo de meterle a mi cuerpo sustancias que lo dañen. Pero está ahí. Supongo que la consumiré toda, y luego haré fuerza por no comprar más. Y debo ser constante y fuerte.

Hoy solo iré al taller de escritura. Mañana iré al banco. Al lavadero. Y luego tendré la terapia.

Ellos ahí afuera, construyen un mundo, construimos un mundo. ¿Debo usar el plural? Supongo que nunca estuve afuera. Es arrogancia percibirme como algo externo al caudal de lodo. Prefiero decir lodo a decir mierda.

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Buscando ocuparme

Esta marihuana me pone nervioso, miedoso, perseguido.

*

Buenos Aires. Domingo. Pensar en comprar unos auriculares. El dinero, la guita, la entrada de.

Qué diferencia el campo a la ciudad. Campo es un decir, la naturaleza, la vida allá, en esos lugares.  Y ahora pienso en irme al mar, en si debería, en que no puedo descuidar las obligaciones. En que sigo en la modorra de unas vacaciones forzosas.

En el sur me desintoxiqué de las sustancias malditas. Y ayer, ya loco, bajo el efecto del alcohol, jugando con fuego, me metí a hablar con uno y con el otro en las redes. Pero ya había tomado las pastillas para dormir, más el cansancio del día, del viaje en general.

Y la soledad del departamento, pero los ruidos. El sentirme alejado afuera, esa sensación de estar solo.

Qué lugares. Qué vida me he dado, cuán agradecido estoy. Y la vida que se dan ellos, los que ganan más, sus responsabilidades, y tener que volver a un mundo así. ¿O será que pasé la prueba? ¿Siempre viene una prueba más? Empiezo a quejarme, si pienso en eso que viví, en el encierro en una oficina -por más que el trabajo después haya sido fuera de la oficina, el entrar en una estructura. Y pensar en trabajar, en hacer, en las cosas que hago. ¿Cómo verme libre, cómo verme andando por ahí, sin la necesidad de contactarme con los demás? Ir a ciudades, ver otros mundos. Pero la naturaleza. Cuán feliz fui en medio de la montaña. Alguien que no sea tan nervioso como yo. O mejor, dejar yo de ser nervioso, ese ser que piensa en mil cosas al tiempo. Cuánto detesté a los demás que estaban acompañados todo el tiempo.

No escribí mucho, es cierto. El trabajo implica encierro. Y no estar dando vueltas, revoloteando por ahí.

Quisiera no tener que ver a nadie nunca más, el contacto con ellos, como si estuviera asustado, con miedo de eso.

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Peruano, la rutina y malos humores

¿Por qué este dejo de tristeza? ¿Por qué, de repente enamorado de este ser humano, que antes se supone no me gustaba tanto, y ahora, como pasé todo este tiempo con él, entonces hay algo de apego…?

¿Por qué esta tristeza? Es como si de repente me encontrara dejado, abandonado, cuando percibo al otro como un ser ideal, que vive su vida feliz.

Y así vamos por la vida los humanos, queriendo a unos, rechazando a otros. Queriendo a unos que nos rechazan, rechazando a otros que nos quieren. Felicidad y compañía no son sinónimos necesariamente. Digo, no es solo feliz quien está acompañado. ¿Por qué esta tristeza?

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Cumpleaños, fin de año

¿Siento algo de presión por celebrar mi cumpleaños, por no estar solo? Espero todo salga bien. Al final no me reúno para hablar del proyecto con mi compañero hoy. Me da más tranquilidad: debo hacer compras. ¿Y mañana? Mañana será mi cumpleaños, y lo pasaré acá, encerrado, haré algún ritual, supongo. Y escribiré.

Tres semanas libres sonaban a tanto, y ahora ya está por terminar el receso, y pienso qué duro será volver a la cotidianidad de ocho/nueve horas dedicada a ese mundo. ¿Y a qué más me voy a dedicar si no, si debo hacer dinero para vivir como quiero? El futuro. Miedo a volver a ser un esclavo, preocupado por las comisiones, las ventas, los procesos, y todo eso en lo que me meto para lograr ganarme la vida. Aunque ya se me dijo que tendré siempre lo que necesito, el temor de que vengan tiempos áridos me hostiga.

El futuro. Miedo a volver a ser un esclavo, preocupado por las comisiones, las ventas, los procesos, y todo eso en lo que me meto para lograr ganarme la vida. Aunque ya se me dijo que tendré siempre lo que necesito, el temor de que vengan tiempos áridos me hostiga.

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Permitidos

Lo último que escribí y ahora vuelvo a escribir sobre lo mismo: la marica ruidosa de arriba pone su música, hace escándalo como si estuviese en trance, con su música de fiesta. En fin. Son solo unos momentos. Creo que ha comprado esos parlantes caros y que ahora siente que debe usarlos.

No es bueno reprimir la ira; debo canalizarla, lo sé, así no estallo y cometo una brutalidad como hace un tiempo, con el golpe de la mano que derivó en una operación.

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Previo (septiembre ya)

Sólo espero el momento de volver a la cama, refugiarme con mis auriculares o mis tapones en medio de mis cobijas y no tener que lidiar con el mundo.

Todo me da miedo, todos me dan miedo. En la cancha de tennis siguen jugando. Espero a que se vayan para tomar las medidas: el viernes, con suerte, vendrán a instalar unas cortinas.

Noche, aburrimiento, lo de siempre.

Entre sueños, imagino que estoy con el uno y con el otro, que les pago para que me abracen, para sentir el roce de sus cuerpos al amanecer. Quisiera olvidarme de esta soledad. Quisiera entrar en otra etapa, no sé bien qué quiero, qué pido.

Escribo mientras espero la reunión para celebrar el cumpleaños del profesor de escritura. No es la hora más oportuna. Pero tampoco quería decir que no podía.

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Sanando (tiempo al tiempo)

La novela de Paul Auster pone mi vida… cómo decirlo… al compararme con eso, me siento un hombre que no pertenece a esa sociedad heterosexual, privilegiada por encontrar el amor así nomás. La vida del gay pasa por otro lado.

En las canchas, frente a casa, empiezan a jugar al tenis. Mantengo la ventana entrecerrada.

Pienso y pienso si debo hacer terapia, si invertir ese tiempo y energía, cuando no sabe uno con quién dará, qué tipo de persona y de terapeuta.

Y así me la paso, escribiendo sobre mí y fumando marihuana. No es cierto. También leo, duermo, como y tomo vino. Como si no hubiese nada más para hacer, mi uso del tiempo libre ha estado dedicado al ocio, a no hacer ni pensar en nada serio.

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