¿Tengo varias caras, actúo, en el mal sentido del término? Lo hago, en todo caso, inconscientemente. Con Melania, por ejemplo, mi casera. Creo que no intuye ella mi neurosis, mis furias escondidas por una razón o por la otra. ¿Intuye que tengo un carácter tan jodido?
La convivencia marcha bien, excepto por los ladridos constantes del caniche Ringo, que es un guardián nato (aunque su fisionomía diste años luz de la capacidad de proteger a su ama ante alguna amenaza). El puto perro ladra al mínimo ruido. Se ha ganado mi desprecio. Antes, a veces, algún cariño me generaba, pero ahora, ahora que no se calla… ni ganas de acariciarlo. Ella le dice, lo regaña a su manera: “Ringo”, “Ringo, basta”, “Ringo, por favor”. Pero el perro no entiende nada.
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Un mosco me molestó durante el sueño. Y esta vejiga loca, el esfínter incontrolable, me llevan al baño hasta dos, tres veces por noche.
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Demasiada realidad para mi gusto, demasiada seriedad, mundo real. Y necesito más ficción. ¿O no? ¿Por qué poner en duda la perfección caótica del universo? Necesito, tal vez, lo que me sucede y punto: vivir ahora, obtener experiencias aquí y allá. Padecer este miedo, este ir y venir.
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Que entiende que para un artista debe ser difícil estar todos los días en una oficina, eso me ha dicho Raira. Me quejo, qué le voy a hacer.
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Y el perro que ladra. En días de semana, al parecer, el insoportable no ladra en las madrugadas, pero ni bien empieza a sentir los ruidos de la mañana, cuando yo me despierto, por ejemplo, a eso de las siete, empieza con sus disparos. ¿Y qué haré durante el fin de semana, el sábado y el domingo, los únicos días en los que puedo dormir muchas horas seguidas?
Esta tarde tal vez pueda dedicarme a escribir la obra. Eso haré. Llegaré a casa, haré ejercicio, me ducharé, y entonces me haré un té, y durante una hora o una hora y media sólo me dedicaré a escribir la obra de teatro, en cuyo proceso necesito avanzar.
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Es la gente, concluía ayer. Si bien las tareas en sí, como en muchos trabajos, puede resultar engorrosa, no es ese el problema, si no trabajar rodeado de humanos (más humanas que humanos), que chillan, hablan, se ríen, como serpientitas, gusanitos en su baba, pequeños demonios en forma de monstruo atascados en ese purgatorio llamado oficina.
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El puto perro que ladra. Melania no lo ha dejado más en la cocina durante las noches, como había dicho que lo haría. Debo preguntarle si lo hará. Empecé, aunque muy paulatinamente, a buscar un nuevo lugar para vivir. El perro se está convirtiendo en un suplicio, no me deja dormir.
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Unos días, unos tormentos; otros días, otros. Si no es mi jefa, que está ahora de vacaciones, es el puto perro. Debo hablar con Melania, sí. Ser diplomático. Se pasa la vida, y me dedico a otra cosa, hago otra cosa diferente a la que haría, a la que imaginé que sería de grande, porque hay que trabajar, señores, hay que ganarse el pan, vivir de algo. Pero no me puedo quejar, no ahora que he entrado en la rueda del sistema.
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Buscando el amor en caras de hombres, transeúntes. Entre los ojos y los bultos, miro y deseo, anhelo y lujuria. Como si otro fuera a hacerme feliz, como si en otro fuese a encontrar ese amor que no me he sabido dar o que apenas estoy aprendiendo a darme. Y me cuesta. Vaya si me cuesta.
Si todo está bien, si he conseguido un trabajo, como quería, si estoy en Buenos Aires, como quería… Veo la pobreza ahora. Y me siento culpable por no agradecer. Debo dar gracias. Pero no era eso lo que quería escribir. Cuando uno alcanza algo, entonces quiere un punto más arriba, avanzar más.
El tobillo sigue lesionado. Y ahora resulta que para darme el seguro médico que me dan en el trabajo, debo pagar una deuda que había dejado con esa proveedora de salud: lo que me cobran son meses en los que estaba ya en la Inmunda (en Bogotá), y no di de baja el servicio porque pensé que volvería pronto a la Furia. Ahora debo hacerme cargo.
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Debo conversar con Melania, debo hacerlo pronto: ¿por qué desistió de la idea de dejar al perro durmiendo en la cocina? ¿Es una decisión definitiva? Y con base en esa conversación, entonces procederé a buscar un nuevo lugar para vivir. No puedo estar sin dormir. ¿Y los fines de semana? Los fines de semana son el único espacio para dormir hasta tarde… sólo ladra cuando está su ama el iluso: es un perro guardián.
Perros por todo lado, por toda la ciudad, y la gente paseándolos, sus amos, los paseadores. Perros de todos los colores, tamaños, formas. Hicimos nuestra esa raza, la domesticamos al punto de encerrarla en nuestros vivideros diminutos de cemento. El hombre y las mascotas.
Entonces llega a mí la sensación de infortunio de nuevo: el tobillo, el perro que ladra, no haber conseguido aún mis sueños y, lo verdaderamente importante: no haberlo aceptado. Que es un camino. Que esto no es para siempre, que ya va a llegar el momento.
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La mirada cómplice, alegre de mi maestro. Gracias, maestro. Me ha dado un par de recomendaciones, me ha dicho que debo sacar esto y aquello. Pero la mayoría de mis compañeros en la clase lanzaron evaluaciones positivas al cuento que he llevado. Han dicho cosas que me da vergüenza repetir incluso. Vergüenza y miedo. Miedo porque no sé cuándo vuelva a sacar un cuento así. Dependerá, claro, de cuánto tiempo dedique a trabajar en las letras.
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El perro se está volviendo tema recurrente. Ayer hablé con Melania. Todo muy informal. Le he preguntado si había desistido de la idea de que Ringo, el caniche ladrador, durmiera en la cocina. Ha dicho que no, que le ha dado “paja” pararse a dejarlo allí, encerrado. Pero hoy, en la madrugada, de nuevo, ladró. Algo leve, mínimo. Pero me despertó igual. Y yo vivo con esta pesadez en los ojos. Y se me agazapa el odio en el medio del pecho y en los brazos, porque quiero irme a vivir solo. Y aunque Pirado, el novio de Melania, es un buen tipo, lo meto en la misma bolsa con todos mis otros odios, y no me gusta que esté acá, que cocinen todos los días en la noche.
En mayo se irán 10 días de vacaciones.
Volveré a decírselo, volveré a proponérselo, que Ringo duerma en la cocina, todavía no sé cómo, tal vez convenga la informalidad de nuevo, no hacer una charla tan ceremoniosa, como lo pensé.
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Y la oficina, ¡qué lugar, madre mía! La oficina y sus seres. Siempre pienso lo mismo: hay seres buenos, seres abiertos. Pero hay gente difícil. ¿Y yo? Más tonto es el que cree que otro es tonto. No debo subestimarlos. Es tan fácil mirar la paja en el ojo ajeno. Lo digo por ellas. Pero lo digo por mí también. Y entonces, reflexiono: que no me pierda señalando, que no me pierda en apuntar y en ver los defectos de los otros. Lo que no me gusta del otro, lo trabajo en mí.
“Dios me libre de ser normal”. Eso dije ayer al aire en respuesta al comentario de una.
Y siento que no debí, que no debo regodearme yo, no debo expresar tanto que ese no es mi ambiente, que no pertenezco ahí. Debo ser más inteligente. Protegerme, ser fuerte, de modo que no deje afectar mi vida en general por mi vida en la oficina. ¿O está mal hacer esa división?
Y la competencia. Ella, una de las “conchu”, sentada a mi lado durante el almuerzo, y hablando de meditación, de “cosas tan lindas”, pero luego tan perdida en su angustia, tan irritada a causa del desborde de trabajo en el que se ve sometida, y entonces maltrata.
¿Cómo puedo ser más inteligente en mis relaciones?
No intentar vincularme, no conversar siquiera, sólo hacerlo para lo necesario.
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Ganas de descontrol, de fiesta, de noche. Pero no quiero salir, porque si salgo, voy a alcoholizarme, y luego voy a querer sexo, y mañana amaneceré con resaca y con culpa, y voy a estar cansado, y debo planchar, alistarme para la semana laboral. Así, la vida. ¿De dónde me nacen estas ganas? Busco alguna euforia, algún momento de alegría extrema que compense el agotamiento emocional de los días de semana, la rutina insoportable. ¿Cómo encontrar refugio en mí, encontrar refugio en cosas que no sean la noche, el descontrol? Si el objetivo es cuidarme, entonces esos boliches no son un lugar para frecuentar. ¿Estoy reprimiendo? Las preocupaciones se me agitan, me ponen furioso por momentos: la obra social, la gente en el laburo, el dinero para pagar la deuda, cuánto será esa deuda. Así sigo. El tobillo. La soledad que aparece en un otoño que, por suerte, no termina de llegar. La soledad que me ha hecho volver al deseo de las drogas, al deseo de escapar. ¿De qué escapo? De la falta de amor, del dolor que me produce la falta de un amor físico, alguien que me idolatre, tal vez.
Super… me agrada leerte. Eres un ser genuino supongo, debes ser un problema, pero todos los somos. Abrazo mi querido anónimo. Feliz fin de semana.
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Gracias, Meatov. Lo mismo para vos. ¡Un abrazo!
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