Esa realidad (el artista y la oficina) (o ¡Ma qué derecho de piso, gorda conchuda!)

Agradezco, sí. Pero me opongo, también. Puedo percibirlo. Eso pensaba durante la meditación, lo de oponerse. “Gente mierda” es el término que se me viene a la mente mientras dormito (porque no he podido dormir bien). Pero después me siento culpable (culpable por todo), porque estoy juzgando, desconozco su entorno, y si no me saludan bien, si no me reciben bien, si no son abiertos o si no tienen esta amabilidad sincera de la que tanto alardeo, entones los juzgo. Pero ser mierda es más que eso, pienso después. Sigo juzgando.

La directora de un área de la organización donde trabajo, que no me saluda tan bien, que no me tiene en cuenta, y ayer, se iba a dar vuelta cuando yo llegaba al lobby del hotel ese donde ocurre un gran evento de mi trabajo, y se arrepintió, y luego, rápidamente, volvió a darse vuelta, y dijo “hola”: por un segundo contempló la idea de no responder, de ignorarme. Esa gente que ignora. ¿Por qué lo harán? ¿Inseguridad, necesidad de poder, ego? O la chica a la que le he respondido con animosidad, porque suele no hablar bien, y a mí se me colma la paciencia rápido, y después ha quedado la relación incómoda, porque soy de amores y odios, y cuando agarro a alguien entre cejas, me es difícil quererlo después. Las conchudas, las conchudas, en general. No es que los hombres no tengamos lo nuestro. Más vale que sí. Pero ahora hablo en particular de la conchudez. Incluso chicas de poca edad, con su insolencia a flor de piel: la diseñadora gráfica, por ejemplo, tan segura en su gordura y su pose sexy. Hablo de más tal vez. Hablo sin saber bien cómo explicarlo. Es eso, es ser conchudas. No todas son así, claro. La amabilidad, siempre, pienso yo. Como valor, me digo. Y aprender, sí, de los demás, de sus acciones, y no tomarlo a personal, son así ellos, ellas: sus acciones hablan de ellas, no de mí. De su basta y profunda conchudez. Y los hombres tenemos lo nuestro, nuestro machismo, nuestra mierda, sí, pero ahora no hablo de eso, ahora hablo de trabajar en medio de tantas mujeres y del fastidio que por momentos me produce.

*

El placer del deber cumplido. Deber que paga mis deudas, mi vida. Escribo ahora bajo los efectos de una hierba que el Universo me ha regalado también. Ha sido una linda noche.

*

Y seguir siendo el nuevo en el trabajo. El chico nuevo y amable. Lo de amable es natural, lo de amable es intenso, puede ser demasiado, demasiada luz, demasiado brillo. ¿Exagera narcizo? Que uno no es perfecto, hombre, eso ya lo sabemos. Para qué juzgarse tanto. Y a los demás. Juzgar a los demás: a la maldad en los demás. ¿O es sólo reconocerla, percibirla? ¿Acaso porque también está en mí? “Maldad” ha dicho el chico lindo del área de finanzas, cuando hablaba de una compañera: “es una chica sin maldad”, ha dicho. Me ha preguntado, me ha preguntado el chico lindo si vi “algo” que me gustara… y yo que nada. Y él: “pero ningún chico, ninguna chica, ¿qué sos, asexuado?” Había entrado al baño de su habitación, en el hotel cinco estrellas donde ocurrió el gran evento de mi trabajo, y yo había dejado mis cosas ahí, mi mochila y mi ropa para cambiarme, lo había dejado todo ahí, en la habitación que él compartía con su amigo (porque yo no estaba alojado en el hotel). Y yo me estaba cambiando en ese momento, sí, mientras él desde el baño me lanzó la pregunta, y yo, terminaba de guardar mis cosas, y: “bueno, sí, vi un chico, pero nada, imposible acercarme, estamos trabajando, ¿no?”. Varios me preguntaron por mi sexualidad durante el evento, con otros me salió así no más decirlo. Estuvo bien haberme ido temprano.

Y mi foto del whatsapp: ¿será un poco mucho, demasiado perfil de actor? Pequeñas grandes paranoias. Y ellos, la nueva gente con la que de repente comparto muchísimas horas de mi vida. Y andar caminando por ahí en ese cóctel, vestido de traje, todos elegantes, y llegar a la barra, donde estaba mi jefa, la gorda, y escuchar la conversación en la que supe que casi se mata con su jefe anterior, que terminó odiándolo, que salió muy peleada y tuvo que tomar pastillas antidepresivas todos los días, y le dio asma (o se le agravó), pero luego dejó las pastillas, porque ella no quería vivir atada a una medicación toda su vida, y se fue de viaje, y volvió hace seis meses, cuando entró a la organización donde los dos trabajamos ahora, pero antes se fue de viaje, a recorrer el mundo.

¿Qué me dice esto de su personalidad? Conocer su historia, percibirla, entender al ser humano con base en sus experiencias.

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He fumado un poco de hierba que he ligado de la reunión anoche con algunos de los compañeros de teatro, en un bar palermitano. Ellos, seres entrañables que conozco desde hace diez años, cuando recién llegaba a la Furia. Ha sido una linda noche.

Paranoia, la marihuana causa paranoia.

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Ringo, el caniche guardián, va a dormir en la cocina. Esa es la novedad. A pesar de que rasga las paredes cuando lo encierran ahí, Melania, mi casera y dueña de Ringo, ha decidido que el perro dormirá en la cocina, a ver si ladra menos, y así nosotros podemos dormir más y mejor.

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Todo lo que hay que hacer. Algunas compras de alimentos. Hacer ejercicio. Planchar. Hacerme la cena. La vida del trabajador de clase media.

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He enviado un nuevo cuento a las clases. Un cuento que vengo trabajando desde el verano hasta ahora.

Escribir, siempre escribir. Como si no hubiese otra opción u actividad que saciara más esta ansia de expresión. Hasta que actúe. Y practique este otro arte que hay en mí. Ya voy a actuar.

*

Son infelices, son poco agraciadas, fueron tratadas así. Más lo que traen ya dado, “de fábrica”. La combinación las hace así. Y se hacen amigas, y yo voy generando un odio hacia ellas. No está bien, no está bien odiar. Debo perdonarlas, debo sentirme bien y tratarlas bien, debo mantener distancia también.

“Derecho de piso”, eso me ha dicho hoy mi jefa en la oficina después de un comentario. Me fastidia. Se irá de vacaciones una semana. Debo encontrar en ella y ellas la manera de acceder a mi ser divino, de aprender. Un mar de conchas, entre ellas vivo. No quiero ser ofensivo. Es demasiada energía femenina. El otro día, en un momento, se armó una charla sobre un trabajador, y yo no sé qué dije yo, y la gorda de mi jefa saltó con su vozarrón a gritar que el tipo ese llevaba no sé cuánto tiempo en la organización y que cuánto tiempo llevaba yo, y que el derecho de piso: “Hola, ¡derecho de piso!”, ha vociferado. “Qué concepto de mierda ese del derecho de piso”, debí haberle dicho. “Que me lo diga Fulana o Sultana que llevan años en la organización y no vos que llevás siete meses, gorda forra”.

Por suerte se va de vacaciones.

Pero ella no es la única que me fastidia. Sí la que más, por supuesto. Pero con otras, por momentos, hay tensión, una tensión que exagero tal vez por mi condición obsesiva. Que si no me despido de beso, y me quedo pensando después si he sido grosero. Tonterías así, que me dejan obsesionado. Otras, por ejemplo, de otra área, que me saludan a veces sin mirar a los ojos. Y así, la oficina va siendo un rejunte de personajes y situaciones que uno vive durante nueve horas cada día.

¿Y cuando ya no sea nuevo, cuando haya pagado el “derecho de piso”, con qué me vas a correr, gorda insegura? Por suerte se va de vacaciones. Aunque sea una semana. Los demás no lo notan. Mi fastidio, quiero decir. O eso espero. Una chica, también nueva, de otra área, me comentó que mi jefa, More, era una persona abierta. ¡Abierta! Es la piel de corderito que usa la muy inmunda. Y yo, aunque dudo, también intuyo, veo más, ¿por qué veo esta maldad? Luz que los demás no pueden soportar; a veces las estrellas enceguecen, me digo, un poco para darme ánimo. También creo que lo que veo en los demás está en mí, que las acciones de los demás son reflejo de mi inconsciente.

Y yo… ¿soy sincero? ¿Miento también a veces, finjo?

*

Un limbo, como en un limbo, así habitan esos seres infelices la oficina, y el mundo en general. Maltratan porque han sido maltratados. Ya escribí esto.

Y, en medio de todo el purgatorio que cada vez se me hace más evidente, las chicas lindas, las buena gente, las amables, las amorosas, las que se abren, las que son sinceras, con buenas intenciones, la buena gente. Y, como ya escribí arriba, aprender de ellas, de su amargura, porque eso son, son amargadas, y no debo dejar que me contagien ni intentar transmitirles nada tampoco, sólo debo abrirme a conocer el dolor que en ellas habita, tratarlas bien, y que eso me genere mucha más conciencia, que eso me despierte mucho más ante la pregunta de quiénes somos.

*

Que tengo más aguante, eso me ha dicho mi amiga Raira, que ella lo sabe, “más espalda”, dijo. Sí que lo creo. Mi miedo es acumular y estallar. Porque ya fantaseo con el momento de poner en su lugar a la gorda insolente, y hacerle saber que me parece que es una pésima líder. Y los demás la quieren, con los demás se porta diferente, es otra, tiene varias caras, como todos, pero lo de ella es peor.

*

¡He vuelto al lugar donde me he formado como actor! ¡He vuelto después de varios años! Tres de quienes fueron mis docentes y maestros durante años estaban ahí, en la recepción. He vuelto. He retornado. Eso soy, me digo ahora. Soy un actor. No debo olvidarlo. Porque después, al llegar a casa, las lágrimas de nuevo, intentando compensar esta fase tan pesada, este encierro en una oficina durante horas, oprimido por la relación con una jefa inmadura. Y vuelvo a lo mismo. Porque ayer, en vez de estar feliz porque fui al lugar donde me formé durante años, y me inscribí en el proyecto que quería, y saludé a quienes fueron mis docentes, en lugar de poner el foco en que para eso he regresado, para recorrer esos pasos, para volver a esos lugares, la carga de las horas al lado de la gorda infumable es más fuerte. Pero es eso lo que me va a permitir hacer todo lo otro. Trabajar, digo, me va a permitir tomar las clases de escritura, armar la obra de teatro, ser un artista, porque para comer, ya lo sabemos (ya lo escribí), hay que trabajar. Y no está mal lo que he conseguido. No estaría mal si no fuese por la gorda traumatizada que usa su relación de poder para aguijonear y exhalar veneno hacia mí de vez en cuando.

*

Si tan solo pudiera dormir en paz, si tan solo el perro no ladrara en las noches, o si… (¿por qué no?) tan solo el puto caniche se muriera de una buena puta vez.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

4 thoughts on “Esa realidad (el artista y la oficina) (o ¡Ma qué derecho de piso, gorda conchuda!)”

  1. Conchudas? Aquí se les dice algo como mojigatas. Es como la cultura burócrática de la oficina. Me gusta donde describes la idea de castigarte por tus logros. Abrazos Anónimo. Bonito leerte.

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