Diario de abril

Esta semana haré de nuevo el vision board. Usaré las mismas imágenes que usé para el de Macondo. Los sueños son los mismos. Debo tenerlos claros, no perder la visión. Ayer hablé por teléfono con Áspora, mi bella amiga. La conversación me ayudó a desahogar mi frustración y todo lo que generó el encuentro con el tipo este, S, y que no haya percibido él que soy un actor que escampa en un trabajo de oficina.

Áspora me dice que debo ser mercenario, que entiende que es difícil, pero que es parte del proceso, que vaya uno a saber por qué la vida me pone en estas, que me lo tome con calma, y que, si no es el momento para estar en pareja, me conviene aceptar que no lo es. Me escuchó. Reímos. Hace mucho no reía. Me ha dicho que ahorre, que sea persistente en mis sueños, que estoy bien, que este trabajo era lo que necesitaba para vivir, que me acuerde de las épocas en Bogotá La Inmunda, cuando debía pedirle a mamá y a papá para cada movimiento, cuando no hacía nada de nada, y la angustia que eso me causaba era horrible.

Hoy desperté un poco triste aún. Quisiera verlo. Hablo de S. Quisiera calor, cariño. Y quisiera explicarle mejor mi vida. Dormitar en sus brazos. Qué peligro. Es mejor dejarlo ir ahora.

No puedo traerlo aquí: el recuerdo sería letal después. Quiero que me pase el dolor. Tal vez haga ejercicio. Eso me ayudó ayer.

 

El sexo adquiere otra connotación. Ahora quiero una conexión especial con el otro. No coger por coger. Y me duele pensarlo a él en una etapa más libre. Digo libre porque siento que esta maraña de sensaciones me limita.

Anhelo compañía, atención, amor. Y no el sexo vacío que tanto viví.

Intento descifrar lo que me ocurre, pero no me entiendo muy bien esta vez.

Si yo también estoy con uno y con otro, ¿por qué me decepciono de que él esté tan preparado para el sexo? No quiero estar enamorado de él. No quiero más esta obsesión estúpida.

Y me pregunto si debo escribirle, si debo verlo. Pero sé que quedaré más obsesionado después, más enloquecido con su recuerdo y con la idea de que no pasará a mayores el asunto. Y él querrá penetrarme y yo no quiero eso, no con él. Su rol de activo, su vida perfecta.

 

Después hago ejercicio, me masturbo, y me cambia el ánimo; después de agitarme, de moverme, me cambia, aunque sea momentáneamente, la visión de las cosas. Logro olvidar, más bien, ciertos pensamientos negativos que me hunden.

Sobreestimo, eso es lo que me pasa. Y vaya uno a saber qué tipo de vida, de emociones o pensamientos y capacidades tienen los demás.

*

Lunes. Semana corta. Semana santa. Anoche cuando quise ver el reloj eran las 12:40. Quiero dedicarme unos días a explorar los diarios de Kafka. Contrasto eso con La tregua de Benedetti. No me parece hasta ahora una gran historia, pero tampoco la dejaré.

Por suerte esta semana son tres días.

Mercenario. Áspora dice que tenga una actitud seria ahí en la oficina. Luego de tantas horas es difícil mantener la cordura. Pero intentaré recordar a todo momento los propósitos por los cuales vendo mi tiempo: pagar mi vida, el viaje y mudarme de país.

Es ese trabajo lo que me permite, así sea por una cantidad de tiempo menor, dedicarme a escribir con cierta tranquilidad y hacer esa obra, cuyo proceso, dicho sea de paso, me resulta tan difícil. A veces me enquisto. Espero que lleguemos a un buen resultado. Y quiero más, pero no depende de mí: quiero hacer funciones en otras ciudades y países, presentarnos en festivales. Pero Dante ha dicho que no sabe el otro año qué quiere hacer.

 

Sueño con viajar a Europa, con conocer algo del viejo continente, conocer algo, aunque sea, de esa parte del mundo.

 

Ahora estoy más tranquilo. Espero ir mejorando en la obsesión, ir olvidándome, recordar que sobreestimo, que adorno de perfección a otro y surge en mí la envidia basada en mi imaginación.

*

He descubierto lo que más me molesta: su condición de pícaro, observé en él características de macho alfa. Con secador de pelo en el baño para el jopo de su peinado cuidado, pero macho alfa activo igual. Esto es lo que me genera el desprecio y el asco a su promiscuidad: su actitud pícara. No el hecho de que sea un promiscuo simplemente, si no el regodeo, que, por otra parte, no fue tan explícito, pero sí logré intuirlo incluso en algunos de sus mensajes virtuales. La celebración de la picardía en este momento de mi vida (e incluso en otros) me parece obscena. A menos que esté bajo el efecto de la cocaína, por ejemplo, no puedo entregarme a hombres que profesan esa actitud.

Eso además de lo demás. La revelación vino a mí y quise escribirla.

Ahora no estoy para esa picardía vacía. Ni loco le entregaba el culo. Qué suerte. Es mejor que no aparezca. Por qué sigo pensando en él.

*

Tengo miedo por la economía argentina. Las ventas caen. Hoy una compañera comparaba los números de los dos últimos años. Las cosas no están bien. Supongo que debo poner más empeño a partir de la próxima semana y durante los meses que se avecinan. El miedo del esclavo es el que me hace decir eso. Luego me sale el revolucionario: qué va, me digo, ya es suficiente con encerrarme ahí durante tantas horas como para además exigirme. Pero en mi caso, mi desempeño tiene una relación directa con el salario, por las comisiones.

Hoy en el trabajo dos de los directores de área nos hicieron la broma de que mudarían las oficinas a Pilar (en las afueras de Buenos Aires). Me preocupé enseguida, me volví loco por dentro, y les dije: “conmigo no cuenten”. Ya me veía buscando trabajo desesperado de nuevo, con el agua al cuello. Es ese el miedo que me persigue.

*

Dormir profundo. Despertar. Martes. El agua con limón, el jugo de naranja, el café. El otoño. Los pensamientos que se empiezan a colar desde antes incluso, cuando voy al inodoro a descargar la vejiga: el chico que hace musculación y con quien compartí habitación en el evento del trabajo, el mismo con el que discutí fuerte en el retiro (también del trabajo) el año pasado, y sus formas insolentes para conmigo, el asco que me produjo escucharlo durante un par de noches en el evento del trabajo, antes de dormir, hablando con su enamorado de Brasil, creyendo él que no entendería yo lo que hablaba y regodeándose tal vez en el coqueteo con su amante a distancia. Me produce asco. Y luego la pena (penita, pena) por descubrirme soberbio y detestar a los ignorantes o a los blandos de mente. La soberbia, como la de mi jefa gorda que está de licencia por maternidad y que aún no vuelve. Debo agradecer estos días, debo descansar en que me llevo bien con quien hace las veces de coordinadora por este tiempo, así ponga ella esos ruidos infernales que llaman reguetón y que me desesperan en horas donde el encierro en la oficina alcanza en mí el mayor grado de tormento.

Áspora dice que tal vez no sea por ahora evidente lo que debo aprender de toda esta etapa, que tal vez el personaje que me lance al estrellato tenga que ver con lo que hago ahora todos los días en una oficina.

Nos han prohibido comer en la sala de reuniones. Nos han pedido que hagamos dos turnos, así nadie usa la sala de reuniones para comer. Pensé que el asunto causaría más estrépito. En mí cualquier cosa causa el deseo de revolución. Qué ganas de joder en vano, de usar el poder. Y si empiezo a hablar de las actitudes deleznables, detestables, de la miseria hecha carne en los humanos ahí, a quienes desprecio cada vez más, no paro. El chico fresa que ríe. “Yo estaba en Brasil…”, dijo para referirse no sé a qué para defender a su equipo, River Plate. Raza de imbéciles. Aunque no sea sano, tal vez, escribirlo, porque reaviva el fuego del odio, y aunque me vea, en últimas, tan necesitado de ellos que construyen esa organización de la cual vivo, no puedo negar las sensaciones, los pensamientos que vienen a mí y que me hacen considerar a esta especie tan vil, tan ruin. Fue el chico, según me comentó una compañera, parte del entramado para prohibir que almorzáramos en la sala de reuniones. Y si no hubiera sido así, igual su acentito de privilegiado, su papa en la boca para hablar, me genera un odio que es mejor no desarrollar. La misantropía crece en mí.

Me hace falta irme lejos, ver paisajes, contemplar el planeta desde otra perspectiva. El contacto con lo humano aflora sensaciones oscuras. Exagero. No he despertado tan convulsionado como en otros momentos. Pero de solo ir recordando y escribiendo me voy envolviendo en el rechazo.

*

Miércoles. Mal humor. El imbécil de arriba hizo un par de ruidos a medianoche. En una de esas, me desperté y me costó dormirme. No fue grave. No sé por qué retorna a mí el pensamiento de la gorda. Ya lo sé: ayer ha escrito en el grupo de Whatsapp. Comenta cada tanto la cerda inmunda y yo temo a su regreso, aunque falte tiempo. Y temo, con la situación económica actual, cambiar de trabajo. Y no sólo con la situación económica: sería cómodo mantenerme ahí un tiempo.

Mis miedos: a la pobreza, a no cumplir mis sueños, a la vejez de mamá, a llegar a la vejez yo y ser pobre.

Qué pueblo y cultura infeliz la argentina. Y qué idiotas los latinos que migramos acá y nos establecimos sin poder prever la debacle a la que parece estar condenada esta nación también. Y ahora, cuando me doy cuenta, cuando la historia devino en esta tragedia de gobierno (que aún puede ser peor, eso es lo más terrorífico), entonces caigo en cuenta y quiero irme. Caigo en cuenta de eso y de otras cosas, de la cultura arribista, maltratadora y pobre. Y no quiero decir con esto que la miseria colombiana sea mejor. Pueblo bastardo ese, sumido en una desesperanza tal vez peor. Pero encuentro esta parte del continente podrida también, veo, escucho, observo en las gentes la mierda de años de cultura malnacida.

 

Por suerte es una semana corta. Debo ir a lidiar con la gente en la oficina, con los clientes, en quienes ya es evidente el declive económico.

Sin embargo, debo buscar trabajo, porque no me imagino conviviendo de nuevo con el ánimo puto de la cerda de mierda de mi otra jefa que ha parido hace un par de meses y que debe estar más infeliz que nunca viendo su tiempo y sus acciones restringidas a lo que el cuidado de una cría le demanda.

*

Cuatro días de descanso, por suerte. Tal vez el viernes vaya al teatro.

Poco a poco voy recuperando la felicidad, de a poco recupero el ánimo.

 

Soy un hombre, pensaba hoy al despertar, y tengo las necesidades de tal. La necesidad la percibo más durante las horas de la mañana, en esa excitación matutina.

Es un día soleado. Saldré a hacer compras, lo de siempre. Es jueves santo. Lo de santo es un decir, claro. He dormido doce horas. Y he amanecido de buen humor.

Ayer le respondí mal a mi nueva jefa, que es un amor conmigo. Intenté desahogarme con mi prima que vive en Australia, y ella me ha preguntado por qué vivo de mal humor, qué es lo que le falta a mi vida. Le he dicho que actuar. Y me ha respondido en un mensaje de voz que debe haber otra cosa… Adelanté el mensaje, ignoré sus comentarios. Debo ser cuidadoso. Las personas que no tienen una pasión en la vida poco comprenden lo que es amar un oficio, un arte.

 

No debo responder mal a esas personas que son buenas, no debo desesperarme. Lo escribo como las planas del colegio. Después me ataca la culpa. Voy enojado, de mal humor, y descargo, como con mi jefa; intuyo incluso que descargo el resentimiento hacia ella con otras personas. Lo siento. Quisiera resarcirme, reivindicarme.

Sucede que me desespero cuando estoy ahí, detesto ciertas actitudes que ni siquiera son hacia mí, detesto palabras, formas, modos, detesto el reguetón que pone a veces mi jefa, los comentarios de unos y de otros, tonterías mínimas y me descubro cascarrabias, no apto para el hacinamiento en esos espacios. Sé que podría ser peor, sé que debo agradecer. Tal vez me haga bien volver a meditar. Hace mucho lo dejé. Y estallo sin pensar. Y luego me siento mal, me arrepiento. Pido perdón. Al aire, a Dios. Después, el miércoles en la tarde, luego de mi exabrupto en la mañana, mi jefa se reía de mi ataque, y le dije “perdón”. Me cae bien. Quisiera que se quedara. Aunque la otra es más ágil y viva para los negocios, la gorda maltratadora.

*

No me gusta esa presión que siento por escribir para presentar algo en el taller de escritura. Con tanto estrés durante la cotidianidad se me hace difícil encontrarles cauce a los relatos. Hay tanto por hacer en la vida diaria, no puedo deshacerme fácilmente de los pensamientos. Debo primero sacarme la arena, una manera de decir lo que hago con estas líneas (qué falta me hace el mar, pienso ahora).

*

Es como si tuviera que escribirlo todo, cada pensamiento que me llega. Voy alternando los archivos de la ficción con estas líneas, y me despojo de tanta intensidad. Recordaba ahora, por ejemplo, el evento ese en Bogotá, el día que fui a una entrega de premios con mi amiga Adela, y lo mal que me sentía porque no podía comprar ropa, y cómo me comparaba con ellos, y sufría porque no me alcanzaba para nada. Del evento ese nos fuimos apurados porque Adela, no recuerdo ahora si estaba borracha para ese momento, quiso que nos fuéramos, entonces el marido, la suegra, yo, partimos a una fiesta y de ahí a otro lado. Ahora vi fotos de ella en Instagram. Y una de las historias que estoy escribiendo es parecida a un corto que le ayudé a hacer. Por eso recordé ahora ese momento. A Adela la premiaron por ese corto. Pero no estábamos ya para el momento en que llegaron a mejor actriz.

Y encima, escribo varias historias al tiempo. O es esa la manera en que me gusta trabajar.

 

A veces leo tantas cosas sobre la Argentina, que temo.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

5 thoughts on “Diario de abril”

      1. A lo mejor no te sigo la cuerda con la cuestión económica, he tenido que tomar una decisión que va muy en contra de mi forma de pensar, tener que trabajar solo porque digan que estoy trabajando, es lo más absurdo que puede sucedernos en estos sistemas. Sobre todo cuando ya crecimos y demostramos que eramos competentes, pero dejamos que cierta raza de delincuentes nos gobiernen. Eso me da tristeza. Yo disfruto leerte y me alegra mucho cuando publicas,

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      2. Creo intuir algo. Pero no sé. Te mando un abrazo. No sé bien qué decir sin conocer la situación particular. En mi caso, trabajar para pagar la vida. Para pagar con mi tiempo algo de libertad. Contradictorio, lo sé. Para pagar mi ambición, tal vez. Dinero y felicidad. En la oficina, una compañera me recomendó volver a leer a Marx. Me da un poco de miedo: no sé si me genere más bronca. Pero tal vez lo retome.

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