Sin sosiego

Ayer lloré. Anoche tuve insomnio. Me acosté a las nueve pasadas, luego de comer, y desperté cerca de la una. No me pude dormir hasta quién sabe a qué horas, después de las tres seguramente. No quisiera ir a trabajar. Estoy cansado. Martes. Por suerte se acercan los días de semana santa. Hoy debo ver a la médica. Le diré que seguiré con el mismo tratamiento este, el que me aletarga. Y vendré a casa a hacer una siesta. No iré al taller de escritura. The boundary to what you can accept is the boundary to freedom. Había olvidado esa frase, la escuché ayer de nuevo en la madrugada, en una de las charlas budistas que sigo a veces. Son cerca de las ocho de la mañana. Está oscuro el día. Ya se siente el otoño, el invierno. Y son muchas las cosas que no acepto de mi vida. No hablan de aceptar en términos de resignación, si no de darle cabida a esta sensación que está aquí. Tal vez escuche más sobre ese tema esta semana. Eso y que no importa el punto actual, no importa cómo llegaré de este punto al punto que quiero. No hay que dejar de soñar, de trabajar por mi sueño.

Ir a una oficina y el miedo de saber que debo procurarme siempre un trabajo, que ya no me enviarán dinero cuando lo necesite. Lo mismo de lo mismo. Ayer tuve una entrevista para hacer un cortometraje. No pagarán a los actores y encima quieren que pongamos el vestuario. No importa. Con tal de actuar. No sé si me elegirán. Necesito imágenes con acento rioplatense. A estas alturas, y yo en esas. Pero mejor que haya ese tipo de trabajo. Este tipo de pensamientos me hunden a veces: verme trabajando tantas horas en una oficina, cuando soy un actor, un artista. Pero no todo es tan malo, ya lo sé. Es que hay momentos en que la realidad me avasalla.

Que sean días de calma, días de hablar poco, días de empezar de nuevo, sin la presión del apuro. Lo escribo, me lo pido a mí mismo, no entrar en la vorágine enfermiza de la premura cotidiana, darme tiempo para transitar este dolor.

*

Quisiera decirle que voy a entrar al gimnasio, que bajaré esta grasa abdominal, que seré más lindo después, más bello, que me espere. Locuras. Dijo que había estado bueno. Dos veces lo dijo. Pero ya no creo en palabras. Habla por hablar. Después no me busca. Lo pienso y el asunto me produce ira. No quiero más estas fijaciones con los hombres. Como si no tuviera yo cosas importantes, enfoco la angustia en un sujeto con el que ni siquiera viví nada especial. Aunque lo de especial es relativo.

Durante el día, me azota el recuerdo del cajón en su mesa de noche, no vi bien qué había ahí: ¿condones? Recuerdo su gel íntimo caliente. Y si una compañera en el almuerzo dice que alguien, uno cualquiera está viviendo su soltería, entonces pienso en S y me dan celos que viva él la suya, con su kit sexual a la mano, con su vida que imagino sin tormentos, sin dolores, tranquila, plena. Y lo envidio y lo deseo. Lo de siempre.

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Resfriado. ¿En qué momento? Tal vez no me alimenté tan bien durante esos días del evento del trabajo. El cambio de temperatura me afecta. Pienso en no ir a la oficina. Trabajar desde casa. Pero prefiero dejar eso para cuando esté realmente mal. Son las ocho. Debo ir al lavadero a por ropa limpia. Dormí unas nueve horas y sigo con sueño. Si me quedo en casa, igual debo trabajar. Es miércoles. La otra semana descansaré durante el fin de semana largo de semana santa.

Ayer largué mocos todo el día. Cosa incómoda si las hay. Y en la tarde, he ido al turno médico. He quedado de continuar este tratamiento un tiempo más. Puedo cambiarlo en cualquier momento. Por ahora quiero ver cómo evoluciona. Al llegar a casa, he escrito sobre mi ansia de varón, sobre mis pensamientos constantes en el encuentro más reciente. Ya va a pasar. Es cuestión de tiempo.

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Llueve en Buenos Aires. Lluvia otoñal. No la habían anunciado.

Hoy el director ejecutivo de la organización pasó al lado mío y no me saludó. Solía ser amable. Ya ayer en su saludo noté cierta fuerza que no estaba antes. Me pregunto si le habrán comentado algo sobre mí. O si habrá notado durante el evento de la semana pasada alguna actitud que le disgustó. A veces manejo formas extrañas de relacionarme con mis superiores. El asunto sólo me preocupa porque aviva el miedo a que me despidan. A veces detesto tanto a muchas de esas gentes, me descubro resentido. A veces, cuando me doy placeres, entonces agradezco. Hace poco más de un año que vivo de ese trabajo. Pero la gente… Ellos y mi frustración.

La realidad es que estos días estoy rindiendo mucho menos, estoy haciendo mucho menos, trabajando más despacio, llegando más tarde. No me siento bien. Sigo resfriado.  Mañana ensayo en la noche. Espero amanecer mejor.

Pedí una sopa con pollo. Comí. Y ahora tomo un té verde. Pienso en S. Pienso en L. Me digo que me siento solo. No es a lo que vine a este mundo, a encerrarme en esa oficina. Y el único cambio posible por el momento es irme a otro trabajo, en otra oficina, con otra gente igual o peor. No sé si la palabra es desprecio, pero algo en mí rechaza ahora también la cultura argentina, como en su momento rechacé la colombiana. Estoy seguro de que se trata de algo más profundo, misantropía. Y la única posibilidad de irme es seguir trabajando… ¿en este tipo de trabajos? Lo escribo en pregunta porque no sé qué más puede proporcionarme el dinero necesario para vivir.

No estoy devastado ni triste, como en ocasiones anteriores. A veces quisiera ser otro, reniego de mis talentos, hace tanto que no me siento pleno, feliz, realizado. Hace tanto no estoy actuando en un escenario. Debo ser paciente. Los ensayos van a un ritmo tan lento. El carácter de independiente que tiene la obra, asumir nosotros mismos, los actores, la producción… verme alejado de quienes fueron mis amistades. Estoy viendo lo malo, claro, el vaso medio vacío. Y atravesar por todo este proceso de medicación. Eso es bueno, supongo. No estoy preparado para encontrarme con alguien que ya esté bien, tranquilo, porque no lo estoy yo, y no puedo fingir. Debo concentrarme en madurar, entonces, en cada aspecto de mi vida. Aceptar esto así, tal como es, sabiendo que puede cambiar, que ya lo he cambiado antes y puede cambiar después.

Imagino que S sale mucho, que coge con uno y con otro, que no siente culpa, que vive su sexualidad libremente. Y yo queriendo que se muera por mí, que no haga eso, porque yo no quiero hacerlo, porque es momento de estar en pareja, de enamorarse, de no ensuciarse más en el mundo bajo y asqueroso de la promiscuidad.

 

Intento verme afuera de todo, ser el que observa, aunque esté adentro, ser el artista, inmerso en la rueda como un espía que se nutre (o malnutre, vaya uno a saber) para luego usar todo eso en una obra, léase un cuento, una actuación, un escrito.

*

Jueves. La ira, el mal humor se me hacen pesados, incómodos. Son las siete y media y aún está un poco oscuro: llegó el invierno. Ya va a pasar este periodo de malestar, de bronca diaria, constante. Percibo mejor el cuerpo. Siempre digo lo mismo, que voy a hablar menos, exponerme menos. No puedo vivir así, detestando cada vez a más personas ahí en esa oficina. Y, al tiempo, experimento la contradicción de estar agradecido por el salario que recibo, por mis ganancias, y también un poco por tener una ocupación diaria.

El enrosque, la bronca. La gorda infeliz, por ejemplo (otra más gorda que mi jefa de licencia) que no desaprovecha oportunidad para la agresión.

Yo, en el mundo corporativo. Enojado por mantener mis talentos reprimidos, con miedo a perder lo ganado, pero deseando cambiar, encontrar un camino a ver si hago algo con mi carrera de actor. Ando con una tristeza. No encuentro aún sosiego, tranquilidad. Y temo quejarme tanto, porque, al mismo tiempo, las cosas van bien. Recuerdo ese miedo tan profundo a comienzos de 2018, cuando me vi urgido por un trabajo porque se me terminó el dinero que traje de Macondo a La Furia, y me siento culpable por sentirme ahora desafortunado. Pude conseguir un buen trabajo, pude entrar a una organización. Pero ahora ya eso no es suficiente…

Guardo resentimientos. Quisiera liberarme de esos pesos.

*

Cuando soy infeliz detesto al mundo, vivo de mal humor. Y no quiero, no quiero ser el hombre infeliz que se queda con odios múltiples. Llegué del ensayo hace un rato. Soy feliz cuando actúo. Y me doy cuenta luego, cuando termino, cuando me percibo tan contento: cuán infeliz me hace ese otro tipo de vida. ¿Cómo llegar a la vida que quiero? No puede ser que deba conformarme a trabajar siempre tiempo completo en una carrera alejada al arte. ¿Qué puedo hacer para vivir y ser feliz? ¿Cómo ser actor, dedicarme a eso?

Y pienso en S, en que debí decirle cuando me hablaba de su ex parejita y me dijo que “él sí es actor, actor”, debí explicarle. Para qué, me pregunto después. Qué importa lo que él piense. “No sé si un hobbie”, le dije en un momento. Pero sólo eso. No le aclaré que no soy un hombre de oficina. Por qué me importa tanto lo que él piense de mí. No entendió mi vida, ¿qué vio en mí, qué vio de mí? Por qué me importa tanto. Refuerza mi frustración, tal vez, sentir que los demás me perciben tan sólo como un hombre de oficina. Pero debo mantenerme, debo pagar una vida, y lo hago con dignidad ahora, y quiero más.

Otros actores pasan por lo mismo. Y no por eso son menos actores. Vaya asunto con el que me he quedado: el de “él si es actor, actor”.

Y que algún día me vean en una serie, en una película, en una obra, y me reconozcan, y lean luego un artículo sobre mí o vean una entrevista y caigan en cuenta de que soy talentoso, de que soy un excelente actor.

*

Lo siento. Pido disculpas por esas veces en las que he sido malhumorado y he respondido mal, en la oficina, por ejemplo. En la oficina más que todo. Vivo ahí metido.

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Debo escribir, terminar una historia. La única que llevé este año, el mes pasado que volví al taller, fue la de temática homosexual, y no quiero presentarla de vuelta. Debo trabajarla. Es viernes. Me siento mejor. Espero las cosas mejoren en el trabajo, poder vender algo, así hago comisiones. Me espera un fin de semana en calma. Tal vez vaya a clase de yoga mañana. S me ha dicho (¡y qué carajos importa!) que va a veces va una clase de yoga que hacen a 40 grados. Entonces, quiero ir yo también a yoga, quiero verme con acceso a actividades, rutinas para cuidar mi cuerpo, como él. No me he obsesionado tanto esta vez. ¿O sí? Ya quiero que baje el asunto, que quede atrás. No le escribiré. Para qué. No quiero una jornada de sexo, de sólo sexo.

 

Quiero entrar al gimnasio y hacer algo de pesas, así le doy un poco de firmeza a mis carnes. Además, quiero correr en la cinta mientras escucho música. Hoy tal vez vaya por unos auriculares. La otra semana hay dos días feriados: jueves y viernes. Cuatro días de descanso.

*

No puedo guardarme para mí el secreto de mi desprecio a los demás y entonces lo digo. Hablo de la oficina. Y de la chica de buen corazón, a quien le he dicho eso: muchos ahí me generan desprecio, sus egos. Después me siento culpable. Odio que no hayan respondido mis preguntas durante el almuerzo, que no me hayan escuchado durante la conversación, gente fuerte de la que quiero alejarme.

 

Es el encuentro con estos hombres lo que hace que luego quede cuestionando mi vida, mi andar, mi progreso. Eso y la gente de mierda en la oficina. Esta hipersensibilidad en la que todo me golpea o me excita más de la cuenta.

Soñé con asuntos del trabajo. Tantas horas ahí metido me hace pensar más de la cuenta en eso, en esa gente.

Y al mismo tiempo vivo con miedo a que me saquen, con el miedo a que el país está en crisis y yo vivo de ese trabajo y necesito trabajar para vivir, así que necesito ir ahí, mantener más o menos el desempeño, incluso destacarme, no vaya a ser que me saquen. Aunque no lo creo. Es sólo una idea, un miedo.

 

Sábado. Ando con la nariz tapada desde hace días y no mejoro. El cambio de clima no me sentó muy bien. Ayer fumé un cigarrillo. Fue tanta agitación en el evento ese la semana pasada, el estrés mental. Respiro a medias. Uso el aceite ese, el óleo 31 que le compré a una compañera del trabajo. Pero la nariz no me da, literalmente, respiro. Me pregunto si debo ir a yoga. Quiero aprovechar, quiero hacer ejercicio, sentirme vital, como ellos, ¡qué digo ellos!, como él, como S. Quiero olvidarme de él de una vez por todas, olvidarme de todos, un momento de calma, de tranquilidad. Quiero ser ellos. En esta no aceptación de mi proceso, me bastardeo aún más queriendo la vida que ellos tienen, como si no valorara mis talentos, porque no puedo darles cauce, y eso me produce el enojo con el que vivo, la frustración de no desplegarme como quisiera. Lo repito y lo repito, como una queja constante, como un niño llorón. Me ocupo: busco castings, ensayo esa obra que estrenaremos –espero que así sea- en agosto. Me estoy dando tiempo: no ha sido fácil adaptarme a la medicación, y luego vino el evento ese, y luego a seguir trabajando: estoy cansado.

Y digo siempre que debo hablar menos en esa oficina, pero por momentos no puedo callarme, y digo una cosa y la otra, me revelo ante ellos, y no quiero que me conozcan, no quiero que sepan nada de mí.

Si me pongo a pensar, a escribir estas líneas, entonces me entristezco más, odio más a esas gentes. Y si cambio de trabajo, igual: iré a otro lugar, con otros así o peores.

Tal vez pienso mucho.

 

He comprado los Diarios de Kafka. Entre cosas. He salido de compras. Ver el volumen tan grande de esos escritos, me ha reconfortado un poco: no está tan mal intentar liberar mi tensión en estas líneas, aunque por momento las considere inservibles, como si lo único valioso fuese la ficción.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

4 thoughts on “Sin sosiego”

  1. Kafka y la metamorfosis, parece que no era el único de la época que tenía esas ideas surrealistas, encontré un pintor de aquella época que pinto cosas similares. Un gusto leerte, me alegra cuando haces presencia. Abrazo cariñoso a la distancia.

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