La heladera redujo ese ruido que hacía al principio. Y Pampeano apareció: escribió y dijo por qué no había escrito antes. Ha aparecido jovial, como si nada. Tal vez mañana traiga lo prometido.
Sobre literatura: que historia y forma de narrar van de la mano.
Los ruidos del tipo de arriba logran alterarme. Ahora he puesto la música en los auriculares. Temo que tanto uso de cosas me termine haciendo daño.
Áspora dice que si me pongo de mal humor, le estoy dando al infeliz justamente lo que él quiere.
Y acabo de descubrir algo fundamental: le tengo miedo, debo admitirlo. Igual sí que lo considero medio psicótico. Y mi mente creativa, claro, se obsesiona, crea historias.
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Tal vez sea la parte facha de mí la que no quiere que los demás a mi alrededor hagan ruidos.
Hizo frío en la madrugada.
Se acerca el invierno.
Amanecí pensando en que no debí cobrarle a Laitan el dinero de la marihuana, si no que debí esperar a que llegara el momento de pagar la heladera y ahí lo descontaba.
También con un poco de mal humor por el diálogo con Pampeano ayer. Le dejaré de hablar después de todo esto. Él me ha hecho un favor, en una situación particular, pero creo que se cumple un ciclo con una personalidad como la suya.
Todos los días tomo vino y fumo marihuana. He gastado un montón en eso. Y estoy en época de austeridad.
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Vendí la otra heladera. Buena noticia. Me hubiese gustado ganar más dinero. Pero en este contexto, enviaron un auto, se la llevaron.
Quiero dejar de ver redes sociales, también dejar de leer noticias: no me hacen bien. O no en la cantidad que venía usándolas.
Sí, tengo trabajo, tengo comida, tengo salud, estoy bien para el tiempo de pandemia.
Y la gente que vive en la calle, ¿a dónde va?
Que el contenido en redes es vacío cuando responde a una motivación narcisista.
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¿Y hasta cuándo va a seguir todo esto? El invierno amenaza. Días extraños. Qué manera de sentir tan particular el devenir que miro desde este departamento, confinado. Y hay quienes quieren rebelarse. En el norte, los yanquis, algunos de ellos, dicen que no hay que encerrarse. ¿Entonces? ¿Andar por ahí, con el riesgo del virus? ¿A quién hay que creer?
Le he dicho a Áspora que le regalaré un libro virtual a su hija, pero ahora, viendo las cuentas, sobre todo con el asunto de Pampeano desaparecido y habiéndome robado el dinerillo que dispuse para hierba, debo cuidar mucho más las finanzas. Pero anoche, en un ataque de amor, le he dicho que le regalaría un libro virtual a la pequeña A.
Es un día hermoso en Buenos Aires. Salir con barbijo no es lo mismo. Digo una obviedad. Y si uno abre la boca, es posible percibir, oler el aliento propio. Madre, que hay que lavarse la boca.
Confío en que será posible una vida después de esto, un salir a las calles, tomar aviones, resurgir. Resurgiremos.
He ido al lavadero, al supermercado chino, he trabajado antes (porque quiero reponer las horas de siesta y de dedicarme a otra cosa de la semana que pasó –no las repuse todas, claro, pero algo hice-). Es sábado. Uno más en cuarentena.