Un plomero (Argentina y soledad)

La asistente de la obra se fue, y aún sigo triste y un tanto ofendido. Entonces el otro día cambié la contraseña del correo de la obra, porque ya estoy enviando correos a las salas. No había nada confidencial en eso, pero tampoco quería que estuviese mirando. Sé que tiene acceso desde el celular. Después, me salí del grupo de Whatsapp. Le había dicho que me nombrara administrador. En mi concepción de cómo hacer las cosas, debía nombrarnos a nosotros administradores y salirse ella. Pero hacerlo de inmediato. ¿Cuánto tiempo debe uno esperar a la gente? Me descubro impaciente. Tampoco envió la transcripción de las didascalias, y otros apuntes, que le habíamos pedido que nos enviara.

En el medio de todo, no quiero ser el tipo irascible, el tipo que se ofende y muestra su rabia a los demás. Tampoco puedo dejar de ser fiel a lo que pienso y siento. Si se había comprometido con nosotros, ¿cómo es que suma tantas actividades y luego no tiene tiempo para trabajar en el proyecto? ¿Cuál es el significado de la palabra compromiso entonces? Y al mismo tiempo, me respondo a manera de pregunta: ¿no es acaso ella libre, al fin y al cabo, de hacer lo que quiera?

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No sé si escribirle al encargado por Whatsapp, esperaré a encontrarlo por ahí en el edificio. La otra semana habré cumplido un mes con el asunto roto, y el tipo yendo y viniendo. Pero si llamo a un plomero me cobrará más.

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La situación socioeconómica de este país. ¿Tramitar la nacionalidad? Elecciones en Colombia. Suramérica. Y mientras tanto, intentar hacer arte, con lo que se pueda, cómo se pueda.

A veces pienso que es mejor no ver noticias, abstraerme y hacer como si nada sucediese. Pero no soy esa clase de persona.

Y entre tanta queja, como siempre digo, un privilegiado entre el lodo de la pobreza sudaca.

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Las amigas (¿son amigas, no es así?) del trabajo anterior planean un viaje a la costa. Son todas mujeres. Supongo que me hará bien salir un poco de la ciudad. Me asusta pasar tiempo con ellas, tanto tiempo quiero decir.

De nuevo, el ensayo, estudiar la letra. Pensar en el proyecto.

Es casi mediodía, aún no empiezo a trabajar.

Por suerte no he caído en las garras de las sustancias. Y supongo que por ahora no lo haré. Podría escribir ficción. Pero debo justificar mi sueldo, más ahora que me han dado una computadora.

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“Que escuche. Dios quiera que me escuche”, dijo el hijo del portero, hablaba con su padre, pintaban las paredes del pasillo afuera. Intuyo que se refería a mí. Creo haber escuchado “1500 pesos”. Escuché la palabra “baño”. Al portero no se le entendía cuando hablaba, pero al otro sí. “Rápido y bueno, tal vez, pero no barato”. Asumo que el portero le había dicho: Lo quiere rápido y barato.

Lo siento. Pensé que me ayudaba porque quería. Pequé de tacaño, es cierto. Pero fue el mismo portero el que me dijo, cuando le avisé la segunda vez que necesitaba arreglar el baño y le dije que llamaría a un plomero, así no lo molestaba a él, fue él mismo quien me dijo: “no, ¿para qué hacer venir al plomero por esto?”. Lo hago venir porque con usted la cuestión del precio no sé cómo tratarla. Lo siento. Y usted parece que tampoco, porque si quedó inconforme, entonces podría haberlo dicho y le hubiese pagado de más.

Es cierto que ya me ayudó varias veces antes. Pero hablar de mí en la puerta de mi casa, decirle al hijo -intuyo- “cuidado, que puede escuchar” lo convierte, en principio, en un pelotudo. Y el hijo, un resentido. “Que escuche. Dios quiera que me escuche”. Ahora bien, cada cual cobra lo que quiere. Podría haberlo dicho. Ni hablar que hizo todo a medias, no terminó el trabajo, y el inodoro no quedó bien. Encima de que me hace esperar (porque de repente está ocupadísimo con la pintura de las escaleras, un encargo que le están pagando extra), no hace bien el trabajo, y se queja por la paga. Pero no lo dice en la cara. Si le parecía poco, hubiese podido decirlo. Supongo que no debo juzgarlo. Tampoco soy el más asertivo de todos.

. Más que rabia, tengo tristeza por el comentario con tanta ira por parte del hijo. Así se escuchaba, con ira. Ese “Dios quiera que me escuche” me sorprendió. ¿Tanta indignación movió en él como para confrontar sin confrontar, hablando de mí en la puerta de mi propia casa?

La vez de la cerradura, le regalé un champán. Cuando vino, no tenía efectivo. Así que no podía darle nada en ese momento. Me salvó, es cierto. Pero él mismo dijo: “lo que vos consideres”. Es verdad que aprecio que me haya salvado, abriendo primero la puerta del único baño que tengo, y después poniendo la cerradura. Pensé -pensé mal, descubro ahora-, como dije más arriba, que me ayudaba desinteresadamente. Ya es suficiente -y con esto, estoy hablando de más-, ya es suficiente con el abultado sueldo que cobra (o abultado para mí), que le paguen la vivienda, y encima no cumple horario, y -como dice la Señora C, otro ser de mucho cuidado, pero tiene razón en esto-, no limpia. Y ni hablar de que no es una garantía de seguridad, y saldría más económico contratar el servicio de limpieza y el de seguridad por aparte, que mantenerlo a él y a su mujer bien acomodados en la planta baja. Peco de miserable con mis palabras, lo sé. lleva años aquí -casi cuarenta, si no estoy mal- sería una injusticia sacarlo a sus 61 años. Tampoco es su trabajo ayudarme.

Lo barato sale caro, supongo. Y en este caso, no solo porque llamaré a un plomero para que termine de arreglar los asuntos del baño, si no por lo emocional de escuchar que hablan de mí en la puerta de mi casa, con la desfachatez de decir “Dios quiera que me esté escuchando”.

Dios lo quiso. No solo para enseñarme que hay que tener cuidado en quién se confía, si no para que aprenda a contratar a expertos y no a chapuceros. Le agradezco, sí. Pero me han herido con sus comentarios.

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En los medios, el aumento de alimentos, la guerra en Ucrania, la inflación, el acuerdo con el FMI, que entiendo pagamos todos los que percibimos ingresos y tributamos en este país. Empobrecimiento. Qué época para vivir. Supongo que lo dicen siempre. Eso de la época. Siempre es una época compleja.

Los castings, las fotos, irme de viaje con las compañeras del trabajo anterior, los gastos. La obra. La mujer de Lardi que decía ayer que somos privilegiados por darnos el tiempo para crear esta obra, para investigar y hacer algo que verdaderamente queremos hacer, algo “honesto”, dijo.

Es tarde ya, debo empezar a trabajar. Pero no me importa. O sí, pero sigo escribiendo, como si de un acto subversivo se tratase

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Despertar tarde. El café. Las noticias que hablan de la inflación. El ánimo social recrudecido (lo de siempre), y el intento de que no me afecte, porque en realidad estoy bien. El miedo a que las cosas empeoren. Mamá y sus finanzas. Supongo que ella está bien. Eso quiero creer. Las finanzas, el intento de sacar un pasaje a Colombia, de viajar y visitarla a ella y a Áspora.

Escribir por escribir, porque para la ficción necesito estar un poco más relajado, y la cotidianidad me envuelve. La necesidad de sobrevivir. Estoy bien.

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Al final vino el plomero y arregló lo que estaba roto. Espero que de la bañera no pase más agua hacia abajo. No quería que el encargado viera cuando el plomero entraba, no quería que se enterara, pero cuando bajé a abrir, ahí estaba el encargado. Laitan dice: restriégale que le quedó mal y que por eso tuviste que llamar a otro. No lo haré.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

4 thoughts on “Un plomero (Argentina y soledad)”

      1. Feliz de hacerte reir. Tanta película con plomeros musculosos, creo que son el sueño erótico gringo. Estoy intentando salir del agua, se inundó la casa por la lluvia, muchas casas inundadas, nuestras calles no son lo más adelantado en ingeniería. Abrazo grande Anónimo, siempre alegre de leerte.

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