Qué va a ser. Así dicen acá, ¿no? Me parece haberla escuchado. ¿O es “qué se le va a hacer”?. Uno tiene el talento que tiene. La vida es un mar de incertidumbre, océano de dudas, aunque haya quien dice que la tiene clara. Iluminados. Tal vez sea así. Gente con otro coeficiente intelectual. Filósofos, profetas, escritores que tuvieron por gracias algo más que el promedio.
Hay que agradecer, dicen, que hay que ver el vaso medio lleno, y un sin fin de cosas que aunque suenen a verdad, en días como estos, en temporadas tan convulsionadas, resultan inverosímiles. Y eso que soy afortunado. No pretendo alardear de mis privilegios. Pero al menos reconocerlos, para que no suene esto a lamento ignorante.
Otra recaída. Y van… no sé. Cada vez se me hace más difícil. Dos semanas llevo de la primera dosis de Astrazeneca. Ni sé cuánto tiempo tarda en llegar al supuesta inmunidad. Tampoco si es verdaderamente eficaz. Ahora hablan de efectos adversos graves.
El mundo, la vida, no eran lo que imaginé. Y aunque lo repito en la terapia, no puedo aceptar aún que sea tan difícil conseguir los sueños, que tenga uno que revolverse en tanta estiércol. Y soy afortunado, ya lo dije, ya lo sé. Los hay más desahuciados, es cierto. Pero hay a quienes les toca mejor.
Y si es por quejarme he de decir que sigo sin conocer Europa, sin dedicarme a lo que me gusta: la ficción, el teatro. Hay que ganarse la vida. A veces me ataca el pensamiento de que hubiera deseado no haber nacido. Y me siento infinitamente culpable por pensar, escribir eso. Pero qué se le va a ser, si a veces lo pienso. Qué va ser (no se ofendan los puristas).
El miércoles -así voy al grano-, trabajé a medias (como siempre en este trabajo), pedí una hamburguesa, compré un vino. El día estaba oscuro, frío. El invierno se adelantó, parece, y este departamento es helado. La vecina dejó de tirar la puerta después de que en medio de una parálisis del sueño comenzara yo a gritar. Pido disculpas si no se entiende lo que escribo. Por ese lado, ha mejorado la cosa. Por el lado de la vecina, que antes daba portazos. El miércoles, vuelvo al miércoles: comí la hamburguesa, y, sin pensarlo mucho, como habían pagado el aguinaldo (el proporcional en mi caso, porque entré a finales de abril), entonces le hablé a la dealer, que vive cerca, y le dije que pasaría en un rato: fui por merca, vine a casa, comencé a tomar (esnifar). Y ahí llamé a uno, un paraguayo. Prostituto. Ya le había hablado al otro que vive en Retiro. Digamos que se llama Néstor (los nombres aquí son ficticios). Al principio Néstor dijo que no, se molestó porque no le había dicho que iría con alguien. El caso es que por un poco más de dinero (como si me sobrara) me fui donde Néstor, cuya pija es grandiosa (y pido de nuevo disculpas, esta vez por la falta de poesía), y ahí me cogió el paraguayo mientras le chupaba la pija a Néstor. Ellos se besaban.
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