El viaje. Las compras. Las valijas. El calor que agobia. Y el miedo, claro, siempre el miedo. Las ganas de escribir, pero sin saber ya bien qué. La curiosidad. El pelo demasiado corto. Los planes para el fin de semana en Bogotá. Y el pensar constante en el adiós. Los cuentos. Los cuentos que no se escriben solos, que me necesitan a mí para escribirse. A mí y a mi disposición. El calor, de nuevo. Todo el tiempo. Los zapatos que no encuentro, porque los que me gustan son los más caros. Y los precios bien elevados. No sólo allá (ese es otro miedo), si no aquí. Entonces, repito, los zapatos, que son bien caros. Y las noticias y el internet. Los que votan la derecha, los fascistas por ignorancia, los fascistas por tilingos, los fascistas por dormidos, por ese síndrome, el de Estocolmo.
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A veces pienso que es más cómodo tener el argumento de las historias antes de sentarme a escribir. Sería más cómodo, me digo. Porque si no, alargo y alargo los relatos. O me pauso, me quedo en pausa, sin saber qué desarrollo darles. Lo primero (alargarlos) es inconveniente, porque lo que quiero escribir son cuentos. Aunque para qué presionarme, me respondo enseguida, Continue reading “Miedo de furia (o Es mejor pensarlo, quiero creer, reconocerlo y analizarlo)”