Como si siguiera cansado de todo, de vivir.
Eso le decía a la tía en la playa. La tía, en seguida, lazó el regaño y preguntó que si yo no era feliz, si yo no estaba realizado. No quise contestarle, ser honesto. No es de vivir de lo que estoy cansado, si no de la idea de trabajar para vivir, de siempre tener que hacer más.
Sigue la pregunta: ¿debo seguir haciendo la obra con Lardi este año?
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Viaje a Cali.
Que si escribí “tacho” en lugar de cesto en el cuento que publicarán en la página francesa, y se supone, o es mejor, quiero decir, que la historia ocurra en Colombia, y aquí no usamos la palabra “tacho”. Que si el personaje habla de verano, y aquí no hay verano ni invierno, ¿entonces dónde ocurre la historia? Pero que nadie se dará cuenta, o pasarán perdonarán el asunto los lectores perspicaces, los que noten la incongruencia. En todo caso, es una página de Internet que creo no tiene muchas visitas. Me pregunto si debí guardar mi texto para otro momento u ocasión. Pero cedí sin conocer exactamente dónde saldría. El invierno en Colombia es la época de lluvia. El verano, el calor intenso.
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Cali, Colombia.
Aún faltan cuatro días. Cuatro días pasan rápido. La vida pasa rápido. Es tarde. Y escribo un poco llevado por las emociones. Es todo aprendizaje, creo más en el karma que en la brujería.
Ver lo que el otro no puede ver, y callar, no decirlo. Siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno.
Tal vez -algo ya descubierto antes- los demás sean maestros, y como hablaba con Áspora hoy, es importante aprender de nuevo a estar solo.
Y otra vez, una y otra conversación con Lardi para hacer las funciones que nos faltan, organizar fechas. No estresarme, dejarlo fluir.
Otra vez, odiarlo, querer salir de eso lo más pronto posible. Hablo de Lardi.
Debí quedarme más días en Macondo, pasar más tiempo con mamá, en mi casa. ¿Para qué irme tan rápido? No lo pensé antes, y ahora quiero estar más tiempo con ella. A menos que la aerolínea haga un cambio, no hay mucho para hacer. Sigo en Cali. Dos días más.
Estar en esta ciudad significa estar obligado a salir, y ya no quiero ver más esta cultura. Los últimos dos días. No es inspiradora. O eso creo ahora. Tal vez tenga tiempo para crear una vez llegue a Buenos Aires. Tal vez pueda salir con amistades. Tengo un poco de miedo a este año.
Debo dejar de pensar en eso.
Me consuelo pensando en el viaje que quiero hacer avanzado el año, una vez termine el tema de las funciones, trabajar a distancia, y escribir en lugares nuevos. Será un gasto de dinero, pero creo que puedo irme un mes más de viaje por lo menos en esta primera mitad del año, y luego pasar el invierno en Buenos Aires.
Fumo por ansiedad oral, por miedo, por desasosiego. Pero no porque tenga un gusto real por el tabaco.
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Un poco enojado por lo que percibo como una acción intencional del gerentito venezolano grasoso aquel, que justo coincidió conmigo en Cali, y le dije que si quería y tenía tiempo me avisara y nos veíamos hoy, entonces en mi mente digo que no quiere hacer que me relacione con el CEO, que estaría con él. En todo caso, lo cierto es que no quería verlo.
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Frustración, es lo que me genera el imbécil del gerente venezolano grasoso.
Del teatro no responden. Escribo a ver si se me va la ira, lo peor es quedarme con la vena, la rabia; tal vez más adelante haga ejercicio.
Ahora uso el punto y coma. Había una frase de Kurt Vunnegut, que decía que no había que usarlo (el punto y coma). Pero lo encuentro útil ahora (el punto y coma). Tal vez cambie de opinión después.
En Macondo, de nuevo, en mi casa. Los miedos arrecian.
Pero no debo temer, ya lo sé, todo está bien, solo existe el presente. La idea es superarse a uno mismo. Y todas esas frases que, aunque suenen de cajón, trilladas, no dejan de ser ciertas.
Estoy en mi cuarto. He dormido una linda siesta. Pero he agarrado luego una rabia importante por la ineptitud del tipejo este a quien he aprendido a odiar. Ese trabajo mantiene mi vida, y debo agradecerlo. No hay trabajo sin estrés. Aunque esto más que trabajo sea explotación, si vamos a llamar las cosas por su nombre.
Nunca es tarde. Lo digo porque ahora son 37, 37 años.
Y de nuevo, las redes, ese pequeño infierno en el que parecieran exponerse para mostrar quién la tiene más larga, quién es más bello, quién es más espléndido, quién alcanza más y mejores logros.
Disfrutar de estar aquí. Cómo disfrutar de estar aquí, disfrutar del presente, quiero decir, no querer ir por más, siempre pensando en el siguiente paso, en resolver la siguiente cuestión. Tal vez debería obligarme a escribir, escribir ficción quiero decir. Pero estoy demasiado enojado para hacerlo ahora, demasiado obsesionado con el odio que me generan estos ineptos dándoselas de reyes comerciales, cuando son un verdadero desastre en su accionar y formas de trabajar.
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Pedí que corrijan el cuento, así no uso esa palabra que no es del caribe.
Mamá, y que sea chismosa, que cuente todo lo que hago o dejo de hacer a todo el mundo, y el mal humor que me produce. Y no tener privacidad, porque le cuenta todo a todo el mundo.
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Ayer me quedé mal porque le dije a mi hermano (medio hermano) menor que no a su propuesta de ir el domingo a su casa, a la piscina, con todos los primos. Pero tampoco puedo hacer cosas que no quiero si no tengo ganas, solo por complacer a los demás.
Tampoco hubiese quedado contento si le decía que sí, ir a visitar la casa de papá, no estoy seguro de querer tener esa experiencia, solo por complacer a mi hermano.
Mi caminata tensa desde el carro de mi hermano hasta la puerta del edificio. Como si me percibiera soberbio.
No quiero ser un hombre malo… el tema de la foto también, ¿hubo cierta premeditación o acción deliberada en pedir que nos saquemos la foto los primos antes de que llegara mi medio hermano? En todo caso, el primo psicólogo dijo que lo esperáramos, yo dije que bueno. Pero fue el mismo primo -creo recordar, ¿acaso fue otra persona?-, quien propuso, minutos después tomarnos las fotografías en ese momento. Y todos estuvieron de acuerdo.
Papá me escribió hoy, respondió que nos veríamos el martes en la noche donde mi abuela.
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Anoche no podía dormir, se activaron en mí los odios varios, los miedos de siempre. Odio a ser subordinado en ese trabajito corporativo lleno de latinos, venezolanos y colombianas, con lo mucho que desprecio a esta cultura (¿al que no quiere caldo le dan dos tazas?), y con lo mucho que desprecio el comercio, verme vendido al postor que he conseguido; pensaba que si se van a poner exigentes por unos cuantos centavos más, pero querer hacerlo igual, necesitarlo porque hay que vivir. Fingir “buena onda”, buen ánimo, para ser explotado en esa cadena perversa. Y lo de siempre, estar obligado a ganarse la vida, cuando lo que quiero es nada más escribir y hacer teatro, cine.
Hoy, un asado donde la tía.
El silencio de esta casa es lo que necesito para sentirme cómodo, lo digo por el hacinamiento alevoso en el que vivo en Buenos Aires.
Debo agradecer.
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Odiar a todos los exhibidos que intentan convencer que Instagram es su vida, cuando es tan solo una parte, una selección acaso narcisista. Qué desprecio que siento por la humanidad hoy, qué mal humor.
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No es algo urgente. Lo del cambio para ganar más dinero. No es urgente precisamente porque no necesito ganar más dinero ahora. Pero siento que tengo las capacidades para, por un lado, tener más dinero, y, por el otro, destacar más o hacer cosas en las que pueda desarrollar más talentos; sólo porque eso es lo que he podido conseguir en el mundo capitalista, porque hay cosas que tienen “salida laboral” y cosas que no. Pero tampoco puedo conseguir un trabajo que no voy a disfrutar para demostrarle a un interlocutor imaginario mis capacidades.
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Leer sobre cómo soportar el ninguneo. No debí decirle de vernos en Cali al gerentito.
Por un momento llegué incluso a desear haberme criado con ellos (hablo de mis medios hermanos). Escribiré en desorden, como vienen las imágenes. Le di mal la mano a papá cuando me despedí. ¿Qué pensaría la amiga de mi hermano (mi hermano el que tiene mi mismo nombre)? ¿Mi hermano le explicará todo después? Es lo que menos importa. Primero fui a la casa de la abuela, ahí lo vi a papá con uno de mis hermanos. Luego fuimos por otro hermano. Y luego a buscar al aeropuerto a una amiga de uno de mis hermanos. Medios hermanos.
No debería importarme lo que piensan.
Le di la mal la mano a papá al final, cuando me despedí, él iba en la parte de adelante en el auto. Lo que me molestó fue lo que tomé como un pequeño regaño porque dije que había pedido otra gaseosa y uno de mis hermanos dijo que no había, y luego dije que había pedido la piña aparte, entonces él lanzó una especie de graznido, una especie de “ya” alargado que yo tomé como un regaño.
¿Y por qué me siento diferente a ellos, tan distinto? Pero al mismo tiempo, encuentro dentro de mí el anhelo de pertenecer, de aparentar que nos conocemos; en realidad yo era un desconocido, extraño en ese grupo.
Los comentarios de mamá sobre la homosexualidad. No tengo mucho tiempo para escribirlos ahora. Me pondré a trabajar. Estoy harto y confundido.
Regalarle un libro a mamá, un libro de autora costeña sobre ser madre de un hijo homosexual en una sociedad tan homofóbica como esta.
Últimos en días en Macondo.
Ayer salí a comprar el libro para mamá. Pienso dejárselo hoy antes de irme; pienso comprar antes una bolsa de regalo, dársela cerrada y decirle que la abra cuando esté sola. Ayer salí a comprar el libro, y ella ni cuenta se dio, pedí el taxi mientras ella veía la novela de la tarde, y dormitaba encerrada en el que ahora es el cuarto de estar, y antes era cuarto de mis abuelos.
Hoy me voy nuevamente. Tengo miedo a Buenos Aires.
Misión: volver a aprender a estar solo.