
Qué ira me genera el escándalo que hace la conchuda de arriba con sus pasos y moviendo los muebles desde temprano en la mañana. Despierto ya alterado. Despierto temprano porque debo ir a ensayar al pueblo de Lardi, a las afueras de Buenos Aires. Será la rutina de los sábados de ahora en más. Primero iré a yoga.
Ayer hablé en la terapia de grupo, pero después quedo con ansiedad, porque me expongo y porque hablo con demasiada pasión.
En la obra de ayer se regodeaban en la locura. Si bien era una crítica al sistema de salud mental argentino, creo que lo que está de base es la cultura porteña. Pero más allá de eso, el teatro documental como el regodeo en la historia propia, como un estallido (vaya si quisiera estallar yo) ante una sociedad que pone en un lugar marginal a quienes sufre de problemas mentales.
Yo prefiero la ficción.
Tengo miedo de que la obra que hacemos con Lardi no quede bien, de que sea duramente criticada, de que la puesta no esté a la altura del texto y del autor.
Lo digo por la enorme cantidad de recursos que usaban en el montaje que vi ayer.
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Sorprendido por la inmadurez de Dante, por su broma ayer sobre mi adicción. (los demás hacen cosas, no nos hacen cosas, intento recordar). Que diga tan livianamente que no sabe guardar un secreto, y que quiere decírselo a Huán.
¿Demasiado tiempo pensando en los demás? Amanezco decepcionado. No es la primera vez que me ocurre. Transitar por experiencias así con amistades. Ellos no saben, en muchas ocasiones, lo que significa transitar por estas situaciones tan difíciles (¿o son tan solo White people problems?).
Y digo más -porque es mejor escribirlo, así logro superarlo más rápido-, su pasividad agresiva, y cómo me ignoraba durante algunos momentos en la conversación.
Luego, tanta necesidad de definir sus tareas si llega a encargarse del vestuario y de la escenografía. Creo que es que mejor que no haga ese trabajo. Lo encuentro tan diferente, tan poco empático por momentos. Pero más aún, tan intentando aprovechar, rasguñar el mínimo beneficio, en un proyecto independiente.
¿Cómo no quedar resentido? Pensé que se podía confiar más en él. Pero no es así. ¿Vienen y van, como dice Raira? Las amistades, quiero decir. ¿Son todos los vínculos igual de efímeros?
Supongo que es envidia. En el fondo, es la miseria humana, alegrándose de la vulnerabilidad del otro, de que al otro no le haya ido bien. Su morbo podrido, su resentimiento porque vengo de una clase social más alta. O eso intuyo. Hablo desde el enojo, mal consejero, mala musa.
Miserias.
Al final, descubro que todos los vínculos son contradictorios. Que el único amor incondicional -si es que tal cosa existe- es el de mi madre. Que buscar en los demás, por más que me pese, amor y cariño, es una equivocación. No porque no puedan darlo. Si no porque será siempre limitado, y porque, sin saberlo, sin quererlo, sin intención incluso, hacemos daño a otras personas con nuestras actitudes.
Vuelvo a Dante: lo pretensioso que se pone de repente al pedirle que trabaje en el proyecto.
La profesora de yoga ayer, diciendo “dale, dale”, cuando le decía que tal vez iría algún día a la mañana. Fue claramente un “no me importa, después nos avisas”. ¿Por qué presumo maldad de su parte? ¿Proyecto?
La maldad en los otros, es eso.
Y pensar que me dejaría bien la interacción social de ayer, pero no. Supongo que es bueno, como dice Áspora, descubrir quién es quién.
Y volverme impermeable -he estado leyendo un poco sobre el tema-, volverme impermeable o revisar esa sensibilidad por los comentarios de los demás. Tal vez tenga que ver con una condición mía. Esta sensibilidad.
Y que nada tiene sentido, pero que de todos modos es importante encontrarle un sentido a esta vida para hacerla más amena, hacer más amena la cotidianeidad. Y no regodearse en el dolor, haciéndose una víctima eterna.
Aunque es cierto también que los humanos somos una raza maldita. Cuánta violencia tengo adentro. ¿Por qué veo tanta maldad en los demás? ¿Es acaso por la energía que tengo de antes, antes de esta vida, quiero decir? ¿O es tan solo mi capacidad de observación?
Qué contradicción me generan los vínculos, las amistades, sus actitudes. Pero ya he leído esta mañana sobre el asunto, ya he salido a correr. Hice compras, y preparo la comida. Dejar de pensar en nimiedades. Descubrir, es eso. Saber quién es quién, a medida que los conozco. Saber sus límites y sus limitaciones. E intentar perdonar, si es que me he ofendido. Sea lo que sea que hayan hecho, solo puedo controlar lo propio. A veces quiero creer que el karma existe. A veces, me da miedo que caiga sobre mí, porque, claramente, no estoy, no me siento, libre de culpas.
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Lunes, otra vez.
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En el trabajo, no responden a los correos. Para qué carajos me piden hacer seguimientos, si luego no van a darle causa a los pedidos que generan los seguimientos que hago. No debo dejar que el tema me ponga tan de mal humor. Aún sigo enojado porque no me respondieron nunca por lo que quería Áspora para la empresa en la que trabaja. Funciona todo para el culo ahí adentro. Y me apoyo en cualquier razón para justificar no trabajar. Hoy no quiero hacer nada. Después recuerdo que debo cuidarlo, cuidar mi trabajo, que vivo de eso.
Los ruidos al despertar.
Luego, el encargado, que me mira los zapatos siempre. Pobre miserable. Debe preguntarse a dónde voy. Y por eso mira cómo voy vestido. Uso zapatos deportivos porque son cómodos, porque no voy a una oficina, porque soy un bacán, sí. Un artista. Un don nadie, tal vez. No soy un hombre elegante, un hombre importante. ¿Por qué me mira siempre los zapatos?
Sacarme sangre. Ahora, salir a correr.
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El grupo, los demás, sus historias, la intensidad del contacto social, o cómo yo lo percibo tan intensamente todo. El hombre que me atrae.
Los hombres. Este que me gusta del grupo, tiene mujer, 42 años, es abogado -como el otro, el que no ha aparecido más, el que conocí en un sauna, y que se dedica al day trading, y decidí no hablarle hasta esperar a que desaparezcan las verrugas-. Llego a casa y me masturbo pensando que me desnudo para él, para el hombre del grupo, que me siento encima de él. Cada uno con sus problemas, con su proceso. Y las relaciones humanas, los vínculos. Que me sea tan difícil entrar en contacto con los demás, o quedarme satisfecho, como si una parte de mí dijera: no te quieren, no te aceptan. ¿Acaso soy yo el que no me acepto?
Después de tanto rabiar contra Raira, ahora siento pena de que se vaya, se va una amiga.
Por suerte no iré al grupo durante los próximos dos días. Tengo taller de escritura y el jueves ensayo. El viernes, sí. El viernes sí que iré, a verlos de nuevo, a encontrarme de nuevo. Son buenos, o muestran una buena cara. El asunto de la hibridez, que sea virtual y presencial al mismo tiempo, lo hace más difícil.
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Sobre el grupo:
Los límites. El remplazo de una sustancia por otra. Ahora estoy fumando más. La adicción es compulsión y obsesión. Supongo tiene que ver, como dijo un terapeuta el otro día, con personalidad adictiva.
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¿Qué debo hacer entonces? ¿Hablar con la mujer de arriba, hablar con la señora C también? ¿Decirles cuánto me asustan y molestan sus ruidos? ¿Mudarme? ¿O simplemente seguir así, sin decir nada, no vaya a ser que sea para peor?
Ahora resulta que la psiquiatra del tratamiento para el consumo de sustancias me quiere medicar. Pero no tomaré medicación, no calmaré estos tormentos así. No ahora. Si le hablo de mis tormentos a la psiquiatra, entonces le daré la razón. Pero los tormentos vienen de antes. Siempre he sido una persona malhumorada. No tomaré medicación por eso.
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El regalo para mamá, las cuentas. Los ensayos, y el miedo sobre cómo llegaremos a octubre. Las relaciones en el trabajo, en el que me siento ninguneado, dejado de lado. Ayer no me avisaron que no había una reunión, y me conecté, y me dejaron esperando, porque claro, están tan ocupados que nadie piensa en decirme que no hay tal reunión. Entonces, mi venganza es no trabajar, hacer lo que quiero, cuando quiero. En todo caso, me ayuda a vivir. Y espero que me den las vacaciones a fin de año para viajar a Colombia.
Supuestamente para estos malos humores, la psiquiatra quiere darme pastillas. Ya decidí que no las tomaré. Es viernes. Iré a la feria del libro con los del taller de escritura, un compañero presenta su libro.
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Escribir sobre mí. Salir. Ser aceptado, verme aceptado. Los demás. La escena en la obra que hago, la escena que habla sobre los otros.
Tendría que escribir menos sobre mí, y ver si logro terminar algún cuento para enviar al taller. O para avanzar simplemente, en esta otra vocación, la escritura.
Llego del grupo. Me baño.
Mejor ser egoísta, que no me afecte cómo me ven los demás. Se trata de hacer espejo.
No le dije nada al abogado que dijo que su problema iba mejor, con todo lo que me gusta. Pero ya todos habían hablado. La terapeuta pidió que aplaudieran al único que había ido presencial. Y ninguno de los tres que quedaban hizo nada.
¿Por qué pienso que el abogado me rechaza? No importa. Es heterosexual, tiene esposa. ¿Qué carajos me importa si le caigo bien o no? Y si hablo, si digo lo que digo -como me encargué de aclararlo en el medio de mis intervenciones-, es porque me hablo a mí.
La terapeuta me dijo al final: La mente es tramposa. Y hay que pensar, vivir en el presente. Hoy me mantendré bien. No pensar en el mañana, porque trae ansiedad. No vivir en el pasado, porque trae melancolía. Lo que tengo es el presente. Hoy. Y hoy quiero estar bien. Mi lívido. Y el abogado que dice: puse los huevos -refiriéndose a su ahínco, una manera de decir-, y yo que imagino sus testículos, quiero saber a qué huelen, quiero verlos, acariciarlos. No digo más. El abogado tal vez intuya que me siento atraído hacia él. O no.
Tal vez parto del rechazo. Necesito escribirlo, así venga diciéndolo hace una hora, caminando por avenida Corrientes, solo, después del grupo. Tal vez es solo una idea, no tengo nada que me diga que él me rechaza. Y si es así, ¿qué me importa?
Y decir: me siento muy identificado, después de que habló el tipo que habla de la cocaína, del porro, que dice que es gay y que entra a Grindr y bloquea a los que ve con la naricita (símbolo de quienes toman cocaína).
Puedo seguir así, puedo seguir bien, un día a la vez. En fin, seguramente siga un tiempo más pensando en lo mismo, en la ansiedad que me produce lo que los demás piensan de mí en ese grupo. Lo que dije, lo que no dije.
Muy bueno. Creo que el abogado sabe que te gusta y lo disfrutan los hombres, aunque sean hetero. Abrazoooo
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Jejeje, puede ser que algo perciba, quién sabe. Aunque asiste poco a los grupos últimamente. Si bien hay personas muy observadoras, me doy cuenta de que muchas veces los demás no son tan perceptivos de lo que nos sucede hacia ellos. Quién sabe.
Un abrazo, amiga. Entro a leerte.
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