Fin de año, una vez más

Odios. Si pudiera odiar menos. Al coordinador venezolano que me habla y pide el reporte de actividad del mes, y luego no contesta. Saludos, le pongo a manera de despedida, siendo insistente a propósito, porque ya noté que no va a contestar.

Luego el otro que tampoco contesta más.

Odiarlos a todos. Cuando uno piensa que entiende algo de este entramado, entonces la duda amenaza con destruir cualquier certeza. Lo medible, eso a lo cual nos aferramos, eso que creemos nos da seguridad, como arena a la que le tiran agua, se desmorona, ante preguntas sobre el origen, el porqué, la cosa en sí.

Veo los videos budistas, pero luego cuando le hice un comentario a Dante, dice que es pensamiento mágico. Supongo que lo es. Basado en mitología, en creencias. Creer o reventar, dicen. Y pasarme las horas intentando procesar esta bronca que me ataca, como si fuese yo una víctima, pareciera venir contra mí. Los demás y sus miserias.

No contestan como estrategia para marcar poder. Pues que se vayan a su mierda, porque todo vuelve.

Debo mantener la amabilidad con todos, es lo que conviene. Sarta de miserables. Esto solo ahonda en mí la indefensión aprendida, pensar que ellos son malos, todos, por sus agresividades.

Quisiera cortar vínculos, desde la raíz, de manera lapidaria, sacarlos de mi vida, no necesitarlos. Pero no puedo, los necesito para sobrevivir en este mundo al que he sido obligado a venir. ¿O no he sido obligado acaso? Hay tantas teorías. ¿Y qué es lo verdadero?

Salir a caminar no es una buena opción.

La vecina, la señora C, ayer, cuando la vi en la calle, preguntó si suelo estar en el departamento. “Ah, porque sos tan silencioso”. Y yo pienso que quiere decir algo con esos comentarios que lanza. Puede ser paranoia. No confío en ellos.

Gordo imbécil e inseguro que ostenta ahora ese rol de poder. ¿Quieres tener a un empleado difícil? Que le doy muchas vueltas a las cosas, que debí hablarlo con quien lo había hablado, dijo aquella vez refiriéndose a cuando pedí el día libre por el cumpleaños, y me lo negó la de recursos humanos. Es una historia larga. Odiarlos por no soportar cómo muestran desprecio y ostentan poder, como si no se tratara todo de una relación meramente comercial y económica: quiero el dinero y por eso me relaciono contigo, cerdo inmundo, no me interesa en lo más mínimo conocerte ni tener un vínculo contigo, ese tipo de encuentros los hago en otro lado, los amigos surgen en otro lado.

Ahora le retiré la invitación para conectar en LinkedIn. Seguiré siendo formal y amable, como lo marcan las leyes de lo corporativo, mundillo que deja ver todo lo asqueroso que tenemos dentro.

Y no hablo de las relaciones personales, porque después seguramente me arrepienta. Es mejor que estén. Luego cuando me calmo un poco reconozco que son necesarios. Qué hervidero de miseria en el estamos envueltos. Si abres Instagram, entonces todos estarán haciendo chistes, memes, exhibiendo su felicidad, sus logros (incluso yo, no me quedo atrás, debo promocionar mi trabajo). Si abres Instagram, entonces todos muestran el recorte de su momento más alegre, más feliz.

Amor y odio.

No quiero ser el tipo huraño que se aisla y odia a los demás. ¿Esos que están en compañía, están mejor? Supongo que sí, porque lo necesitamos, porque como especie estamos hechos para vivir en sociedad. Y como sociedad entonces contaminar con nuestra mierda y nuestras toxinas todo alrededor, creyéndonos buenos.

Relaciones ambivalentes.

Es normal. Debo detectar en quiénes no puedo confiar definitivamente. En el trabajo,  no puedo confiar en nadie. Aunque siento que necesito aliados.

Siento que soy muy intenso en mis vínculos, cómo hablo con los demás, cómo trato a los demás.

No es un buen día, no es lindo cuando no contestan. Espero no permanecer en sus mentes, como ellos permanecen en la mía, como demonios que azuzan.

Ayer soñé que alguien me decía que pensara en los objetivos a largo plazo no en los objetivos a corto plazo. No encuentro relación con algo de mi vida actual, pero tal vez deba recordarlo al tener que tomar una decisión en un futuro cercano. O como respuesta a esta constante necesidad de moverme, de cambiar de lugar de residencia, como si eso fuese a solucionar los problemas. El problema es la percepción de la realidad.

Lo recuerdo, y sin embargo no logro amigarme con algunas sensaciones que aparecieron incluso en el sueño. No sé por qué peleaba con mamá, no sé qué le decía. ¿Qué son los sueños? ¿Recuerdos de vidas anteriores? ¿Emociones que marcaron nuestro día, hechas historia, mito, en nuestra cabeza?

Pues que si nadie vigila, ¿por qué apurarme a trabajar? Ni siquiera contestan los mensajes de manera amable. ¿Recojo lo que he sembrado?

Puede ser. Dormiré una siesta.

Qué complejas las relaciones humanas. Qué compleja la vida en general, y transitarla airoso, salir airoso, no se me ocurre otro adjetivo.

Escribir sobre lo que sé. Escribir desde un lugar sincero y genuino. Escribir lo que me gustaría leer. Escribir lo que hay adentro de mí, como una manera de exorcizar, de sacar estos demonios que incendian mi bienestar. Si pudiera estar más tranquilo, encontrar más paz, aunque nada parezca ser digno de preocupación ahora. Mensajes en botellas, las tiro al mar. A ver si alguien viene y me salva, a ver si alguien dice “yo puedo recibir tu amor, yo puedo darte amor”. ¿Y ese alguien? ¿Después se irá? Puede morir, incluso. Las relaciones, todas.

Áspora, en cambio, dice que hay que leer entrelíneas. Yo creo que hay que leer entrelíneas.

*

Quisiera inventar una historia, pero todo lo que hago es escribir sobre mí. El taller de escritura, si bien me da nociones para la corrección, siento que cercena mi inspiración, verlos semana tras semana, saberse tan juzgado, con una lupa. Es como si no me sintiera orgulloso de mi ficción. Me cuesta verme como actor también. No quiero que llegue una crisis, pero es imposible no evaluarse en este periodo del año.

Jueves. El mundo y su infinita e incoherente perfección, un caos organizado, y uno intentando encontrar respuestas a preguntas que no la tienen, o que no descubriremos.

La generación de los memes, la generación del amor líquido, la que dio inicio al supermercado virtual de posibles parejas. Envejecer. A veces me asusto, pienso cómo conseguiré trabajo, cómo sobreviviré ante la hecatombe que siempre pareciera estar por venir en este planeta.

Distraerme. Pasar el rato. Compañía para distraerme. Pero si me es esquiva, si no lo busco, supongo que también estaré bien, que es lo que he aprendido. Estoy un poco ansioso. Siento que los demás pueden escuchar, pueden notar que estoy aquí, solo, y que sentirán pena por mí.

Hoy en el supermercado, la pareja esa, cómo los odié, cómo odio a los felices acompañados, que estén todo el tiempo acompañados.

Mi pelo largo. Mi barba crecida. Solía ser un día especial. Ahora es un día común.

La gente viaja. Nos atormentan con ómicron, pero al mismo tiempo la economía debe seguir su curso, más vale, si no serán los que menos tienen los que se vean más perjudicados, ¿no es así?

Pero eso a ti no te importa, dijo el tío, sobre pasar las fiestas solo. El tío dice que quiere pasar un año en Argentina.

Ahora me duele un poco la cabeza. Quiero empezar con el champán, aunque es temprano. No sé si llego a la medianoche. La discoteca cerca de casa abrirá, podría ir si quisiera, si no hubiese ya hecho eso meses antes. Para los días que empecé con el síntoma de la sífilis por andar revolcándome con el uno y con el otro. Exagero. Tampoco fueron tantos. Pero sí de una calaña… asquerosa. Podría revisar mi año en cuestión de hombres.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

2 thoughts on “Fin de año, una vez más”

  1. No podría nunca participar en un taller de escritura. Primero es demasiado íntimo, aunque uno intente hablar de algo que no sea sí mismo, ed como leer su propio diario en público dado que se desvelan sus miedos, ideas, visiones, fantasías. Segundo me ofendería terriblemente por cualquier comentario, seguramente lo tomaría como una crítica.

    Envidio el sueldo de los actores (famosos) pero no el nivel de exposición que conlleva ni las cosas que les tocas hacer frente la camara o el preparatorio físico cuando el papel se lo requiere (adelgazar, engordar, aumentar masa muscular etc.). Estoy bastante irrequieta con mis pensamientos en mi cabeza que no hace falta agregarle ni voces ni palcoscenícos. Soy el tipo de persona que aún piensa a todos los momentos feos de la adolesciencia. Por suerte mi memoria es terrible, y eso me protege un poco.

    Cuando era más joven, tuve un intercambio de cartas con una tía donde le contaba un poco de todo de mi vida. Por entonces yo tenía 17 o 18 y seguimos hasta la universidad. Dado que no había whatsapp, había que escribir en Word cada tanto, entonces había que describir, elaborar, escribir, revisar… y queda todo guardado. Por curiosidad, leí algunas cartas mías y me sorprendí por todo el sentimiento que tenía por cosas que ahora ni siquiera acuerdo. Entonces no confío en absoluto en mi memoria y en mi cabeza. Somos tan imperfectos, que lo único honesto que podemos hacer es aceptarlo.

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    1. Gracias, Isa, por leer y por comentar. Interesante la reflexión sobre las cartas con tu tía.
      Sobre el taller, coincido con que revelar un primer borrador y en general publicar es exponerse, y es verdad que cuesta y que el taller es un espacio íntimo. Tal vez como me han enseñado es que es necesario un espacio en conjunto con otras personas para corregir. Lo que me pasa es que a veces de tanta frecuencia con esas mismas miradas va en contra de mi libertad creativa y no a favor.
      Un abrazo. Espero que todo ande bien.

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