Sigo mejorando. Sin hierba ni sustancias. Si pudiera usarlas de manera más esporádica, solo en un momento de fiesta, de manera recreacional. Pero no, si tengo marihuana, caigo en anestesiar con a diario el dolor.
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En el trabajo las cosas van bien. Necesito mantenerme sobrio, lo escribo y lo reafirmo con el miedo a usar de nuevo la estrategia maldita como vía de escape. Ya no puedo poner en amenaza mi estabilidad económica, con lo golpeada que se encuentra la Argentina. Los unos le tiran culpas a los otros. El FMI, la deuda, la pandemia, la inflación. No sé qué pensar. En el grupo de Whatsapp del taller opinan. En las pasadas elecciones legislativas pude votar. Pero no confío en nadie. Se elige lo menos peor, pienso. Miseria.
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Algo de insomnio durante la noche.
Enojo por las devoluciones en el taller. Verle la quinta pata al gato, buscarle el pelo al huevo, y contradicciones varias. Opiniones con las que no estoy de acuerdo y debates que desdibujan la figura del maestro y me dejan confundido. Trabajo. Dermatóloga. Trabajo. Odontólogo. Esperar el sueldo. Agradecer. Diciembre.
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El dinero. Más de lo mismo. El consultorio odontológico cuya falta de salubridad me asustó. Pero fue allí donde pude conseguir turno.
La ciudad hecha un caos, las calles atestadas, protestas por una cosa y la otra, empobrecimiento. Podría ser peor, lo sé. Pero también podría ser mejor.
Mientras tanto, intento mantener la estabilidad, no me drogo. Intento recuperar la motivación. Aunque cada vez tengo menos ganas de continuar, aunque note que me muevo por la inercia de sobrevivir.
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Terminar esas reuniones sintiéndome triste, menos que ellos, los felices en apariencia.
Haber intentado escapar de esa cultura, pero encontrarme ahora con el éxodo de venezolanos, con ese acento y esas costumbres, tan parecidas al lugar del que vengo. Verlos haciéndose una vida en un lugar en el que quise blindarme, protegerme, y ahora, teniendo que soportarlos en todo lado, promoviendo su país. Alguien podría decir que es xenofobia. Pero no. Es que pensé que aquí estaría alejado, y resulta que poblaron todo el continente. ¿A dónde ir ahora?
Venido a menos. Así me siento. Aspiré a tanto, y no tuve el coraje para hacer más, y sin darme cuenta me vi con un virus que… ¿me limita? ¿Debería irme a Estados Unidos? ¿Es ese el país para mí?
No conocer Europa, a puertas de mis 36. Sentirme pobre, pero ser al mismo un burgués del tercer mundo. Escribir sobre mí, y haber perdido la inspiración para los cuentos. Corregir el mismo una y otra vez (porque eso es lo que hay que hacer, ¿no? corregir).
Y sentirme un asco por haber estado con el sucio (me siento mal por llamarlo así, pero es un hombre de muy poca higiene). Haber gastado tanto dinero en anestesiarme, dinero que pude haber ahorrado para traer a mamá, o para ir yo a Colombia. Escribir sobre lo mismo, a ver si logro sacarme todo de la mente, a ver si logro inspirarme, y poder continuar con alguna historia.
Languidez. Combinado con la sensación de fracaso, con una crisis por no encontrarme donde quisiera a esta edad, por no haber hecho todo lo que hubiese deseado. El éxito que me vendieron.
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Qué mal necesario. Debo ponerle un freno o de lo contrario me quemará la cabeza, verlos exponiéndose, pero no poder salir, como preso del sistema. Hablo de las redes sociales.
¿Qué historia quiero contar? Ahora se me ha dado por tocar el tema del conflicto armado colombiano, por meterme con eso de los crímenes de estado. Pero no se me viene una historia a la mente, y no sé si sea entrar en camisa de once varas.
Creo que el asunto ahí abajo mejora, pero no estoy seguro. Sebastián dice que las zonas húmedas tardan más en sanar. ¿Qué puede ser?
¿Por qué me encuentro tan limitado para escribir historias? Siempre que vengo al ordenador, termino redactando estas líneas. Y releo cuentos fallidos, intentando rescatar algo. Pero todo requiere de mucho trabajo. Así que vuelvo a estos diarios. O me paseo por las páginas de internet.
Por suerte son días de calma. Aunque el asunto en mi miembro me preocupe. Ya pasará. Ayer, encontré por fin un nombre para una parte de lo que me pasa: languidez, así le dicen los psicólogos.