Enfermo. La prueba de covid dio negativo.
No me baño hace días. Debo cortarme el pelo. Nunca lo tuve así de largo. Pero no puedo ir a una peluquería: se me están cayendo los mocos. Tal vez mañana amanezca mejor.
El perrito (no el de la de joven de arriba, ese solo ladra), si no el otro (no sé de qué departamento es, uno en un piso inferior), se la pasó chillando toda la tarde. Lo han de dejar solo, supongo. Dormí (dormité más bien) incómodo, torturado por el animal.
¿Es todo esto mi karma?
La cara manchada a causa de esa dermatitis que pareciera no termina de irse.
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Tal vez pueda estar unos días sin fumar luego de recuperarme de este estado gripal. No quiero ser el tipo quemado, pasado de rosca, enloquecido por las sustancias, que no encuentra tranquilidad, que no pudo lidiar con su adicción.
Quiero despertar día a día tranquilo, aunque disfrutar cueste.
Hoy es domingo, el edificio permanece silencioso. Qué diferente a otros días, cuando el ascensor sube y baja constantemente.
Ahora veo todo sucio, tal vez como una proyección de mi interior. El ventilador de piso, encendido. Dicen que es un aparato bien de clase media argentina. Pues también tengo aire, pero no conviene encenderlo con este catarro. El día, caluroso.
Un blanqueamiento dental. Dejar la marihuana y el vino tinto, las bebidas oscuras. Menos el café, claro. Y el té verde. Dejar el cigarrillo después de la cena. Dejar la cocaína, sustancia maldita.
Y así, entre humanos, en esta sociedad podrida, no tengo más opción que continuar, mientras haya vida. Cada uno con sus angustias y pesares, intentando ser populares en la realidad virtual, vaya si es un arma de doble filo. Todos, felices. Todos, contentos. Todos, cómicos y jocosos. Todos, con algo para decir y exhibir de repente. Y querer salirme, pero seguir ahí igual.
Hay tanta gente haciendo ahí afuera. ¿Qué es lo que me diferencia, qué es lo que hace que lo mío sea particular? ¿Y por qué querer diferenciarme? Y aún, este deseo malsano de pertenecer a un mainstream al que en el fondo…
Pensamientos negativos, intrusos, que me atormentan: que el imbécil con quien dormí la semana pasada se sintió asqueado por ver este departamento sin la cerradura en el baño, por tener yo las persianas cerradas, por mostrarle cómo se veía el colchón de la adolescente que se tira ahí a dormir. Tal vez, el boxer colgado en la ducha. O no haber encontrado (pobre idiota, cómo no miró atrás, en la bañadera) el champú. ¿Le di asco? Mis vellos púbicos sin afeitar. Antes fue el sucio. ¿Hablé de él acá? Quiero decir, ese vino antes, el miércoles. Oliendo a tabaco y transpiración. Pero tan masculino, y yo tan drogado.
Si pudiese trascender, superarme. ¿Acaso no lo he hecho?, podría preguntar alguien que quisiera animarme.
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Haber visto ayer en el teatro a algunos compañeros de la clases de actuación -a las cuales ya no volveré-, y hacerme el que no los había visto. Y luego sentirme culpable por esa reacción. ¿Por qué no los saludé? No supe manejar la situación con madurez, y eso es lo que me molesta.
Las flemas van saliendo. Por suerte no ha sido algo grave.
El sábado le recordé la madre a la recepcionista del hospital donde no me quisieron atender. Luego, fui a uno de la obra social (debí haber ido directamente ahí). Recién abrí la persiana del cuarto (que da a una de las habitaciones de la vecina; la vecina que sube y baja, la señora C) y alguien ahí, cerró la persiana de inmediato.
Escribo todo. Como antes, como cuando estaba sobrio y tenía tiempo para redactar. Estoy sobrio, y por eso, tal vez, siento que el tiempo rinde un poco más.
Si es de criticar, puedo criticarlos a todos. Cómo dejar de ser el irascible que desprecia a la humanidad, pero al mismo tiempo es consciente de la necesidad biológica del contacto con otras personas.
Mi soberbia, al desnudo. Y siento que he dañado posibles vínculos por esa actitud sumada al mal humor.
Y mi promiscuidad. Ahora, de nuevo el temor a la sífilis por lo que pareciera una llaga. Puede ser una simple herida por haberme masturbado más fuerte de lo debido. O por falta de higiene.
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Otra vez, lunes. A mamá se le dañó el teléfono. Ayer mi prima que vive en Australia otra vez contándome de sus consumos: un crucero para ella, el hijo y el marido, por 1600 dólares. Yo, en cambio, a duras penas pago mi vida, y no puedo ayudar a mamá. Yo elegí este país del tercer mundo, en el que adquirí una condición crónica de transmisión sexual que me mantiene atado al sistema de salud.
Sigo sintiéndome triste cuando veo que ellos en el primer mundo disfrutan ostentando. Y yo, que tenía todo para elegir, para luchar, las herramientas, me paseo en estas calles habitadas cada vez por más indigentes, en esta ciudad gótica, a la que amo, pero a la cual reconozco como marchita.
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Un poco mejor. Tanto física como mentalmente. Aunque el asunto de la llaga ahí abajo me tiene bastante preocupado. ¿Hasta cuándo voy a esperar para ir al médico? ¿Se irá sola y confirmaré luego el diagnóstico cuando me haga los exámenes de sangre el mes que viene?
Si pudiese mantenerme sobrio todo el tiempo, así como lo vengo haciendo. Me hubiese gustado haber gastado gastado menos, cuánto mejor estaría física y económicamente ahora. Cuántas preocupaciones y desdichas me hubiese ahorrado.
Por supuesto, quién me quita lo bailao’. Pero a qué costo.
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Ellos, los que más tienen, los que más disfrutan, los que tienen una vida de ensueño; yo, el que ha alcanzado poco, el pobre, el poca cosa.
Mamá dice que el hijo de un primo se irá a Italia. ¿Es Italia el primer mundo? Supongo están mejor que acá. Irá por un semestre. Abogacía estudia el hijo del primo. Heterosexual, blanco, con todos los privilegios de ser nieto varón de una familia de clase media alta.
Y como siempre, me pregunto, si debí migrar mejor. O si aún puedo hacerlo. Pero a dónde, a hacer qué.
Sé que no es literario escribir esto; siempre lo mismo. Pero debo sacarme estos pensamientos que me corroen.
Lo mejor será que no vengan aquí, a Buenos Aires, que no venga nadie, no quiero verlos. Por ahora, lo mejor de haber venido a este lugar es mantenerlos lejos.
Por suerte no he entrado a Instragram. ¿Cuándo publicaré el trailer de eso que hice hace unos meses?
Temo quedarme solo, sin amistades. Los temores afloran ahora.
Aunque debo decir que estoy tranquilo y que esta etapa de sobriedad ha traído consigo una especie de alivio a la crisis que experimenté durante todo este año. Diría que desde abril más o menos que empecé a percibir este gran remordimiento por no haber alcanzado las metas que me había propuesto para esta edad.
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Han restringido la compra en cuotas sin interés de pasajes al exterior. Al cabo que ni podría por ahora pagar un pasaje.
El sueño de conocer Europa, cada vez más lejos, viviendo en un país tan empobrecido y en medio de esta pandemia, que parece no tener fin. La situación es tan turbia.
La herida en mi genital sigue abierta. Me puse de nuevo la crema que me recomendó Laitan. Ayer pensé estar mejor. Pero hoy lo noto igual. ¿Por qué no mejora? No parece síntoma de nada de lo que leo.
¿Debo esperar al lunes para acudir al médico? Había dicho que si no notaba mejoría hoy…
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Miedo. El tema “ahí abajo” sigue igual. Si bien no empeora, tampoco mejora.
Los vecinos, la mujer de arriba.
Estoy mejor.
Las cuentas.
He leído un tweet de alguien que se quejaba por los ruidos de su departamento que da a la calle. Leí también las respuestas de muchas personas inconformes por lo mismo. Recuerdo aquel año 2008, cuando vivía en otro departamento interior. Y si bien ahí no me atormentaba el asunto de las personas alrededor (salía más y constantemente), sí recuerdo la sorpresa que causó en mí la forma en que se escuchaba el ruido de la ciudad estando en un lugar interior.
Ahora me quejo por los ruidos de los vecinos. He tenido por suerte, ¿por mala elección?, venir a una cultura de maleducados, a un país pobre, con una moneda que no para de devaluarse.
Si hubiese ido a otro lado, mi vida sería tan diferente. Tal vez venía ya en mí el destino de portar ideas de izquierda, de cierto inconformismo con esta realidad social, para alejarme o separarme tal vez de mi tradición familiar, que tampoco tengo tan clara. Pero digamos que las dos generaciones anteriores a mí -exceptuando a mi padre, que intuyo tiene ideas de izquierda-, son neoliberales de derecha.
Nada está dicho, quiero creer. Digo “quiero creer”, porque pienso empiezo a salir de una etapa de desesperanza que por poco termina con todos mis ahorros, y que ya tuvo consecuencias en mi salud.
Cuando me diagnosticaron esta condición crónica y terminé mi única relación amorosa creí encontrar un camino. Pero años más tarde, desesperado por no encontrar trabajo (ese fatídico año 2015 cuando regresé de Estados Unidos) ni hallar el reconocimiento que buscaba de manera -ahora descubro- gestionada por el star system (o yo sin ser lo suficientemente fuerte para darme cuenta, no lo sé), entonces caí de nuevo en la vorágine de drogas para aminorar, anestesiar, la frustración de no conseguir el gran éxito que tanto perseguía. Ahora, es como si nada me interesara más que la tranquilidad. Lo digo y temo caer de nuevo, porque ahí afuera están todos exhibiendo sus supuestos triunfos y felicidades en las redes sociales, sistema dañino.
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Un poco más. Aguacero. Justo a tiempo. Que tomé el taxi justo a tiempo. Luego, la lluvia. Viene bien compartir las experiencias. Celebro un poco salir de la depresión. Porque estoy saliendo, quiero creer. Huán me regaló algo de porro paraguayo. Celebramos su cumpleaños.
Ahora tomo un té de manzanilla. El asunto ahí abajo, el asunto ahí abajo. ¿Por qué no digo mi pene? ¿Haría parte de mi pensamiento mágico, de algún tipo de delirio recordar que mi carta astral habla de las enfermedades venéreas, de mis genitales? Otras veces ha ocurrido también que me he asustado innecesariamente.
Ahora quisiera tocarme, pero tengo eso ahí. Espero y necesito que sane. El lunes, si no mejoro, definitivamente intentaré conseguir un turno.
Es cierto que las sustancias alteran la percepción de la realidad. No conviene.
Y siempre, lo mismo: el miedo a la economía, a caer más abajo aún.
Escribir. Porque llueve. Estoy un poco más tranquilo.
Sobrepensarlo todo tampoco es positivo. Escribo telegráficamente, lo sé.
Fumo unas pitadas de la marihuana paraguaya. Si pudiese controlarlo.
Y claro, sobrepienso mis actitudes, mis palabras, las cosas que hago y digo, y cómo hago sentir a los demás. Quiero ser un buen hombre, pero a veces siento que gana el lado oscuro que hay en mí, la miseria, lo que acá podrían llamar mala onda.
Pido disculpas si, a veces, por cosas, por actitudes, por comportamientos, quedo como un pelotudo. Lo preocupante o triste, es que esas actitudes las cometo cuando estoy bajo estados alterados de conciencia. Estados que, ahora descubro -vaya si lo han dicho, pero se llega a mejor puerto cuando se descubre por los “propios medios”-, son nocivos, por lo menos para alguien tan hipersensible.