Motivos de una depresión II

Quisiera marcharme. Marcharme pronto. A cualquier lado. Sacar un pasaje, a Río de Janeiro, por ejemplo. O a la Florida. No, ahí están mis primos. A la costa española. Qué sé yo. A Cartagena de Indias. Y alquilar un departamento con vista al mar, en un piso alto, y alternar entre el mar y una piscina, y sentirme libre, sin preocupaciones, sin tener que pensar en ganarme el centavo, el peso, ahorrar, porque así es la vida, porque esas son las reglas de este lodazal al que he llegado quién sabe cómo. La vida y su incertidumbre eterna. Buscar trabajo en las redes, en Internet, me deprime, me asusta, me angustia, no quiero nada, no quiero más, quisiera parar. Solo hacer cosas que me gusten, y no tener que verlos a ellos, desaparecer, no tener contacto con ninguno, no hacerme cargo de nada, irme, aunque sea por un tiempo. No necesitar volver. No necesitarlos, a ellos y al dinero con el que puedo cobijar las necesidades básicas de esta existencia por la que atravieso sin pista alguna sobre su causa ni sobre su posible futuro. No confío en nada ni en nadie ya. Diríase que hay algo más, ¿no es así? Diríase que luego de esto, sentiremos más, comprenderemos si quiera. Pero no hay una sola certeza. No la tengo, y el asunto lejos de tranquilizarme, me angustia. Ahora estoy bien, me digo. ¿Pero luego? ¿Más adelante, qué tendré que hacer para sobrevivir? El tiempo pasa y temo al futuro, a la forma que toma todo.

*

No ha sido un mal día, el anuncio del trabajo fue positivo. Y luego, la clase ha sido tranquila.

La necesidad de los demás, de otro, eso que llaman amor quiero decir. ¿Es todo el amor malo, negativo, tóxico?

¿Y si estuviese acompañado entonces qué, me quejaría porque no tengo tiempo para escribir estas líneas inútiles?

Se hace tarde para comer, es casi medianoche.

Tal vez pueda trabajar este odio en terapia, esta ira que me sobreviene a veces.

Tengo miedo.

*

¿Por qué este odio, esta ira, de dónde nace esta frustración?

*

Desagregarse, decía Raira ayer.

¿Es solo una parte? Quiero decir, los tormentos cotidianos, como los ruidos de los vecinos, hacen que empiece a enloquecer.

Instagram. Las redes sociales. Ellos, ahí. Los que miran. Pertenecer al mundo. ¿Cómo desagregarme, pero aún así, intentar hacer conexiones mercantiles para conseguir trabajo, el uso que pretendo darle a esas redes nefastas. Los demás tienen relaciones, otras relaciones. A veces siento como si me hubiese quedado sin amistades.

Las pequeñas miserias de esta especie corrupta. El directorsillo con sus inseguridades de niño narciso, soberbio y sufrido (¿todo un reflejo?), amigo de Raira, a quien decido seguir en Instagram, y que no me sigue. La actriz, que se bajó del proyecto y a quien dejé de seguir, no recuerdo cuándo, pero supongo por algún ataque de ira, y entonces cuando la busco en Instagram, me doy cuenta de que tampoco me sigue, y al volver a seguirla, no lo hace ella. Y entonces los odio.

La escritora, pensadora, que da clases de filosofía, que dice que no alcanzaremos a jubilarnos quienes tenemos esta edad. ¿De qué viviré cuando crezca? ¿Por qué no pensé mejor y migré a un país saqueador, y no a otro saqueado, como Colombia, cuyos líderes tranzan con los estados colonizadores, imperialistas, que se han apropiado de nuestra riqueza? ¿Por qué no puedo ser un cipayo más, un tilingo snob y feliz?

Ese trabajo, en el que estoy en la escala más baja de la cadena. Y no encontrar otra opción, por más que busco, para hacer dinero. Tengo miedo a la pobreza y al hambre.

Quisiera viajar con mamá, darle los lujos que no se pudo procurar ella. Pero no me los puedo procurar a mí mismo, ¿cómo hago para hacerme cargo de los dos, ella y yo?

Y mientras, odiar sentirme miserable, no hablar, ser el calladito que aprende de esas divas snob que le son tan útiles al mercado y se muestran tan felices y se pavonean. Ver a ese gerente venezolano y escucharlo, en cada reunión, alardeando de sus ascensos, hablando de su vida. Detestarlos. Pero tener que seguir ahí, porque necesito el dinero, así sea menos de lo que ganaba hace un año, pero estamos en pandemia. Y así no hubiera pandemia, necesito abastecerme, ganarme los centavos para pagar el día a día.

Sistema corrupto, engranaje deleznable.

Y la psicóloga que intenta encontrar una y otra razón en mi historia de vida, para hacer que aminore mi angustia por las condiciones perversas de este sistema maldito. Y aunque a veces logro resignarme, en otros momentos, como hoy, no quiero saber nada del mundo, encuentro todo tan podrido. ¿Ganar la lotería, esperar a la herencia para ver si puedo comprar un departamento y así liberarme por lo menos del pago del alquiler? No podría tolerar la partida de mamá, no por ahora.

El otro que no responde. Y así. Pequeños enconos, que rozan mi soledad, y entonces aparece la desesperanza, la imposibilidad de encontrar optimismo o bienestar, por más que esté soleado afuera, que sea un lindo día, por más que esté ahora en Buenos Aires, como tanto lo añoré en aquel año 2017.

En cada esquina, un indigente, personas que han perdido todo.

Y la marihuana, ahí. Como un remedio así sea pasajero a este malestar que pareciera no tener cura, el malestar de saber que tengo que resignarme a aceptar las reglas del mercado, de una sociedad enferma, como un mono con navaja, un monstruo sin cabeza.

*

Ha sido una larga noche. Más larga de lo planeado. Como siempre con la dama blanca.

*

Ni qué hablar del chico del viernes.

Hoy es martes. El viernes me di una pequeña fiestita. Escribo desde la sesión de la computadora que uso para trabajar. Espero no hayan instalado un software en el que espíen lo que tipeo.

Debo escribir antes de ponerme de lleno con el trabajo. Por salud mental.

Ahora son cerca de las doce del mediodía, el cielo está nublado. Anoche, luego de la terapia, me quedé hasta tarde: cené, fumé, comí helado, vi una serie.

El chico del viernes, que anunciaba sin prurito que votaría a la extrema derecha. Que es racista y no gusta de extranjeros como los venezolanos y colombianos. “Pero yo soy de Colombia”, le dije. Creí que sabía. Y luego, las horas escuchando sus ronquidos, abrazándolo, intentando obviar su ignorancia de administrador de consorcios que estudia abogacía en una universidad privada y se ha dejado cooptar por la extrema derecha. Ayer en la terapia, me quejé del mundo. Escribo por escribir. A ver si puedo vaciar un poco la cabeza. Luego tendré que trabajar, como todos los días. El lunes es feriado. Por suerte.

Permitirme estar enojado con ese / este sistema opresor y jodidamente salvaje. Que yo no quería genuinamente más que expresarme escribiendo y actuando, pero el entramado heterocapitalista en el que crecí influenció mis deseos de una manera malsana, produciendo en mí una contradicción de la cual ahora debo desanudarme.

Tal vez necesite vacaciones.

*

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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