Si pudiera decir que es fácil, pero no me siento tan bien como quisiera. Tal vez el ansiolítico y el ibuprofeno ayuden. No encuentro una canción que vaya con el momento. Estoy tan lleno, comí tanto. Me pregunto si el coordinador pudo notar que yo estaba drogado esta tarde en esa reunión inesperada. Quisiera salir, pero no sé a dónde. Comí tanto hoy. Ya lo dije. Quisiera escribir mejor. Alguna historia que me haga mejor.
Un poco de compañía, eso quiero, en soledad es más fácil volverse loco en medio de tantos pensamientos, aquí encerrado, en este lugar tan pequeño.
Qué poco poética me resulta ahora la vida. Quisiera salir un rato y beber. Sé que no debo. Ya tomé el ansiolítico. Estaré bien.
La vecina sacó el colchón a la terraza y está ahí durmiendo. Qué digo terraza, al pasillo destechado y minúsculo que conduce a una suerte de cuarto de labores del otro edificio. No cerré la ventana de la cocina, y abrí bien la de la sala, no puedo vivir sin luz, tengo que abrir las persianas. Ahora cocino. Ellos están por todos lados, los vecinos y vecinas. Salen de todas partes, ruidos por doquier. Solo quiero escapar.
Quiero marcharme. Eso quiero. Como si ya se hubiese cumplido mi tiempo aquí, y ahora fuese necesidad de conocer más. Envejecido, engordando.
Me da ira con las amistades porque no aparecen, porque me dejan solo. No es que me dejen solo, pienso después. Viven sus vidas, hacen otras cosas.
Ellos, los más felices.
¿Por qué dice todo eso la vecina cuando la encuentro, por qué menciona cosas que tengo dentro de casa? Por fin, un respiro. Amaneció hace un rato. El sol entra por la ventana. A partir de octubre, tengo unos minutos de sol durante la mañana.
¿Por qué los odio tanto? ¿Qué hacer?
Venezolanos en todas partes. Caribeños
Ya empiezan los sonidos de la vecina de al lado, la señora C, así le diré. Y la otra será la vecina de arriba. Esa cerda estruendosa que juega al hockey, la he visto entrando con unos palos de hockey el otro día, creo que se trata de ella. ¿O esa es otra que también vive ahí, son dos?
Imágenes de ayer: el señor que escribía en la plaza, la cajera ordinaria en el supermercado, la chica morocha, delgada, claramente inmigrante caribeña, miraba los precios, se paseaba con una lentitud desesperante, recién llegada a Buenos Aires, me dio la impresión, la vi saliendo de un edificio primero, y la encontré luego en el supermercado.
Si pudiera adelgazar. ¿A qué dedicaré este día? Si me quedo aquí, estaré expuesto a ellos, los vecinos, en este lugar hacinado, no paro de repetirlo, todo me lleva a eso.
Pagaría por sexo si pudiera. Pero no debo gastar en prostitución este mes.
Antes quería contar mi historia, ser visto por esos ojos que en mi percepción me rechazaron tanto. Pero ahora… ahora no sé qué ruta tomar. Seguir haciendo teatro aquí, moviéndome aquí. El internet y las redes hicieron una aldea global y sugieren que es necesario mostrarse, exhibirse, contactar personas. Hablan de crear una marca, de Networking. Y ya no sé qué quiero realmente. Un neurótico, eso soy.
Agotado de todos los procesos. Me pregunto cómo saldré adelante, cuándo actuaré más, para un público más masivo, cuándo obtendré dinero por las cosas que amo hacer. Por actuar básicamente, como lo pensé antes. Como si no hubiera dado con las personas adecuadas. O peor, como si yo no tuviese las características necesarias.
Esta mañana pensaba en irme a Madrid. ¿Qué voy a hacer en otro lugar? ¿De qué puedo trabajar en otro lado, cómo ser feliz? Ahora que tengo cosas aquí, que pasó el tiempo desde ese año 2018 en el que no tenía nada. Ahora que construí, mal que bien, cierta cotidianidad en esta tierra, descubro que no me gusta, que no la quiero, que es pobre, que vienen todos los del Caribe aquí, a refugiarse en las glorias pasadas de un país que parece haberse marchitado y no da señales de recupero. Como condenado a repetir el drama del tercermundismo. ¿A dónde ir?