Karma II

¿Cómo estoy sobreviviendo sin contar mi vida, sin narrar esta cotidianidad tan avasallante? ¿Cómo he hecho para sobrevivir? Podría decir que me siento seco.

Hablo poco con mamá. O eso creo. Menos que antes. Quisiera hacer de cuenta que no me envuelve este dolor y que la soledad no está aquí. Poco productivo, eso me he vuelto durante la última temporada. Envejecido. Y es tan difícil encontrar compañía, me he pasado la vida buscando compañía, como si no me acostumbrara a la soledad, o como si ya hubiese sido suficiente. ¿Es eso realmente lo que quiero?

Tantas cosas por decir, y es como si esta casa me hubiese robado las palabras. ¿Es este espacio, sus ruidos constantes y la falta de intimidad a la que me veo sometido, la que ha hecho que aminoren en mí las ganas de escribir? Vaya uno a saber.

Fui al departamento del señor ese hoy, no hice nada. Ya sabía que no me gustaba. Las cuentas. Y el señor subestimándome. Que si vivo en un hostel, y anoche, que él me ayudaba a pagar el taxi.

Ayer, a eso de las ocho, los gemidos de un hombre siendo penetrado, sodomizado. Solo me había pasado en Montevideo eso de escuchar a alguien, en el hotel, aquella vez, escuché a una mujer.

Lo mejor es despejar la cabeza, y un método, no siempre eficaz pero necesario al fin y al cabo, es escribir estas líneas. Intento contar no sólo lo que me ocurre, si no los pensamientos que me azotan. Como latigazos.

Compararme con esos que tienen más.

Gente con cierto tipo de estándares. No como el sucio con el que me relaciono. Encuentro, mejor dicho, para ser un poco más lineal en la expresión de la conciencia, encuentro que hombres como el sucio no corresponden con estándares que me había trazado, que soy un promiscuo que no respeta ni sus propios gustos. No es cierto. Al hombre de hoy, con todo y su departamento prolijo y moderno, con su tele nueva en la que veía HBO, no quise tocarle un pelo.

Fue un momento duro cuando volví y vi las plantas en el piso, mi lugar un poco desordenado, y pude notar cuán chico y encerrado es este departamentito, cuán diferente a mis pretensiones de señor de clase media.

En unas horas debo estar con ellos, los del trabajo. No debí dejarlos entrar tanto, no poner la cámara. ¿Y ahora?

La soledad se acerca y me envuelve, hace que brote de mí, que vea en los demás, cosas oscuras, aunque lucho, pero me quedo en eso, en una contradicción.

Pienso en la actividad de ir a contarle las miserias a alguien, a la psicóloga.

Las amistades, lo que revelo, lo que ven de mí. Lo siento, quisiera tener más luz, quisiera ser mejor, dar más, haber encontrado más también. El mundo de los sobrios y los sanos, el mundo de los felices.

Anoche vino uno. Me hizo sexo oral.

*

Duermo hasta tarde. Fumo marihuana a diario.

Mal que bien, aprendo a acostumbrarme al hacinamiento y a los ruidos de los maleducados con los que cohabito. Es mejor, así no peleo.

Escribo poco, duermo de más. El proyecto de teatro marcha a ritmo lento.

En realidad, es como si no quisiera nada más de este mundo, nada más que despertarme a escribir y no tener compromisos, y no tener que preocuparme por nada de afuera, por el reconocimiento, por el hacer, por el dinero y todo en general.

La terapia ayuda, pero no hace milagros, y el día a día se torna, por momentos, agobiante. Aunque las preocupaciones estén en mi cabeza; aunque sea un pequeño burgués, intentando no caer más en la escala social.

Buscar trabajo. Otro trabajo. Porque de algo hay que vivir. Ganarse la vida, dicen. Expresión miserable.