En unos minutos, reunión con el gerente venezolano. Odios de mañana. El encargado que da portazos en el ascensor y me despierta. Va así piso por piso. ¿Quieren hacerme creer que es involuntario, que después de tantos años en ningún momento pensó o nadie le dijo o no notó que esos portazos retumban en todo el edificio? Creo que lo hace a manera de venganza porque desde su departamento en planta baja debe oírnos a todos cuando salimos o entramos. Como yo a la vecina. Entonces, en las mañanas, acciona desde el resentimiento. Por la misma razón por la que no vino a instalar la lámpara, por más que se lo pedí dos veces. Quisiera vengarme, al salir o al entrar, cuando tome el ascensor en planta baja, al lado de su departamento. Haré estallar la puerta. Lo pienso. Luego me retengo. En la vida es mejor no buscar el conflicto.
Gerente ha dicho que no puede hacer la reunión, así que me dedicaré a lo mío. Por supuesto que trabajaré, siempre trabajo, pero a mi ritmo. Debo buscar otras opciones.
Por supuesto, ya encendí restos de un porro que me quedaba. Escribo.
Parecía que estaría nublado, pero salió el sol. Cuando no sé sobre qué escribir, escribo nimiedades.
Qué duro despertar temprano.
Luego se me pasa el mal humor. Por momentos, tengo un poco más de esperanza. Durante los inviernos, el frío, la soledad, golpean muy fuerte.
Pensar en lo que hablaré esta noche en terapia. Escribir sobre mí porque soy un narcizo. Aunque hay quienes dicen que es buena estrategia para lidiar con los avatares de la cotidianeidad.
Ayer, domingo, en la tarde, la soledad parecía tan envolvente. No hice nada durante el fin de semana. Además de explotar la tarjeta comprando una cosa y la otra.
Me doy mucha manija, mucha rosca, pienso mucho.
Las cosas me afectan demasiado. Desde que ya que el cannabis refuerza este divagar.
*
Hablamos del poder y de las estrategias de poder, de los deseos generados, de Foucault.
Y los otros hombres ahí, la gente, el deseo de relacionarme, mi risa cuando uno de la mesa de al lado delató al que había estacionado mal, el otro chico. Y antes, otro que estaba con la yaqui, y yo pensando que si el olor a porro les incomodó, que si era olor a cosa barata, y por eso se pusieron el barbijo, mi mirada, ver a los demás, los otros dos que llegaron después, uno lindo y el gordo delator, llegaron cuando se fueron la yanqui y el chico lindo que, según entendí escuchando y mirando de reojo, estaban de visita en la Argentina, que los dos hombres hayan orientado la silla hacia el otro lado, me hizo pensar que tal vez percibieron mi mirada, mi deseo de vínculo, y entonces siento vergüenza. Y eso es poco, eso es lo menos de lo que he hecho, de lo que podría hacer, nadie ahí conoce mis impulsos, mis ínfulas, mucho menos mis talentos, yo no conozco los de ellos.
El chico lindo, el que estaba con la yanqui, en la mesa de al lado, estaba con otra pareja. No sé si eran pareja. Eran cuatro. Hablaban de Tinelli. Mientras yo comentaba la vida con Raira, una parte de mí espiaba.
Y después, llegaron los otros dos. Más tarde, la odisea para volver a casa, porque Palermo se convierte en lugar de peregrinación para la horda que sale en busca de diversión nocturna. Como en Bogotá. Palermo, con esto del cierre temprano de bares y restaurantes, se parece a la Inmunda que tanto aprendí a odiar.
El sexo, la necesidad de otro, de un cuerpo, ¿o es que busco saciar cierto inconformismo con cualquier vía de escape? ¿Cuánto hay de necesidad y cuánto de vía de escape?
Fumar un cigarrillo. Otro. ¿Un vino? ¿O un té de manzanilla? ¿Qué es más saludable? Leer Rayuela. No tener porro. Abstinencia. Y pensar que es positivo.
Rencillas mentales, enconos (aunque la palabra posiblemente sea criticada como poco frecuente o irregular), animadversión sin causa aparente. ¿Qué es lo que me molesta, en realidad?
¿Seguir confesando a la terapeuta mis pensamientos, vicisitudes cotidianas, con la esperanza de vivir, sentir mejor? La pretensión, ahora trunca, de ser un intelectual. Escribo ideas, cosas que me ocurren, por escribir, como siempre, por pasar esta noche de tormenta invernal, en la que no tengo marihuana para escapar de los azotes de la percepción regular.
Si pudiera moderar el consumo de marihuana, así gasto menos.
*
Empezar la semana. Pensar en lo que hay que hacer, la reunión con el venezolano.
El chico de La Matanza que trabaja por plaza de mayo y que me había propuesto venir ayer a casa. Pero vivo en este departamento interior, detrás de la vecina que baja y vuelve a subir cuatro veces al día, y eso hace que me sienta vigilado, expuesto, ¿pueden escuchar cuando estoy con alguien? En todo caso, no estoy seguro de si me gusta y traerlo directamente a casa… Ayer en la terapia hablé de las amistades. Y, como siempre, terminé hablando de mi adolescencia, de mi infancia, del trauma de haber crecido homosexual en una sociedad heteronormada y homofóbica.
¿Y por qué no me llaman para castings? La semana pasada hice uno. Exagero. Pero no son la cantidad que quisiera. Y en las redes, todos exponen su mejor cara, su mejor faceta, sus triunfos.
Todos los días lo mismo. Y aunque soy afortunado, aunque ya he recibido señales de que estoy y estaré bien, algunas mañanas, como esta, el mal humor me ataca. Odios sin sentido. Hoy porque mamá me dijo cuánto pagaban por el departamento el primo, los regalos para el tío político, lo de siempre.
. Odio a todos y todo. Inconformidad con el mundo en general. Que el mundo es una mierda, me digo. Artistas trabajando de una cosa y la otra, porque estamos sumidos en la carrera del hambre.
Y los ruidos de este departamento que me vuelven loco. Pero por lo menos ahora puedo escribir en la mitad de la jornada laboral, ahora estoy mejor que antes, aunque el sueldo se haya depreciado y el costo de la vida siga subiendo. La amenaza de ser un fracasado para ellos, que viven tan bien, en el poderoso mundo del capital.
Mamá y sus dramas que tanto me afligen. Anoche lloré. Sus dientes. Y no poder darle todo lo que quisiera darle. ¿Seguir haciendo terapia? ¿Seguir invirtiendo en revisitar mis traumas? ¿No los tengo claros acaso? ¿Estoy mejor? ¿Estaré bien si la dejo? Es un gasto. Aunque sea económico lo que me cobra, es un gasto, y estoy gastando más de lo que recibo: la fiesta del mes pasado, la ropa de este mes.
*
Odiar a la vecina es la cotidianidad.
Quejarme por los ruidos del ascensor.
Y la vida que soñé, la vida de actor, la vida del arte.