
Miércoles. Dos horas tarde para el trabajo. No podía salir de la cama. Mal humor porque es tarde, porque hace frío, porque no pude despertarme a escribir, porque mi trabajo consiste en perseguir personas, y el hartazgo a veces me gana. Por las formas de la psicóloga. Por haber rabiado. Por exponerme de esa manera, porque no me gusta exponerme. Aún estoy dormido. Es un lindo día afuera. Siempre escribo lo mismo, las mismas frases de cajón, armadas ya en mi cabeza, nada que pueda superar lo anterior. La estufa de gas, encendida. No paro de escribirlo. Por suerte. Por fin pude calentar este departamento, es chico, un recoveco al que no le da el sol en invierno. El frío me hacía tilitar. Con la estufa de gas estaré bien. Más otras cosas, claro. Mal humor porque debo trabajar y no quiero. Encenderé un porro. Y pensar que estas líneas quedarán tal vez en el olvido. Y después, ¿después qué? Por suerte tengo trabajo, por suerte recibo dinero, por suerte puedo darme gustos.
Los imbéciles en esas redes malditas, almas perdidas que giran, como yo, que me pierdo cada vez que debo soportar lo lento que va todo en comparación con cómo lo imaginé, lo poco de arte que puedo hacer. Entonces escribo como una manera de expresar esta furia por no poder desarrollarme en lo mío.
La ira, mi ira. La psicóloga dice que sospeche cuando es tan intensa.
Llevado, tomado, como quieran decirle, atado, adicto a esta marihuana que logra por fin que cambie un poco mi percepción, y entonces sólo ahí me relajo. Quiero más.
Como si mi trabajo no importara, como si no fuera importante.
Puse la estufa eléctrica en el baño. La enciendo en las noches, cuando me voy a duchar. El aire acondicionado para la habitación. Y acá afuera, en la salita comedor, la estufa de gas.
Vergüenza. Él me ha calmado. Viste que sí podés venir sobrio, dijo. Ahora ando publicando cosas en las redes sociales. Con el supuesto pretexto de acercarme a directores de casting y gente que pueda ayudarme en la carrera como actor, he decidido publicar cosas una y otra vez.
Viernes, por fin viernes.
Increíble cómo se llega al hartazgo de la actividad que lo mantiene a uno económicamente. Vengo gastando más de la cuenta. Gasto como si me sobrara el dinero. Sé que debo agradecer más, pero miro lo que me hace falta, cosas materiales. Les pago a prostitutos por estar con ellos. Esta semana le pagué a dos. El venezolano rubio, cuyo calzón olía a meo. Estaba sucio el venezolano y tenía una espinilla en la base de su pene. Sí, era un pene grande, pero insípido. No lo disfruté. Me dijo después, cuando bajamos, que esa era la casa de una amiga, que tenía que devolverle las llaves. Creo que de donde debe ser este tipo, de esa zona de Venezuela -desconozco de dónde sea-, hablan como en la parte del Norte de Santander en Colombia. Vaya experimento antropológico esto de las migraciones. Está poblado ahora de venezolanos por todas partes. No quiero ser xenofóbico, pero quiero el menor contacto con mi cultura, y verlos a ellos es ver a mi cultura. Si me voy más lejos, ¿entonces serán menos?
Luego, ayer, el otro hombre, llamémoslo N. A él siempre lo había visto “puesto”. Así dijo él. No me molesta cuando venís puesto. Este es argentino. ¿Es artista? Dice ser solo activo. Se prostituye, a diferencia del venezolano que tiene un anuncio en una página conocida, N se prostituye en un chat, pasando la foto de su pene enorme. Y luego dice que cobra. Ya lo encontré varias veces.
Estoy ansioso. ¿Por qué lo odio tanto? ¿Qué es lo que representa? O mejor: ¿no podré amigarme más con eso que representa?
Que si juego con las ilusiones de ellos. Esto pienso ahora. Que está en mí, dijo Huán anoche. Luego entro en cólera. Tal vez la psicología peca al querer entenderlo todo desde la psiquis. Al final la única respuesta es que no hay respuesta. Y no tengo otra opción que sentarme a escribir, a ver si se alivia esta frustración, como un deseo inconcluso, un coitus interruptus. No es precisamente angustia. Empecé hablando de si debo o no hacer la obra.
A veces hablar me ayuda. A veces el contacto con los demás puede ser nocivo, perjudicial. Como un arma de doble filo.
Fumo marihuana sin parar. ¿Es notorio?
¿Debo hacer algo, debo conseguir algo, debo lograr algo?
Una vez cada tanto no es actuar, quiero más. Escribir. Es todo parte de lo mismo.
Buscar audiciones.
Lo que los demás ven de mí, lo que los demás perciben, piensan. Si pudiera anestesiarme más, anestesiar más este dolor de vivir. Siento que todo duele. Y si me quejo, está mal. Siempre está mal algo de lo que hago. Y no logro disfrutar.
De la última sesión he quedado con un desprecio enorme hacia la psicóloga. Luego siento culpa, me veo como un ser narcisista, me creo superior, y sufro al verme en lo que los demás devuelven de mí. Al final cada uno hace un viaje diferente, pero todos sufrimos, ¿es así? ¿Sufren unos más que otros? Y no hablo sólo de la pobreza, hablo del alma humana, de la ansiedad porque de un momento a otro todos empiezan a ser una amenaza, el mundo entero.
La piel reseca. El pelo, largo, no encuentra la forma.
Ellos y sus vidas. Ellos y yo. Ellos y el contacto obligado con su campo energético un tanto maldito.
Ínfulas, pretensiones.
No me puedo quedar en un lugar donde no me siento cómodo.
No debí darme esa fiesta.
Estoy tan triste. No quiero exponer cuánto, decir cuánto. Y la careta, las redes sociales, como una careta, la pose eterna a la cual hay que someterse para lograr, ¿lograr qué?
¿Ir a un café? Tal vez en un café logre esforzarme más, logre sanar un poco, distraerme, al final uno siempre busca eso, distraerse.
Tanto posteo en las redes formales (léase las redes en las que uso mi nombre y mi apellido), no me deja espacio para el blog anónimo en el que posteo mis diarios. Como como un cerdo. ¿Debería salir a caminar? Así ayudo un poco a que baje la ingesta de tanta comida.