Turbio I

Tal vez deba empezar por él, por su aspecto, por lo formal, la apariencia. Es todo lo mismo. Pero por algo he de empezar. Aunque no sepa si quiero, si debo narrarlo, si me hará bien, en este momento quiero decir. La intensidad del todo, de lo que me rodea, puede alcanzar niveles muy fuertes. A veces tengo miedo de sufrir un ataque de pánico. Pero no, no lo creo. Pánico social. Miedo. En casa, estoy tan solo. Y ahora vine a un café, y me senté, en el segundo piso, y está vacío aquí arriba. Abajo hay gente, pero no quise estar ahí, con ellos, entonces me recluí en una esquina a tipear, escribir estas líneas. En algún momento debo escribirlo, ¿no es así? ¿Cuánto más voy a tardar? El algún momento debo también escribir en general, sobre todo quiero decir. Cualquier cosa, alguna historia idealmente.

Turbio. Después le escribí un mensaje, que él y su amigo travesti eran un par de turbios, que no jugara con los putos (así le puse), que no jugara con los putos para pagar su joda. Lo recuerdo. Sus movimientos de cabeza, como intentando relajar. Su… no quiero que se me malinterprete, su masculinidad, su testosterona.

¿Hablé ya sobre él antes? La noche del crack, la vez pasada, el tipo fue a mi casa, y tenía estas cosas para preparar, bicarbonato, y se obsesionó también con las cenizas. Y quemó una cuchara. Prometí no verlo más. No quedé a gusto. Fue extraño. Él sólo quería prepararse eso.

Segundas partes nunca fueron buenas. Lo llamé porque estaba desesperado.

Después de todas esas horas, días después incluso, el otro día, le envié un mensaje y le dije que se consiguiera un laburo así se pagaba él mismo sus vicios. Y que había sido muy turbio todo.

Me hubiese gustado ir de viaje con ese dinero, con lo que gasté. Fue un montón, pero no, después de estar horas y horas intentando encontrar alguno con el que tener sexo, entonces fui a por la dama blanca, y ahí llamé a un prostituto, y luego, no sé por qué, no sé cómo, se me ocurrió hablar con este, cuyo teléfono había bloqueado. Lo había bloqueado mas no eliminado, lo cual quiere decir que podía ver su foto. Es de apellido polaco. Vive con su madre. Le gustan los travestis y las mujeres. No le gustan los hombres. Pero si le pagan la fiesta… si le pagan la fiesta, entonces accede a algunas cosas. Lo encontré en un sitio gay. ¿Por qué accedo a esos tratos?

Es morocho. Tiene un piercing en la nariz. Intento no parar de escribir. Describo. Intento que la pareja que se sentó ahora delante de mí no me distraiga. Vine a un café. ¿Ya lo había dicho? Estuve en casa toda la mañana. Encendí la estufa de gas. Pero tuve que venir a un café, tenía la ilusión de hacerlo desde hace mucho, pensé que hoy sería la oportunidad perfecta.

Hay quienes dicen que escriben así, en un café. Yo prefiero un lugar tranquilo. Pero el encierro no me hace bien. Esta noche iré al teatro. Potestad.

Es domingo. La vida se presenta como un puñado, un cúmulo de emociones que no puedo tolerar, como si sintiera todo tan intensamente, que no pudiera procesarlo.

Vuelvo a esa noche: primero, un motel con el rubio venezolano y con él. Llamémoslo EG, por las iniciales de su nombre. EG. No suena mal, ¿o sí? E-GE lo pronunciaría. El rubio, scort, acompañante, prostituto. Un par de horas ahí. Y luego, le pagué y me quedé con EG. Y él sugirió ir a otro motel. Ya para ese entonces habíamos comprado más cocaína.

El caso es que ya estando en el segundo motel él trajo a un amigo, un travesti. Estaba de hombre. Pero luego me enteré que era travesti. Horrible. Le trajo cosas para armar crack. Y a partir de ahí, fue presenciar el descenso maldito de los caminos de la adicción profunda. Crack. Armar uno, fumar, empezar a armar el otro, sin nada más en el medio, nada, nada de sexo, de conversación, de nada, solo eso. Y en un momento, producto de la psicosis que genera la cocaína, él buscaba, buscaba restos de sustancia, en el piso, y luego cenizas, buscaba, para armar el crack, buscaba y pasaba sus dedos por el piso. Y fumaba eso. Asustado, un tanto nervioso se notaba, como temeroso de que alguien estuviese escuchando o viendo por alguna ventana. O eso me hacía pensar por cómo miraba a veces, cómo intentaba escuchar. Y por momentos, desde otra habitación, el grito de alguna mujer que tenía sexo con algún otro hombre.

Y nosotros ahí.  De vez en cuando este otro tipo entraba. A él le compramos cocaína. De la barata. Mala calidad.

No es una prosa elevada esta, pero es lo que mejor puedo dar, con el revoloteo del mozo que sube y baja, y la pareja de adelante que se pidió panes y tortas y ahora ingieren su alimento. ¿Por qué me parece tan despreciable la raza humana? Podría aventurarme a responder esa pregunta, pero no es ocasión.

Parece como si se hiciese necesario conversar, conseguir primero una audiencia, porque así funciona el mundo ahora.

Lunes. Aún no terminé de narrar la historia anterior. Me levanté del bar ayer, porque se hacía casi la hora de ir al teatro.

La estufa de gas calienta amigablemente.

Estoy en casa. Estoy tranquilo. Aunque en unos minutos deba conectarme con el venezolano en cargo de jerarquía, que me pidió que usara camisa de una forma tal que estuve durante las últimas dos semanas pensando en renunciar.

Son pasadas las once de la mañana. Debo trabajar. Sin embargo, había dejado tan atrás este hábito de escribir en las mañanas. Y la estufa de gas proporciona un calor tan cómodo, por más que afuera ha de estar a menos de diez grados, el límite de lo que puedo soportar.

Escribir. Aunque el tiempo no dé espera, aunque haya muchas cosas para hacer.

¿Tengo verrugas en el culo? Son granitos, pero no sé si son verrugas. Si siguen, tendré que ir donde un médico. Me gusta repetir que encendí la estufa de gas. Cuán feliz me ha hecho ese pequeño descubrimiento. Es invierno y es Buenos Aires. Estoy en Buenos Aires. Y estoy solo, viviendo la vida que quise, que elegí, y ahora, en la mitad de todo este caos, empiezo a descubrir que lo elegí, que esto es lo más lejos que he podido llegar y debo amigarme con eso, no pelearme más. La psicóloga hoy, mis gritos desaforados de ira. No es bioenergética. La bioenergética me hacía bien. Necesito hacer teatro.

Y hoy me fui donde otro. Gasto un montón. Como si fuese millonario. No me detengo en mis gustos. Como en exceso, ingiero. Bebo vino. Fumo marihuana.

Ahora todo está mejor. O eso intento. Que todo esté mejor.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

Leave a Reply

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

You are commenting using your WordPress.com account. Log Out /  Change )

Twitter picture

You are commenting using your Twitter account. Log Out /  Change )

Facebook photo

You are commenting using your Facebook account. Log Out /  Change )

Connecting to %s

%d bloggers like this: