Ya está. Un poco más recuperado de la ingesta maldita. Si empiezo a escribir, entonces vuelve la culpa. Empieza el invierno.
A mamá le clonaron una tarjeta, le robaron dinero. Está con la fibromialgia alborotada. Alborotada, como dice ella. Y yo gastando en drogas y prostitución. No me deprimiré. No ahora. Limpié la casa. Iré donde Huán, que me dará un poco de marihuana, y tal vez tome un baño al regresar. Hablaré con Áspora. Será un fin de semana tranquilo.
Sólo espero no haberme contagiado nada. Ni coronavirus ni ninguna enfermedad de transmisión sexual. Lo pienso una y otra vez. Me duele ponerme en riesgo. Pero lo vuelvo a hacer. En fin. Como si no hubiese aprendido lo suficiente. 35 años y medio. Ya no soy un joven. Aunque nunca sea tarde, según dicen. La vida pasa y uno no se da cuenta de que hay decisiones definitorias.
Si estoy bien, si no me pasa nada, si estoy sano, y estos tipos no me transmitieron ningún microorganismo, entonces estaré tranquilo. O eso pienso ahora, quiero creer.
Después, el miedo a que se haya llevado algo, a que sepa mi identidad.
El frío es intenso. Lo he sentido peor que nunca esta vez. Tal vez sea cada invierno peor que el anterior. Contrario a acostumbrarse… el cuerpo, el alma…
Si puedo ver el mal en la gente, ¿es porque soy malo yo, es porque veo la maldad que hay en mí, es eso lo que revelo?
Y tanto consumo de cocaína, ¿no es acaso perjudicial? Pero sigo y sigo. No puedo parar. El lado oscuro, como si tuviese que sacar de alguna manera el lado oscuro.
*
Domingo. Lo usual. Despertar al mediodía, los ruidos del pulmón del edificio, la paranoia por la vecina, algún odio que intenta colarse, pero tal vez la terapia haya hecho efecto o tal vez ahora me importe menos. Tal vez se escuchen menos hoy, ahora. La marihuana.
Ayer hablé un rato largo con Áspora. Después me embriagué, cociné. No sin miedo a escuchar a la vecina, que baja y vuelve a subir con su perra, en lo que para ella debe constituir un paseo. Pobres los animales en cautiverio. ¿No soy yo acaso uno?
Huán, novio de Dante, me regaló algo de porro paraguayo. Paraguayo como uno de los scorts del miércoles.
Cuán tentado estoy a hablar de mis amistades.
¿Pensarán los lectores, si es que alguien llega a leer estos diarios, que al ponerle nombres falsos a mis amistades padezco algún trastorno psicótico? Lo hago para que la edición del blog sea luego más sencilla.
Día del padre.
Le escribí un mensaje a papá. ¿Qué más da? Viene ayudando a Áspora en ese proceso tan complicado.
¿Ir a un bar a escribir? Mejor no. Mucha gente. Y si salgo ileso de la fiesta del miércoles, tal vez convenga esperar por lo menos los veinti… ¿cuándos días son hasta que se supone que tengo 70 por ciento de…? ¿Eficacia se dice? ¿O efectividad? Ya perdí el interés de ser un experto en medicina, en vacunas, en coronavirus, en pandemia y la mar en coche. Es más sencillo declararse ignorante. Dormirse en calma, y gritar que uno no sabe nada, que el mundo fue y será una porquería, como dice el tango. Lavarse las manos.
Ruidos. El aire, la estufa eléctrica. Me vuelven loco. Más ahora que he fumado.
La realidad virtual en la que vivimos sometidos es una herramienta, pero vaya si es difícil no cortarse con el filo de la navaja.
Confieso que en los momentos más oscuros pienso en matarme, digo que no lo haré por mamá, no quiero proporcionarle esa tristeza.
Aparecer, existir ante los demás, resulta tan pesado. Mantener los propósitos, el buen humor, la confianza. Sobre todo, eso: la confianza.
Terminar el cuento a ver si lo puedo enviar al taller y que no piensen que soy un vago. Escribo más de lo que muestro. Mucho más. Porque estas líneas, ya lo decidí, también son mi obra. Porque no puedo pasarme la vida obligándome a producir para un sistema, para un grupo de lectores, para los demás, a quienes luego digo odiar. Disculpen la rima.
¿Y la pobreza? La pobreza se toma todo. Por lo menos acá. San Francisco no era muy diferente en cuanto a los homeless. Allí alguien me contaba que había quienes preferían estar en la calle. No lo sé. No le pregunté a ninguno. La situación ha de ser diferente. Pero acá, en Buenos Aires, la pobreza, los desahuciados, los indigentes, los que viven en la calle… No la pasan bien. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Qué va a suceder con la Argentina?
La pobreza, en general. La falta de educación, de oportunidades. Confieso, sopecho que sólo me fijo en la estética. Soy un burgués, intentando no contagiarse de pobreza (esto suena horrible), intentando que otros hagan, lavándose las manos, diciendo que mi discurso es artístico, y que con eso basta. Lo siento. No quiero hacerme cargo. ¿He de cambiar algo, he de mejorar la vida de alguien? Ahora hace frío incluso aquí adentro, con una estufa encendida. No quiero imaginar lo que es dormir en la calle.
Cuántos submundos, cuántos universos en uno solo. Los gays, los oprimidos, el machismo, la homofobia, las mujeres. El odio, en general. En fin. Sé que no parece un discurso sensato. ¿O sí?
¿Y cuál es mi lugar? El lugar del artista. Intenté ser periodista, intenté otras cosas. Pero lo mío, incluso con estas líneas, incluso ahora, lo mío es el arte.