Días de nada (teatro en casa)

Le insistí a Raira para que participe en la obra, para que interprete uno de los personajes. Ha dicho que no, que planea irse a estudiar afuera el año que viene.

Para mí tiene más que ver con no querer trabajar conmigo. Haré un posteo y haré una convocatoria pública.

Y me odio por haber insistido. Escribo desde la ira, y no es saludable comunicarse así. Pero debo expresarlo.

Tal vez conviene no apurarme, me digo después. Al fin y al cabo no sabemos cómo avanzará el plan de vacunación.

A veces pienso que todo ese asunto de escribir un blog anónimo… es como vivir una idea paralela.

¿Por qué tengo el objetivo de hacer teatro tan metido en la cabeza?

Trabajar. En medio del descanso. Sentarme a escribir y a pensar mi vida y la obra de mi vida. Pensarme como un artista. ¿Hago arte? Intento. Estoy golpeado por esto de no conseguir una actriz para el proyecto. Y siento que ha sido un voto de no confianza por parte de las actrices a quienes contacte. Pero será posible hacerlo.

No quiero estar todo el día en la cama, tirado, viendo cosas. Debería salir a hacer ejercicio.

¿Y cuándo voy a recibir la vacuna? Y podré hacer teatro entonces. Y que si me compro lo uno o lo otro. Nimiedades. Me aburro de repente en este encierro invernal, y considero que estaría lindo poder salir a dar una vuelta. A la playa, por ejemplo, si existiera en Buenos Aires, claro.

Ahora debo corregir el cuento, lo cual no es tarea fácil. No quiero dedicarle tanto tiempo a eso. Hay un momento, siempre llega un momento en el que me freno. ¿Abusar del clonazepam? Bueno, ya que lo tengo…

Escuchar los ruidos de la cocina de la vecina me perturba. Que tira, que pone cosas. Hace frío. No abrí mucho las ventanas hoy. 

¿Tirarme en la cama y ver una serie? De nuevo.

Los platos, las puertas, estantes que cierra la vecina.

¿Abrir el vino blanco? Fumar más.

*

Y entonces vuelvo a lo mismo: qué hacer. El pensamiento fácil de que no he hecho suficiente, la idea del fracaso. Escribir sobre mí, como si no tuviera otra opción.

Obsesionado con un proyecto teatral que no sé si es lo que debo hacer. Y qué es lo que debo hacer. Como si necesitara un guía. Pienso constantemente en el dinero, en las cuentas, en qué va a pasar.

Haber leído que piensan en hacer cierres intermitentes durante el invierno… de nuevo, lo mismo del año pasado. Ahora estoy en otro departamento. La mujer de al lado tira la puerta, el ruido me despierta incluso cuando tengo los tapones.

Pero dejarlo todo tampoco parece una idea seria. ¿A dónde quiero irme? ¿Y qué quiero hacer? Ahora estoy harto de estudiar. Una práctica, en cualquier lado, en cualquier parte. Todo lo que planeo es carísimo, y no sé cómo sostener mi vida.

No escribo claro, no tengo claridad. O mejor, lo único claro es esta sensación de frustración, a cada momento.

Y ahora se supone que no debo salir, tampoco siento ganas. Es un día libre, podría aprovecharlo. Supongo que veré más teatro con el proyector, soñando que estoy en una de esas salas. El deseo se vuelve doloroso. ¿Cuándo va a suceder?

¿Debería estar haciendo algo mejor? ¿Debería ser reconocido, exponerme, estar ahí afuera, haciendo una cosa y otra, como diciendo “mírenme, estoy aquí, existo”.

Y el proyecto con Lardi, tal vez sea también una realidad, tal vez sea más sencillo. Hay más consistencia en eso.

¿Debería hacer más? ¿Qué hacer mientras tanto?

Es como si la vida me restregara en la cara la mala decisión de venirme a un país del tercer mundo. La decisión impensada, facilista, de haber venido acá. Y sé que estoy siendo duro conmigo mismo, sé que no fue fácil. Pero sé que pude hacer más. Y ahora me arrepiento. Y no sé a dónde ir. Lo que sí sé es lo difícil que es migrar definitivamente. Tampoco estoy seguro de querer hacerlo.

Soy una chimenea de humo de marihuana. Percibo un poco de molestia en la garganta desde ayer. Como no empeora, no creo que sea el virus temido. Tal vez fue la lluvia del viernes que corrí a buscar porro para encerrarme.

¿Y qué debería estar haciendo? ¿Quién debería ser? ¿Postear en redes acaso? El momento de los aplausos en las obras que he visto en el proyector nuevo. Pero entonces todos, quienes miren, sabrán que tengo un proyector, que miro obras, sabrán qué obras vi. Pero no se trata de eso, de mostrar los pequeños placeres. De decir que uno hizo esto o lo otro, y que es divertido haberlo hecho, exhibir la felicidad.

Estoy en un pasaje oscuro, como la iluminación de este departamento que ahora mantengo oscura, porque no quiero abrir la persiana, ver el día afuera.

Tres obras en dos días. Así, todo o nada. La vista cansada. El miedo a molestar a los vecinos con el sonido del proyector que parece una turbina de avión. El olor a marihuana. Haberme encerrado, confinado, en este pequeño espacio. ¿Debí haber salido hoy? Hace frío afuera.

¿Debería charlar con un productor?

La vida se me pasa anhelando un futuro, un hacer algo que no está aquí. Tal vez deba descansar de las pantallas. Estoy preocupado por mi salud mental.

Ahora debería comer, por ejemplo. Pero no tengo hambre. Fumo marihuana, pero no llega el hambre. No sé si es de tanto que comí ayer. Un frío extraño me recorrió el cuerpo durante la tarde. Después se me pasó. Y ahora escribo.

Tan encerrado. Tengo miedo, es eso. Miedo del golpe fuerte de la puerta de la vecina cuando la tira. Sobredosis de imágenes.

¿Escribir sobre qué?

Tercer cuerpo, de Tolcachir; Pieza plástica, de Luciano Cáceres y esa magnificencia del National Theater, la versión de Gata sobre el tejado de zinc caliente.