La novela de Paul Auster pone mi vida… cómo decirlo… al compararme con eso, me siento un hombre que no pertenece a esa sociedad heterosexual, privilegiada por encontrar el amor así nomás. La vida del gay pasa por otro lado.
En las canchas, frente a casa, empiezan a jugar al tenis. Mantengo la ventana entrecerrada.
Pienso y pienso si debo hacer terapia, si invertir ese tiempo y energía, cuando no sabe uno con quién dará, qué tipo de persona y de terapeuta.
Y así me la paso, escribiendo sobre mí y fumando marihuana. No es cierto. También leo, duermo, como y tomo vino. Como si no hubiese nada más para hacer, mi uso del tiempo libre ha estado dedicado al ocio, a no hacer ni pensar en nada serio.
De alguna manera, la vuelta a la actividad de la cancha de tenis me hace sentir que debo mover más el cuerpo: ellos, ahí, todo el día ejercitándose.
Llega la noche. Llega el miedo más intenso.
Espero los pagos de los clientes con ansiedad.
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Mal humor. Lo único que me salva son estos diarios.
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De nuevo, buscando un lugar para vivir. Quién sabe qué pasará, si termino negociando con el dueño de este lugar o si me voy a otra parte.
Hoy me he encerrado. Faltan menos de dos semanas para que me saquen la venda. El asunto ya me tiene agotado: no es lo mismo escribir o tipear con el armatoste este que tengo en la mano.
Todavía estoy un poco sorprendido por la descompensación energética al ver al médico el jueves. Lloré, pensé. Amor fantasma le llaman, y tiene que ver con los traumas de la infancia. No sé si quiero entrar ahora en eso, hablar sobre eso. El caso es que llegué de la consulta y me puse a llorar, no paré hasta la madrugada: el recuerdo, la necesidad, la imposibilidad, la sublimación absurda, la idealización loca.
Trabajé un poco con la persiana cerrada: no quería ver a la gente, los hombres jugando en las canchas de tenis.
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Afuera es peligroso, está el virus; adentro es seguro, como la abstinencia, el encierro promete inmunidad.
Salí a caminar, dormí. Tuve fuerzas para dar un paseo largo. El sol y la temperatura estaban agradables, a pesar de ser aún invierno. Eso me devolvió cierta esperanza. ¿Qué sucederá en el verano? Imposible saberlo, imposible prever si llegaré a vacunarme para enero o febrero.
No quiero incurrir en tantos gastos, pero si no considero que es justo lo que me pide/ofrece el dueño de este lugar, entonces no tendré problemas en mudarme.
Mi cuerpo flácido.
¿Hasta cuándo esperaré para tener sexo? ¿Es muy peligroso drogarme: tomar cocaína y verme con algún hombre? Supongo que sí, pero qué más da. El otro día tuve la entrevista de admisión para que me deriven luego a un terapeuta, empezar terapia, tratamiento, creo que lo cubre todo el seguro médico. Es una lotería. La mujer fue amable. Dijo que no sabía cuánto tiempo de demora había hasta poder iniciar.
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¿Será negativo este fumar marihuana a diario y a toda hora? Tal vez deba darme unos días para detenerme. Aunque no quiero permanecer sobrio tanto tiempo, fumar marihuana le da algo… ¿cómo decirlo?, algo divertido a los pesares de la cotidianidad.
Las cuentas, siempre las cuentas: siempre el miedo de cómo llegar a fin de mes, de necesitar más para sobrevivir. Debo trabajar, ganarme la vida consiguiendo algún cliente bondadoso que esté igual de esperanzado que yo en el futuro y quiera viajar.
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Incertidumbre. Miedos. Negociaciones. La adultez y la vida que de repente se vuelve un pensar y hacer constantemente para la sobrevivencia.
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El dueño aún no me contesta. Así que sigo en la incertidumbre. Supongo que debo esperar. Veo departamentos. Pienso en qué sería lo mejor. Intuyo que quedarme acá. Pero sin todos esos pedidos de dinero que tiene el dueño y que, por otra parte, no se ajustan a la nueva legislación. Veo departamentos, pienso.
Anoche tardé en dormirme: estaba feliz porque cerré una venta. Cómo el contexto determina. En otro momento hubiese sido algo más, pero ahora cada mínimo resultado es un gran logro.
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Encuentro las líneas de la obra de teatro que estoy escribiendo bastante superficiales. Y ese intento por darle un final dramático, me parece que ha sido para peor, es forzado, en cuanto a verosimilitud se refiere.
Un vecino de mi abuela en Macondo murió de la peste. Estuvo en cuidados intensivos en el hospital y luego murió. El hijo es médico.
Anoche veía un documental sobre la Atlántida y la teoría que plantea que hubo una civilización previa a lo que se conoce formalmente en la historia.
Aún no termino la novelita de Paul Auster: la intensidad de los últimos días mantuvo mi mente presa; tal vez este fin de semana pueda dedicarle unas horas.
Me pregunto si fumar tanta marihuana es nocivo.
¿Soy yo quien está obsesionado con los ruidos?
En septiembre se cumplirán seis meses del inicio del aislamiento. Es un buen tiempo. Y sí, han pasado cosas.
Pensé en trabajar, pero no debo. Es mejor descansar. Tal vez pueda salir a caminar un rato. La caminata relaja. Aunque el día esté nublado.
¿Salir es exponerse? Pero el encierro es tan ensordecedor a veces. Exagero. La cama, digo. Hay que mover el cuerpo.
Debo escribir. Eso debo hacer. Recordar mis pasiones.
Hoy algo de aburrimiento llega, confieso.
Frío, miedo, sensaciones usuales de un sábado libre, como si necesitase estar más dopado todavía para soportar la realidad, el desorden de mis pensamientos.
Sábado en la noche: atrás quedaron las salidas, las andanzas en busca de hombre. Aunque siempre me digo ni bien me saquen esta férula y este vendaje entonces iré a por alguno, invitaré a alguien a casa a que nos droguemos y hagamos el amor. Sé que no debo.
¿En qué invertir estas horas? Duermo, como, fumo marihuana y me dedico al ocio, como un buen pequeño burgués durante el fin de semana.
Pero… ¿con quién estar? En este contexto tan amenazante, con el peligro tan cerca.
Tan preciado este tiempo libre, y cuando llega, no sé qué hacer con él.
Pienso y pienso en si debo verme con alguien.
¿Qué quiero realmente? ¿Qué necesito?
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Domingo. Entiendo que la economía no da para más, pero no me equivoco cuando digo que las cifras son cada vez mayores, y al haber más gente contagiada, presumo que hay más circulación del virus.
Debo hacer el contrato de alquiler.
Dopado. La pastilla de mamá para la fibromialgia y el porro han sido de gran ayuda en esta convalecencia (por llamarla de alguna manera, aunque sé que exagero) por mi fractura en la mano. El jueves iré donde el doctor a que me saque el clavo y todo esto. El otro martes iniciaré las sesiones de kinesiología, si todo avanza según lo planeado.
Ya terminé de leer ‘La noche del oráculo’. Tal vez siga con ‘La peste’, libro que inicié al principio del confinamiento y dejé por la mitad. Tal vez ahora me golpee menos la misma cuestión siempre: el virus asechando.
Trabajar inagotablemente, hacer comisiones.
Por un lado, me parece una locura todo eso que informan en los medios: que abren y abren establecimientos. Por otro, entiendo el contexto económico, e incluso para mí es mejor que se reinicie la máquina.
Las noticias hablan de violencia, en los deportes cuentan que Messi deja el Barca. Y mientras, lo más sensato sigue siendo continuar encerrado. Hacer las caminatas deportivas, pero nada más. Contemplamos con Dante salir a caminar juntos. Se supone que lo permitirán pronto.
El vecino hace su escándalo ya rutinario. No puedo hacer mucho más que soportarlo, ahora que pienso continuar viviendo en este departamento y que logré un acuerdo con el dueño.