Entre el vino y el porro. Paso esta etapa como puedo. Con las angustias que ya son costumbre, y viendo cómo cada vez se pausa todo más.
Despierto pasadas las once de la mañana; me lleva tiempo, me cuesta salir de la cama. Percibo, aunque leves, resquicios de efecto del vino pobre que me vendió anoche la kiosquera de al frente. Y no me lo vendió barato, pero no había supermercados abiertos ya a esa hora.
Debo despertar más temprano, me digo. Pero aprovecho que ahora puedo darme más permisos, y permanezco en la cama más horas que nunca, me regodeo en la frase que escuché ya no sé de quién: es invierno, y ya que me han rebajado la cantidad de horas en el trabajo, y he decidido no buscar otro por ahora (aunque lo haga, de vez en cuando), aprovecho para dormir más, para quedarme entre las cobijas durante la mañana fría. Supongo que soy un afortunado. Lo digo para convencerme. Podría despertar más temprano igual: a escribir, a hacer ejercicio, a aprovechar la vida que es solo una, según dicen, y pasa volando, y ya no soy el pendejo de hace unos años. Pero no. Me quedo en la cama. Reviso el celular. Me digo que tal vez hoy no beberé tanto vino. Veo los mensajes de mi primo, mi prima, reviso con ilusión de recibir una buena noticia: no sé: un milagro y que todo esto haya terminado, la pandemia. No. Alguna noticia, no tan buena, cualquier cosa, no sé, solo reviso con el interés genuino de que algo esté mejor. No encuentro nada que me satisfaga. Ya son casi las doce. Debo pararme. Es miércoles. Y quiero escribir unas líneas antes de sentarme a trabajar. Debo terminar de corregir el cuento a ver si lo tengo listo antes de la próxima sesión del taller. Me visto. Enciendo el aire. No es un día helado. La cabeza no duele tanto como podría para la calidad del vino de anoche. Eso está bien. Hago el café, y aunque he intentado reprimirme, decido que ya está, que fumaré unas pitadas de porro, como ayer al despertar, ya es parte de la rutina, como un sedante. Sé que no está bien, anhelo una temporada sin marihuana, sin alcohol. Pero la vida se ha hecho tan dura de repente. O esa es mi excusa. El café, el porro. Y me siento frente a la computadora, aún no me pagan en el trabajo. De todas formas, debo bañarme: no pueden verme mugroso en la reunión de las dos. Llevo la estufa al baño, la enciendo. Hoy tal vez puede ser un buen día. Uno más. Pero tal vez el inicio de la mejora. Tal vez con este nuevo aislamiento, con estas medidas más estrictas empiecen a bajar los casos. Lo escribo y lo dudo. Pero guardo la esperanza. Esto no puede ser la vida, me digo, debe haber algo más. Algo debe ocurrir con los sueños, no puedo perdérmelo. No antes de morir. Pero para morir falta tiempo, quiero suponer.
Pienso en los hombres, claro. En cuánto me gustaría relacionarme. No es momento.
Que bueno leerte. Hace tanto tiempo que no me animaba y perdía el afecto por mi blog. Aunque estoy con covid, he recuperado mi deseo por escribir, aun no se que cosa, pero lo haré. Abrazos grandes mi querido anónimo.
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Querida y estimada Meatov: dime por favor que es leve. Mucha gente se recupera así no más. Una compañera del taller de escritura lo tuvo, y le pasó rápido. ¿Cómo estás tú? Has estado en mis pensamientos, pero no sabía a dónde escribirte. Es bueno ver un comentario tuyo después de tanto tiempo. ¡Qué locura estos días que corren! Te envío un abrazo fuerte. Y espero que lo transites todo lo más leve posible.
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Al comienzo fue agresivo, cuatro días de fiebre con dolores articulares y pérdida del apetito. Con el tratamiento esos malestares disminuyeron, pasó un poco de opresión en el pecho, ahora solo tengo perdida de paladar y olfato, ademàs de un cansancio. Mañana termino el tratamiento y ya mis defensas dieron cuenta de un cuerpo fuerte todavía, a pesar de mis 55. Estoy feliz de leerte, es como estar de verdad en mi blog que ya me resultaba extraño. Ya sabes que te quiero mucho a la distancia. No dejes de escribir.
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Bien. Ya va a pasar entonces. Es cuestión de días. Gracias por volver a pasarte por acá. Un abrazote. Y mucha fuerza. Seguiremos leyéndonos, Meav 🙂
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