Las cosas siguen un poco igual. Miento: el cuerpo está mejor. Tuve algo de insomnio durante la madrugada. O mejor: me desvelé luego de pararme para ir al baño. Ahora debo trabajar. Es tarde y debo hacer un llamado. Quise despertar a fumar marihuana y tomar café. Siento que estoy bien. Debo guardar el enojo y ser un hombre amable.
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Me gusta la mañana calma. Dormí más de ocho horas y, sin embargo, sigo con sueño. Ha de ser la marihuana y la medicación. Debo trabajar. Debo vender a ver si hago comisiones y gano más, así puedo ahorrar.
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Me preocupa mamá.
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Harto, desesperado. Y luego, me siento culpable por estas sensaciones. Harto ya de la cuarentena. Desesperado, sin ganas de sentir más miedo, y ver pasar los días en este encierro, intentando tolerar la incertidumbre. No quiero más esto. Y me ha agarrado mal que los casos hayan subido después de sesenta días de medidas. Y que el mundo esté en el desastre que está.
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Quiero salir, hablar con alguien, ver gente, divertirme y salir de mis pensamientos, de mis miedos. Claramente salir a distenderme es imposible: rige la cuarentena. Pero no todo está perdido, intento animarme. Todavía hay esperanza. Aunque esta soledad me duela hoy más que nunca, aunque el desespero logre reventar en lágrimas de la impotencia, el no poder creer que esto sea real, y temer, siempre temer, todos los días. No sé qué prefiero, si que haya que trabajar o que no, como un ancla a la realidad, como una esperanza en sí mismo, el trabajo me mantiene atado, aunque me canse por momentos.
Y pienso en volver a mamá otra vez, me pregunto cuándo será que pueda abrazarla y decirle que la quiero mientras la miro a sus ojos de buena persona, de buena gente.
Como si todo se derrumbara, los sueños, de repente.
Pienso en estar con cualquiera, pero ni eso es un alivio para la soledad, porque está el riesgo del puto virus que llegó para… no sé para qué, que llegó y punto. ¿Por cuánto tiempo más estará todo detenido?
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Indignado por el aumento de casos en Argentina, y más concretamente en Buenos Aires. A las autoridades, parece, se les olvidó que tenemos pobres, y no pusieron la lupa ahí, no dieron asistencia y/o vigilaron ahí. Y ahora los esfuerzos, si bien no han sido en vano porque se han salvado vidas (cosa no menor), parecieran no haber tenido resultados tan exitosos, porque el número de contagios crece. Y llevamos dos meses encerrados, y con restricciones.
Leo una cosa y la otra, lo que sucede allá y en el otro lado, Noruega, Suecia, Estados Unidos.
Es un día soleado en Buenos Aires, y un par de respuestas envié en el correo del trabajo. Ayer hablé con Dante y con mi primo, uno de los que vive en la Florida, y con quien tanto tiempo pasé en el periodo que viví en Bogota, la Inmunda.
Es mejor que haga sol, aunque el invierno se muestre potente, es mejor que esté soleado, mejor para el ánimo y para la esperanza, que a veces parece huir.
Los días de semana me cuesta escribir, no es tan fácil, porque despierto a insertarme en el mundo laboral, y eso me hace temer. Hoy me tomo el día, es sábado. El lunes será feriado. Y no tengo más opción que mirar la vida pasar desde la ventana, es lo mejor. Si no llega el miedo, si no llegan los pensamientos difíciles, entonces estaré tranquilo.
Si tuviese que enumerar los miedos, uno de ellos es el tipo de arriba y los ruidos que hace (que vienen bastante bien desde hace un tiempo, aunque ponga su música a todo volumen de cuando en cuando).
Y no quiero temerle más; en realidad, es temor a todo, a la intranquilidad, la falta de paz.
Dos meses de cuarentena, dos meses encerrado, y sin planes seguros de que esto cambiará. Tal vez tome otra pastilla para dormir, tal vez las mezcle, así viva en la ensoñación que me trajo algo de paz hoy, dormir con las persianas cerradas, las cortinas bajas, y el departamento a oscuras, mientras duermo profundo.
Hace una semana estaba yendo a inyectarme. Vaya locura esa. Y ahora estoy mejor.
El otro temor, no menor, constante también, es el empleo, el trabajo, el dinero.
Y ahí vienen enseguida, los sueños, los deseos, las ganas. En los momentos de soledad más profundos me pregunto cuándo surgiré de nuevo, cuándo estaré en el teatro, haré lo mío.
Y leer cosas sobre ese virus, cosas que no son importantes, y que solo harán que aumente mi temor.
Hoy cocinaré: no tengo mucha opción, y no quiero salir en busca de comida. Es mejor permanecer encerrado, eso dicen, por el virus, claro. Porque si no, algún paseo quisiera dar, a comprar cualquier cosa, cualquier vino blanco o rosado. El rosado me dejó resaca el otro día.
Están los hombres, claro, en el medio de mi pensamiento. Y la soledad, en cuanto al romance, al amor de pareja.
Y mi madre -no por mencionarla última, menos importante- sigue ahí, en los recuerdos, en los pensamientos, pensamientos sobre la familia. Y si sigo, me pregunto por qué migré acá, y pensar en mi posición en la vida, en mi situación.
Duermo la siesta después del almuerzo. Intento trabajar, pero no me sale. La pastilla para dormir hizo su efecto relajante, aunque los pasos del tipo de arriba me tuvieron alerta un tiempo: usé los tapones. Tengo miedo. Siempre la noche es peor que el día. El presidente hablará en unos minutos y extenderá la cuarentena, y seguiremos así, y no logro amigarme con el miedo, con esta situación.