¿Y qué serán estos puntos rojos en mi piel?
Todo me genera mal humor.
Mil síntomas, mil sospechas. Hoy he ido a que me saquen sangre. Mañana debo llevar la orina, que no sabía que debía llevar hoy. Ha sido todo bastante rápido.
No voy al baño hace dos días, me siento gordo. Las manchas en la piel siguen.
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Ya va a ser la una de la tarde. Un día hago mucho, al siguiente hago poco. Ya hoy fumé marihuana. Anoche me emborraché con el Rosé ese que me recomendó una compañera en el taller de escritura.
El alcohol y la marihuana, siempre presentes. Ya estoy harto de todo, la cuarentena, trabajar acá, de que sea lo mismo siempre, la situación se torna pesada.
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Y el dólar que sube, y la inflación, y vivir en el tercer mundo, y los sueños que se desvanecen y la vida se vuelve agria; sin sabor por momentos, ejecutar el trabajo con el miedo a perder el ingreso con el que pago mi vida. El vecino ha estado calmado, aunque a veces grita y se hace sentir: crece en mí el desprecio por una cultura que tanto quise y tanto extrañé, la Argentina. Y si hubiera migrado mejor, si hubiera contenido el desenfreno y no me hubiese contagiado una cosa y la otra; si hubiese hecho fortuna, tal vez ahora sería feliz. Yo solo soñaba con actuar y con escribir. ¿En qué momento pasó todo, se complicó el destino y de repente me encuentro a puertas de los 35, en medio de una pandemia, viéndome como un intento de lo que siempre soñé?
Tal vez quejarme sea de débil, tal vez llorar refleje mi cobardía ante las inclemencias de una vida en la que, en medio de todo, debo reconocerme cómodo. Hablo desde el miedo. Por suerte puedo tratarme, por suerte vivo solo, por suerte conservo el trabajo.
Y esto parece un apocalipsis, aunque no falta quien augure esperanzas; la realidad local, en este tercer mundo doloroso, es que todo pareciera adquirir la consistencia de un vidrio delgado.
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Ayer le dije al taxista que los 120 pesos eran menos que un dólar blue. No me respondió. Fue un comentario estúpido, supongo. O no tanto. Habla de la crisis constante, que ahora no es solo económica. El taxista tenía mal puesto un pedazo de plástico entre los asientos traseros y delanteros, y tenía su nariz afuera del barbijo. Supongo que hay menos trabajo, que ellos sienten el cambio, que se están exponiendo, que debo ser compresivo.
Uno se va por un minuto, pero el mundo sigue ahí. Caminé más de 20 cuadras para ir a la farmacia a que me inyectasen. Intenté suavizar el ánimo fuerte de la enfermera peruana. Y luego tuve la reacción esa, que no es alergia, sino como una especie de crisis depurativa. Y ahora estoy bien, es domingo, y el mundo sigue estando ahí, la pandemia sigue su curso, los días son normales para otros que no han vivido este pico de estrés
Y es triste todo, no puedo evitarlo.
El viernes, daba una vuelta después de dejar la ropa en el lavadero, y antes de pasar por el comedor ese, un tipo desaliñado cantaba: que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. Luego, vi a la gente haciendo fila, algunos con su táper, y yo me hago el de la vista gorda; yo, preocupado por el turno que tendría ese día, de nuevo, con la doctora, para que me diera la orden para ir a inyectarme. Y sí que lo viví con ansiedad. Y después, buscar una farmacia donde pudiese hacerlo, el episodio ha concluido. Y el mundo sigue ahí. Y esa fila de gente esperando recibir su comida en el comedor público me habla de la pobreza, mientras yo intento enviar ricos afuera, intento obtener dinero de ellos, veo una sociedad empobrecida, venida a menos, cada vez más, como si no encontrara belleza, o como si debiera buscarla, sacar belleza de este caos, y que eso sea una virtud, como dijo Cerati.
Y la bacteria saldrá de mi cuerpo, muerta, la toxina. Y habré pasado otra más del prontuario, y sigue la vida.
Y la precariedad de la cultura, de quienes pretendemos trabajar de esto, salvo unos cuantos, allá, no sé dónde; que haya tenido que dedicarme yo –supongo que sabiamente- a otra cosa para poder pagar una vida digna.
Creo que lo mejor sería que nos digan que no hay que hacer esas funciones que nos quedan por los subsidios. Eso sería ideal. No trabajar más con el director, la asistente, pasar la página, la etapa. La vida lo dirá.
Y todo con el barbijo puesto, todo ese trayecto, la inyección, el miedo.
La gota del aire acondicionado del tipo de arriba cae sobre mi aire acondicionado. Si no es una cosa, es la otra. Sigue la novela. Pienso en mudarme.