El hombre afuera barre. Pasa todas las noches.
Quisiera sacarme este temor de adentro.
¿Qué va a pasar con el trabajo, qué va a pasar con los viajes, con el mundo en general? ¿Cuánto tiempo más durará esto?
Esperar. No hay más qué hacer. Por momentos me ataca la angustia. Aunque con la mejoría en el comportamiento del vecino, vengo yo transitando un estado de más tranquilidad; esta situación no deja de ser por lo menos inquietante.
*
Escribo para pasar las horas. Espero a que se me pase el letargo de haber dormido unas ocho horas, leo algunas noticias (por más que he dicho que no lo haría), y enciendo el porro. Caliento la segunda taza de café. Hoy amanezco enojado. Intentaré canalizar la ira contra esas dos mujeres que no respondieron mi correo en el trabajo. No es que esperara respuesta. Busco, tal vez inconscientemente, excusas para enojarme y entonces bajar mi productividad.
Leo sobre la gripe española, bajo La peste, de Camus, busco información en un lado, en el otro; hasta que descubro que no puedo ocultar más el malestar por esta pausa, como si el tren viniera a mil por hora y le pusieran un freno repentino. Y aunque leo y quiero descansar en la seguridad de que el mundo ya vivió situaciones parecidas, y las superó, aunque sé que pasará (no sé cómo, no sé cómo me afectará), pero sé que pasará. Intento aliviarme diciendo que ya va a pasar, lo único que quiero es que ya haya pasado, volver a la vida normal, cosa que no va a suceder por ahora, pasará mucho tiempo antes de que todo vuelva a la normalidad, un año mínimo, mientras sale la vacuna o desaparece el puto virus, y mientras tanto, ¿disfrutar de estar detenido? ¿Habitar la incertidumbre? Relajarme, intentarlo por lo menos.
No tengo un gran pensamiento analítico como para ser uno de esos periodistas que hacen crítica literaria. Mis cuentos avanzan a paso lento. Me repito en las historias. Algunas caen mejor que otras en los talleres en los que he estado (solo dos, hasta ahora, pero el último con el mismo docente desde hace unos cinco años). No me destaco en las áreas que tanto me apasionan y este virus amenaza mi proyecto de ver el reconocimiento en vida, y vivir de eso. Sé que no debo temer. ¿Por qué? ¿Es estúpido encontrar alivio en la astrología? ¿Y encuentran alivio los demás, los que pasan sus horas tan aferradas al mundo en apariencia práctico y tan verborrágico de las redes sociales? Todos tienen algo para decir. Y lo mío luce ante mis ojos tonto, pasajero, narcisista. Pero lo de ellos también, sólo que no lo hacen parecer así. ¿Le servirán estas líneas a alguien algún día para algo? ¿Tiene la escritura solo valor sólo si le sirve a un otro? ¿Si sirve para qué? ¿En qué podría ayudar este descargo más que en aliviarme a mí mismo? Y entonces, todo vuelve a mí y a liberarme de la presión de vivir. Y eso último también me lo dijo la astrología. Pero qué coño, si lo siento igual, le han atinado, en caso de que sea una farsa, le han atinado en predecir que viviría yo este sentir tan potente que me lleva a escribir.
El editor aquel dice en una red social que leyó las memorias de Woody Allen en semana santa, entonces hizo una nota; la excompañera de la universidad y del periódico en que trabajé dice que publicó en un medio francés. ¿Y yo? ¿Yo qué público? ¿Qué hago con estas ganas de darle a conocer al mundo que algo de talento tengo?
Tengo ganas de salir, de coger. Desde ayer. Y no debo, no puedo. El asunto del encierro me produce frustración. No quiero pelear. No es eso. Pero sí me noto violento ya de tanto tiempo aquí metido. Y eso que ayer di una vuelta: fui al lavadero. Podría ir al supermercado hoy, claro. Pero eso significa ponerme el barbijo, hacer la fila afuera, y todo el estrés de los demás ahí. Suelo hacerlo temprano. Ahora tomo café. Pronto me pasaré al vino. Y así. Luego, la comida, dormiré, y es un ciclo que parece repetirse sin parar: despertar sobrio para caer dormido ebrio y drogado. Estoy harto. Quiero hacer algo más en el medio.
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Amanecí desesperanzado.
Esta mañana, con bronca por los movimientos del vecino anoche, tiré varias veces la puerta del baño, la puerta de la cocina. Y ahora el infeliz anda haciendo ruidos. Vaya demente con el que tengo que lidiar en plena cuarentena.
Hay días, como hoy, en que la temperatura es favorable, y yo no quiero cerrar la ventana porque eso es quedarse a merced de cuando el loco de arriba quiera talonear y entonces asustarme. Lleva un rato calmado.
¿Cuándo mierda terminará este confinamiento y cómo saldremos de él? ¿Cuánto tiempo ha de pasar?
Trabajo a cualquier hora, no porque me lo pidan, si no porque en las horas regulares de trabajo decido hacer otras cosas.
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Las del trabajo hablan desde temprano en el chat: que desayunan esto, que miran lo otro, que cómo amanecimos… Y yo con este rechazo que le tengo a alguna, respiro hondo. No es grave.
Martes. Cuarentena. Debo abastecerme. Han pagado lo que faltaba de los subsidios. Una buena noticia que nos da Dante, sobre todo ahora que hice el gasto de la heladera.
¿Cuánto tiempo más podremos vivir sin ventas?
Ya pasó mediodía. Le he pedido a Áspora que envíe sus buenas energías hacia mí: quiero que me vaya bien en el trabajo, lo de siempre, la esperanza. Hay días en que hay más, días en que hay menos. Y pasar las horas charlando con el uno y con el otro. Por suerte podemos hacer eso: charlar.
Sueños pesados, vívidos.
La marihuana que siempre acompaña. Anoche, antes de quedar dormido, me dije que haría ejercicio en estos días. Pero hoy lo que más quiero, producto tal vez de una adicción ya consolidada, es fumar marihuana. Ya hubo periodos así y salí. Periodos de fumar mucho, quiero decir. ¿Tendrá efectos a largo plazo?
Y el otoño que arremete, que viene con furia. Lo que viene es el invierno, el frío. Entra de a poco. Y seguimos encerrados.