Ahora tengo miedo.
He perdido un montón de archivos, los diarios de todo este año: por suerte, la mayoría de lo que escribo lo publico en el blog. Pero muchas cosas no. Supongo que lo más importante está publicado. Pero he perdido la materia prima, sin corrección. ¿Por qué, cómo?
Pero no por eso digo que tengo miedo. Tengo miedo de haber agarrado algo del tipo con el que me vengo viendo desde hace más o menos un mes. Le he lastimado el pene en un momento. Espero mantenerme sano. Debo cuidarme. Y hago cosas que van en detrimento, por más que ya he experimentado infecciones antes. Espero mantenerme bien. Tengo mucho miedo ahora.
No sé qué más escribir, el miedo profundo me azota ahora. Entré al sitio ese del tarot, he hecho dos veces la misma consulta: si estaré bien de salud; y la respuesta ha sido: no. Lo tomo como una advertencia. Si no me cuido, si sigo entregándome así a los placeres de la carne, y atentando contra mi cuerpo, entonces lo más probable es que caiga.
Es así, es una advertencia, un campanazo de alerta. Espero estar bien. Sobre todo ahora que iré a Colombia.
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¿A dónde habrán ido a parar esos archivos?
Si alguien los hubiese robado (¿quién?, ¿tal vez el chico que viene a c
asa, pero en qué momento si no estuvo nunca solo con la computadora?), si alguien los hubiese robado, ¿por qué no se llevó los de 2018 también? Es una pérdida extraña. En todo caso, debo comprar una memoria o hacer un back up en internet.
Es lunes. Ha sido lindo ir al teatro y cenar anoche con Raira. Estaré bien. Si me cuido, si mantengo los buenos hábitos, estaré bien.
Es verano, estoy en Buenos Aires (con todo lo terrible de habitar un país de Suramérica), es la ciudad que tanto extrañé, he logrado mantenerme por mi propia cuenta, hacer una obra de teatro, tener grupos de pertenencias, tener mi salud vigilada. Estoy bien, entonces. ¿Qué necesidad de caer tan bajo?
Sigue el miedo, por supuesto. Cuando caigo en cuenta de que estoy bien de salud y he logrado mucho, entonces concluyo que no puedo dejar que la mente me juegue malas pasadas.
Ya pasó. Ya hice lo que hice. Ahora, a continuar con el camino.
Es lunes. Iré a trabajar. Y después, vendré a casa, dormiré tal vez. Iré a correr. O no, me quedaré sentado frente a esta pantalla intentando escribir algo con algún sentido, leyendo, disfrutando de la soledad de este departamento que es otro de los logros obtenidos en estos dos años que llevo ya desde que volví a la Furia.
Estaré bien. Debo declarar que estaré bien.
Pero si soy un romántico, ¿dónde queda todo ese idealismo? Se convierte en lodo, transmuta acaso en mierda.
Este mes no he logrado vender nada. Igual guardo la fe de que ocurra algo positivo antes de fin de año. O de que el sueldo de enero sea lo suficientemente abultado. Ya está. Iré de vacaciones en febrero. Esta semana estaré trabajando incansablemente. Daré lo mejor de mí. Aunque me canse. Ya tendré tiempo para dormir la última semana del año.
¿Qué será de mí?
Hoy pensé tanto en el hombre ese. Y ni siquiera me gusta. Pero cómo me entregué a él. Con gusto. Es la euforia tan potente. Y eso que al principio no quería estar con él. Pero después… la cocaína, el alcohol, el deseo.
Ya va a pasar, me digo.
Fui a correr. Hipersexualizado, si es que existe la palabra. Con miedo, claro. Un poco desafiante me siento. Como enojado, como diciendo “y qué”, mirando a los hombres, dudando de la sexualidad de todos, subestimándolos tal vez.