No debo ponerme combativo. Pienso en la oficina. Y en que estos días de descanso me han venido bien para para pensar. Aunque ayer estuviese bastante enloquecido, desesperado, el calor intenso me estimula, trae en mí la sensación de que debo estar afuera divirtiéndome, con gente, siendo feliz, el calor intenso trae en mí también el recuerdo de los días pesados en Macondo.
El caso es que en la oficina no quieren darnos home office. Es sólo un día de vez en cuando lo que pedimos. O pido yo. Quiero yo. Y no quieren dárnoslo.
Pero yo soy un tipo que me enojo fácil, que pierdo la paciencia. No debería escribir eso. Debo escribir: yo soy un tipo que mejora en su proceso de mantenerse calmado y frío en momentos de tensión, que sabe respirar profundo y conservar su cordura y su eje.
Macondo, la vida allá, la casa.
Tal vez saque un pasaje y vaya a ver a mamá, llevo ya mucho tiempo sin ir, debo verla.
Escribo entonces, porque tengo la oportunidad.
Macondo.
Llueve afuera.
He sido feliz, en todo caso.
Ayer, esto pensaba escribir, ayer, por lo que espero sea paranoia, decidí no activar. Percibí un granito en mi pelvis, y los mil fantasmas de enfermedades vinieron a mí. Estaba bastante cansado también. Luego, ya en casa de Dante, ellos me dijeron que jugarían al juego ese. Yo quería tomar. Por primera vez en mucho tiempo me dio agriera. Nada grave. Estaba cansado. He dormido plácido.
Y posteo una foto en Instagram. Y salgo bien. Y pienso en los chicos que me ayudaron a hacer el reel, eran dos, después llegó otro. Y uno me saca una foto y yo la posteo. Y a la gente parece gustarle, y yo me siento aceptado. Y creo que es la dirección correcta. Eso y sacarme unas fotos. Y hacerme un blanqueamiento, así luzco fantástico. Estar bello para conseguir algo ahí afuera, algo en lo que pueda actuar, y que me paguen por eso.
Escapé anoche de la propuesta del tipo ese. Me congratulo, si es que existe la palabra. Me felicito.
Es una tristeza que el Whatsapp haya eliminado cierta formalidad en el discurso de enviar cartas. No voy a hablar mal de la tecnología, pero ahora escribirse a la distancia no tiene el valor que tenía antes.
*
Con Áspora me revelo, hablo y hablo, digo cosas bajo el efecto de la marihuana, le cuento mis planes. ¿Está bien contar los planes? ¿O debo mantenerlos en secreto mejor?
Mientras tanto, mientras no tenga nada más para hacer, debo seguir yendo a esa oficina. No tengo mucha opción. Por suerte esta semana es corta. Por suerte se acerca el receso de fin de año.
*
Las cuentas. Fui desordenado este mes. Compré de más. Pero llegaré. Por suerte nos llevan al evento ese durante tres días, así que tendré comida gratis. Y espero pagar la cena de los sábados con lo que nos queda de las entradas de las funciones. No es mucho. Pero me viene bien. Estaré bien. Ahora tomo un vino. He comprado tantas cosas este mes. Pagué todo el reel. Las cortinas.
Planeo tomarme unas fotos. Y con eso y el reel, buscar personajes, opciones de castings ahí afuera y eventualmente trabajo. Estoy obsesionado con eso.
Ahora bebo un vino. He fumado lo último que me quedaba de la marihuana que me convidaron Dante y su novio. Quiero escribirlo todo. La intensidad es fuerte. Soy una buena persona.
El trabajo. La gente. La ansiedad. La estimulación de haber visto tres capítulos de esa serie, Modern Love. Veré otra ahora. Tengo que leer. Pero en las noches estoy tomado y fumado, caigo profundo. Debo llevar el libro en el subte. El profesor de escritura nos regaló uno de sus libros. He construido grupos valiosos en estos dos años.
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Hablo de más, cuchicheo, me encuentro por momentos siendo un ser de energía fuerte.
Y entonces llego a casa, después de ir a la odontóloga a que me cotice un blanqueamiento, después de caminar y transpirar porque el calor en Buenos Aires llegó ya, por suerte; vengo a casa y en lugar de irme a correr al gimnasio, de tomar una siesta, de leer un libro o de hacer algo sano, me sirvo un vino, me acomodo frente al ordenador, y escribo, leo aquí y allá, abro la página de perfiles gay, y me siento culpable, culpable por engordar, por cuchichear en el trabajo, por mis odios, me siento frustrado por haber pasado todo el día ahí encerrado, y por descubrir (o vislumbrar apenas aunque sea) las estructuras de poder en ese mundillo oficinesco del que vivo, que me da todo lo que necesito.
Ahora soy un hombre grande. Los demás lucen más felices, o algunos de ellos, y entonces envidio.
¿Y por qué ando tan desesperado por el contacto con un hombre, con uno que me guste?
En la calle, hoy, venía detrás de uno e imaginaba que yo tomaba su mano, que caminábamos juntos; quiero dormir abrazado a alguien y compartir. Aunque idealice, ya lo sé. Las hormonas se me disparan hasta el infinito, me desespero.
¿Debería ir a correr? Aún estoy a tiempo de cruzar al gimnasio. Pero no es lo que quiero. Sólo quiero vino. Y drogarme, si pudiera. Y pasar el rato al lado de un hombre que me acompañe.
Estoy cansado. Pero me siento culpable por comer, por ingerir tantos alimentos hoy. Fui caminando desde la oficina al odontólogo, luego hasta acá, es cierto. Pero comí en exceso. ¿Y ahora vino?
Y no quiero engordar más. Estoy cansado.
Y mañana en la mañana estaré cansado nuevamente, estaré agotado al despertar. Pero debo levantarme e ir a ganarme los centavos que luego agradeceré, con los que pagaré mis gastos.
Es una locura todo esto que llamamos vida. Aunque no sirva de nada pensarlo.
Y pierdo el tiempo pensando, escribiendo esto. ¿En qué más lo podría aprovechar? Supongo que el taller de danza contemporánea me sirve para mantenerme entrenado, como entrenamiento corporal, quiero decir. Estaba delgado. Ahora aumenté de peso nuevamente. Supongo que todo me ayuda. Hay días en los que estoy tan emocionado con el plan a futuro. Y días en los que todo me cansa, en los que no quisiera atravesar por todo esto. Pero sin camino, sin esfuerzo, no hay resultado, ¿no? ¿No es eso lo que dicen?
Supongo que yo quería una vida mejor para mí.
Y entonces quedarme con el deseo, con las ganas de hombre, como siempre, esperar, ser paciente. Ni siquiera tengo dinero para pagarle a alguien. Ya lo hice este mes, de hecho. Ya le pagué al masajista. Lo mejor es quedarme así, pensando en la nada misma. Disfrutar del tiempo a solas.
Ganas de esa euforia momentánea, de enloquecerme en el sexo, ganas de hombre. Lo escribo una y otra vez, a ver si me calmo, a ver si me relajo.
Y culpa por no haber ido al gimnasio, por haber abierto la botella de vino al final.
*