Yo soñaba con la libertad

Amanecí pensando en ir a Macondo. Medio que siento la primavera y ya me corre un aire de libertad. Debo trabajar, me retrotraigo enseguida. ¿Traer a mamá a Buenos Aires una semana? Después miro los números y no me dan las cuentas. ¿Cómo ganar más dinero?

Tano me dice que vaya a Europa. En realidad, le pregunto cuándo nos veremos, y él me dice que no ve más opción que yo ir a Europa.

Es domingo. Sigo escribiendo sobre mí. No encuentro más opción, no encuentro más qué hacer. La ficción viene demorada. Ya he dicho antes que necesito más paz. Aunque seguiré trabajando el cuento ese que corregí el martes pasado en el taller.

Ahora me reconozco como un ser soberbio. Y quisiera estar más dispuesto a superarlo. Superar la ira también.

Este apuro por tener todo solucionado, todo bajo control. En vez de dejarme fluir; no es momento, descubro ahora, para controlar, para amargarme por cómo
salgan las cosas; dejar que el universo haga su trabajo, y ser un instrumento más, uno más.

Dante me ha regalado algo de marihuana. Porro paraguayo. Iré al ensayo y volveré a fumar. A comer y a dormir. Que mañana es día de trabajo.

Debía parar. Y se manifestó en mi ojo.

Tengo un poco de miedo a que la gorda de mierda me maltrate por haber faltado el jueves y el viernes a la oficina. Falté con justificativo. Pero la gorda es mala.

Veo la soberbia en ella porque yo soy soberbio. Debo corregirlo en mí.

Que la vida es corta. Y que no puedo pasarme el tiempo intentando complacer a otras personas.

 

Escribía eso anoche por la cerda. Hoy amanecí un poco entristecido. Cuando madrugo, y aún tengo el efecto de la pastilla esa, me noto un poco entristecido, como débil.

Ahora es temprano. Quisiera no tener enemistades con nadie: con K, por ejemplo, la mujer que me cobró cuando estaba recién llegado en 2017 a Buenos Aires, con mis dolarillos contados, y ella me cobró el dinero por la computadora que me robaron en Bogotá, y yo salté a la defensiva. Con el director de la obra. No haberme peleado, no ser el hombre que se ha peleado. Sé que tiendo hacia el otro extremo, hacia uno mucho más pacífico, pero vengo de vidas de agitación, o cargo con la energía de batallas furiosas adentro de mí.

De nada vale quejarme ahora. ¿Por qué amanezco tan triste si lo tengo todo? No quiero trabajar en una oficina. Quiero ser un actor, un escritor, yo soñaba con la libertad.

Y todo es dinero: la libertad la da el dinero también: si quiero ir a Macondo, si quiero ir a Londres y estudiar un par de semanas (vaya viaje, sí que es caro), a cualquier lado, cualquier pequeña o corta vacación que quiera tomar.

 

Amar el porro. Aunque sea prensado, de mala calidad. Fumo la última esquirla: traje el sábado de casa de Dante. Ahora escucho el sonido

Fui a nadar. Escribo desde la cama. El tipo de arriba sigue haciendo ruidos. Menos. El otro día conversé con él. Espero dormir de corrido. Debo tomar la medicación. Tengo tanto por dentro, tanto por escribir, como si quisiera plasmar cada pensamiento, cada acción, cada suceso de mi vida, como si mi vida mereciese, por alguna razón, ser contada. No se trata de mi vida, si no de liberarme. ¿En qué se convierten estas líneas? Escribo sin parar sobre lo que me pasa. Sobre los demás. Sueño. Quiero estrenar esa obra, quiero salir de eso, quiero terminar con ellos. Es un parto. Dos años.

 

Entre la tristeza y la bronca. Recuerdo que el director imbécil sabía desde el 22 de agosto que la fecha de estreno era el 12 de octubre y recién en la reunión del 4 de septiembre vino a decir lo de su viaje, que ahora nombra como “gira”, dándoselas de importante el muy torpe. No debo dejar que eso amargue mi día. Pero les comunicaré el análisis a Dante y a Raira cuando hablemos. Y ya le he dicho a Dante, quien ahora media entre el pelotudo y yo, que si mañana miércoles no hemos tenido novedades, les pregunte.

¿Cómo no dejar que eso empañe mi día? Estoy cansado. Dormiría unas cinco horas más por lo menos, así me repongo bien.

Hoy no he ido a clase de danza: me acosté a dormir. Luego fui a correr, a saltar más bien, en la cinta. Escuché el álbum blanco de los Beatles. No sabía si hacerlo: intento dejar atrás el pasado, no mirar tanto atrás. Y ese álbum me recuerda aquel viaje a Chile, a Mendoza.

Y no se detienen en mí las ganas, el deseo de ser un actor. Y seguiré intentando, me digo. Un escritor también. Pero quiero actuar.

Me da culpa haber faltado a danza. Pero estaba tan triste. Esa oficina. Salí más temprano, me hice la rata. No me importa. Logro lo que logro. No debe importarme. Ya le dedicaré tiempo después. En otro momento. No quiero que me anden controlando los horarios.

El viernes Boisano celebra su cumpleaños. Beberé, fumaré, me acostaré tarde. Será una linda jornada. Tal vez algo de locura encuentre.

La tristeza se debe al proyecto ese, a la obra, a cómo han acontecido las cosas y a la incertidumbre constante.

Le envié dinero a mamá que dijo que estaba triste. No fue a buscarlo aún. Que estaba lloviendo me dijo.

Quiero salir adelante. Son días de miedo, de ira, de tristeza, días en los que, sin embargo, me mantengo en pie, agradeciendo lo que he logrado, recordándome que estoy bien, que puedo conseguir más, que he ganado en ciertos aspectos.

 

Más tranquilo ahora. Aunque si le doy cabida a los pensamientos, entonces algo se me altera, la ira.

Podría pagarle a un hombre para que venga y se acueste conmigo. Pero no me gusta, en realidad.

Vengo hablando con uno hace unos días.

Culpa. Lo hice de nuevo. Caí. Ahora todo el círculo de nuevo. Ya pasará. No fue tan grave. Hoy es domingo e iré el ensayo.