Lo de siempre, Buenos Aires y encontrarme con más de treinta trabajando en una oficina. Pago mi vida. Debo sentir orgullo por eso supongo. Ensayo esa obra. Dicen que uno debe invertir más en el proceso que en el resultado.
Veía ayer la película con Robbin Williams (creo que ya la he visto antes), y pensaba en cuán mal estoy como actor, cuán desentrenado, sobreactuado, exagerado. Estrenaremos en octubre, tengo tiempo.
Y mientras tanto…
El mientras tanto. Mientras, trabajar para ellos y encontrarme ahí hacinado con las víboras parlanchinas.
Quiero estar más callado, no hablar.
Cómo hacer para procurarme un mejor futuro, una vida mejor, y así una vejez mejor a mamá. Si me hubiese ido a los Estados Unidos antes. Pero elegí el tercer mundo. Elegí esto sin saber. Y ahora ya tengo más de treinta y me encuentro otra vez necesitando darle rumbo a mi existencia.
En julio recibiré el aguinaldo. Pienso comprar unos cuadros, hacer algunos arreglos. Pero sobre todo, debo ahorrar.
*
¿Me habrá escuchado ayer el director ejecutivo cuando estaba yo a los gritos, bromeando sobre cualquier tema? No sabía que estaba él en la oficina. Y luego hizo su aparición el imbécil del director de finanzas, tipo sin habilidades interpersonales.
Ayer, por primera vez, he sentido la presión por las ventas. Hoy debo enviar un correo y salvarme el pellejo. La reestructuración de productos entre vendedores y de territorios favorece mi economía personal, pero no sé si los objetivos generales de la organización… Y la directora del área se va de vacaciones casi un mes, mientras la otra se tomó licencia de maternidad.
Y me obsesiono, claro, con esos temas, me preocupo, porque es lo que paga mi vida, aunque no quisiera, desearía no pensarlo por fuera de esa oficina, pero me quedo prendido a las situaciones ahí. Ya ni quiero almorzar con ellos. Una de las venenosas viene luego a hacerse la dulce. O no se hace: son caras de una misma moneda, y predica amor y buenas energías, pero luego cuando está de mal humor contesta para el culo y larga veneno. Y eso paga mi vida, mis horas ahí pagan esto que consumo, el departamento, lo que compro, mis ahorros. ¿Cómo cambiar de trabajo, en qué buscar otras opciones? Miedo y rabia.
*
No quiero quedar triste, deseando, como siempre. Así que no, mejor me abstengo. Vengo bien con la soledad. Estoy cansado.
Soy un hombre. Soy un hombre bueno. Con mis cosas, diría uno, un tipo complejo, pero tengo amor para dar, eso quería decir, así sean líneas torpes estas, de nada vale juzgarme, así odie al resto, después me arrepiento; en calma todo luce diferente.
Debo ahorrar, debo concentrarme.
Fobia social. Aunque exagero. Pero me canso de ver a la gente, de hacer todo con gente, verlos, tenerlos al lado.
*
Exagero cuando digo que no me gusta la obra: temo que no me guste el resultado. Hay días en que confío más que otros.
Estoy grave de ventas, no sé si ese cambio fue positivo. Definitivamente sí para mis finanzas personales, pero no sé si para los objetivos del área. Ando preocupado por el asunto.
Hoy iré donde Laitan a buscar la estufa: la saqué con su tarjeta por la promoción del mes pasado y se la pagaré la otra semana que empieza junio y recibo el sueldo.
Tengo miedo. Siempre, lo mismo. Pero cuando lo escribo, es como si lo organizara, y de esta manera supiera que es un asunto… ¿cómo decirlo? Un asunto del que ocuparme.
No sé si asistir al taller de escritura durante el mes de junio, quiero descansar de ellos.
La contradicción: detestar el trabajo, las horas ahí adentro, pero sentir la obligación por estar agradecido, porque con esas horas pago mi vida y verme entonces obligado a rendir, a mostrar resultados.
*
Y que soy un afortunado. En medio de todo este caos, salgo airoso. Aunque la mente encuentre un motivo inmediatamente después para quejarse.
Todos los días, lo mismo al despertar: otra vez a hacer esto. Y pensar en las ventas, en los procesos ahí adentro.
Laitan dice que no echan a un empleado así como así, que el costo que eso tiene es alto y que pueden darme hasta tres meses de malos resultados. Y no es que yo no haya dado resultados: es sólo que he vendido lo que para mi economía funciona mucho mejor.
Nada nuevo para decir.
Ayer cené con Laitan. Es viernes. Tal vez hoy haga ejercicio. Y luego, lo de siempre. Quisiera solo cenar avena, así me mantengo alejado del vino y del cigarrillo. Espero siempre el momento del día en que voy a tomarme una copa y a encender uno. Es un mal hábito. Debo eliminarlo de mi dieta.
*
Hay gente a la que el dolor la ablanda, la hace más buena; hay gente a la que el dolor la endurece, como el cemento, su mierda se hace dura, y son un cúmulo de destellos oscuros. Malas formas, robo de energías.
Y quedo con bronca, enojado. Luego se me pasa. Agosto, en agosto me tomaré vacaciones, me encerraré a fumar marihuana y a no ver a nadie.
Ojalá me importase menos. Al final, lo que hago ahí es una labor de mercenario: voy solo por el dinero que cobro todos los meses, no a complacer a la gente de mierda cuya miseria tengo que ver.
¿Será para mejorar, será para ayudarme a verme? Esa mujer, sus actitudes. Son víboras. Me hace sentir en falta. Ni “hola”, dice. No quisiera ser el hombre resentido, pero al mismo tiempo no puedo seguir siendo amable con esos seres despreciables, infelices.
*
Me levanto pasadas las dos de la tarde. El vino, la pastilla para dormir y el cansancio me tuvieron en cama desde las once de la noche. No debería quejarme, lo sé. Podría ser peor todo. ¿Es un signo de debilidad esta queja constante?
La mujer esa me saluda mal por el error que he cometido en una venta, y… ni para qué describirlo. Le ha dado más trabajo de lo usual. Y es una asquerosa pesada, intensa. Y yo me obsesiono con esas pequeñeces, con esas mujeres ahí, con el tiempo invertido, tanto tiempo, tanto estrés en una actividad que no es lo que quiero. Si pudiera estresarme menos, relajarme más, que me importara todo menos. Y que se me pase la vida ahí encerrado. Ahorro, es verdad. He podido ahorrar, aunque sea poco.
*
Pienso lo mismo una y otra vez. Pero es sábado y tengo el día libre. He quedado de atender a unos clientes el sábado que viene: así es el nivel del hambre, que cambio mis horarios, no me interesa. Espero que esta semana entren un par de pagos, ese asunto me tiene mal, estresado. Gajes de trabajar en ventas. Y de nuevo, que el asunto me produzca tanto estrés.
Tal vez necesito tiempo en soledad. Agosto se ve tan lejos. Las vacaciones. Pero la mitad del año ha pasado así, con el apuro de que todo pase corriendo, así puedo obtener el siguiente salario, y así ahorrar. Y si me pregunto por el futuro… mejor ni pensarlo. Siempre lo mismo: qué haré. Mi prima que me cuenta de sus grandes ganancias, de sus compras importantes, una camioneta, esto y aquello. Este país, esta gente, el subdesarrollo. Y qué hacer para irme, para huirle a la pobreza.
Escribo, pienso eso y después me arrepiento. Pobreza comparada con qué. Con ella, claro, que vive en el primer mundo y que gana en esos niveles. Y entonces me salta la envidia, y pienso miserablemente en el mundo heterosexual, capitalista, en la infelicidad de vivir una vida vacía, pariendo hijos de manera egoísta.
¿Nueva York, Londres? ¿A dónde irme? ¿Y cómo? Si pudiera ver más claramente mi futuro. ¿Y qué hacer ahí? Si lo que quiero es ser un actor, un escritor. La cotidianidad arrasa con las expectativas, con las ganas, los deseos. Esta realidad de tantas horas dedicadas a esa organización que se excusa en intereses nobles, cuando en realidad lo que quieren es engruesar las cuentas en el banco y vaya uno a saber quién tiene los mayores privilegios de eso.
No tengo ganas de estudiar el texto, no tengo ganas de escribir ficción, no tengo ganas de nada. Debo ir al lavadero, dejar mi ropa ahí. Y qué comer luego, qué hacer. Cambiar las sábanas, porque ya es hora, porque soy un tipo limpio. Y transitar este desgano, esta tristeza chicha, mediana, mediocre que me acompaña. Pienso en fumar un cigarrillo, pero luego me sentiré culpable. Sólo fumo después de la cena, con el estómago lleno. Debo cuidar el colesterol, pero el vino se me hace tan apetecible. Tomo todos los días con la cena. No debo, ya lo sé.
Y que yo no quería esta vida, así. Y que este país me ha quedado chico ya, no pensé que fuese a ser todo tan complejo y difícil.
No quiero que mamá se mueva en bus en Macondo, quería que tuviera un auto, quisiera darle una mejor vida, pero es lo que he podido hacer, venirme acá, migré al tercer mundo, más de lo mismo; mejor, pero tercer mundo al fin y al cabo.
Es un record, me dijo Laitan el otro día, cuando charlábamos del trabajo. Se refería al tiempo que llevo ahí adentro. Y sí. Si no lo necesitara, ya hubiese renunciado. Si tuviese dinero, ya me hubiese ido a Nueva York o a Los Angeles, y estuviera ahí intentando y haciendo la vida de actor que quiero, estuviera encerrado escribiendo. Ya la vida me proporcionó momentos así, y qué hice yo, no pude tolerar la angustia de pedirle mes a mes dinero a mi padre, a mamá, que no sabía de dónde sacar para pagar el alquiler.
*
Nunca me había angustiado así por no vender en el trabajo: estoy obsesionado con eso, asustado.
*
Ayer, cuando iba al lavadero, vi al profesor de tenis que me gusta: bajaba de su camioneta con sus dos hijos. Ya lo había visto irse con ellos el otro día. Pero ayer vi que tenía una camioneta: la había estaciado a una cuadra de casa. Y ya sospechaba yo que eran esos sus hijos cuando se acercó a la niña el otro día y le habló muy cerca a su cara, como regañándola; él suele ser respetuoso e incluso distante con sus alumnos, así que el gesto me llamó la atención.
Debe rozar los cincuenta ya. O haber pasado los 45. Me gusta su masculinidad. Y, como suele sucederme, me obsesiono, pienso que su vida es perfecta. Quiero saber mucho más sobre él, qué hace en su tiempo libre, dónde vive, cómo vive.
Hace mucho no tengo sexo. Y hace mucho no penetro a un hombre. Desde febrero. A S lo vi a fines de abril, pero con él no hubo penetración. No sé si estoy preparado. No sé dónde buscar. O mejor: no quiero buscar en esos mismos lugares.
Tengo una sensación de angustia constante por eso del trabajo. Es como si no pudiera olvidarme o desprenderme.
*
El aire acondicionado del tipo de arriba. Sus ruidos.
No he dormido bien.
Hay que elegir las batallas. O mejor, hay que saber elegir las cosas a las que uno les presta atención, por las cuales uno se preocupa, las cosas que tienen importancia.
Y después siento culpa por escribir estas palabras de ira contra esas personas.
*
Entonces llego a escribir. Los sucesos. La semana. Mis enquistes. El pensamiento. Las historias, qué haré con las historias. El pensamiento no lineal. Pienso en cómo el director modificó el texto. Y en cómo lo convierte en una comedia un poco menos profunda. ¿O es sólo que le da aire a la tragedia? Espero que seamos lo suficientemente buenos actores.
Ya no sé si narrar mi vida. No puedo ponerme al día. ¿Para quién escribo todos estos acontecimientos sin importancia?
Debo brillar, debo actuar, debo hacer lo que me gusta.