Dios me libre de ser un infeliz como la mujer esa en el trabajo que largó hoy un poco de venenillo ante mi felicidad por cerrar una venta.
Lo mismo de siempre: la mierda ahí acumulada. Y hoy sale con eso la envidiosa.
Aprendizaje: no celebrar los triunfos delante otros. Con mis otras dos compañeras no hay problema, ellas me llevan amplia ventaja.
Bueno, me sirve escribirlo, así me relajo.
Destilar mierda. Esa oficina es una fábrica constante de destilar mierda. Lo que me pone nervioso es no poder sacarlo, decírselo. Ya saldrá por algún lado, me digo después.
Si tan solo fueran menos horas.
He venido a casa a fumar marihuana y a escribir. Aunque dije que no lo iba a ser, beberé un poco de vino.
Detesto a varias. Es increíble cómo se deja ver el mal, la mierda, la envidia.
He quedado enojado por esa mujer.
Quedo encendido. Y digo que me sacaré la espina. Me ha dado bronca, ayer me agotó la paciencia la muy infeliz. “Podrían traer algo con las comisiones que se ganan gracias a todo el trabajo de marketing”. Y yo he quedado histérico con su comentario. Después tiene el tupé de hablar de buenas energías, de decir que está aprendiendo reiki. Es una de las que no tiene filtro cuando está de malhumor para responder mal. He quedado enojado con el comentario. Miserias cotidianas en la oficina.
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La gente. El apuro por venir a fumar marihuana. Las relaciones con los demás. La marihuana no ayuda. Pero una época, una temporada, unos días, una semana. Hasta que me dure esta cantidad. Ya quiero que se me termine. Pero no puedo tirarla tampoco.
He ido a dar una charla a un colegio.
Careta.
Quiero más dinero. Las diferencias sociales. Ideas que parecen inconexas, pero que me atraviesan. Voy de un lado al otro. Estuvo bien salir, no ver a esa gente en la oficina.
Al final soy dominante. ¿O no? Hablo de la oficina. Pero si hay un millón de fieras. Si te descuidas un poquito, te la mandan. Podría ser más noble, más compasivo.
¿Abandono mis raíces, me alejo? Debo ver a mi madre, debo ver a mamá.
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Miércoles. Pienso salir más temprano el viernes en la tarde, así vengo a hacer una siesta. Días intensos, como de costumbre.
Estoy ya cansado. Mi prima me dice que cuando uno trabaja en ventas es así, que sólo piensa en la comisión. Entiendo que ellas llevan ahí mucho más tiempo, que ya mi jefa me benefició “ampliándome” el rango de “productos” que vendo, por llamarlo de alguna manera.
Le hablé a gente con dinero, en un barrio de gente adinerada. Como me hubiese gustado ser uno de ellos. Como quisiera ser un privilegiado más. ¿Y no lo soy acaso? Al mediodía había tenido (y acá el otro extremo de la moneda) la charla con el venezolano que reparte comida y que es ingeniero químico, pero que no sabe qué hacer, porque quiere migrar. Y yo, en el medio. El tipo clase media, bien media, con aspiraciones, con la idea de ser actor, con la esperanza, con el trabajo diario.
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Toda la energía que se me va por ese mundo de miserias ahí.
El chico pobre e imbécil goza molestándome y haciéndome rabiar. No he sabido manejar la situación. Pobre ignorante y resentido. Me envidia. Infeliz de poca monta. Debo tener cuidado. El poder y sus formas. He sentido odio durante estos días. En lugar de celebrar que los exámenes médicos han dado bastante bien.
Y se me va la energía viendo la vida pasar en esa oficina. Y no sé qué hacer para obtener más dinero y ser más feliz al mismo tiempo. No hacerle caso, en principio, a los que dicen “no se puede todo”.
Puedo ver el infierno en sus ojos, puedo ver al demonio, alguien que quiere hacerme daño. Me enrosco, me quedo pensando en cuán bajos son algunos. Y siento una molestia que es la ira.
La comida no me ha caído bien después de que se ha sentado a la mesa el desgraciado ese. Asqueroso inflado.
Violencia. No es políticamente correcta. Me incomoda, no me hace sentir bien. Y no puedo olvidarlo, quedo atado a ese mundo. Y los odio, no quiero verlos más.
Pero necesito el dinero.
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Odio al mundo ahí. Ayer lloré. El mundo entero y su miseria, la mierda pura humana reunida en esos espacios. Y tener que volver a verlos a todos. Y saber que si no voy, eso influye directamente en mis objetivos. Y que todo lo enmarquen en un contexto de hacerle el bien a la sociedad cuando lo único que están haciendo es llenando la cuenta del banco quién sabe a favor de quién.
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Ya estoy en casa. Ya es el fin de semana. Ya la vida adquiere otro sentido. Surge la luz, de la nada. Las comisiones, la posibilidad de ganar un poco más.
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Ira. Sigo escribiendo en este archivo. No logro publicar todo lo que escribo, y luego me parece insustancial.
Me quedo prendido a una situación en el trabajo, situaciones generadas por gente de mierda, y que me generan odio, gente hipócrita, mundos sucios, oscuros, gente fea. Y quedo, además de enojado, decepcionado, de la construcción de mierda que hemos hecho los humanos, quedo con rabia.
Entre la gente de mierda y los estúpidos.
Pero no es esta la visión del mundo que debo elegir. No todos son así, intento animarme.
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La gente no trata a todo el mundo igual. Las jerarquías en la oficina, y cómo la gente toma el mensaje dependiendo de quién viene, y subestiman y sobreestiman también. Antro de ratas y serpientes luchando, de víboras en sus egos asquerosos y despreciables.
Estoy un poco ansioso, además. No sé si ir a yoga, es sábado. Ya me fumé lo último de marihuana que quedaba. Debo ir al supermercado. Pero no quiero hacer nada.
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Miro al profesor de tenis. Hace cuánto no duermo con alguien, hace cuánto no me entrego, no se entregan a mí.
El otro día me escribió S.
Ando obsesionado desde anoche también con conseguir quién hace el casting de una nueva serie que van hacer en Colombia.
El otro día me escribió S, y aunque en un principio pensé en verlo, después decidí que no, que no sería sano. “Quiero verte”, me puso. Eso y unas caritas. Me saludo antes. Usa formas que no me resultan atractivas. No es un hombre para mí.
Los resultados de los exámenes médicos muestran mejoras asombrosas.
Es una cuestión de amor propio.
Y estoy obsesionado con esto de lograr el objetivo. No debo perderme en las tinieblas o en el encuentro con estos seres oscuros en el proceso de creación de mi vida. Aunque me cueste salirme de la agitación cotidiana, salirme del ruido.
Debo estudiar el texto. No quiero ni leer los avances de cómo el director modificó el contenido. En fin. Ni quiero escribir sobre ese tema tampoco.
Me masturbo, es todo lo que hago; no huelo, no recibo el cuerpo de otro hombre, sus olores, sus texturas, la sonrisa.
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Ando sin ganas de escribir ficción, como si me faltara el tiempo.
Estuve toda la semana fumando marihuana, no hice ejercicio. Tal vez mañana haga. Y si no, de seguro el lunes volveré al ruedo. He comido en exceso. Los placeres de la hierba. Espero esta semana cerrar alguna venta, así termino bien el mes.
¿Cuándo volveré a tener a un hombre cerca, a un macho en el que encuentre paz?
Desperté de la siesta y comí unos chocolates que había traído hace tiempo del trabajo. He comido en exceso durante estos días.
Si me pongo a pensarlo, me entra el miedo, como siempre.
En días así, en temporadas de pereza, me percibo viejo, desentrenado, dejado, necesito más actividad de lo me gusta. Culpa por todo. Hoy, culpa por descansar, por ejemplo.
Me ha entrado ahora en la noche una tristeza leve, chicha, que no puedo definir bien. La vida es una reunión de acontecimientos y sensaciones que no logro descifrar. Y llegan momentos así, de anhelo. Afuera, el frío y la ciudad. Esta especie sucia a la que pertenezco. Hay gente buena también. Sí que la hay. Y poco a poco me hago un camino.
Debo restarle valor a las cosas ahí, en el trabajo, me quedo prendido, pensando en eso, le doy una importancia mayor a la que debería, creo. Es porque pagan mi vida, pagan esto que es todo lo que tengo, esto que he construido.
Mi edad. Despertarme a escribir. Es una noche sin ganas: no quiero leer, no quiero escribir ficción, no quiero ver una película.
Estoy lleno, muy lleno: he comido en exceso. No quiero comer. No quiero hacer ejercicio. Y si me acuesto, no sé si podré dormir, después de la tremenda siesta.
Yo lo que quiero es actuar, yo lo que quiero es ser un artista. No quiero vivir los pordebajeos constantes de la miseria humana.
En la terraza, en la casa diagonal al departamento, alguna gente enciende fuego para un asado.
Si lo dejo, empieza el miedo a hacerme creer estupideces. Hablo del trabajo, del miedo a perderlo, del miedo a no cumplir los objetivos. Ya lo he escrito aquí antes. Con la soledad llegan momentos así.
Es sábado en la noche. Mañana ensayo. El miércoles hay paro, así que pienso tomarme el día para hacer varias cosas que no tengan que ver con la oficina: descansar, escribir. Trabajaré un poco también.
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No sé cómo olvidarme de los asuntos de ese trabajo, de la oficina, de los objetivos que no vienen bien, de las relaciones humanas de mierda ahí adentro. ¿Y cuándo podré tomarme vacaciones? Y si me tomo vacaciones, es una semana sin trabajar… Tal vez deba irme a algún lugar, viajar. Pero al mismo tiempo quiero ahorrar lo más que pueda para irme lejos.
Estoy cansado de lo mismo: trabajar, la gente. Hoy iré al ensayo. Espero sea un lindo momento. Y así. Haré ejercicio. Sueño con salir de la ciudad, con irme un rato.
La libertad. Tanto deseé entrar a un trabajo. Y ahora que estoy ahí adentro, ahora que conozco las dinámicas, el entramado, me cansa, como en una jaula en la que no pudiese desplegar mis habilidades. Colombia ya no es una opción. En Buenos Aires, el trabajo arduo es la constante. Ha dado frutos. A veces, tan agradecido, tan privilegiado, y a veces tan poca cosa, tan sin logros.
Espero julio con ansias para recibir el aguinaldo y comprar esto y aquello, y ahorrar más. Pero al mismo tiempo, muero de miedo con la llegada de mi jefa.
El ánimo me baja. Pero, en medio de todo este problema que es la Argentina, soy un afortunado. Igual entro en la queja fácil. Por suerte se me ha terminado la marihuana.
Creo que he soñado incluso con una de las clientes que aún no paga, y yo quisiera cerrar el mes con esa venta adentro.
Este martes no iré al taller de escritura. Algo escribí ya sobre la mirada que me lanzó el profesor la última vez. Y estoy un poco agotado de la gente en general. Es sano tomarse un tiempo para no ver a nadie, para darle cabida al mundo propio. Aunque sea a medias, ya lo he dicho también: debo continuar asistiendo al trabajo. Por suerte el miércoles trabajaremos desde casa. Bendito paro. En la reunión de la semana pasada, algo expuse sobre la posibilidad de trabajar desde casa por lo menos una vez cada quince días. No creo que sea posible por ahora, a juzgar por cómo viene la mano en la oficina.