Una fábrica de mierda

Tal vez sea yo muy sensible. Intuí o intuyo a veces en ciertas miradas suyas algo de desprecio. O la no valoración completa tal vez que mi ego, mi narcicismo quisiera. O es simplemente que me mide, como dirían acá. Hablo de mi profesor de escritura. He percibido cierta mirada de reprobación, de no celebración, más bien, de una explicación mía cuando me he confundido de nombre y le he dicho a su esposa el nombre de una de mis compañeras. Yo lo quiero. Pero intuyo que me mira con el desdén de quien considera a otro menor. Y me he ofendido. Y no es la primera vez que lo siento. Es otra clase de tipo. Hoy leyó apartes de los diarios de ese amigo suyo fallecido, muy buen escritor argentino, que por cierto debo leer. El profesor leyó apartes de diarios en los que lo mencionaban a él. Y pienso en mis líneas. ¿Por qué quisiera que mis líneas, estas líneas, fuesen leídas? El deseo de reconocimiento, de ser admirado. En su mirada proyecto tal vez el sentimiento de que soy un tipo cobarde, infame. En su mirada encontré todo en lo que temo convertirme si no canalizo estas emociones oscuras que cargo, con las que vengo, de las que soy presa a veces.

*

No quiero que se piense de mí que soy un mal tipo por todos estos comentarios enojados que plasmo en estas líneas. Estas líneas que se llevan la mayor parte del tiempo que paso escribiendo. Sobre mi jefa, mis compañeros y sobre el director de la obra, por ejemplo.

Ayer, en el taller de escritura, hablaban de la soberbia. Una decía que hay quienes son soberbios, pero tienen con qué. Me pregunto si yo tendré con qué. A veces pienso que no. A veces, tengo destellos de creación valiosa. Si tuviese “con qué”, ya se me hubiera notado, pienso, ya hubiese tenido algún tipo de éxito. Aunque no puedo decir tampoco que soy del todo fracasado, no gozo del reconocimiento de quienes portan un talento, una inteligencia superior, una inteligencia que me gustaría tener.

Si pudiera encerrarme y escribir tranquilo, dedicarme a las letras. Y a actuar, claro. Pero sin depender de mamá y papá, como antes.

 

Me debato entre el agradecimiento por estar trabajando, el miedo a quedarme sin nada y la infelicidad que me produce pasar mis días encerrado en una oficina.

*

Me debato entre el agradecimiento por estar trabajando, el miedo a quedarme sin nada y la infelicidad que me produce pasar mis días encerrado en una oficina.

 

Hasta hace poco parecía todo tan por descubrir, todo era inexplorado, prohibido incluso.

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Ayer (¿fue ayer?) soñé que iba con una tía en una camioneta, era una calle de Bogotá, y de repente de tan empinada, íbamos hacia abajo, temíamos volcar.

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Me entra el dolor después. ¿Es un dolor burgués? Sí. Tristeza con calefacción, con los servicios cubiertos.

Me pasa lo de siempre: no quiero ir a la oficina, no quiero ver a esa gente ahí, siento que desperdicio mis días. Hoy durante la caminata después del almuerzo…

Pero debo estar agradecido.

 

Ayer el profesor nos leyó también diarios suyos. No me gusta revelar que escribo esto. Algo ya escribí anoche sobre el asunto.

 

Y el director ejecutivo que sigue sacándome la mirada, y yo que me asusto, creyendo que eso es un indicio de que algo puede ir mal conmigo. Y necesito el trabajo, o mejor: necesito el dinero para solventar esta vida.

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Avanza mayo. 2019. Debo disfrutar de los días sin la cerda en mi trabajo. Disfrutar es un decir. Ayer le respondí mal a la mujer obesa. Harto de ser el único hombre entre mujeres. Tampoco quiero estar entre solo varones. El equilibrio sería lo ideal.

Amanezco pensando en que debo aprenderme el texto para mañana. Qué desgano siento ahora por el proyecto ese. Pero ya estoy adentro, supongo que seguiré. Si tuviera más opciones, más obras, lo dejaría.

Mi soberbia.

Considero que muchos de los cambios en la obra no han sido para mejor. El director terminó con toda la poesía. Para qué escribí todo lo que escribí.

Necesito vacaciones. Un tiempo sin ver a nadie.

Lo mismo de lo mismo. El capitalismo puro, salvaje. Este mes compré: un celular, el perfume con las cremas, le envié el regalo a mamá y, ayer, compré una estufa para el invierno.

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Lo mismo de lo mismo: el miedo a que la cerda inmunda de mi jefa vuelva (y es lo más seguro), la pregunta sobre qué hacer, si cambiar de trabajo, cómo encarar la siguiente etapa. El otro día estuvo la muy hipócrita. La odio. No es la primera vez que lo escribo. Y es tal vez una de las pocas personas con quien me siento tan resentido. Debo prometerme no dejar maltratarme nuevamente. No voy a dejar que me maltrates, cerda hipócrita. ¿Llevar a un bebé de un mes y medio a la oficina? Hay que estar realmente loca. Mi prima en Australia ayer me preguntaba, y por eso me ha resucitado el temor, la angustia. Estoy harto de eso ahí. Debo aprovechar este periodo antes de que vuelva, aprovechar para ser más libre. Y debo prometerme saber reaccionar a sus maltratos.

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He quedado nervioso. La marihuana me ha puesto así. Fumé un porro paraguayo que le he comprado a Dante. Por fin es sábado.

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Domingo. Ayer mandé a la mierda a quien en estas líneas me referí como el cordobés pata sucia.

No recuerdo haber tomado la medicación, pero no estaba en mi mesa de noche.

Bebo café y fumo marihuana. Placer de aquellos.

Ayer en la noche sentía culpa. Culpa por todo. Por haberle dicho a Dante que compré una estufa y un celular, por celebrar mis adquisiciones de pequeño burgués.

El profesor de tenis que me gusta le dicta clases ahora a un niño, y mira hacia acá, no directamente, pero quiero decir que no está de espaldas, y me excita, me gusta pensar que mira hacia donde yo estoy o que sabe que yo lo miro. Disfrutaría traerlo a mi cama.

Ayer mandé a la mierda al cordobés pata sucia. No me disgustaba del todo. Nunca tuve sexo con él. Ayer charlé con Áspora después del ensayo. En la mañana, fui a hacer trámites, compras, y después ensayé. Terminé agotado. Y en la noche, mientras conversaba con Áspora, vi un mensaje de él, del cordobés pata sucia. Al rato, cuando terminé la conversación, le respondí, charlamos un rato, ya venía yo tomando vino blanco desde que llegué a casa, así que mi mente divagaba en un estado de relajación, cené, y el tipo me iba respondiendo cada tanto. Lo mandé a la mierda. No así. No usé la palabra mierda. La conversación fue vacía. Me preguntaba yo, en mi ansias de solitario –casi célibe ya-, si tal vez él quisiera que nos viéramos anoche mismo. Menos mal que no. Estaba agotado. Se lo hice saber: se lo dije en un momento, que estaba agotado. Hasta que me aburrí. ¿Qué quiere, qué quería? Tantos idas y vueltas y no concretar nunca. Le dije “Jugás al histérico. Y no tengo paciencia”. Le dije que me hinchaba las pelotas. Y no sé qué más. Y lo bloqueé. No me gusta el estado de excitación en la espera de una respuesta. Con él traía fastidio acumulado.

*

Áspora no encuentra trabajo. Una de sus primas le ha dicho que le entregue la hija a su exmarido, al padre de la niña. Áspora y su vida de penurias. La quiero. Sospecho que tenemos una conexión que viene de otra vida, si es que eso existe.

Y yo, el egoísta. Uno es uno. ¿Hasta dónde llega el amor?

Quisiera poder darle una salida, darle dinero.

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Pensé en acostarme de vuelta. Pero seré firme en mi propósito.

Definitivamente faltaré mañana al taller de escritura. Me tomaré esta semana con calma. Ahora haré ejercicio. Así esta tarde, cuando vuelva de trabajar fumo otro poco del porro paraguayo ese, y me acuesto a ver una película.

Quiero también leer el guión del cortometraje en el que actuaré. Espero que no demoren mucho el rodaje. Me gustaría que hicieran una jornada de ensayo.

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Definitivamente faltaré mañana al taller de escritura. Me tomaré esta semana con calma. Ahora haré ejercicio. Así esta tarde, cuando vuelva de trabajar fumo otro poco del porro paraguayo ese, y me acuesto a ver una película.

Quiero también leer el guión del cortometraje en el que actuaré. Espero que no demoren mucho el rodaje. Me gustaría que hicieran una jornada de ensayo.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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