Ahora estoy más tranquilo. Debo escribir alguna historia. O enviar al taller de escritura esa de temática homosexual. Aunque me da miedo revelarme.
No he podido dormir siesta. He salido en la mañana a comprar algunas cosas, he ido a la peluquería, y he venido a ducharme y a cocinarme, pero la tos no me dejó conciliar el sueño profundo. Será una linda noche. Una noche de descanso. Pienso en él, en ellos. Pero estoy mejor ahora, más tranquilo.
Yo quiero ser una buena persona. Quiero trabajar mis emociones para dejarme llevar menos por la cólera y la ira. Tampoco ser un tonto, sobre todo en esas situaciones en el trabajo en las que los egos, las soberbias, el veneno emergen.
Pienso en él, en L. Siempre, como ya es costumbre, pienso en un hombre. Entro a ver si está conectado. Estoy más tranquilo, pero sigo deseando que me busque. ¿Para qué? Hoy percibo cierta picazón en el pecho a causa de las flemas. Quiero que L me escriba. No lo haré yo. No por ahora. No hoy. Es muy pronto. Y ya lo escribí, ya me lo dijo Laitan, debo concentrarme en estar bien, en mi proceso, en mi cotidianidad, en cuidarme. Y acercarme a un hombre como él no me va a ayudar en lo más mínimo, mucho menos sabiendo que no le gusto.
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Domingo. Picazón en la garganta. No he podido dormir bien. Las flemas aún no salen. Así que a pesar de haber tomado un poco de la pastilla linda esa que me adormece, no ha sido una noche de descanso absoluta. Además, el sujeto de arriba ha estado moviendo cosas en la madrugada. Le envié un mensaje por Whatsapp, aún no ha respondido. No me he enojado, por suerte. Fui amable con mi mensaje.
Me quedé enojado con la respuesta de una compañera, una de las tantas conchudas que hay. Esta es un tanto mayor y lleva muchos años trabajando ahí, tiene un aire de superioridad y habla fuerte. Su veneno aún circula en mí. Hablo agitado, como si estuviese con ella, le respondo alterado frases que tal vez luego repita en caso de que se dé la situación. Debo tener cuidado. No debo estallar. No de nuevo.
Vivo pensando en mis relaciones con los hombres, en que me gustaría no haber sido tan sexual en esta vida, tan loco por lo genital, por irme a la cama con tantos, en reservarme, cuidarme y estar solo con varones hermosos. Vaya si he conocido chicos lindos, pero si aplicamos el filtro, son muchos con los que estuve sólo por estar, sólo por borracho, por drogado. Debo aceptarlo. Aceptar la necesidad, aceptar el deseo que alcanza niveles de expansión que no puedo contener, hasta que exploto.
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Creo que es empatía con la humildad. Y sí que uno repite patrones: la única vez que estuve en pareja fue con un hombre que provenía de un entorno de bajos recursos. Pienso en la familia de mi padre, pienso en L, en su contexto, y me pregunto si es empatía lo que genero con este tipo de hombres que provienen de un mundo menos privilegiado que el mío. No sé cómo tocar el tema, cómo pensar en la diferencia de clases y en este deseo de darle todo al otro, de darle lo que no tuvo, de hacerme cargo de su felicidad, de ayudarlo. Pero al mismo tiempo, recuerdo el consejo de Áspora alguna vez: es mejor estar a la par. Si no, es todo más difícil. Me encariño con estos hombres de menos recursos desde un lugar de lástima (aunque no estoy seguro si es esa la palabra). Pero ya tuve una experiencia de pareja con alguien así y encontré luego que no había compatibilidad. Él, piloto, laburante. Yo, artista y mantenido. Es importante primero ser amigos. Y no es posible ser amigos con alguien con quien no se comparten los mismos gustos. ¿Qué quiero realmente? El deseo, la necesidad de amor me lleva a imaginar que puedo estar con cualquiera. El deseo de posesión también, poseerlo a él, que me resulta tan hermoso.
Pero no se puede eso. No puedo domar su energía, encarcelarlo, no puedo meterme con alguien con quien no tengo el mismo ritmo, los mismos intereses. Aunque me encante, aunque me parezca bello, aunque quiera que se vuelva loco por mí y me dé su amor.
Es tan difícil eso de rendirse. Ante la Vida, ante Dios, o como quieran llamarlo. Eso de “hágase tu voluntad”. Es tan difícil. Surrender.
Que sea lo que sea, le hablo a Dios e intento entregarme, pero al mismo tiempo tengo un deseo tan enorme de ayudar a ese chico, de charlar de nuevo con él, de compartir una cena, y por qué no, de traerlo a mi cama, dormir de nuevo juntos.
Estoy adormecido, no logro levantarme del todo. No quiero dormir, no sé bien qué hacer. Pensaría en comer, y beber un poco de vino, así duermo luego una buena siesta.
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Lunes. Ha sido un domingo apacible. Debo ir a trabajar. Tengo una tos constante y molesta. Las flemas ya empezaron a salir. Son pocas aún. Intuyo que el cambio del calor de la cama a la temperatura ambiente, que ha bajado un poco en Buenos Aires, me afecta. Espero mejorar durante el día.
En la madrugada, entre sueños, pienso en él. En cada momento, cada espacio, pienso en él. En L. Mi nueva obsesión. Pienso en ir a comer algo con él. Quiero ayudarlo. Laitan me dice que no estoy en condiciones de ayudar a nadie ahora, y es verdad. Debo ayudarme a mí mismo. No somos realmente compatibles. ¿Por qué quedo siempre con estos pensamientos fijos, clavados? Me digo que quiero ayudarle a salir de la droga. O por lo menos hablarle, decirle que es posible esto, que es posible aquello, que hay un camino, darle la teoría, y que me escuche, y charlar un rato. Pienso que otro día puede ayudarme él con algunos arreglos en casa, que le puedo pagar incluso. O que sólo tomaremos unas cervezas y me ayudará a pintar la pared de la cocina que quiero retocar. Locuras. Películas.
No somos compatibles. Nuestras vidas, quiero decir, nuestro andar. Ese día jugaban dos cosas: primero la necesidad de la sustancia; y luego, la sustancia ya operando en mí, en nosotros, la mezcla. Pero en otro contexto… ¿para qué apurarme?
A veces me dan ganas de ver de nuevo al terapeuta, así me descargo un poco y sigo hablando con él este tema de las obsesiones que cada tanto tiempo me angustia.
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Me ha borrado del teléfono. Iba caminando yo hacia el subte, y he visto que no me aparecía su foto de perfil. Cuando le he hablado, y le he dicho que no veía su foto, que le enviaba un abrazo, me ha bloqueado. He pasado el día ansioso, pensando en escribirle entonces por Facebook, triste, adolorido. Luego, como si de una montaña rusa se tratara, me he aliviado, sabiendo que se terminaba la historia. He venido a casa y le he escrito por Facebook. le he dicho que lo aprecio, que me duele su actitud, que quería ayudarlo, por contradictorio que pareciera, a salir de ese vicio de mierda, que mi interés era genuino, que le mandaba un abrazo, y que le deseaba lo mejor, que contara conmigo. Él me ha respondido casi de inmediato, sospecho que sin leer el mensaje. Me ha dicho “tengo un montón de quilombos, disculpa”.
No vale la pena preguntárselo. ¿Qué necesidad tenía que borrarme si ni siquiera habíamos hablado en estos días? Intuía por lo que conversamos y por sus actitudes, por sus años de adicción, que ha de ser una persona emocionalmente inestable, mucho más que yo. Y yo me enamoro, proyecto tal vez.
La tos me mantiene agotado. Si no mejoro en un par de días, tal vez deba ir al médico a que me recete antibióticos. Toso como un viejo cacreco.
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Pensando en lo mismo, así amanezco.
“Que valentía la suya hoy señor. Yo lo aplaudo de pie”, me ha escrito una compañera después del taller, después de que llevé el cuento de temática homosexual. Al profesor no le ha gustado el ritmo de la prosa, ha dicho que una cosa es la poesía y otra la narrativa, que esa cadencia agota, que distrae. Los demás no estuvieron de acuerdo. A los demás, de hecho, les ha gustado. Haré el experimento de cambiarlo, sólo por ver cómo luce. Luego, cuando vine a casa, me escribió mi compañera diciéndome eso.
Pienso en L. Ayer por momentos leía cosas sobre el ghosting. Así le llaman. Fueron casi 24 horas con él. Fueron charlas intensas. A veces tengo llego a la conclusión de que estuvo conmigo sólo porque yo pagaba todo. Y aunque lo que digo es una obviedad: si no hubiese tenido yo dinero para su parte, entonces me hubiese tenido que ir solo. Pero yo pensaba que él igual quería quedarse conmigo. ¿Era entonces el deseo de fiesta únicamente? ¿Y por qué borrarme, sacarme de su vida así, desaparecer? ¿Por qué el desprecio? Y me da cierta aversión eso de estar con alguien que uno no quiere sólo porque esa persona está pagando todo, alguien desconocido, y terminar en su cama, por no estar solo, por tomar una pastilla para dormir, y luego a la semana siguiente, eliminar el contacto. ¿Nunca exisitió deseo de una amistad, por ejemplo? Es más que obvio que él me gusta, después de besarlo, olerlo, tocarlo.
Ahora siento que no debí escribirle, que debí dejar el asunto ahí, no hablarle más. Pero tuve que desahogarme, que decirle cuánta ternura sentía por él en aquel momento y cuán fuerte me golpeó su desprecio.
La obsesión funciona así, según la teoría: canalizo la angustia de otras situaciones de mi vida (de algunas que incluso no hablo en estas líneas), la pongo en estos sujetos, en estos hombres. Eso y la necesidad real.
Me asalta la duda de cómo serán sus días, qué hace, en qué quilombos está metido, “tengo un montón de quilombos” dijo, ¿o son sólo mentales?
Y toda esa mierda que uno siente drogado, todo ese subidón que lo hace a uno creer que todo es posible. Y el otro, no. El otro con su freno de mano puesto, como él mismo me decía ese día. El otro aprovechando. Los dos aprovechando, en realidad. Lo que me satisface es que logré el cometido: lo venía buscando desde hace tiempo, lo quería tener para mí. Y aunque no fui al fondo que quería, vaya si logré mi cometido. Y dormité horas sujetando su sexo con mi mano, y le besé la espalda, y apoyé mi miembro en su cadera, y logré que me abrazara, y olí todo de él, y besé su miembro también… Como una especie de recompensa por pagar su noche, como si de un gigoló se hubiese tratado.
El llanto se detuvo. Incluso ayer escribía que estaba más aliviado porque sabía que la historia había llegado a un final.
Y es curioso que ya no me importa S, el barbudo. Si no tuviera esta tos, si no tuviera planes para el fin de semana, incluso le escribiría, le insistiría. Un poco de molestia sí me genera que no me haya escrito. Pero no me importa ya él ni su vida, no es la idea de esa vida la que deseo. Ahora el que me importa es L. Y así ¿cuántos pasaron? El cordobés, P, S, ahora L.
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Estoy mejor. Aunque la molestia en el pecho me incomode en las mañanas. Ya las flemas están saliendo. En las mañanas y en las tardes noches, huelo vapor de agua con sal.
¿Era necesario llevar ese cuento al taller? Es lo que escribo, me respondo. Ya llevaré otro. El del viejo desafortunado. No tengo más historias de temática homosexual, así que por ahora no debo pasar por el miedo de si los escandalizo o no.
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Ya es jueves. Anhelo, como siempre, el fin de semana para descansar. Ayer le envié un mensaje a Laitan con mi reflexión sobre L: le decía que pensaba que había disfrutado yo de un gigoló esa noche. El problema fue enamorarme, verlo como un posible amigo. Debí abusar más de él, me digo ahora. Debí chupar más su miembro mientras dormía y no respetarlo tanto, no intentar que me deseara: el hombre estaba aquí por las comodidades que yo le brindaba, por la fiesta, el alcohol, la droga que yo pagué.
Entro a Facebook (debo confesarlo) con una leve esperanza de que me haya escrito. Aunque reconozco y creo firmemente que ese tipo de ser humano no puede estar en mi vida.
Una pena: a su respuesta, le he escrito “¡Qué chabón! Avisa si querés hablar. Como quieras. Pero sabé que estoy acá”. Y luego he caído en cuenta: se escribe chavón, con V.
Insisto: no he debido demostrarle tanto amor. Aunque no me arrepiento de nada. De nada. Vaya si me vuelven loco los hombres.
Ya empiezo a excitarme de vuelta. Es como un círculo. No hablo de adicción. Es sano incluso el deseo, quiero creer.
Anoche hice ejercicio.
Ayer por fin volvió el buen ánimo.
Compré una silla grande, cómoda. Amo vivir solo, he ido consiguiendo de a poco lo que he querido para el departamento. Pronto, cuando mejore esta tos, compraré ropa e iré al gimnasio. Estoy ahorrando. Agradezco tener ese trabajo. Aunque a veces se hagan interminables las horas ahí.
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He mandado a hacer un banquito para apoyar los pies, porque la silla me queda alta.
Es viernes. Pienso en L. No quiero escribir más sobre él. ¿Por qué ha tomado la decisión de eliminarme? ¿Qué quilombos tiene? ¿Me desprecia? Mi humor mejora, sin embargo. Han sido días más cómodos. Encuentro fantástico el momento de la cena, abrir el vino y preparar la comida, mientras me regocijo en el placer de haber conseguido este departamento y lo que hay aquí dentro con el fruto de mi trabajo. No quiero sonar como un cerdo contentín. Pero algo así me decía el terapeuta (me repito): que no me permitía ver y disfrutar mis éxitos por andar pensando en estos hombres con los que me obsesiono. He podido darme incluso una noche de fiesta como la buscaba. No es que no quiera más. Pero por ahora debo detenerme, por unas semanas, así me cuido un poco.
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Ha muerto la señora a la que mamá alquilaba la piecita ubicada en la parte de atrás de mi casa en Macondo. Ha muerto ayer. La pieza tenía entrada independiente. Y la mujer vivía con su hijo, un señor de más de cincuenta. Ahora intuyo que será más fácil para mamá tomar la decisión de dejar esa casa, venderla, mudarse a un lugar más chico y poder así pagar las deudas. Hace unos días me había comentado que no podía sacarla de ahí a la mujer así como así, con su estado de vejez terminal, a sus casi cien años.
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A veces no sé cómo potenciar mi luz, mi lado bueno. A veces siento cada sensación de desprecio, de malestar, y luego me agarra culpa.
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Y sigo pensando si debí llevar ese cuento al taller de escritura, si no ha sido demasiado fuerte, demasiado pesado. Tengo vergüenza. A pesar del mensaje de mi compañera, que en su momento me alegró.
Sigo pensando en L. Cuando me masturbo, por más que vea pornografía, pienso en él antes de acabar, en el olor de su axila. Me pregunto si está yendo a trabajar, qué hace todos los días, cómo es su vida.
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Hoy me encontré a Dante en el subte. Vaya coincidencia. Hay algunas diferencias ya con él, algo energético que permanece desconectado. El tiempo determinará si nos unimos o nos separamos del todo.
Pienso en mis obsesiones, en que pongo en esos hombres un deseo, una necesidad, que no van a cumplir, porque no son los indicados, y porque me falta cierta madurez también, intuyo.
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Sábado. Adormecido. Tantas cosas por decir. No encuentro palabras. Ayer empecé el tratamiento médico. Una de las pastillas tiene un efecto ansiolítico. No sé si todavía estoy dormido a causa de eso o es el cansancio natural. Desperté tosiendo. Por suerte ya estoy largando las flemas. Es incómoda la picazón en el pecho. Continuaré con los cuidados pertinentes. No saldré, por supuesto. No fumaré.
Me sigo preguntando si era necesario llevar ese cuento al taller. ¿Con qué necesidad?, me digo. Esas son las palabras que vienen a mí.
Digo que tengo muchas cosas por decir, pero son siempre las mismas.
Odios cotidianos. Hoy iré al ensayo. Estoy cansado de esa obra. Cuesta ponerse de acuerdo con el director. Hoy tal vez exprese yo cosas que vengo pensando y que pueden dar una luz en el camino.
Estoy agotado de Raira y de Dante. Debo agradecer a la vida tener amigos. Pero el proceso se ha hecho largo.
Es fácil ponerme de mal humor. No quiero estar así, somnoliento. Y pienso en L. Me pasa que pienso todo desde los ojos del otro, desde la vida de ese otro que ahora pertenece al altar de mis enamorados. No sé cómo ponerlo en palabras. Imagino qué pensará él de esto o de aquello.
La imagen de él, de su espalda, él sentado en la cama, esperando unos momentos para ir al baño en medio de la jornada de sueño que vivimos. No es cosa de repetir. La noche de locura, digo. Sólo abrazarlo, eso sí, verlo, olerlo… la parte hermosa.
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Por estos días me planteo qué haré de mi vida, cómo continuará este proceso. La Argentina está que explota. O implota, no lo sé. Sin embargo, estoy bien. Mi carrera de actor se reduce a esa obra…
*
Y después de tanta reflexión, de tanto leer sobre el ghosting, de tanto preguntarme por qué lo hizo, hace unos segundos enciendo el teléfono y veo un mensaje suyo, un mensaje de L. Me dice que tiene nuevo número. Le he contestado, claro. Y ahí quedó. Por ahora.
Abrazos, veo que retornas. Me alegra leerte.
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Gracias, bella Meatov. Me alegra saber que me lees. Gracias.
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