No puedo sacarme de la nariz el olor que percibí en los genitales del hombrecillo del sábado. Ya conocía al hombre. Musculoso arriba, no así sus piernas, por lo que se ven diminutas comparadas con su torso abultado. Y yo de puro caliente, lo he buscado en la mañana, y en la noche cuando me ha escrito, le he dicho que sí, que viniera a casa, y ya cuando lo vi abajo, cuando entró al departamento sabía que no disfrutaría. El tipo ni siquiera consiguió una erección completa.
Lunes. Trabajar. La primera de dos semanas antes de las vacaciones, de despedirme de la cerda por un largo periodo. No está bien contar los días.
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He soñado cosas, algo de un restaurante, gente tocando al piano en el lugar de enfrente, algo erótico con uno de los pianistas, algo con el venezolano del trabajo, que no aparecía en el sueño, pero que trabajaba en el restaurant.
Anoche planché, vi videos de motivación, logré sacarme de encima el rastro del veneno de algunas ahí dentro en la oficina, de la infelicidad humana, tan normalizada.
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Después de hablar por teléfono con mamá, de que me dijera que estaba viendo novelas, y me nombrara a un par, entré a las páginas de los canales colombianos y me he preguntado cómo fue posible imaginarme en medio de esa basura, cuán desesperado estaba por actuar, cuán entristecido en la boletería esa en la que trabajaba en Buenos Aires, en aquel 2015. En fin, no viviré en el pasado, pero vaya si fue significativo ese paso por la Inmunda (Bogotá).
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Un poco asqueado todavía cuando recuerdo al gnomo que traje a casa y con quien tuve sexo. La primera vez que lo vi no terminé tan asqueado, pero el sábado ha sido tan banal el encuentro. Exagero si digo que desagradable. Pero encuentro innecesario a estas alturas sacarme la calentura con hombres que no me gustan. Debo mantener cierto estándar, porque lo merezco, porque puedo hacerlo y porque no quiero soportar después este asco propio. Exagero.
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Casi estallo. Estallé más bien. “Bueno, es mucha información, ¿qué querés que haga?”, le respondí a la gorda cerda. No debo odiarla a ella, sino a sus comportamientos, sus actitudes. En vez de felicitarme por un logro, la muy nefasta pone peros, trabas, responde mal porque puede. A otros no los trata igual. Pero a mí sí. Y el otro mariquita ha hecho un chiste después. Pero no he respondido. No puedo quedar como el histérico. Estoy desbordado de trabajo. Doy abasto, puedo lograrlo. Pero tolero cada vez menos las respuestas de mierda de la gorda cerda, vengo acumulando hace un año. Necesito las vacaciones, necesito saber que no la volveré a ver en meses. Cerda insegura. Hoy ha programado una reunión con el director general… ¡para el 10 de julio! “Así sabe que estoy planeando cosas para mi regreso”, dice. Es tu inseguridad, cerda, la que te hace planear ese tipo de actos.
¿Y si amo a su remplazo? O mejor, ¿si no vuelve nunca la gorda, y su reemplazo es excelente, y me librase por siempre de soportarla? Cuando vuelva, en julio, creo que lo hará por media jornada. Si no puedo soportar la situación, entonces renunciaré, buscaré otro trabajo.
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Después me siento mal, siento que no debo dejarle ver a ella, a la cerda miserable, el odio que siento, que debo ser hipócrita, mentirle, porque es más estratega, ocultar mi desagrado, mi resentimiento por el maltrato que he vivido durante este año trabajando ahí. Tengo miedo. Cuento los días. No estallar antes de salir de vacaciones. Mantenerme sereno. Saberla llevar. Saberme llevar. Temo que ella no me quiera y que entonces no tome decisiones que estratégicamente me ayuden, como lo ha hecho antes. Temo que, al sublevarme, ella se muestre reacia a ciertas decisiones que podrían beneficiarme. Y me quedo mal ahora, entristecido, angustiado.
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No quiero ser el chico enojado que odia, no quiero guardar estos resentimientos. Hoy ha sido difícil salir de la cama. No quiero ese universo otra vez. Tal vez sea yo demasiado sensible, demasiado neurótico también. O tal vez sea el agotamiento propio de convivir con la miseria humana encerrada en ese espacio.
No quiero ser el chico miserable que vive de mal humor a causa del maltrato de otros. Pero tampoco puedo hacerle caso omiso a la ira, tampoco puedo ignorarla.
Apenas el segundo ensayo del proyecto B y ya uno de mis compañeros, al parecer, va a faltar. Otro compañero anunció que se iría de viaje durante tres semanas en marzo. Cada vez tengo más ganas de abandonar esa obra. La semana pasada salí animado. Pero esos tiempos, ese nivel de compromiso, esa incertidumbre del teatro independiente, del teatro hecho con las uñas… Ya estoy en otro proyecto que me ha llevado un montón de tiempo, y al que todavía le falta. No sé si, por salud mental, deba quedarme sólo con uno. Y abandonar este otro, en el que no percibo el nivel de madurez que quisiera.
Siempre deseando más, siempre exigiendo de más.
No quiero ser un infeliz, no quiero convertirme en una persona enquistada, que vive de mal humor, no quiero ser ese, no lo soy, no quiero dejarme convertir por tanto veneno cotidiano.
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Y no escribo ficción. Y me angustia. Pero tampoco abro los archivos. Siempre digo lo mismo: necesito sentarme a escribir otra cosa primero, darle rienda suelta a mis pensamientos, y dejar luego que salgan las historias, que salgan solas.
Mi compañera, una de las lindas, me ha confirmado que ha conseguido marihuana, así que me dará una parte, compartiremos gastos. Le he dicho que la guarde hasta el día que salgo de vacaciones. Falta menos de una semana. Voy a estar bien, espero estar bien, controlarme, ser paciente. Es mejor mantener silencio, no armar problema, no estallar. Es mejor mantenerme tranquilo, restarle importancia a esas miserias, observarlas, y aunque esté adentro, saber que al reconocer esa energía oscura, hay algo ya en mí que se libera, que me diferencia. Lo digo y lo dudo. No quiero ser como ellas, no quiero regodearme en la falsa creencia de que sé algo más, soy algo más, en la soberbia, en la arrogancia. Intuyo que hay que reconocerse ignorante para alcanzar cierto nivel de sabiduría. No se trata de falsa humildad. Pero sí de un deseo genuino de aprender constantemente. Que Dios me ayude a mantenerme fuerte en el camino, a salir airoso, a ser mejor persona, sobre todo, conmigo y con los demás. Aunque no lo merezcan, aunque sepa yo que no lo merecen. No ser idiota, eso no, no permitir que pasen por encima o pordebajeen, pero tampoco excederme en la confrontación. Como si reconocer (tal vez sea un consuelo), reconocer su veneno, su condición de miseria y mierda abundante, me diera luces para entender cómo no ser, me indicara que ese no es el camino. Es vida que percibo. Vida para el arte, para observar, para hacer arte.
Casi jueves. Regreso del ensayo un poco más animado. No hemos ensayado: hemos escrito, pensado en la historia. Armar algo grupal es complicado. Siempre escribo lo mismo. Son días agotadores en el trabajo. Internarme en esa sala de ensayo, estar con ellos, me ayuda a abstraerme de esta realidad tan caótica a veces, de los hombres, el sexo, el trabajo, la vida común. Me obliga a crear, cosa que no puedo hacer tan fácilmente en soledad en mis intentos de escribir ficción, los famosos cuentos que tan espaciadamente escribo.
Hoy el asunto anduvo mejor en el trabajo. A veces temo no ser bueno, no ser correcto, a veces temo que me gane la misantropía, que se evidencien todos estos pensamientos.
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Un poco de mal humor. Llueve afuera. Debo comprar un paraguas. Este mes estoy limitado con las finanzas. El tipo de arriba hizo de nuevo el ruido ese, estoy casi seguro que abre un sofá cama o algo así. No me produce tanto malestar que me haya despertado como que lo haga después de la charla. Me pone de mal humor estar agotado. Y recuerdo, en medio de mi estado ya mortificado, cómo la mujer directora de una de las áreas en la oficina no me mira cuando hemos ido con mi jefa a hacerle una consulta. Mala, bicha, entre ellas se entienden, entre oscuras.
Jueves. Las cuentas. Debo llevar muy bien las cuentas, así llego bien a la fecha de pago del próximo salario. Trabajo. Ahora trabajo todos los días. Debo aprovechar las vacaciones para ver opciones para mis próximos movimientos. Y descansar, claro. Hago cuentas y un poco me asusto, siempre. Aunque no me excedo. No sé si podré darme la fiesta que quiero. Mejor, intuyo. Ya no quiero ser ese. Ahora busco estabilidad. Como si me preparase para mi hombre ideal, todo lo que hago lo imagino visto por sus ojos, los ojos de ese ser para quien me preparo, con toda la idealización (ya lo he dicho), porque imagino algo bueno, algo alejado de la inmundicia de los códigos tan tristemente violentos de este mundo actual.
Quiero irme a Nueva York, quiero vivir en el primer mundo. Nueva York es la mejor opción, los Estados Unidos, porque hablo el idioma, porque tengo familia ahí. ¿Cómo haré para obtener los papeles, un trabajo? Quiero hacer teatro, cine, televisión ahí. Tantos sueños. Ahora es jueves, llueve afuera. Falta poco para las vacaciones. Debo irme ya. Será un largo día. Primero ducharme, claro. Un largo día, como ayer, vendiendo, intentando vender. Debo ser agradecido. El amor llega. No pienso revolcarme con cualquiera. Por lo menos no con uno feo. Eso digo ahora. Después ya me desespero, como el fin de semana pasado. En fin. Se me ha hecho tarde. No importa. Espero ver frutos. Espero y confío que todo este trabajo tenga sus frutos. Y mientras tanto agradezco, siempre lo digo (me repito), agradezco.
Abrazos mi querido Anónimo. Nueva York es buen destino, pero no el mejor, en los alrededores de Washington puedes encontrar empleo y vivir una vida que se ajuste a tus necesidades. Deja que la gorda se joda. Un gusto leerte.
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Meatov. Entiendo. Nueva York es una meca de la actuación, por eso pienso pasar allí una temporada, hay más industria. Pero ya veremos, por ahora permanezco en el sur. Tendré descanso de la gorda, por suerte. Es un verdadero alivio. Espero que haya un poco de paz por aquel lado. Te mando un abrazo.
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Adoraba a NY per cuando fui allí por largo tiempo pasé el periodo más solitario de mi vida. La gente un asco, nadie te da bola, iba cada día al mismo café y el chico que me atendía nunca se acordaba de mí. Buscaba anuncios en Craig’s List para hacer voluntariado pero también eso fue muy frío. No entendía el pais, la gente, me pasó bien de repente toda la fascinación que tenía por NY y nunca volví. Fui a otros lados de EEUU pero siempre me pareció una relación muy tóxica.
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Veremos, Isa, veremos. Estuve alguna vez. Y es una metrópoli. Es cierto. Ahora que lo decís, recuerdo sentirme solo en el metro. Solo. O miedo a estar solo. Ya veremos. Espero todo marche bien. ¿Cómo va tu cotidianidad en La Furia? Un abrazo.
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