No hacerme daño con el veneno, con el rencor que le guardo ya a la cerda de mi jefa, eso pienso. No encuentro el adjetivo correcto. O sí, pero prefiero no usarlo, no me gusta. Dos semanas, me consuelo diciéndome que si aguanté casi un año, debo ser paciente sólo dos semanas más. Saldré de vacaciones y luego, al regresar, la gorda cerda no estará, y se irá con ella el maltrato constante al que me veo sometido por su soberbia de niña insolente. Temo que su remplazo sea peor. Aunque la nueva llegará a un equipo ya armado. Y temo que al regresar esta serpiente con la que ahora debo convivir vuelva con el veneno reforzado. Pero no debo pensar en eso. Serán días de paz. Serán meses enteros sin su presencia. Odiar. No quiero odiar más, no quiero pensar más en esa oficina cuando estoy afuera de ella, quiero salir de ahí y olvidarme de que existen, que no se me cuele un sentimiento, una sensación que venga de ese mundo ahí. Sobre todo ella. Cómo es posible detestar tanto en secreto. En secreto es un decir, claro, porque siempre me desahogo aquí y allá. Laitan, el amigo Laitan es quien se encarga de reconfortarme en esos momentos en los que quedo prendido fuego por alguna de las actitudes de la conchuda de mierda.
Hay mujeres dulces, mujeres buenas, mujeres amables. Es una cuestión de energía. Pero las hay bichas, conchudas, pesadas. Cada vez conozco mejor la sensación de despreciar. A varias en la oficina las desprecio.
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Despierto pensando en eso, sintiendo eso. Y si tengo un momento en la madrugada en que, por ejemplo, voy al baño, entonces pienso enseguida en ella y cómo me he sentido humillado por sus formas de mierda, y cómo quisiera que no volviera nunca, no verla más, una bronca en la boca del estómago, y un deseo de olvidarlo, de dejarlo ir, pero no saber cómo. La muy fiera no trata a todos por igual, domina con malas formas, la detesto, no la quiero cerca. Dos semanas. Lo mismo que me decía ayer. La esperanza. Y no explotar. Aguantar. Como quien contiene la respiración bajo el agua. Y luego, tomaré una amplia bocanada el día que salga de vacaciones. Cuando vuelva, la hija de puta ya se habrá ido.
Trata de aminorar, de cercenar mi carisma, porque sus talentos se ven opacados por la miseria de su maldad y del veneno que emana de lo más íntimo de su ser. Odia que sea yo querible, simpático.
Hubo un momento en que pensé que las cosas habían cambiado, en que pensé que sería buena, que detendría el maltrato, pero su maldad es intrínseca, está en la médula de ese cuerpo cerdo, asqueroso.
Y no quisiera gastar más energía en el asunto, pero qué más puedo hacer si no escribirlo ya que lo siento.
Diplomacia, paciencia.
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Me imagino fuera de todo esto, del mundo, de lo tan armada y sofisticada que ha llegado a ser la construcción de este lenguaje, de esta sociedad. Y me imagino observando desde afuera. Con mi arte. Por salud. Porque aborrezco los mecanismos humanos que hemos inventado para sostenernos, lo salvaje refinado, enmascarado.
He tenido pesadillas anoche, pero no logro recordar bien de qué se trataban.
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Las horas del fin de semana se me presentan con la incertidumbre del qué hacer, qué voy a hacer, me pregunto. Sólo quiero vivir en algún estado alterado de conciencia. Por ejemplo, si ahora pudiese, me fumaría un porro, tomaría vino. Tal vez tome vino. Tal vez coma. No importa nada, es viernes. Tal vez pida comida china. Aunque no debo. Los viernes no debo cenar, debo tomar mi batido. Debo continuar la dieta. He dormido una siesta maravillosa. ¿Qué hago ahora en la noche? Sin amigos con quien salir, a quien ver, sin planes de fiesta. Me encantaría, por ejemplo, salir a ver hombres. Es temprano. Tal vez deba ir por vino y pedir comida china y tomar la pastillita para dormir y listo, no hacer más, nublarme, no pensar, no desear más estar con un hombre, no buscar más un cuerpo, un alma en la cual regocijar mi furor, mis ansias, mis ínfulas, mi deseo.
En esas redes los hombres ponen sus caras, sus cuerpos. Yo no. Yo no quiero exponerme tanto, no quiero que alguien me reconozca. Ya he visto yo personas conocidas y no me gusta. Esas redes son lugares nefastos, llenos de fotografías pornográficas. Son la marginalidad para mí. Yo prefiero conocer en persona. Es tan difícil todo ahí. Nadie se salva, al parecer. ¿Dónde conoces hombres? La eterna pregunta. Ahora existe Tinder. Varias parejas heterosexuales formalizaron incluso, se casaron quiero decir, después de conocerse en la virtualidad.
Me peleo con la gente de esas páginas, con los hombres, descargo mi resentimiento, mi ira, ofendo, o eso intento. Aunque luego sienta que no es eso lo que quiero, lo uso como un lugar donde depositar toda la bronca por la frustración de esta soledad, de estas horas en las que siento que quisiera compañía. Soledad. Tanta soledad. Los viernes son así. De deseo intenso. Ganas de descontrol, desde ahora, desde las ocho de la noche, quisiera enloquecerme, así descanso todo el finde.
Toda mi frustración, toda mi furia. Mi furia de hombre solo, de deseo inacabado, irrealizado. Y la única opción es la comida, es dormir, a solas, amigarme, después de la furia, con esta soledad. Lejos de ser el ícono sexual que deseé, en el primer mundo, lejos de la vida… en fin, basta de tirarme abajo. La mente me juega malas pasadas.
Desesperado. Urgido. Por hombre, por sexo. Y me frustro. Me repito. Quiero más. Me enojo con las posibilidades actuales. Pediré comida china, descansaré luego de tomar la pastillita. ¿Qué más hacer si no? La fiesta empieza muy tarde. Me digo que el día que salga de vacaciones quiero comprar cocaína, empezar a tomar solo en casa y salir luego, y tener sexo desaforadamente, insaciable. Porque no consigo nada en las redes, me violentan. Me aburro y me frustro.
Y no quería caer, pero termino haciéndolo, termino enloquecido viendo con quién meterme.
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Sábado. He dormido lo suficiente. El vino ayuda. Ayer, una hermosa siesta. Y hoy desde las doce hasta después de las diez de la mañana. Aunque he despertado con la sensación de malestar por todas las peleas virtuales que he tenido ayer. Entré a esas páginas, y como me exigían fotos, y yo no quiero mostrar nada, porque vivo con la paranoia de que haya alguien conocido del otro lado, y me reconozca y me da vergüenza, entonces me peleo después de que me rechazan. Encuentro sucias, horribles, esas páginas, esas imágenes violentas de hombres cogiendo, sexo todo el tiempo. Y yo debatiéndome entre la necesidad hormonal y la idea del romance, la idea de algo más que el simple cruce físico, poco estético, violento por el solo hecho de ir directo a lo genital.
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En la mitad de la noche, ya cerca del amanecer, un hombre gritaba afuera: “¡andate a la concha de tu madre!”.
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Sábado en la noche. Otra vez lo mismo. El mismo deseo, la misma necesidad, las mismas ganas. Qué hacer. A dónde ir.
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No tener más sexo con hombres que no me gustan. Se fue hace unos minutos uno, un hombre con quien estuve en octubre. No logró una erección completa. Es demasiado bajo y no he tenido un buen sexo. Le he hecho sexo oral. Es un tipo casado. Y se divierte con hombres menores que él que le consienten el miembro. Estaba yo tan desesperado que lo busqué. Lo había bloqueado.
Me junto con ese y no con el que verdaderamente me gustó, el ingeniero barbudo que me dejó obsesionado. ¿Por qué? Porque quiero que ese se enamore de mí, no quiero sólo tener sexo con él, lo deseo con posesión. Y no puedo aventurarme ahora, en este momento de mi vida, no quiero, no debo más bien, por razones en las que me explayaré, no debo adentrarme en el mundo de las citas, quién sabe si él quiera salir conmigo. Me armo películas en la cabeza. Él nunca me habló más. Heme aquí. Hace minutos eyaculaba con otro que no me gusta, y lo primero que me siento a escribir es sobre S, a quien ni siquiera conozco realmente. Y ahora me siento sucio. Aunque no haya hecho nada dentro de los límites de lo normal. Me siento sucio por estar con hombres con los que realmente no quiero, merezco más, pero no voy a por ellos, a por esos, no tengo la paciencia para esperar a que llegue el momento y entonces con la calentura encendida en su máxima potencia, busco al primero, lo fácil. Y después siento esta culpa, esta sensación de vacío y de traición a mí mismo.
Si tan sólo tuviese la seguridad de que se cumplirá este deseo. Pienso en S, en que es ingeniero, en qué clase de vida podría construir a su lado. Pero igual, no importa, si tan sólo pudiera verlo, unirme a su cuerpo, dormir a su lado, y besar su cara, acariciar su espalda, oler su pecho al despertar, entregarle todo el amor que cargo aquí y que no encuentra cauce.
Amarme a mí mismo. Esperar. Confiar. Buscar el buen ánimo. Trabajar. Esperar.
Sentirme cómodo en mi piel, estar o llegar a un punto de conformidad con mi vida, sentirme bien. Por qué no ahora, por qué no ya.