Tormentos (o Mis zapatitos de gamuza)

Los días pasan y a veces, en algún momento del día, me pregunto el sentido de todo, el sentido de estos días, en los que pareciera estar en un piloto automático hasta que pueda volver a dedicarme a mis artes.

El trabajo. El chico que no me saluda. Y aunque no interfiera en mi desempeño, no quiero mantener enemistades. No haré nada por ahora. Es un niño, creo que no pasa los 23 años. Puedo ver mis miserias. Las miserias de congraciarme por ejemplo al saberme más afortunado que el uno o que el otro. Aunque luego caiga en envidias cuando veo a los más afortunados. Al chico este, cómo no odiarlo. Tal vez describiendo lo desagradable y torpe que me resulta. No quiero subestimarlo. El asco que me produce, el rechazo de la insolencia cuando habla y cree que decir algo inteligente y no es más que una estupidez. ¿Gente así llega a terminar la carrera de abogacía? Su vida en un monoambiente con su hermano. Su poca prudencia, sus modales brutos. Su apoyo a la derecha del país por ignorancia pura. La insolencia de la ignorancia. No ha dado resultado escribir esto para no enquistarme, porque, al contrario, pensar en esa insolencia, lo que produce es…

¿Qué hacer entonces? Verme a mí, reconocer mis puntos débiles, mi ignorancia, mis carencias, mis faltas. Pensar en mí. Verme al espejo.

Ahora debo ducharme, lo de siempre. No escribo tanto como quisiera. En las noches hago ejercicio, y a duras penas me queda tiempo para leer algo, a las 10 ya estoy cansado.

Es verano, por suerte. Es verano y estoy en Buenos Aires, como tanto quería. Pero ahora que estoy acá, esto no me satisface,  la pobreza es demasiado chocante, y me obsesiona la idea del progreso, de ahorrar para viajar y de cómo irme a un lugar en el que tenga y tengamos quienes me rodeen una mejor calidad de vida.

 

Obsesionado con la idea de hacer más dinero para viajar y para irme. Pero nada que empiezo a ahorrar. Obsesionado con la idea de ir a Europa, a Londres, de irme a vivir a Estados Unidos, con la idea del amor, de encontrar un hombre con quien pueda armar un vínculo y que sea mi familia y no estar solo, no sentirme más solo.

Además de obsesionado, angustiado con la posibilidad de que no se cumpla mi sueño, como si no quisiera vivir más acá, como si no pudiera disfrutar el mientras tanto, el camino hacia eso que tanto anhelo, como si no pudiera ser feliz con lo que tengo, conformarme un poco y agradecer, como si una profunda insatisfacción me acompañase: quería algo diferente, esperaba otra cosa de mí, y me frustra que las posibilidades ahora sean tan difíciles. He amanecido un poco entristecido, sin saber bien por qué. O sí: porque quiero más y lo quiero ya, no quiero esperar.

*

Agotado. Es sábado y siento en el cuerpo todo el peso de la semana. Anoche no podía dormir. Estoy obsesionado nuevamente con un hombre, pero no quiero publicar nada sobre él, no quiero darle entidad. La terapia ayudará a que pase.

El novio de Laitan compró unas pastillas para mí, unas que venden sólo con receta médica, pastillas para dormir, pero él las consigue en su barrio, así que le he pedido el favor, pero no lo veré a Laitan hasta el viernes de la semana que viene. Si no, me drogaría bien, o fumaría porro, así duermo relajado. El cuerpo me duele porque no he parado de hacer ejercicio toda la semana. Tal vez mañana domingo deba descansar. O el lunes: tal vez el lunes deba ir al trabajo y luego venir y no hacer nada. Aunque las noches se me hacen tan vacías, este mes de enero sin ensayar, sin amigos con quienes hablar de arte, se me presenta un poco triste. He soñado con la oficina también.

*

Veo todo tan baqueteado, los hombres a mi alrededor, como si desconfiara ahora tanto de la raza humana, como si hubiese perdido la fe. Es una sensación pasajera, sólo eso.

Debo empezar a escribir un cuento nuevo, pero no se me cae una sola idea. Vivo siempre en un cúmulo de tormentos.

*

Domingo. Lluvia afuera. El tipo de arriba en vez de poner algún recipiente para contener el agua que sale de su aire acondicionado pone un trapo, entonces cuando enciende su aire, hay un goteo constante sobre la baranda de mi ventana: sospecho que con la lluvia se ha mojado el trapo y ahora gotea. No es grave. El otro día subí ya alterado porque no es la primera vez que le digo que debe solucionar el asunto.

Domingo. No saldré de casa. Aunque debo comprar un matacucarachas: el edificio está infestado. Con un buen veneno no se acercarán, ya me ha pasado en otros edificios.

Ha sido una linda noche. A pesar del llanto. Es la temporada. Y es mejor mantenerme tranquilo, estar saludable y descansado para la jornada laboral, para el año que se viene cargado de actividades múltiples.

Tal vez sea una necesidad de índole espiritual. Esto de estar solo, digo. Aunque duela. Fue diciembre un mes de tanto consumo: marihuana, comida, alcohol y -aunque tan solo unas horas, también un hubo- ingesta de cocaína.

Soledad. Veo las escenas de hombres en familia, de hombres enamorados, y quiero eso, quiero una familia, es la obsesión del momento, aunque seamos solo dos, y que no sea difícil mantener este todo tan lleno y tan vacío que es la vida.

*

¡He corregido el cuento!

*

¿Por qué este ímpetu que me lleva a discutir, pelearme con otros? No tengo paciencia y voy a la confrontación. Luego me arrepiento y digo “no hubiese dicho esto, hubiese esperado a que me bajara la bronca”.

Y no quiero tener conflictos, saber manejarlos.

Le he enviado un email a la administración. No he chequeado aún los mensajes que me puso el tipo de arriba.

¿Y al chico del trabajo? ¿Por cuánto tiempo continuará con esa actitud inmadura? ¿Qué debo hacer? ¿Hablar con él? ¿Si soy yo quien entra a saludar, lo saludaré igual?

Despierto tranquilo y voy pensando en estas cosas, en la estupidez humana, en la miseria, en todas sus formas, en la ignorancia, en la soberbia.

Si hago siesta en la tarde, me cuesta dormir en la noche. Hoy es lunes. Debo ducharme y salir dentro de un rato. Podría dormir más, pero despierto a tomar café y escribir estas líneas.

Pienso en mamá. Me ha pasado la cuenta de las deudas que tiene en Macondo. Debemos vender la casa, así las paga. O eso es lo que yo quiero.

Debo elegir a qué director entrevistar. Tengo varias opciones. Para la obra de teatro que estamos montando con Dante y Raira. Ambos están de vacaciones.

Ayer hablé con mi amiga Loria, que vive en Miami.

*

El imbécil que no me saluda. Cómo hacer que no me afecte. El idiota de arriba que me ha dicho en el mensaje de audio “de mi parte ya no hay buena onda”. El trabajo, las ventas. La gente, en general. El miedo. Y desear y confiar en que todo estará bien. El chico que me gusta, pero al que no voy a hablarle por razones de las que prefiero no hablar. Y así. Tormentos cotidianos en este verano. Veo mi seguridad amenazada por el venezolano que entró al trabajo. Lo escribo para trabajarlo, para reconocerlo, me da miedo que esto esté lleno de inmigrantes caribeños, con una cultura tan parecida a esa de donde vengo, esa que desprecio tanto. Hoy, cuando nos lo han presentado, he sentido miedo, un miedo miserable y fascista a que mis privilegios sean derrumbados. El anuncio de que ha subido el transporte y que todo seguirá subiendo. Y si es así, cómo ahorraré. Miedo a esto y aquello. Agradecer tener ese trabajo, pero desear otra cosa, algo mejor, algo diferente, actuar, vivir del arte, vivir bien, ser millonario, viajar. Y verme ahí, aquí, mejor dicho, en medio de esta masa inmunda infestada, todos gusanos ciegos caminando sin sentido, tropezando, haciendo felices a unos, infelices a otros, por la miseria misma de la condición humana, tan repugnante, tan asquerosa.

Bebería un vino. Pero debo hacer dieta. Bebería un vino y pediría un domicilio, y fumaría un cigarrillo y me acostaría ebrio, así descanso un poco. Pero no debo. ¿Para qué he ido por las bebidas de almendra entonces, si no las voy a usar? Mi cena: el licuado de banana con avena y bebida de almendras. Debo bajar de peso. Me hace sentir bien. Aunque muera de hambre. La rutina de las noches entre semana consiste en hacer ejercicio, masturbarme, bañarme, preparar el batido y sentarme a beberlo y a escribir, leer un poco, hasta que caigo muerto de sueño después de todas esas horas en el trabajo.

He terminado de leer El extranjero.

Me cuesta sostener la máscara. Me cuesta discutir, haberme peleado. Me cuesta, más bien, sostener el enojo. Después me arrepiento. Quiero que esté todo bien con todos, pero no puedo.

Esta necesidad de macho, de hombre, de sexo, de genital masculino. Pero no poder, no querer al mismo tiempo, encontrarme con nadie.

Pasarán, estos tormentos pasarán, y no serán nada importantes en un futuro, no debo dejar amargarme por estas cosas insignificantes. Debo pensar en mi obra, en mis obras, creaciones en las que algo logro expresar, para las que he nacido. Y no para pasar mis horas ahí, en esa oficina, a la que, por suerte, cada vez me acostumbro más, y la que, por suerte, me da de comer, paga mi casa, mi vida. Sensaciones contradictorias si las hay.

*

Me duele pelear, me duele enemistarme, no quiero ser ese que odia, que se defiende con el sentimiento de ira, que se alegra imaginando algún percance en el otro, como me pasa con el chico inmaduro y desagradable de mi trabajo, hombre intento repulsivo de formas bellas. ¡Qué digo! Siempre me dio asco. Y me regodeo en esa sensación de desprecio hacia él ahora que no me saluda, imagino que sufre y me alegro y me da ira y quiero que sufra, por idiota, pero no debo, no quiero ser ese que siente estas cosas, no quiero alimentar a esta parte de mí. ¿Qué hacer?

*

Mi puesto en la oficina está junto a una ventana y resulta que un par de veces no la he dejado bien cerrada, y el otro día llamaron al nene fresa de administración porque ha sonado la alarma. Y ya me lo ha dicho dos veces. Y anoche creo que la he dejado mal cerrada de vuelta.

Todo así, tormentos cotidianos.

Si soy un inmigrante, ¿cómo es que odio a los inmigrantes? ¿A qué hora vinieron tantos venezolanos? Qué manera de irse al carajo todo acá y en todas partes. Si pudiera todo importarme menos, afectarme menos.

*

El hijo de puta que no contesta porque vive resentido y se encula porque he dejado la ventana mal cerrada en un par de ocasiones, la gorda enana y conchuda que pone la mejilla cuando saluda, el pendejo superado que me dice que lave el recipiente plástico y yo por más que le digo que no me hinche las pelotas, lo hago igual para no entrar en conflicto, y después me quedo con la bronca y las ganas de haberle dicho “no me jodas, si querés lavarlo, lavalo vos”, el otro pendejo inmaduro con el que he discutido en el retiro y que no me saluda, todos de la misma área nefasta de administración. La oficina y su ambiente de mierda, sus egos podridos. Y la marica subnormal del departamento de arriba que después de que le exigiera de mil maneras que su aire deje de gotear sobre la baranda de mi ventana, ahora camina fuerte en las noches, cosa que entorpece mi sueño. Intuyo que lo hace a propósito.

Si todo me importara menos, si no me produjera esta violencia, este odio hacia ellos y hacia la humanidad en general.

Debo recordar que voy a ese lugar sólo a obtener dinero, que no me pagan para ser amable con ellos, que no he ido a mantener buenos vínculos con nadie, que esos imbéciles no son mis compañeros directos.

Estoy agotado, no he podido dormir bien, y eso me pone de un humor horrible. Anoche, con el aguacero, se han mojado mis zapatitos de gamuza, hoy usaré doble media, no tengo otros, por más que he dicho hace mil que iba a comprar.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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