Tres días, esta semana sólo iré tres días a la oficina. Es lunes. Desde que despierto, cuando suena el despertador, las palabras vienen a mí, y anhelo enseguida llegar a la computadora y escribir.
He vuelto a la búsqueda intensa en las redes, hombres desnudos en los perfiles de esas páginas asquerosas. Pornografía. Soledad. Al final sólo quiero uno con quien verme seguido, algo sencillo, alguien con el que haya gusto recíproco. La famosa buena onda. No pido más por ahora. Lo digo y lo dudo.
Ya llega el verano, llega diciembre, la heladera, que modificará mis hábitos.
Contar el dinero, pensar que la última semana de diciembre debo tener lo suficiente para pasar unos días tranquilos. Quisiera comprar hierba, pero no sé si es un gasto que pueda hacer. Me encerraré, saldré tal vez a caminar. Hierba de la buena, no el prensado ese paraguayo. Aunque la marihuana me produce alergia, me incomoda.
Otra vez, esta fiebre, esta necesidad de un hombre. Pero ahora de nuevo como aquel año 2009, pensando en un romance, en la idea del tiempo juntos. Como si un hombre o la relación en todo caso, la felicidad de la compañía, me fuese a salvar de la frustración y del fastidio cotidiano.
Anoche tomé unas gotas de pasiflora. No cené. Fumé un cigarrillo. Y apenas llegué del trabajo, me acosté a dormir. No apenas. Un rato después. Me metí en esas páginas horrendas. Discutí con uno, con el otro. Y luego sí decidí dormir. El sueño alivia. Estoy cansado.
Inconforme porque quiero hacer más comisiones. Porque debo esperar. Porque me siento pordebajeado. Ayer, los comentarios de la compañera a la que había hablado de que compraría una heladera. Lo hizo público. Me preguntó en voz alta delante de todos. Yo, el pobre. La heladera costó lo mismo que una grande. Pero por mi espacio compré una heladera bajo mesada: debo mantenerla en la sala-comedor, y para mí lo mejor es que sea agradable a la vista.
No quiero ir a trabajar. No sé si haber trabajado el tema en terapia ha destapado la parte que desprecia ir a esa oficina. Me dan comida, me dan dinero, me dan todo lo que gasto y todo lo que podré ahorrar, lo que podré invertir en la obra incluso. Quiero irme de viaje, renunciar, ser libre. Pero debo hacer dinero. ¿Cómo hacer que el dinero provenga de algo más satisfactorio que los días encerrado en esa oficina?
Debo invertir en la obra. Cuántas cosas me hacen falta para la casa. Así, ¿cuándo podré ahorrar lo necesario para viajar? Y mientras tanto, seguiré ahí, todos los días. Por suerte, se acerca el receso de fin de año, por suerte descansamos esos días. Anhelo no verlos. Yo sólo quería hacer arte, actuar y escribir.
Entro a Instagram. Envidio. Ya es martes. Como siempre la esperanza es que pase el día rápido, que mi jefa tenga reuniones, que permanezca poco en la oficina, al lado mío. Ayer iba a conocer el sexo de su cría. Hoy llegará con la noticia.
Hay veces que no las odio, que noto cómo han cambiado su actitud hacia mí de cuando era el nuevo a ahora. Pero no son sólo ellas. Es que necesito dedicarme a algo mejor, algo en lo que pueda desarrollar en serio mis talentos, mi arte.
*
Todos los días despierto, tomo mis vitaminas en forma de menjurjes y me siento a escribir estas líneas. Me distraen de la ficción. El temita del momento es que me alcance el dinero para las dos actividades del fin de semana y para comer. El jueves tal vez lo vea al chico este, al cordobés, que al final no he visto el domingo. “Esperé que me escribieras”, me ha dicho por Whatsapp. Quedamos de hacer algo el jueves. Yo miraría una película en su casa. Tiene una tele enorme. Y comería algo barato. Pero no quiero decirle eso. No quiero decirle: no llego a fin de mes. He tenido muchos gastos por la mudanza. Gastemos poco. Y el domingo hay un asado en casa de uno de los del taller. Sólo debo llevar bebidas sin alcohol.
*
Casa. Por fin tengo una casa. Un lugar fijo. Comparé un sartén. Debo limpiar el horno. No lo he hecho aún a la espera de pagar nuevamente a una empleada que me ayude con una tarea tan dispendiosa. Ya pronto tendré una heladera (en el caribe le decimos nevera).
La chica que le decía al morocho: “che, tenés la mano recalentita”, el miedo a que me agarre un policho y me lleve en cana por la tuca que me regaló uno de los compañeros recién. El compañero que dice que hay que despertarse más temprano a escribir, que tres páginas, que lo dice un libro, y yo que le digo: tres páginas es un montón, pero me guardo que yo lo hago, no tres páginas, pero lo hago, todos los días en este teclado, escribo en las mañanas. Hoy también en la noche. Pero normalmente en las mañanas. Y le digo que no, tres hojas es mucho. Realmente lo es. No es escribir por escribir. Aunque sí un poco. Pero igual. Llenar tres páginas no es tan rápido, no para mí.
El ensayo. Y el chico que habla de escribir. Y yo mangueo porro. Y uno me hace armar uno, me regala. Gracias.
Enojado. Los menequetejes de las citas, de organizar los encuentros. Enojado porque me llamó y me habló ayer el chico con el que supuestamente me veré hoy. Me di cuenta unas horas después, porque estaba en el ensayo. Y le dije eso, que estaba en ensayo. Y él se ha conectado, y no ha respondido. Y me enojan esos códigos, esas formas contemporáneas de trato a medias, quiero única y exclusivamente buen trato, muy buen trato.
Agotado. Es jueves. Trabajaré desde casa. No sé cómo. Seguramente en unos minutos encenderé el porro que me quedó del regalo del compañero ayer.
Así que me prendo el porro. Abro la compu del laburo, y me quedo acá, junto a la ventana. El día está nublado. No abro la persiana.
No tengo tolerancia, paciencia para esos tiempos, para la histeria.