La contradicción del deseo

Compararme con esos sujetos que yo deseé ser, que debí ser, pero que nada tienen que ver con el hombre que forjo, con las decisiones y los acontecimientos de mi vida. Con el arte, con la creatividad. Pero sí con lo que hubiese querido mamá, la familia, el pueblo.

Odio enamorarme y pensarlos como mejores, más pudientes, más felices, más estables, más todo Por otro lado, la teoría de que la felicidad es interior.

*

He venido a mi habitación: entra mucha luz por la ventana de la pequeña sala-comedor de este departamento. Si no abro la persiana de mi habitación, está más oscuro acá. Es martes. Quiero que pase el tiempo, así me olvido, así evoluciona este proceso obsesivo. He cambiado la foto de perfil de Whatsapp. Él lo ha hecho días antes. Quiero que me vea, que vea lo que se pierde.

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Inconformidad con mi vida, con mis logros, con mis talentos, con mis decisiones. Y entonces, lo que plantea el terapeuta es que vuelco toda esa angustia en obsesiones. No paro de escribirlo. Ya quiero ir a terapia de nuevo, el jueves.

La angustia viene también por la incertidumbre: cómo y cuándo trabajaré más de actor, de escritor. Ellos hacen lo que quieren, por eso los valoro, porque no están frustrados como yo.

Hago un poco de ejercicio. Me digo que debo escribir que no he cambiado la foto de perfil sólo por él: también quiero aparecer, mostrarme sonriente.

No estoy preparado para esos encuentros, para verme con hombres. Lo digo y no quiero parar de hacerlo. Se me ha hecho tarde. Debo ducharme, ir a trabajar.

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Miércoles. “Va a hablar Temporal, va a hablar Temporal”, dijo uno anoche en el taller cuando quise opinar sobre un cuento de una compañera, compañera amable. Han planeado un asado para dentro de dos semanas. Se acerca fin de año.

Ayer, antes de entrar al taller de escritura, me ha hablado por Whatsapp el cordobés con el que me obsesioné hace un par de meses. Luego de él vino P, a quien ni siquiera conocí. Y luego, el barbudo mal educado que no ha respondido mi mensaje de voz. Obsesiones con ellos.

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Que si a mí me disgustaba mucho ese trabajo, me preguntó la diseñadora gráfica cuando vinimos juntos en subte ayer en la tarde. Que siempre estoy contando los días para el receso, para no trabajar, que ella se distiende diseñando. No sé si usó esa palabra.

No sólo es el trabajo en sí, es la gente en su mayoría de mierda en el ambiente de oficina.

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He despertado de mal humor porque los infelices de la lavandería han olvidado darme unas camisas y debo ir en un rato a reclamarlas. Todo me genera ira: pero sobre todo pasarme el día ahí, en la oficina, con esas gentes.

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Jueves. Sí que cuento los días. Al parecer el jueves de la próxima semana trabajaré desde casa. Y el viernes es feriado en la ciudad por el G20. Ya quiero dejar de verlos.

Infelicidad, miseria, pobreza. La vida que veo y de la que quiero huir. Y verme envuelto en el lodo, intentando que el dolor de ellos, sus malos tratos, sus traumas, no me afecten, no socaven la tendencia de mi energía hacia un lugar espiritual. O mejor, ¿cómo sostener la espiritualidad, la bondad, la compasión, con los golpes y las armaduras fuertes de los demás? Alejándome.

A fines de diciembre tendré diez días de vacaciones. Descansaré. Quiero conseguir marihuana y encerrarme a escribir y a pasar los días en soledad. Ojalá tranquilo, ojalá sin el deseo de varón ese que me quema el cuerpo y no me deja disfrutar de la soledad que al mismo tiempo anhelo.

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El terapeuta dice que debo encontrar actividades que me satisfagan más. El trabajo, debo encontrar un trabajo que me satisfaga más. Ubico la angustia de mi frustración en las obsesiones. Mucho espacio vacío ha dicho en un momento. Y eso que no es tanto. En Bogotá La Inmunda, en cambio, depositaba la angustia en la droga y en las pijas de cuerpos duros. Desde antes incluso de volver a esa ciudad; cuando tomé la decisión de irme de nuevo a ese país triste que es Colombia, acá en la Furia, ya empecé a inhalar cocaína, evadir el dolor.

Extraño a mamá, extraño sus comidas. Le he dicho que debemos vender la casa, así pagamos las deudas. Que se vaya a un departamento pequeño y que le quede un capital por si algo ocurre.

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Sube y baja. Escribiendo estas líneas, de repente, me ha llegado la satisfacción de lo conseguido: el trabajo, el regreso a Buenos Aires, mantenerme a mí mismo, ensayar.

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Pienso en las cuentas, en comprar la heladera, en el otro año, en conseguir un nuevo trabajo.

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Me paro a buscar el café y al ver la cama desordenada, imagino a un hombre de espaldas, dormitando ahí, imagino que sonrío al ver su espalda blanca desnuda.

La sexualidad, las hormonas, este constante necesitar de un otro, de un amor.

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Por qué no me escribió más, cómo es posible que no quiera, como yo, revivir ese momento juntos en la cama, el contacto. Por qué soltó tan alegre que nos viéramos de nuevo, por qué dijo que era importante intercambiar teléfonos, ¿no le gustó mi mensaje de voz? ¿Fui invasivo? Sigo pensando en él. Le he puesto cara y cuerpo a la necesidad, y me he obesesionado. Aunque sea esta, de nuevo y por suerte, la etapa en la que no queda dolor. Además, ha vuelto el otro, el cordobés del que hablé mal porque me sentía rechazado también.

Que le he parecido muy gordo, estoy inconforme con mi cuerpo, eso pienso. Que se ha arrepentido. Luego del mensaje de voz no le he gustado más.

El terapeuta dice que puede ser también que me falten pasatiempos. No lo creo. Cosas que se hacen sólo por el placer de hacerlas. No lo creo. Escribo. Podría pasar el día escribiendo, como antes.

Estoy frustrado. Y eso me produce ira, ansiedad, angustia.

La sola idea de pensar en cambiar de trabajo me produce un desánimo tremendo. Aunque debo encontrar la manera de que la actividad diaria que me dé dinero me haga más feliz, me satisfaga más que las horas ahí sentado llamando por teléfono a posibles clientes.

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Que tengo amor para dar, eso me digo, que soy un romántico, que quiero compañía. Otra vez, este estado. Por suerte voy a terapia. Aunque el terapeuta haya intentado tapar varios bostezos durante la última sesión. Estaba cansado, supongo, es normal. Si no se hace frecuente, es normal.

Y la vida, la humanidad, nosotros, el universo, todo esto.

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Hasta que en un momento desaparecen, me olvido por fin de estos hombres que causan un impacto tan movilizante.

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“No recordaba el volumen de tu voz”, dijo una al despedirse de mí anoche en el cumpleaños de Huán.

Las cuentas. Diciembre. Dispongo tan solo de unos cuantos centavos para llegar a fin de mes. Me he desbordado. Es la primera vez que me pasa desde que me mantengo solo. Me di gustos que no debería y ahora cuento los centavos. Está bien. Tendré lo que necesito. He comprado una heladera. No la han traído aún. Poco a poco me iré armando con lo necesario. Dios me libre de ser un tilingo. Lo mío es otra cosa, está más allá de la cultura local, lo mío es global, no tengo porque casarme con una sola cultura.

He traído unas tucas del departamento de Huán y Dante. Ahora bebo café y disfruto del domingo. Aunque me castigue un poco la alergia. Anoche he fumado tabaco.

Digo lo de la cultura porque me encuentro con una necesidad de pertenecer, de parecer como si yo fuese de acá, y no, soy de otro lado, no soy de aquí, aunque esto haga parte de mi identidad.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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