He ido a la entrevista de admisión. El terapeuta me ha dicho que sí, que me atenderá él. Iré una vez por semana. Ayer en la tarde, cuando salí de la oficina y caminaba hacia el lugar donde atiende el terapeuta, dudé de la decisión: no quiero gastar dinero, debo comprar ropa, cosas para la casa. Pero también debo trabajar la angustia. Y no quiero esperar. Dudé porque siento que se va pasando la obsesión, la tristeza por P. Se lo comenté un poco a mi amigo en Ecuador, y se ha reído. Pero no le he dicho lo más importante tal vez, que este hombre me quería ver trasvestido, que me pedía que me depilara, que me trataba como a una mujer, que habíamos dicho de vernos varias veces, y que cada vez yo me produciría más y más para él. Y que me obsesioné con esa idea también. Luego busqué su número en Google, y una cosa llevó a la otra, y supe todo de él y…
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Mi amigo en Ecuador me ha dicho que no puedo ser tan demente, que cómo me voy a obsesionar así con un hombre que ni conozco. Se ha reído. He reído con él. Eso ha aliviado la carga.
Iré a terapia. Aunque sea un lugar lúgubre, como el barrio en el que vivo. Queda cerca de acá. Como la vida ahora. Temporal. Ya lo recuerdo, es todo temporal.
El día está gris. Es sábado. Iré al ensayo. Vendré a casa, fumaré un poco de hierba, y escribiré. Intentaré descansar. Ya la otra semana regresa la gorda, mi jefa. Mejor ni pensar en eso.
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Mi amigo Dante bromea, un poco se regocija: “sos clase media baja”, me dijo a manera de chiste, en un momento, “sos un obrero más”, me dijo después. “No soy un obrero”, le he respondido. Me ha cobrado por la minucia de marihuana de calidad triste que me ha traído. Miserias. Se alegra de que ahora no sea un niño mantenido, se alegra de que viva ahora en un barrio como a él le parece que hay que vivir, de que sea un poco más como él, un poco más pobre.
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Y pienso en P. En que debí ser paciente.
Debe tener fortuna. Lo envidio. Quiero su vida.
Privilegios, eso quiero.
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Me tiembla el párpado superior del ojo izquierdo. Me tiembla con una frecuencia que se ha convertido insoportable. He leído que puede ser estrés o mucha cafeína. Dejaré la cafeína a partir de mañana. Por unos días, a ver si mejoro.
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Miserable, así me siento, pobre, poca cosa.
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Y si hubiese venido acá, si hubiese venido ya, ¿qué hubiese pasado? ¿Cómo hubiese quedado yo después? ¿Cómo hubiese quedado mi psiquis? Concluyo a veces, y no sé si ya lo escribí acá, que me hizo ruido siempre eso de que me trataran todo el tiempo como una mujer. ¿O no? No lo sé.
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“Pero no tenés ahora para eso”, me ha respondido Dante cuando le he dicho que empezaría una terapia psicológica. “Y vos qué sabés”, le respondí.
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Clases sociales. Las diferentes clases sociales. Y dónde me ubico yo con respecto a eso.
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Quiero dejar de masturbarme viendo pornografía. Me parece sucio, enfermizo. Entrar a esa página y ver hombres cogiendo todo el tiempo, pijas, culos abiertos, fotos que no son propias, mentiras, intrigas. Y en medio de todo eso, él. Se ha vuelto a conectar, he revisado su perfil, lo he desbloqueado, y lo he revisado, y he visto que se conectó hace seis horas. No soportaría, por ejemplo, darme cuenta de que se conecta días después de un encuentro conmigo. Lo que más me vuelve loco es saber si le gustan los hombres, si hubiésemos podido hacer cosas juntos más allá de la fantasía, hablo de sexo, pero no sólo estando yo trasvestido. Qué digo. Ni lo conozco. Eso es lo que más jode, la intriga.
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Mal humor. Despierto enojado, con algo de ira. Creo que se debe a que pienso faltar al taller de escritura porque no he podido terminar ninguna historia, y tampoco quiero apresurarme a hacerlo. Me presionan. Y aunque tengo dos cuentos por salir, aún no los termino. Y si voy hoy, será lo mismo, sentarme a escuchar sus conversaciones…
Como si no me gustase la vida de lunes a viernes, como si me fastidiaran todos ahí adentro, en esa oficina, en ese mundo, todos. Y sigo pensando en él, en P, en el misterio que representa para mí. En que quiero un hombre, en mi fiebre de hombre.
No me gusta ella, mi jefa, no me gusta estar a su lado, estar cerca.
Y esas redes, seguir dando vuelta en esas redes, en la misma en la que conocí a mi ex, mi único ex. Seguir en ese lodazal inmundo. Pero no poder salir tampoco porque quiero acostarme con hombres, porque no puedo resistir la tentación, los veo en la calle y quiero uno para mí, quiero sus cuerpos, sus genitales, y cómo hacer. La necesidad de romance. Y que sea todo tan asqueroso en esas redes.
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Cómo hago para recuperar el ánimo en mi vida, el valor propio, cómo hago para encontrarle diversión a estos días. Y no hace frío, es primavera, son días soleados, pero yo cargo con una insatisfacción, una frustración.
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Odiarlas a todas, incluso a las buenas. Las horas en esa oficina pueden ser eternas. Me digo que conseguiré otro trabajo, me digo que lo haré el otro año. La señora que musita, que canta, que dice cosas todo el tiempo. Y yo, en silencio. No soporto que hablen, cacareen, rían de estupideces, porque estoy atornillado a mi tristeza, a mi ira por la frustración.
El jueves iré a terapia. A la primera sesión después de la entrevista el viernes pasado.
Enojado por todo, por la convivencia ahí adentro con las víboras, con las formas.
Un mal humor constante que debo dejar ir. Eso me he dicho hoy: déjalo ir. Dejar ir todo, a ellas, a ellos, a la gente, a las responsabilidades, a los deseos, a los demás, a los objetivos, a las metas. Aunque lo diga y me duela. Aunque la frustración sea más fuerte.
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Harto de soportar las malas contestaciones, la soberbia de mi jefa, sus formas de mierda. Y acumulo. Y si estallo, se va a dar cuenta de que acumulo. Y después se hace la buena, la “copada”. Gorda de mierda. Pero ya la vida me ha enseñado que es todo pasajero, y este tipo de gente de mierda después termina amándome, mientras yo me alejo y no quiero verlos nunca más. Su situación de poder que la habilita, sus ínfulas. Humilla, lanza comentarios venenosos. Y no tengo más remedio que soportarla, al lado mío. Pienso en cómo decírselo, cómo responderle, armo situaciones en mi cabeza en las que le digo lleno de cólera “¡hablame bien! Que seas mi jefa no te autoriza a usar esas formas de mierda, ¡me hablás bien!”.
Argentina se cae a pedazos. Este gobierno ha empeorado la situación.
Y entonces vivo de mal humor, porque me cuesta superar esos episodios en que ella habla así, como quiere. Y me quedo con la ira guardada. Gorda infeliz y venenosa. Cuánta miseria en alegrarte de humillar y lanzar veneno en los demás. No me creeré más bueno. Dejaré sentir mi ira. Reconocer que ella y sus tratos son el foco de mi malestar. Aunque luego seguro necesite perdonarla, aunque ya sé que no me conviene quedarme con el rencor, aunque se sume a la inconformidad actual, que, dicho sea de paso, va pasando de a poco.
Desde ya que no todas ahí son así. Sí varias. No todas. Pero igual, entre ellas, les es difícil notar quiénes son las más perversas. Y además, la gorda de mierda no le responde igual a todo el mundo: es conmigo con quien se siente con la autoridad para responder mal. No sé hasta cuándo pueda tolerarlo.
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Creo que la odio. Se lleva mi energía, mis letras en esta época. La detesto y se sienta todos los días al lado mío. La odio y al mismo tiempo debo permanecer ahí, debo trabajar para obtener el dinero que me pagan todos los meses. La odio por prepotente, soberbia y sobre todo porque me contesta mal, maltrata. Grita, farfulla, lanza improperios, todo el día. Y ahora, preñada, tendrá una impunidad que desprecio. La desprecio a ella. Y anhelo que se vaya, que tenga a su cría y que no vuelva. Aunque sea por un tiempo.
Esta madrugada he sufrido de insomnio por un tiempo, y aparecen ella y las demás víboras en la oficina. Resulta que cuando quieren ser feministas entonces las muy ignorantes me atacan. Dicen cosas absurdas, que los hombres esto, que los hombres aquello. Que somos brutos. Clichés. En lugar de conectarse desde la empatía con alguien que ha sido oprimido también. Lanzan improperios estúpidos. Ignorantes. El mundo está perdido mientras sigamos dividiéndonos, en lugar de buscar puntos en común. La violencia sólo trae violencia, y ellas, pobres infelices, creen que hacen algo en su miseria cotidiana. Y debo soportarlo porque estoy ahí trabajando, hacinado, con ellas, y con la concha mayor empoderada en su miseria.
En el fondo anhelo que no sea feliz, que sufra. Me da culpa, pero es así. Y no quiero ser un infeliz yo, no quiero caer en el resentimiento bajo, aunque ya lo sienta, aunque ya la deteste. ¿Cómo no dejar contaminarme por su veneno? Víbora.
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Hago cuentas, un poco asustado porque en noviembre debo ajustarme el cinturón, sobre todo ahora que he decidido ir a terapia. Tiempo y dinero, recursos a administrar.
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Maltratos. Iras, miserias humanas. La sociedad que hemos sabido construir. Los demás. Y desear apartarme. Esa oficina me consume. Y no sé cómo alejar mi mente una vez salgo de ahí, cómo distanciarme.
En esta rueda que gira sin parar. Que pasen los días, que pase el tiempo, ansiedades, ansiedad, que pase el tiempo… ¿para qué? Yendo, dirigiéndome a otro lugar.
No puedo dejar de pensarme como el ofendido, el ninguneado. Es eso, es ninguneo lo que hace la gorda hija de puta que tengo como jefa. Y al mismo tiempo sentir que debo agradecerle porque me eligió a mí para trabajar ahí. Y querer encontrar otro lugar, irme. Para qué apurarme, me digo después, si va a parir en abril y se ausentará unos meses: ahí entonces aprovecharé para buscar y cambiar, así no estoy cuando ella vuelva, así consigo algo donde gane más dinero. Aunque me dé miedo, cambiar lo seguro por algo nuevo. Tiempo. A lo mejor deba tratarlo en terapia. La gorda ha herido mi ego, se regocija golpeándome la infeliz.
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Domingo. 9:30 de la mañana. He tenido un poco de insomnio. Anoche me he ido a la cama temprano. A eso de las 9 ya estaba dormido. He tenido momentos de tranquilidad, por fin, en medio del sueño. Se me ha ido la ira. Ahora ha vuelto, han vuelto los pensamientos pesados.
He decidido cambiar mi actitud en la oficina. Me mantendré serio. Y no permitiré que la gorda siga tratándome de esa manera. Me haré respetar. Sin caer en el estallido. Eso me he propuesto. En la actitud puede estar el secreto.
Ignora a la mujer. Cierto que esos gritos feministas a mi me ponen de un huevo y la mitad del otro, es cansado. Abrazos mi querido Anónimo.
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Eso hago, intento ignorarla. Feliz miércoles, Meav.
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Hoy es miércoles? Miauuuu…. he perdido la noción del tiempo. Abrazos.
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