Ira (Días de ira)

Él. Obsesionado con él. ¿Y por qué deben todos enloquecerse conmigo? Y termino siendo yo quien me enloquezco con ellos. Pero siento que debería ser al revés, que ellos, o él en particular, tendrían que venir a mis pies. No es tan lindo. Él, hablo de él. Pero trabaja en un banco, debe ganar más que yo, mucho más tal vez, y se va a Escocia durante un mes; tiene privilegios que yo tuve antes y que ya no tengo. Mi familia ahora no me mantiene. Él tiene una vida que no he tenido. Y me pongo en una condición de inferioridad. Nivel. Esa es la palabra. Lo pongo a él en un nivel superior. Y no acepto la diferencia. Me veo, a veces, como poca cosa, usando la misma ropa desde hace meses, todos los días los mismos zapatos, gastados, la ropa descolorida ya de tanto uso, mi piel inclusive, en el espejo, me veo descolorido. Y entonces aparece este sujeto y reafirma mis inseguridades. No es él, soy yo.

*

Delgado ya, flaco. No estoy preparado, no es el momento. Por mi apariencia, por mis ropas, por mi situación. ¿Mi situación, cuál? No lo sé. Todo este tránsito de regreso a la Argentina. El tiempo sigue pasando. Ahora me preocupa la edad. ¿A qué edad seré un actor, a qué edad haré televisión, cine? Antes de despertar empiezo a pensar: que ya pronto serán 33 y que pensar en el futuro, en tres años es pensar en tener 35/36. Todo, de repente, adquiere otro valor. Me juzgo no sólo con la vara de mis deseos si no con cierto apuro de no sentirme fracasado. Debo sacarme esa idea. Antes era joven. Debo sacarme también la idea de la vejez, la idea de que es tarde. Quiero irme a vivir a otra parte. La idea de la pobreza me persigue. Si tan solo estuviera ya en un país desarrollado. La idea de la migración, siempre presente.

*

Hay que hacerle muchos arreglos a este departamento. El propietario me ha dicho que sí, que no hay problema, que lo pintaremos lo más pronto posible, que él conoce a un pintor de confianza. Ya he llorado. En medio de mi narcisismo tal vez, creo que mi llanto es diferente al de los demás, que siento la vida con más intensidad.

Y entonces vuelvo a compararme.

Llamo a Áspora, la bella Áspora, mi amiga en Bogotá. Y ahí me cambia un poco la visión.

Me aconseja pagarle a alguien para que venga y limpie. Eso haré. He quedado con una señora que he sacado de Internet, vendrá mañana a las 9.

*

Cómo es posible que sean tan roñosos, tan sucios, que no hayan limpiado ni una sola vez en cuatro años. Hablo de Dante y de su novio, que ocupaban antes este departamento. No quiero quejarme más. Pero sí que encuentro algo que debo aprender en todo este proceso.

La canilla de la cocina suena: ¿cómo es posible que vivieran tanto tiempo con eso así?

¿Aprender paciencia? Aprender tenacidad. Me pregunto a veces si he tomado las decisiones correctas.

*

Mil y una paranoias. Decirles a todos que soy extranjero, y que no se den cuenta porque me ha cambiado el acento; ser un extranjero más en tierra subdesarrollada me genera la pregunta xenófoba de qué hemos venido a hacer acá, con el caos constante que se vive en este país, con la pobreza tan creciente.

El conductor de la camioneta tan masculino, tan argentino: “muchos extranjeros por acá”, suelta en un momento hablándome sobre el barrio de Almagro, cuando pasamos por ahí. Las clases sociales. Esta idea de que he venido a sacarle oportunidades a los argentinos. Soy un inmigrante xenófobo, al parecer.

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¿Bloquearlo? Tengo ira, me ha golpeado el ego con su indiferencia. Y no, eso no lo hace una mala persona. Pero sí un ser del que mantenerme alejado.

*

Por fin solo. Me ha dado duro vivir en un barrio de clase media baja. Al principio no me hubiese importado, cuando no llevaba tanto tiempo acá. Pero ahora conozco tanto la ciudad…

Vivo solo. Y ya se irán arreglando las cosas, debo convencerme. He llamado a Áspora y me ha dado ánimo, me ha dicho que pintarlo y arreglar las cosas rotas no llevará mucho, que debo presionar al dueño, que es un gran paso. Así no me guste el barrio. Siempre inconforme yo. Siempre algo que no me cierra. Me siento venido a menos, empobrecido, sin los privilegios de los que gocé durante un tiempo. Ahora pago todo yo, de mi bolsillo, con mi trabajo. Y en lugar de estar orgulloso por lo que es un gran logro, me hago mil historias comparándome con él, con el chico que no quiso verme más. Qué vulnerable estoy. Para qué acepté verlo esa noche. Con tanta agitación en mi vida, y encima me meto en el brete de salir con alguien y exponerme al dolor tan fuerte que me genera el rechazo.

 

Lo mismo, otra vez: el enamoramiento inmediato, el enamoramiento porque sí, enamorarse del amor, de la idea, de la posibilidad. Quiero eliminarlo, bloquearlo. Me digo que no es para que él lo note. Y es verdad. Es para sentir que lo elimino de mi vida.

*

Ya escribí la carta o el correo que le enviaré a un posible terapeuta. Pero ahora por ahora es sólo una posibilidad. Con tantos gastos…

Ya sé a qué huele: a meo de gato.

*

No sé cómo continuar esa historia sobre el niño en el bosque. No quiero escribir algo fantástico de nuevo. No sé cómo darle un desenlace.

*

Ahora no me regalan nada. Y eso me hace sentir diferente también. Pero que no se me vaya para el lado de la pobreza, pienso. Porque me siento pobre al tener que pagar yo mismo mi vida, y tener 32, es como empezar de cero.

*

Qué días. Ayer, después de la reunión con los compañeros del proyecto de investigación fumé un poco de hierba mala, paraguaya que traen prensada. Algo es algo. Debo comprar vitaminas. Mamá me ha dicho que tome vitamina B12. Son días importantes. Días de arreglar mi hogar. Aún me siento inconforme con el barrio. Me veía diciéndole a los señores en el taller de escritura que me había mudado, y verme obligado a decir el nombre del barrio… No tiene por qué pasar. Debo acostumbrarme, debo aceptarlo. Salir a la noche no es lo mismo que en otras zonas, como antes. Anoche volví a llorar. El otro día una compañera en el trabajo decía que lloraba también. Pero le sacaba valor. Mi llanto habla de una sensibilidad profunda. Ayer pensaba en la muerte del abuelo, en cuánto extraño a mi tía L, mi tía terapeuta con la que pasé momentos inolvidables en Miami, la que me ayudó luego de terminar la relación con mi ex, mi único ex.

*

Mal humor. De nuevo. Tantas cosas por hacer y me agobio, me angustio. Y en mi mal humor odio a todos. Me enquisto, siento ira.

El pintor arreglará las canillas también, que están todas rotas. El lavabo en el baño pierde agua, al igual que el bidé, una de las canillas en la bañadera y en el lavaplatos, en la cocina. ¿Cómo es posible que sean tan descuidados y roñosos Dante y su novio? Son mis amigos y los quiero. Pero no he conocido seres más cómodos con la suciedad que ellos. La señora que vino a limpiar estuvo ocho horas y aún faltan cosas por hacer.

*

Todavía suenan las canillas. Huele a pintura y a rancio. Quién sabe a qué. Han empezado con los trabajos adentro de casa. No tengo mucho tiempo para tomar el café, para escribir.

El sonido del agua que sale sin parar de la canilla del lavaplatos me desespera. Empiezo el día con tranquilidad. Luego ya pienso. La gorda forra en mi trabajo que me ha dicho “sos un colombiano pobre que vino a un país más pobre aún”. No tiene idea de mi vida. Gorda insegura. Qué me importa lo que piensen los demás. Debo convencerme.

*

Quiero bloquear al chico idiota aquel. Raira me insiste que no. Pero no quiero tenerlo en mi agenda. Y tampoco permitirle que aparezca después, como ya hizo antes, y generó todo este caos interno en mí.

*

Múltiples cicatrices, marcas, en todo el cuerpo. En la mano, la mancha de la quemazón con la plancha el jueves. En la cara, la marca del día que me caí en casa del gran Boisano. Me percibo envejecido, baqueteado, un tanto estropeado.

*

El tiempo no me alcanza. El año se va. Y yo que logro las cosas con esfuerzo, mucho trabajo, y al parecer, con sacrificio también.

Las microviolencias en el trabajo. La mujer gorda (qué tema con los gordos, no se me acuse acá de gordofóbico), que tira mierda hacia mí cuando puede. La compasión se trabaja de adentro hacia afuera, me doy cuenta, pero no se la pide a otros. Hay gente muy herida. Como yo, sí. Pero que se descarga con los demás. Ahí entra la compasión. Aunque haya que aceptar la ira, el dolor primero. Pero luego, si no hago un acto profundo de compasión, entonces me quedaré herido. Como ahora. Herido por mi jefa y por la compañera obesa.

*

No era lindo. Ni me gustaba realmente. Eso es lo que más me ofende, creo. Que al final sabía que era alguien con quien no sería compatible, pero que mi deseo, mis ganas de jugar al amor son más fuertes.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

2 thoughts on “Ira (Días de ira)”

  1. Yo también a veces me siento un poco incómoda por ser extranjera, sé que me van a juzgar por eso y a tener varios estereotipos que no me gusta que se me peguen así. Siempre aclaro que tengo marido argentinos, como para justificarme. No entiendo el tema de muchos argentinos en contra de los demás latinoamericanos. Siempre se sienten mejores, a veces hago un comentario para acordarles que argentina no es primer mundo, por cuanto se crean mejores.

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    1. ¡Hola, Isa! Es verdad. Hay xenofobia y racismo. Aunque no se puede generalizar. La verdad es que no sé qué pensar. A veces siento que somos demasiados extranjeros, suramericanos y no. Me reconozco yo mismo con el miedo a que tengan razón en eso de “le viene a sacar lugar a un argentino”. Es lo que me pasa. En fin. Es complejo migrar, las sensaciones que genera. Sobre todo en este país, con el caos cotidiano que se vive. Un saludo. Gracias por pasarte por el blog y por leer. ¡Buena semana! 🙂

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