En medio del huracán. Todavía. No quiero usar sus cosas. “Sus cosas”. Así me ha recalcado. Me ha dicho que si ella quiere me pone de patitas en la calle. Que puede llamar a la policía y echarme. La discusión ha sido álgida. Me amenazó con no darme el dinero del depósito. Y me sentí secuestrado, coartado en mi libertad. Nunca vuelvo a mudarme sin un contrato, sin un recibo siquiera por el dinero mensual que pago.
Es complejo. Pero para resumirlo: ella nunca me avisó cuánto tiempo antes debía informarle que yo me iba. Y cuando quise hablarlo, me ha dicho que debía quedarme todo el mes de agosto o no me devolvía el depósito.
He pensado en irme aunque aún no termine el mes y lo he pagado completo, irme sin importar que ella me retenga el depósito.
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La palabra que más lo describe: miseria. Un ser miserable. Y no es el dinero lo que me interesa. Le he dicho que sí a todo, me ha descontado del depósito lo correspondiente a la “asadera” del horno eléctrico que supuestamente he manchado, un dinero de una tabla de cortar que ella ha traído de afuera y que se le nota mucho el uso (que al parecer sólo le he dado yo, claro); un dinero para que el plomero arregle la cadena del baño, que iba a arreglar su novio… Tres dólares de un plato que rompí (¡este es el nivel de la miseria!). En fin. No quise discutir. Sólo me reí. Y acepté. Recibí al fin el depósito con la disminución. Y me fui. “Suerte”, me dijo al final la muy codiciosa. Dejaré de escribir sobre ella. Daré el capítulo por cerrado. No es bueno reactivar la bronca, la impotencia que me genera que haya sido tan mezquina y ventajosa: la típica argentina chanta. Desde el principio fue así. Fue mi error. No debí aceptar que no hubiese contrato, que no me diera recibos, que no pautáramos cada cosa.
Me siento bien de no ser como ella. Me siento bien de ocupar este lado de la situación y no el otro, el del aprovechado y mísero. Lo peor es que viene de una familia con dinero. Pero la pobre no sacó talento más que para vivir de la renta y relamerse con las corridas del dólar, y ser usurera con los extranjeros a los que les alquila los cuartos en la casa que ella a su vez subalquila. Otra casa. Además, compartía el departamento conmigo. El negocio del alquiler de cuartos. Y no es que le falte el dinero para cobrarme tres dólares por un plato (o vaya uno a saber), es su alma tomada por avaricia, por la mezquindad.
Ahora escribo desde la casa del gran Boisano. Estaré aquí unos días. Luego iré donde Laitan. Otra vez. Como en el verano, que pasé una temporada allí.
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Escribo como puedo, cuando puedo. Hoy iré por un colchón inflable, a ver si dejo de dormir sobre el piso: he puesto un aislante y Raira me ha prestado una bolsa de dormir. Debo trabajar. Escribir. Confiar. Eso me he dicho. Ayer escuchaba de nuevo unos audios sobre la ley de atracción. Es bueno, en todo caso, haberme ido, alejado de la energía miserable de esa mujer ventajosa (ventajera, dicen acá, en la Argentina). Ahora, la ley de la menor resistencia. Ya había escuchado sobre aquello de no oponerme. Y confiar en que el Universo tiene lo mejor para mí.
Boisano me habla desde su habitación. Agradezco tener amigos.
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Dante deja su departamento, se irá a uno más grande con su novio, y me ha recomendado con el dueño. El dueño me ha dicho que para remplazar la garantía ingrese al departamento con tres meses de depósito. Nuevamente, gajes, gajes de la independencia. Si bien la zona no me agrada del todo, es la oportunidad perfecta para alquilar un departamento de manera tradicional.
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Sábado. Boisano duerme en su habitación. Ha sido una noche fría, más que las anteriores. Duermo aquí, en la sala del departamento de Boisano, desde el sábado pasado. Melania (ya lo he dicho), mi casera anterior, se ha quedado con una parte del depósito. Miseria de rata. Ahora duermo en un colchón inflable. Estaré así hasta el miércoles que retorne a casa de Laitan, donde pasé unos días durante el verano también. Así, la vida. Y espero la confirmación del dueño del departamento que Dante alquila ahora, y que alquilaré yo después.
Es un invierno crudo, pero tengo trabajo, y eso es lo importante. Sobre todo por cómo vienen las cosas en la Argentina.
Los pequeños odios van y vienen. El miedo. El deseo de estabilidad. Pero con un departamento de alquiler tradicional me sentiré mejor. Solo, por fin solo.
Hago cuentas sin parar, anoto todo lo que me gasto. Creo, de hecho, que he soñado algo así, que veía a alguien que anotaba en una libreta el registro de todas sus cuentas. Yo lo hago en un archivo de Excel. Y temo, claro. Agradezco haber encontrado ese trabajo: debo cuidarlo, me digo.
El colchón inflable me lo ha prestado Raira. Ya luego, en casa de Laitan, dormiré en un sofá cama. Me preguntaba el por qué o el para qué de todas estas situaciones en las que debo pedir ayuda, servirme de los otros. ¿Hoy por ti, mañana por mí? ¿Tiene eso que ver con cosas que han sucedido en esta vida o en vidas anteriores tal vez?
Siento que en el taller de escritura no estoy a la altura. O temo no estarlo.
He pasado un rato largo sin escribir, y me siento inseguro: he perdido la práctica, la costumbre, el hábito, y eso me preocupa, hace que me sienta malo, desentrenado.
Debo terminar un cuento. He enviado el que publiqué en la revistilla aquella. Y no me gusta. Y se lo he enviado a mi profesor, en el taller de escritura, sólo a él y no a los demás, y él lo ha dicho, y una compañera, una señora: “pero por ahí de golpe lo podés mandar”.
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Competencia. Siento que soy altamente competitivo, que ellos me halagaron, y ahora mis alas han volado, han crecido, y no debo, debo ser humilde.
Estar afuera, en el mundo real, socaba mi alma: debo regocijarme en mis ideas, en mis palabras, en esta necesidad de expresar mi manera de ver el mundo, la intensidad de mi sentir: debo escribir y sentir que me explico, que explico mi forma de ver la realidad.
Escribir cuentos. Quiero ser un cuentista. ¿O lo soy? Lo soy, tal vez.
Debo hablar menos. Habla menos. Trabajar callado.
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Humano. Rodeado de humanidad. Observándola. Observándome. Comiendo ahora más que antes. ¿Cómo pude estar tanto tiempo con ese perro, con esa mujer? ¿Cómo pude convivir con esa pareja? Pude irme. Recreo una y otra vez en mi mente las escenas, la pelea de ese miércoles en la noche. Miércoles de lluvia y tormenta de invierno, recuerdo.
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Domingo. Domingo en casa de Boisano. Bebo café. Boisano duerme en su cuarto. Fantaseo con la idea de mudarme solo. Pronto. Un mes. ¿Y cómo amoblaré el lugar? No lo sé: de a poco. Mi ansiedad sólo me deja pensar en eso, en la posibilidad de tener un departamento para mí solo.
Pero antes, una gira. De la casa de Boisano iré a la de Laitan. Y luego, si es posible, iré al sucucho que he reservado. Iré sólo por unos días. Y luego, en septiembre recién, ¡soledad, dulce soledad!
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¿Y el erotismo? Pausado. Es mejor así. Es mejor no tentar la llama, dejarla tranquila. Más con este frío. Viviendo así.
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Debo hablar con mamá. Debo decirle mi situación. Estoy animado. O me debo mantener así. Es sólo una etapa. Tengo miedo.
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Y la oficina. También la oficina. No puedo dejar de escribir sobre la oficina, dejar de contar que me entusiasmo, que me amigo con las personas, no es un contexto hostil, y es la oportunidad, el lugar donde hago dinero.
Tal vez sea todavía pronto en esta etapa del viaje. Pero necesito explorar la opción de hacer más dinero. Crecer. De poco. No me gusta la zona donde está ubicado el departamento. Pero es céntrica. Tiene pros, sí.
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A veces pienso que lo merezco, que fui ruin, que fui poco generoso, que me he regodeado en mis privilegios, y que es un karma.
Ayer me desmayé, se me bajó la presión y me golpeé la cara con la estufa.
Apenas empieza esto de andar con las valijas, con todo guardado. Y ya estoy un poco harto. Y escribo para quejarme, porque me harto, la mente da mil vueltas, ya no soy un joven, eso pienso, y aunque sé que no es tarde, ahora todo adquiere el sabor del mirar hacia atrás, de revisar en qué cosas pude haber hecho una cosa o la otra. Y no defino nada, no hay avances, o todo es muy lento, despacio.
Todavía no defino, o el dueño del departamento donde se supone que me mudaré no me da un sí definitivo: me ha pedido referencias, me ha pedido los recibos de sueldo
En medio de todo, siempre, el odio a mi padre, este pensar que les dio más a sus otros hijos, que se desentendió, que creyó hecho su trabajo por haberme enviado algún dinerillo durante algunos años. Y a los otros (que son menores, sí, son menores), ¿no les da nada ahora? ¿No le regaló un auto a su hija, no tienen un departamento en Bogotá? ¿Y yo? Yo no tengo casa ni auto. Digo estupideces. Ha llegado la hora de mantenerme, de pagar mi propia vida. Ha sido un revolcón. No he dado con un buen lugar, con una buena persona en mi idea de compartir. Y ahora debo girar, de acá para allá. En busca de la estabilidad.
que bueno que no dejastes a esa casera mezquina. Ya verás que llegan tiempos mejores. Abrazos Anónimo.
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Mezquindad, sí, esa es la palabra. ¿Cómo van las cosas por el centro del continente, Meatov? Un abrazo cálido.
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Hoy escribo sobre eso. Todo muy mal, desaparecidos anoche, sustraidos de sus casas. El gobierno tiene fosas colectivas. Gracias por preguntar. Abrazo cariñoso.
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Hola, Meatov. Qué dolor de países. Espero que, en medio de todo, tengas lugar para despejar la mente. Abrazo.
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No puedo decirte en este momento. Tengo una amiguita a quien estaba apoyando con su libro de poemas, precisamente terminaba un dibujo que le prometí, ahora sucede que desde anoche nadie se ha podido comunicar con ella. En estos días están apresando más estudiantes, los buscan en sus casas, para ver si ellos saben de los que están ocultos. Días duros Anónimo. Abrazos y gracias por preocuparte.
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La Historia los juzgará, Meatov. Es el único consuelo, si es que hay uno.
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Los juzgará el pueblo. Aquí nadie se rinde. Somos pacíficos, toletantes y rebeldes. Esto solo se arregla con justicia. Mas de 400 jóvenes muertos, niños muertos con balas en la cabeza, niños dr 2 años secuestrados. Nos gobierna una pandilla de criminales.
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Terrible, Meatov.
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No es terrible Anónimo. Alguna dignidad debe conservar el pueblo para heredar a las futuras generaciones, seremos esclavos dignos del imperio, supongo. Pero sabes, existe un inteligencia colectiva cuyo código es imposible de descifrar, pues ella misma no es capaz de racionalizarlo… Nada es previsible para mentes racionales.
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