Final de mayo, principios de junio

studyof_man

El caniche rasga la puerta de la cocina durante las noches, cuando Melania, mi casera, lo encierra ahí a pedido mío, así puedo dormir. Anoche ha rasgado con vehemencia, y me ha despertado, me ha angustiado por momentos. Pero si se queda afuera, al menor ruido, y cada tanto tiempo, lanza un ladrido, y me despierta, en la mitad de la madrugada. Antes no rasgaba tanto la pared. Al parecer, en lugar de acostumbrarse, el perro hace mayores esfuerzos por salir. Ya no sé qué será peor. Creo que sus ladridos son peor, desde luego. Tengo la esperanza de que se acostumbre. Es un faldero insoportable. Aunque lo quiero, sí, me he encariñado.

Más de lo mismo. El cansancio del lunes en la mañana, como si no hubiesen pasado tres días sin ir a trabajar. Me arreglo, los mocasines, los mocasines de siempre, la lluvia que amenaza con mojarlos, y si eso sucede, ¿entonces qué usaré mañana? Y así. Paranoias cotidianas. Y el reloj que me apura. O yo que me apuro solo, porque sé que ya voy un poco tarde. Y el subte, repleto. Y así la vida, la vida de lunes a viernes en la ciudad. Salgo.

*

¿Sobre qué voy a escribir, sino sobre todo esto que tanto me agobia? ¿Cómo avocarlo a la ficción? Me consuelo diciendo que la obra de teatro marcha. A su ritmo, pero marcha. He escrito una obra, y actuaré en ella. Aunque todo duela, por lo menos me reconforto en el arte, en la posibilidad de hacerlo.

Y si algo marca mi vida, como lo escribía el otro día, no es sólo el perro, si no la convivencia en sí con esta mujer y, claro, con su perro.

¿Está mal esperar siempre una recompensa, estar esperanzado en que haya un triunfo, una alegría al final?

*

La tibieza, la falta de energía, de alegría, de carisma. Eso, la falta de carisma, la inseguridad disfrazada o convertida en descortesía. Eso observo en algunas gentes. O tal vez sean mis paranoias, mis mil y una paranoias.

Una tristeza habita en mí desde hace un tiempo. Y los odios se ven recargados cuando esto sucede. Como si los demás tuviesen la culpa de mis dolores. Aunque ya sepa que no. Lloro porque quería dedicarme al arte, porque veo frustrado por el momento mi sueño de vivir del arte, de la actuación y de las letras.

*

Las parejas disparejas, la sociedad que te obliga a no estar solo, a parir, a criar, a consumir, y todos ciegos, en sus teléfonos celulares, en una ilusión de felicidad. Y los imbéciles, como yo, que creemos darnos cuenta de algo que no sabemos bien qué es. La misantropía. Es eso. Y la culpa por ser misántropo. La soberbia. Las relaciones de poder, en esa oficina. Y agradecer estar ahí, porque debo pagar mi vida. Pero desear más, un mejor sueldo. No más responsabilidades. Eso no. Pero más dinero. Aunque ya se me haya revelado: que una cosa es lo que necesito y otra lo que quiero. Y debo ser agradecido. Al final, sólo espero que al final todo esto valga la pena. Intento mejorar, sí que lo intento, aunque me descubro parte del lodazal de inmundicia, pertenezco a esto, y estoy adentro.

Vivo cansado. Me preocupa a veces. Extraño, aunque no quiera volver a la época en que dormía hasta tarde o dormía a cualquier hora.

Y en medio de los odios, aparece mi padre, como siempre. Si recibiera más plata, sueño. Si todavía me dieran dinero, entonces podría vivir solo, sería un privilegiado, otra vez. Ahora no. Pero hay mérito en eso, debo creer, en mantenerme a mí mismo.

Odio contra el cubano imbécil que conocí en una discoteca hace un tiempo: le hablo al cubano y él responde como un estúpido, con chistes flojos, sin concretar nada, ningún encuentro . Odio contra la cultura de la que vengo, el caribe, y querer alejarme de él, y él que me persigue. ¿A dónde me iré? No importa cómo, me repito, que ya encontraré la manera.

Envidia, hablo desde la envidia, envidia a los privilegiados. Alguna vez estuve ahí. Y sigo estándolo, me digo enseguida. Recomiendan mirar eso: mirar la abundancia. Ya lo he dicho acá, lo repito siempre. A veces cuesta, me cuesta no caer en el pesimismo realista.

*

Qué días corren. Qué neurosis y qué histeria. Ayer, por ejemplo, salí enojado, y así permanecí. Igual que la semana anterior. Luego, en la noche recién, cuando fui a la escuela, ahí pude relajar. Intervino en mi estado de ánimo que Melania no haya respondido un mensaje mío en el celular. Pero luego al llegar a casa, ha estado amable. Ahora bien, con tan frecuentes discusiones con Pirado, ¿para qué sigue con él?

*

Ayer, en la clase, el profesor sacó a relucir la pregunta: para qué y/o por qué hago lo que hago. Intento responderme: para expresar la intensidad de mis emociones, para ser feliz, porque es la actividad que más feliz me hace…

Yendo a ese entrenamiento grupal, hay algo que cobra sentido, que me tranquiliza. Hay algo de estar 9 horas por día en la oficina que se ve recompensado, tal vez.

Ayer, una de las compañeras decía: “lo pensaba y no tiene sentido, me la paso todo el día trabajando, llego a casa a dormir, y al día siguiente vuelvo a trabajar”. No quise opinar.

Y el amor. Ese es otro tema. Mezclo todo. Aprovecho para liberarme en las mañanas, con el café (siempre el café). El sexo. Mi deseo. Mi sexo. Verme cuando me desnudo para ducharme, por ejemplo, y desear que alguien le dé cariño a esa parte de mi cuerpo, desear encontrarme en caricias con otro que me corresponda. Y ni siquiera hablo de amor acá. ¿O sí? Hablo de deseo. Pero no de la porquería violenta en la que me vi sumergido hace un tiempo cuando caí en el abismo de la droga, un abismo que a veces me vuelve a tentar. Hablo de lo suave, lo espaciado…

*

El mal humor se cuela en la mañana a causa de: la arrogancia del editor que no ha contestado en qué librerías se puede conseguir la revista en la que he publicado un cuento (¡he publicado un cuento!). La soberbia del poder, su grosería. De nuevo, como en otras ocasiones, la ira de sentirme dejado de lado, desatendido. Ellos, los editores de  medios, y su círculo de letras elevadas.

*

Quiero salir, termina la semana, y quiero tomar unos tragos.

*

Sábado. Lavar la ropa. Meditar. El café. Pirado, en la cocina. La duda sobre si debí anunciar en redes sociales que publiqué un cuento. No sé si me repito, si juego con temas que ya escribí antes.

*

Aquí va: debo permanecer largo rato frente a la computadora, mirando, pensando, escribiendo una cosa y otra; cada frase que llega, directo a la página virtual del ordenador, hasta que, de repente, una historia surge, el comienzo de algún relato o la continuación de otro que ya venía trabajando. Pero puedo mejorarlo, tal vez, mejorar esta técnica. Y no necesitar de tanto tiempo para la escritura de ficción. Ir directo al archivo y escribir.

*

No es que él haya sido frío. O tal vez sí. Soy intenso, que es diferente. O ambas cosas: él, frío, y yo, intenso. Los hombres. Mi relación con ellos. He salido de fiesta.

Por otro lado, ahora, afuera, la gente en el mundo de redes sabe que escribo, porque he publicado un cuento, y no contento con esto, salgo a contarlo, a decirlo airoso, feliz.

El profesor me ha dicho que escriba. Y yo temo. Nada de lo que escribo me gusta. Y ese cuento en particular que he publicado, esa necesidad de publicar. ¿Por qué? La encuentro obscena.

*

Y sentir que esta no es mi casa. Aspirar a más. Aspirar a más sueldo, a mejores condiciones de vivienda. Pero tengo lo que necesito. Es así. Lo que necesito.

Y alardeo, alardeo de mi condición de escritor, alardeo de mis talentos, de mi arte.

*

El chico trabaja en un banco, vive solo. El chico con el que me he ido el sábado.

*

Estoy tan cansado, agotado. Y es lunes. El fin de semana no me alcanza para descansar.

*

El chico estudió algo, que no recuerdo, y trabaja de eso, en un banco. Y vive solo. Gana más que yo, seguro. O lo ayudan sus padres. Intuyo lo primero. “Sos frío”, le dije. “No soy frío”, me respondió él. Y me pregunto ahora, o recuerdo más bien, que los demás son reflejo del inconsciente. Porque no me merecía. El chico no merecía mi lindura de caribeño bien vestido, mi alegría, la suavidad de mi torso tibio, suave. Y no es que quiera alardear, pero si no me valoro yo, ¿entonces quién? No me da culpa. Me da miedo, sí. Esos encuentros fugaces desacertados. Me dan miedo esos encuentros fortuitos. Yo sólo quería dormir con alguien. Y no sé cómo o por qué terminé hablando con este chico, un chico promedio, uno del montón. Juzgo.

*

Pirado pasa acá más días de los que me gustaría. Son temporadas. Hoy es lunes. Ha estado aquí todo el fin de semana. Quiero vivir solo, es eso. Y pienso en el chico con el que me fui el fin de semana. Y, a pesar de las cucarachas en el piso, qué bueno vivir solo. No soportar la conchudez de una mina grande y las energías fluctuantes de una pareja incompatible. Pero esto es darle cabida a la mente, esto es interpretar la realidad desde el punto de vista del miserable. Lo digo porque, en verdad (y debo repetírmelo), tengo lo que necesito. Y puedo pagarlo. Debo verme como un ser afortunado. Es un camino, estoy pagando mi vida, y tengo privilegios.

Sí, vivir solo. No tener que escucharlos, no tener que saber de ellos. No soportar que Melania, por error, entre al baño, y me vea secándome en la bañadera. No soportar al perro. ¿Pero cuánto me costaría vivir sólo? Además, ¿comprar cosas? No podría pagarlo con este sueldo. No podría ahorrar. Compararme con ese otro, y permitirle, como antes, que baje mi autoestima, que baje el valor que le doy a lo que tengo.

La necesidad excesiva es la que me hace irme con cualquiera. La necesidad combinada con la borrachera que baja mis defensas emocionales.

Su poca emoción por descubrir al otro, por descubrirme. Estuvo bien haberle dicho que era frío. Es cuestión de suerte también, supongo. Amores de barra.

*

Trabajar, todos los días. Extraño esas épocas de despertar tarde, de hacer lo que me venía en gana, sin horarios, relajado, descansado siempre. Ahora hace frío, es invierno. Hay que hacer cosas, hay que moverse, hay que…

Disfrutar, agradecer. Por qué se me ha venido un pesimismo, una tristeza. Tiene que ver, sospecho, con la fiesta del sábado pasado, con la euforia. Es, en parte, químico.

El tiempo pasa rápido, pero no por eso menos intensamente; las emociones, el frío, la necesidad.

Hacer cosas. Y querer no hacer nada. Quedarme en la cama, y luego escribir, sin salir a la calle, sin ver a nadie, en lo posible, dormir, comer, escribir. Pero no: hay que hacer tantas cosas: el peluquero, comprar ropa, el turno en el traumatólogo…

*

Miro buscando un amor. Voy por la calle pensando en las posibles formas de amar de este o de aquél, miro a alguien y me pregunto si será tierno, si podré dominarlo en cama, si me dará, recibirá mi amor.

*

Martes. Poco a poco me va gustando más el tipo de hombre que construyo. Hoy pensaba eso, pensaba en la construcción de la persona que soy, que uno es.

Digo una cosa y digo otra. A veces estoy más contento. Otra veces, la mente hace de las suyas. Y así pasan los días.

Me desahogo con Raira, y después concluyo que no debí hablar tanto, revelarme.

Ya no quiero, ya no debo buscar más el amor así, como antes, con tanto desespero. Valorarme y quererme yo primero, siempre lo digo. El dolor es tan parecido a ese momento, a esos años cuando me dejé dominar por la soledad y me fui en busca de cuerpos. Ahora igual. Pero ahora soy mayor, he transitado una cosa y la otra, así que sé que no debo dedicarme a la lujuria, que siempre hay arte para hacer, para leer, para ver.

*

Mamá sigue sin auto en Macondo. Mamá se pinta el pelo, se pinta la boca, no me gusta cómo luce, no es lindo que las viejas se maquillen de una manera tan estrambótica, si se me permite la palabra. Quiero que tenga el auto, pero no puedo enviarle dinero. Sólo me alcanza para lo mío. Entre la deuda de la empresa de cobertura médica y la ropa de frío (que no tenía y que he debido ir comprando de a poco) se me van los centavos que hago en la oficina. Y me hacen falta zapatos, más abrigos. A veces me da vergüenza usar siempre los mismos, la misma ropa.

A veces, tan agradecido, me considero tan afortunado; a veces, tan en sufrimiento, tan adolorido, paso de un extremo al otro, a la sensación de infortunio.

 

Y en el trabajo, andar. Lo mismo. Los días completos, de la mañana a la tarde, en esa oficina. Qué digo a la tarde: de la mañana a la noche, porque a las seis, cuando salgo, ya es de noche en este invierno.

Y que mejore mi ánimo, porque es miércoles, entonces iré a entrenar en el lugar donde me he formado como actor, y se acerca el viernes, claro.

*

Cansancio. Mal humor. Despierto y no tengo Internet. Y debo escribirle más tarde a esta mujer, a mi casera, porque ha desconectado o ha sucedido algo con el aparato ese que hace que la señal llegue hasta mi habitación.

No me gusta esto, no me gusta aquello… Varío. “Es una montaña rusa”, le decía ayer al encargado del edificio donde quedan las oficinas de mi trabajo.

Los demás se revelan, y yo cargo con un pudor y una misantropía. ¿Es tal vez que mi madre me hizo sentir que yo era especial?

He comprado una chaqueta, un sweatersito, y he pagado el alquiler y la anteúltima parte de la deuda con la empresa proveedora de salud. He ido al médico, y me ha mandado kinesiología y a hacerme un estudio necesario. He sido feliz. Me adapto un poco más en el trabajo (aunque siempre está el miedo a no cumplir los objetivos y que no quieran más mis servicios: los miedos varios, siempre presentes). Y he sido feliz pensando que configuro, como lo escribía en estas mismas líneas ayer, configuro o construyo un poco un tipo de vida, la persona que soy.

Voy y vengo, porque luego el deseo de lo que quiero (vivir solo, viajar, más ropa) me lleva a una sensación de miseria, de compararme con los demás, desespero un poco. Un poco. No tanto. Pero sí algo. Debo dar gracias, ya lo sé: he conseguido uno de los objetivos.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

3 thoughts on “Final de mayo, principios de junio”

  1. Mi querido Anónimo, hoy los problemas de mi país son tan trágicos, que tu valorarías un poco más la suerte de la paz que la vida te ha brindado y esa oportunidad de sentirle sabor a la crisis existencial, nosotros nos apuntamos con el dedo para ver a quien le toca turno de morir hoy.

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    1. ¿En qué país vives, Concordia1945? Es cierto que este existencialismo mío es bastante burgués. Y gracias por hacerme caer en cuenta. Cada cual vive lo que tiene que tiene vivir, cada cual tiene su dolor. Tu comentario, por un lado, me hace ver “mi paz”. Pero por el otro me hace intuir lo turbio de esa sociedad desde la que me escribes, que no sé cuál es. Cosas tremendas han pasado y siguen pasando. Y es cierto que mis letras son demasiado banales para los conflictos sociales que atraviesan al mundo. Ya voy a escribir sobre eso. Pero, de nuevo, ¿desde dónde escribes? Un saludo y gracias por comentar.

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