Siento que la relación con mi jefa mejora, que ella mejora su actitud hacia mí, ¿tiene esto que ver con mi desempeño, con que ha descubierto que he sido una buena elección? ¿O, como han pasado ya dos meses, entonces ella considera que está bien aceptarme, aceptarme un poco más? ¿O es mi percepción errada, y no se comporta diferente, soy yo quien me adapto a su forma de ser? Imagino tantas cosas: imagino que han hablado, ella y la jefa del área, me han evaluado y han dicho: es bueno, el chico nuevo es bueno.
Al final, con el paso de los días, vuelvo a verlas como chicas inmaduras. A ella, a la jefa del área y a la otra pobre infeliz que trabaja cerca de nosotros. Tal vez en un tiempo me arrepienta de escribir esto. Pero sus miserias me hieren. Tal vez hacen que vea las mías más de cerca. Tal vez exagere y esté depositando mi frustración en esa mierda que veo de ellas.
Los demonios. Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno. Veo tanta podredumbre, tanta miseria en el ser humano. Y no quiero: quiero encontrarme con lo divino. O no, las dos cosas, ver los dos lados, pero elegir cuál alimentar.
Llevo una violencia tan fuerte adentro mío durante estos días.
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Es de noche. Me he venido a la cocina. Si no escribo sobre mí, no puedo escribir sobre otra cosa, parece. Es increíble, pero reconozco a los colombianos por su fisionomía. Con los brasileros me pasaba lo mismo cuando trabajé mucho con personas de esa nacionalidad. A los venezolanos puedo reconocerlos también. No se me tilde, por favor, de xenófobo. Veo, observo, y no puedo hacer otra cosa más que escribir lo que noto de la migración, de los inmigrantes. ¿Quisiera irme a un lugar con menos caribeños? Tal vez. Escribo ideas inconexas, aparentemente inconexas. Es lo que percibo durante el día, y debo liberarme. Melania se ha ido de vacaciones con Pirado, y yo hoy, miércoles en la noche, me he venido a la cocina, he puesto ropa en la lavadora, y cocino una sopa con unas verduras que compré ya picadas en la verdulería diagonal a casa. Pasan los días. El lunes casi muero (me gusta decir así, “casi muero”, lo he repetido hoy ya varias veces), casi muero a causa de un acceso de tos. Tanto tosí que al día siguiente me dolía la cabeza. El martes amanecí mejor: no está el caniche ladrador, no hay ruidos, duermo de corrido. Y hoy miércoles soy otro. Incluso hice ejercicio. Creo que la maca me ha ayudado, la maca peruana que compré el sábado.
He pensado cuál será el siguiente cuento que trabajaré, que terminaré. A lo mejor puedo dedicarle tiempo este fin de semana: no saldré de fiesta. Disfrutaré de la comodidad de la soledad. De la sobriedad. De cuidarme.
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En el periódico no me responden por la publicación de la nota que envié desde hace meses. Temo que la relación con ellos se marchite. ¿Seré reconocido, tendré algún día eso que llaman éxito?
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Pero ahora tengo un trabajo, ahora voy todos los días a trabajar y puedo pagar mi vida. Aunque reniegue del caniche y de mi casera que trae a su novio a veces con más frecuencia de la que yo quisiera.
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¿Reconocimiento para qué? ¿Para sentir que me quieren, que a alguien le parece importante esta parte mía que yo sentí que mi sociedad valoraba poco? Aunque no era así, o no del todo. Algo dentro de mí me decía que esto no era valioso, que esto era para maricas y que ser marica estaba mal, muy mal.
Tomará su tiempo. Vaya si lo está tomando. Pero no hay apuro, quiero convencerme. No hay apuro en ser un artista reconocido, el reconocimiento es para el ego… ¿o para la obra también? Que vean la obra. La obra con mi firma. Que me vean a mí, claro. Y que digan: vaya talento, vaya tipo, y me quieran por fin, me acepten, me consideren bueno, muy bueno.
Y esta pregunta, esta pregunta tal vez poco pragmática, innecesaria y sin importancia, la pregunta sobre qué es todo esto, qué somos, de dónde venimos, qué es este viaje, por qué existe esto, la vida, el ser, el Universo, el Dios o la energía o cómo quiera llamarse a eso que vibra y que mantiene vivo todo este entramado, y que sea tan contradictorio, tan hermosamente…
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Un actor que no actúa. ¿Cuándo voy a actuar? Me fui hasta Colombia, hasta la Inmunda Bogotá, ciudad que detestaba ya antes de ir (y que detesté aún más después), he regresado, y ahora… ahora llevo a cabo ese proyecto de teatro, que cuesta, porque es autogestión; cuesta trabajo, energía, dinero.
A veces la cabeza se me llena de mierda, de ideas de mierda. A veces pienso que no tomé las decisiones correctas, que haber migrado a la Argentina no fue lo mejor, que debí irme a los Estados Unidos, a otro lugar. Pero era demasiado niño, me respondo enseguida, demasiado cómodo, demasiado poco preparado para la vida dura del trabajo, entonces opté por un país donde pudiera pagar la vida y el estudio sin problema, donde no tuviera que trabajar, donde dedicarme a vivir del dinero que mi abuelo y mi madre me enviaban mes a mes. Y luego, me ayudó mi padre, durante una época. Y aún así, no conseguí trabajo como actor. Estaba muy chico, me vuelvo a decir. Y no hablo de la condición de juventud en sí, sino de la inmadurez, o más bien de la poca claridad, de la falta de claridad para no perderme en el dolor, para enfocarme en acciones que me condujeran a un mejor resultado. Cuán perdido estuve. Busqué refugio en hombres, en alcohol, en sexo y en drogas. Tal vez me juzgo. Me resulta necesario hacer un análisis. ¿Y ahora? Ahora qué. Hoy estoy tranquilo, y puedo pensarlo con calma. Pero otros días el deseo me aturde, me pasa por encima, como un camión, me aplasta, el miedo también, me paraliza.
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Quiero invitar al cubano a casa, pero no quiero romper la regla que me ha impuesto Melania, mi casera, que está de viaje ahora. Me ha dicho ella, antes de mudarme, que era mejor que no trajera a nadie. Supongo que ahora, después de casi tres meses de convivencia, ella no tendría problema en aceptar que yo también traiga a mi gente. Quiero suponer. Debo conversarlo.
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Domingo. He hablado por teléfono con mi amiga Áspora anoche. Me ha hablado de paciencia, del camino que se anda, de ir sin prisas, que no es tarde, que cada cual tiene su tiempo. Luego de hablar con ella, me acosté a ver Nadie nos mira, una película que estrenaron el año pasado, y que recién pude conseguir en Internet.
Hace un año ya tenía el pasaje comprado para irme de la Inmunda a Macondo. Hace un año empezaba el proceso de limpieza. Anoche me preguntaba si invitar al cubano a casa, sin consentimiento de mi casera, aunque ella tal vez nunca se hubiese enterado. Y el caleño, por otro lado, y al mismo tiempo, me decía vía Whatsapp que fuera a su casa, que no es, en realidad, su casa, si no un lugar donde se está quedando, la casa de unas amigas. Pero con esta tos, que aunque mejora, sigue allí, con la noche fría, para qué, si el caleño tampoco me gusta tanto, sólo ir a que me estruje un rato: no, el sexo por el sexo, no, hoy no.
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¿Debería dejar de poner tanto tiempo y energía en estos diarios? ¿Son inútiles?
Nostalgia. El paso del tiempo. La revisión de los éxitos, la esperanza de lo que aún espero que sea.
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He sido feliz mientras veía la obra de mis compañeros anoche. Ahora es lunes. En unos minutos, partiré de nuevo hacia el trabajo, tomaré el subterráneo, seré un hombre de oficina. Pero no lo soy, no lo soy, señores. Anoche, viendo la obra de esos con quienes estudié por años, he sido feliz, he sido feliz tomando un vino con ellos después, he sido feliz antes, cuando uno de los chicos del público, antes de la función, sacó un cigarrillo de marihuana, y yo le he pedido un poco, y me ha dicho que sí, y se ha armado una charla, y la buena onda, de repente. He sido feliz sabiéndome parte del teatro, de un conocimiento, de un grupo, de una historia que está en mi cuerpo, y que nada tiene que ver con las rutinas de la burocracia oficinista. Aunque no me deba pelear con eso tampoco, con lo otro, ya lo sé. Pero es bueno, es valioso y necesario reencontrarme con mi lugar de pertenencia: pertenezco, pues al teatro, a las letras, al arte.
Así es. Eres un artista y tus letras son únicas. 😊😊
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¡Gracias, Meatov! 🙂
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